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- Opuestos Complementarios - El Pacto de Sangre

La comitiva de la Tribu Agua del Norte llegó en el plazo acordado, con toda la representación que se podía permitirse en tiempos de guerra. El único cacique en pie, Amalok, había aceptado aquella pausa mientras su gente recuperaba terreno perdido, y se permitía descansar de los embates. Además, siempre se había llevado cordialmente con el Tierra, al que consideraba un amigo conocido entre ellos hacía dos generaciones. Y como muestra de sus intenciones de escucharlo en verdad, llevó a su familia con él; su esposa y sus cuatro hijos, todos ellos Maestros Agua, ya involucrados en la guerra. El heredero directo del cacicazgo, el mayor de los jóvenes, había muerto en combate; una pérdida que muchos entre los suyos consideraron irrecuperable para el viejo corazón de su líder y que, por eso, estaba dispuesto a bajar las armas de una buena vez.

Quizás, por ese dolor, no tuvo fuerzas para ejecutar la Magia de Sangre sobre el Señor del Fuego cuando lo vio a los ojos, después de muchos años. Ambos fornidos, enjutos y cargados de cicatrices de guerra, por fuera y por dentro. Lo sabían todo del otro, inclusive lo que no debía saberse; las fuerzas en la guerra iban más parejas de lo que los dos hubieran siquiera deseado.

Quizás, por eso, tampoco se contemplaron mutuamente con detenimiento, para ver todo lo que los hacía igual de espectaculares; igual de mágicos, bellos e inhumanos. No había tiempo.

Ese momento álgido de las invasiones mutuas en la última luna fue el punto que marcó el Tierra para interrumpir ese combate, y dejar de hacerle caso omiso a una situación que, tarde o temprano, lo arrastraría consigo.

—Ya has perdido a tu primogénito, Amalok. ¿Qué más quieres perder? — le desafío Wen Fu, luego de las presentaciones formales y un breve repaso de sus intenciones, para no alargar el encuentro que sabía lo ponía nervioso — Porque si es por el orgullo y el honor, en la guerra se pierde todo eso mucho antes de empezar.

—No sabes nada sobre el orgullo y el honor — le cortó el Cacique, severo — . Así que ten cuidado con tus palabras.

—Es curioso que coincida con el Agua, pero estoy de acuerdo — Keegan lo miró de pronto — . Hay cosas que los Tierra no ven en su tozudez, y van más allá del control que creen tener. Los otros pueblos tienen sus propios valores y conceptos al respecto.

—Liben murió con la frente en alto por su gente.

—Mis Generales de la Luz fueron gravemente heridos y perdieron familiares y amigos, en nombre de su Señor y su progenie. Apenas han podido volver a casa.

—¡Bueno bueno! Esta reunión ha servido, ya que los dos se unen para alzarse en mi contra tan a la ligera en mi propio Palacio — el Emperador dio una leve risotada ante aquello, recostandose en el trono. Los otros dos gobernantes llenaron sus caras con bochorno.

—No es...

—Todo es y no es, Amalok — le señaló algo burlón — . Pero aquí estamos los tres, compartiendo esta gran mesa que ofrecí para ustedes, como iguales — los miró a ambos — . Y como iguales, saben que si desarmamos todo este balance, los bordes comenzaran a comernos, y no quedará nada por lo cual pelearse — se encogió de hombros — . No se ustedes, pero a mi no me interesa extinguirme.

—Los Hielo no son una fuerza para temer — aseguró el Agua, comprendiendo a lo que se refería — . No han hecho avances importantes y son bastante primitivos.

—Oh, pero los años pasan. Las sociedades evolucionan, y el ingenio también. Eventualmente, esta guerra les ha servido en demasía, ya que están perdiendo gente, recursos y energía entre ustedes; mientras ellos, como buenos depredadores, esperarán hasta que alguno de ustedes dos muera para abalanzarse sobre la carroña y matar al que quede ¿Soy el único que lo ha pensado, o están muy metidos en su orgullo?

—Lo único que te importa es que no lleguen a ti. — el Señor del Fuego habló, de brazos cruzados.

—¡Por supuesto que sí! — admitió, alzando los brazos — Quizás nos enfrentemos, pero cuando eso pase ustedes no existirán más, ni los Aire. Y no me da gracia tener que hacerlo sólo. Tienen elementos de ambos fusionados como un mutágeno extraño que, de hacerse más fuerte, no nos dará mucha chance.

—Podemos hacer una tregua de campo— ofreció Amalok — . Localizar y neutralizar a los Hielo por un tiempo, y asegurarnos de que no lleguen — miró a Keegan — . Luego continuaremos con lo pendiente.

