- Opuestos Complementarios - Ofrenda de Paz
—De ninguna manera.
—Déjeme explicarme.
—Dije que no. Es una ridiculez.
El Reino Tierra hacía galas constantes de ser la gobernanza más grande del mundo. Si bien no poseían los secretos de los otros reinos, su estabilidad había permitido un asentamiento en el continente único, dándole potestad y poder de manejo entre todos los demás.
Lo cual, en tiempos de guerra, era un gran problema.
—No es ninguna ridiculez, es un petitorio serio. Lo que necesito es que deje de guerrear y expandirse por los Polos — le explicó con prisa, algo incómodo entre sus propias ropas, tan rígidas como las de su huésped — . Está desestabilizando la armonía elemental a un punto sin retorno. Los Maestros Tierra me lo están diciendo hace un par de años, y no le di importancia hasta que los Monjes Aire comenzaron a enviarme sus huemules voladores con los mensajes— suspiró — . Faltan más de 30 años para la encarnación del próximo Avatar, y, sin él de mediador, las energías se desbalacearán a un punto irremediable. Eso puede traer consecuencias nefastas.
A pesar de la inmensidad del lugar y la escasez de habitantes, los ánimos estaban caldeados, entre el calor y la firmeza de los benders que se debatían con fiereza, saliendo de los poros de sus amos. Por un lado estaba el gobernante Tierra, dueño de los dones del manejo del metal, que se movía efusivamente a través de sus palabras, casi con el tono pétreo. Y por el otro lado el gobernante Fuego, que movía sus manos y su cuerpo al ritmo del candor de su sangre, intentando mostrar su punto en aquel debate.
Allí, delante del trono del Emperador, discutían desde hacía horas muchas cosas que llevaron a ese punto.
—Ahora mismo no me conciernen esos asuntos que sólo intrigan a los Nómadas. Mi gente necesita...
—Sé que necesita recursos por tu tecnología, lo sé de sobra. Aquí hay mucho más en contra. — le cortó, molesto. El Señor del Fuego frunció el ceño, ofendido en sus modales.
—Entonces ¿A eso me has hecho viajar hasta Ba Sing Se? ¿Para sermonear como si fueras mi propio padre?
—No, mi Lord — contestó serio, tras el ceño pronunciado que le hacía su propia cuadrada corona — . Lo llamé desde tan lejos para proponerle una oferta capital.
—... ¿Oferta?
—Así es.
En un módico gesto, el Emperador hizo que toda la guardia Dai Li se retirara, dejándolos solos entre el trono de granito y los grandes cojines del invitado. Para corresponder, el Fuego hizo lo propio con los Guardias de la Luz, la temible élite que lograba dominar el místico rayo.
—Bien, ya estamos solos — dijo tras el agradecimiento silencioso del otro— . Habla.
—Mi reino tiene 20 islas fuera del continente, casi sin habitar. Le ofrezco 10 de ellas para que colonicen y expanda sus recursos. — la cara del Fuego se desarmó ante sus ojos, y se armó un gran silencio.
—... debes estar bromeando.
—No es una broma.
—No es gracioso, Wen Fu.
—No soy gracioso, Keegan — le respondió con la misma insolencia, tocandose los largos bigotes — . Es mi oferta para la paz, y que las tribus Agua y ustedes dejen la guerra que inevitablemente caerá sobre mi gente. Ya estoy harto de recibir refugiados de ambos lados — frunció el ceño — . No somos el depósito de los despojos de sus orgullos. Así que aquí está mi oferta: te ofrezco una expansión comercial, pacífica, bajo estos términos si me juras por la sangre tus ancestros que cesarán los conflictos con los Agua.
—Me hablas como si nosotros fuéramos los malos del cuento, y que nuestra voluntad es la única que irrumpe la paz.
—Por supuesto que no. En unas lunas llegarán los Caciques de ambos polos. Mas bien el Norte, porque el Sur te has encargado de diezmarlo.
—¡Ellos navegaron de noche para atacar Yin Rei! ¡Debí responder!
—No me interesa si el golpe fue simultáneo, o de dónde vino. Este conflicto debe ser saldado, así que satisfaceré tu motivo — le cortó — . Si lo tomas, seguiremos las negociaciones. Si no aceptas, levantaré más muros para que se maten entre ustedes hasta el último; y una vez que se extingan, nos extenderemos sobre la cenizas de lo que quede.