—Ningún pendiente — dijo Wen Fu — . Esto no va a funcionar si ustedes no terminan de una buena vez. Las treguas son una inutilidad tremenda en medio de una guerra, y se saben poderosos, ustedes dos, pero no tienen control absoluto sobre sus pueblos; algo va a ceder, a fallar, a doblarse por dentro, y será todo una catástrofe — les señaló, poniéndose de pie — . Por eso, necesito su decisión aquí y ahora, para tomar la mía — los miro a ambos — . Ya les hice las ofertas; todo lo demás, puede ser hablado aquí.

Ambos se callaron, mirándose mutuamente con un recelo personal, social y espiritual. Tenían todo para ser enemigos naturales; y el cauce de las cosas simplemente llevaba a lo que debía ser. Sin embargo, el silencio comenzó a alargarse, ya que ninguno tenía intenciones reales de hacer una escena para marcar que la única posible salida era una victoria y una derrota.

—Si voy a hablar, mi familia deberá estar presente — dijo entonces Keegan — . Serán quienes hereden nuestras consecuencias.

—Concuerdo. — dijo simplemente Amalok, sin mirarlo. Wen Fu suspiró aliviado, comenzando a felicitarse a sí mismo por ser neutral.

—¡Soldados! Traigan a las familias reales en presencia de sus señores, ¡Rápido!

Sin que los gobernantes esperaran demasiado, y aprovechando ese viento a favor, por las tres alas del salón principal ingresaron los familiares de cada uno. Desde el ala izquierda, la esposa y los hijos de Amalok; desde el ala derecha, el Principe y Heredero de la Nación del Fuego, Arthur, y su escolta de la Guardia de la luz; y desde el frente Yinuó Fu, Princesa Heredera del Reino Tierra, llevando en sus brazos a su hijo, y a su lado el Principe Consorte, padre de la criatura.

Cada uno saludo a su progenie con un gesto suave. El Tierra finalmente conoció a los hermanos menores de Liben, que se había hecho legendario en su corta y valiente vida, entre los cronistas del continente. El fallecido primogénito y sus siguientes dos hermanos parecían la versión más joven de su padre, de ojos pequeños y barbillas cuadradas, barbas incipientes que rodeaban los rostros. En cambio, los dos menores habían sido más agraciados, al tener el cabello y los rasgos de su madre. Pese a esta diferencia, por su estado físico, todos eran guerreros Agua que ya habían probado la sangre en combate.

Y su juvenil energía se reflejó en los ceños fruncidos frente a los Fuego, que les respondieron de igual modo.

—Ahora que estamos todos aquí, estimo que nuestros descendientes conocen la situación y el motivo que los hace estar en mi palacio — Wen Fu miró a todos atentamente, y los jóvenes a su alrededor asintieron — . Bien. Entonces ya saben la decisión que han tomado sus padres, con respecto a la continuidad de la guerra — Apoyó sus manos entrelazadas en la mesa, teniendo en su falda a su nieto que estaba sentado y quieto — . El conflicto tiene solución, y no así lo que nos espera después de él si esto continua. El Reino Tierra puede soportar los embates de ambos pueblos en tanto terminan naturalmente de pelear, por desidia o muerte; pero lo que hay más allá solamente ve esto como una oportunidad. Así que no deberemos ser ciegos ni necios en esto. Es hora de dejar de correr y sentir un poco lo que nos dice la tierra — golpeó la mesa suavemente con los nudillos — . Así que, si quieren tener una tierra en la cual dejar descendencia, jóvenes altezas de los tres reinos, sus padres deberemos cesar con estas contiendas.

Ante el silencio sepulcral, continuó hablando.

>>He ofrecido y ha sido aceptada mi oferta, cosa que agradezco generosamente por mucho, a sus majestades. Esto es sumamente positivo y sé que será un beneficio amplio para nosotros y para los que vengan después — los miro — . Solamente nos falta establecer qué es lo que quieren demandar entre sí, para terminar de saldar el trato.

La tensión aumentó de golpe. El Señor del Fuego y el Cacique se miraron, serios, pero ya no enfadados, a diferencia de sus hijos.

—Mi hijo mayor fue asesinado por los Fuego, así que espero una compensación.

—¿Asesinado? — Keegan alzó la voz — ¡Ataco a mi pueblo!

—Era un campamento de soldados, no de civiles.

—Sigue siendo mi pueblo, Amalok. Tenían familias.

—¡Y no dudaron en matar inocentes en mis aldeas!

—¡Señores, señores! Por favor. No seamos el mal ejemplo de nuestros hijos — llamó con una voz que parecía tronar en el suelo. Alrededor los ánimos se calmaron, y todos volvieron a sentarse — . ¿Qué compensación exiges, Cacique Agua?— fue al punto — ¿Económica, territorial?

—Un pacto de sangre.

Todos se quedaron callados. Sus hijos, entre todos, se pusieron pálidos y vieron a su padre, porque entendían lo que significaba.

—¿Qué dices, esposo? — le dijo su mujer, preocupada.

—Papá... — dijo uno