Keegan frunció el ceño y vapor salió de su nariz, furioso por el atrevimiento.
—Guarda tu tono, Tierra.
—Estás en mi reino, Fuego. Y te recuerdo que es el más grande del mundo — le hizo un ademán de indiferencia — . Por ahora, eres mi huésped real. Piensalo una noche y dame tu respuesta. Acorde a lo que digas, será como actúe con el Agua cuando llegue con su propia comitiva.
—¿Y si ellos son los que no aceptan tal cosa? — le retrucó, de pronto — Porque lo que me ofreces no los beneficia a ellos en lo absoluto.
—Oh, para ellos tengo otra oferta — sonrió ampliamente — . Una región en el Este para colonos, mayores rutas de comercio y protección contra cualquier acción bélica que provenga de los Islotes de Hielo. Los Agua son los que los mantienen a raya del mundo, por si te has olvidado del detalle — hizo un gesto — . Como verás, no nos conviene a ninguno que se extingan. Más allá del equilibrio energético del universo.
—Espera — le detuvo entonces — . Si ya tienes una oferta para ellos, y en caso de que yo acepte...
—... deberás darles algo a cambio, sí. El Señor del Fuego no vendrá con las manos vacías ante los ojos a su actual enemigo que, espero, sea un aliado pronto.
—No tengo nada que me interese de los Agua.
—Por el contrario, su bending es muy útil; pero no los ves como socios, ese el problema — sonrió — . Cosechas, fertilidad y curaciones — enumeró con los dedos — ; cosas que nos faltan a los que no podemos manejar el agua ni la vida a nuestro antojo. Eso quiero de ellos, y tú también lo querrás.
Keegan quedó callado un largo momento, pensativo.
—¿Y qué me pedirán a cambio?
—¡No lo sé! — se rió de pronto — Una alianza comercial no sería nada mala para tus cálidos archipiélagos, por empezar. El cómo lo hagas, dependerá de tí — le dijo con un tono más amigable — ¿Ves, Keegan? No estoy mancillando tu orgullo ni el de tu Nación al querer establecer una mesa de negociaciones.
—No estás negociando nada, ya lo has decidido. — levantó una ceja; el Emperador soltó una risotada y palmeó el brazo de su igual con pesadez.
—Y como no te has marchado con la barbilla en alto, asumo que te interesa mi idea — sonrió complacido, afinando más su mirada almendrada, en una breve pausa — . Piensalo, mi bello amigo. Pero ahora ve a descansar; se lo agotadores que son los viajes en barco, sobre todo en el elemento enemigo. Has de estar tenso.
—Ciertamente. — dijo, sin acotar nada más, mirando con soslayo las rígidas telas en su traje, torciendo los hilos de oro de su manga larga.
—Tengo toda una sala preparada para tu comité, tus sirvientes y tu familia. Así que estarás cómodo — aseveró — . Más allá de tu veredicto, antes de irte me gustaria conocer a tu Heredero, no tendré oportunidad de verlo tan seguido.
El Señor del Fuego se calló, parpadeando lentamente.
—¿Lo pretendes? — preguntó con naturalidad. El sonrojo en las mejillas del Tierra fue repentino y violento, levantando las manos.
—No, no, para nada. No tengo tus costumbres — le aclaró — . Es simple interés político. El Príncipe ya está en edad de asumir su rol, imagino. Así que, así como lo has llevado a formarlo como guerrero al campo de batalla, será mejor que se vaya acostumbrando a estas reuniones.
—Cierto es. Me ocuparé de presentartelo, ya sea regresando a Hokage o marchando para la guerra a Shu — dijo despacio, mirándolo con más calma y bajando la voz — . Gracias por tu hospitalidad, Wen Fu.
—Alteza...
Ambos se inclinaron levemente, en una señal de respeto mutuo. Los guardias de ambos aparecieron tras un chasquido de los dedos, y la Guardia de la Luz escoltó a su Señor fuera del salón del trono.
El Emperador Tierra asió sus bigotes largos y suspiró con seriedad, mirando al vacío cuando se halló sólo; pensando qué difícil era ser el mediador de un grupo de niños caprichosos, peleando por ocupar más espacio.
Si los cuatro reinos no estaban en paz, las Reinas del Hielo los iban a devorar a todos.
——00——
—Entonces, ¿volveremos a casa?
La voz del joven Príncipe parecía esperanzada, en el fondo. Habían pasado dos años desde que había abandonado su hogar, entre avances y retrocesos contra las tribus de los Polos, férreos combatientes como ellos mismos. Más allá de la enemistad obvia, había aprendido a estudiar a los Maestros Agua; su cultura, sus costumbres y, por tanto, a admirarlos en su control del elemento opuesto. Aquellas reacciones eran parte de lo que buscaba su padre para que fuera un gobernante digno en el futuro, en vista de que parecía visualizarse otra generación más en guerra. Por eso se lo había llevado con él al campo de batalla, a riesgo de perder su descendencia en el camino.
—No es tan fácil — le contestó Keegan, apacible, sentado en el futón que bordeaba la gran cama que compartían. El rubio lo miró intrigado un momento — . Hay mucho en juego, además de los conflictos.
—¿Qué tendría de malo restablecer la paz y volver al hogar?
—Los nobles que sostienen nuestro sistema, querido — lo miró con algo de pena — . Para muchos, la guerra es funcional en sus negocios e influencia. No querrán que el conflicto termine así como así, simplemente por el deseo del Emperador Tierra y sus místicos presagios.
—Pero tú puedes controlarlos, padre. Siempre lo has hecho.
—Sí, pero volveremos a los conflictos intestinos; la guerra nos mantenía en un filo común. Eso acabará pronto.
—Con guerra o sin ella, es inevitable.
—Ansiaba la expansión sobre los Agua en parte por eso, para callarlos y que agachen la cabeza — alzó las manos en el aire — . Sin guerra, ellos querrán continuar con lo mismo.
—¿Entonces no hay salida?
—Nunca hay salidas, sino madejas que se desenredan más o menos rápido.
Se puso de pie, caminando con sus ropas ligeras hacia la ventana. Estaban en altura, por lo que la ciudad de Ba Sing Se, enorme y eterna, se vislumbraba en la planicie a esas horas de la noche.
—Sé que no tengo palabra de opinión, pero me gustaría expresarlo. — dijo de pronto, pensando que tenía que decir algo al respecto; ya que su futuro estaría definiendo delante de sus ojos en los siguientes días, y era muy distinto al que se hubiera imaginado en periodos de guerra. El Señor del Fuego respiró lentamente.
—Habla, Arthur. Tienes mi permiso. — le indicó, aún de espaldas. El rubio se puso de pie y caminó hacia su padre, descalzo y sólo provisto de unos pantalones de tela.
—Encontrarás la forma de calmar la sed de poder de los nobles, por la razón o la fuerza; siempre ha sido así — acarició la melena de su padre con cuidado, bajando los dedos por la espalda recta, con una mezcla de fraternidad y erotismo muy extraña — . Pero no me preocupan sus apetitos; siquiera la generosa oferta que te ha dejado el rey de este lugar — busco sus ojos, con determinación — . Sino lo que quieran los Água de nosotros, para acatar el pacto.
Keegan lo contempló largamente, los ojos castaños contra los verdes, redondos y expresivos, que había heredado de Kyon. Sonrió apenas en la melancolía del recuerdo y le acarició la mejilla blanca con cuidado.
—Te has puesto muy sagaz, hijo mío. Me enorgulleces — las sonrisas de ambos duraron apenas unos instantes — . Ese es, precisamente, el resquemor que antecede al de nuestra propia gente. Sólo hemos conocido el dolor y la sangre de los enemigos, y es algo mutuo hasta ahora — frunció un poco el ceño — . Wen Fu está demasiado confiado, pero no conoce como yo a los Caciques. Temo que su rabia no les de siquiera la oportunidad de escuchar como yo lo hice.
—Entonces, padre, ya sabes lo que hay que hacer, en un caso u otro — Arthur miró la ventana, contemplando la ciudad también a su lado — . La respuesta tiene dos caminos — lo volvió a mirar — . Y como sea, será con la frente en alto y triunfantes.
El Señor del Fuego se inclinó apenas a besar los labios de su Heredero, como muestra del agrado de la pasión en su entereza.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro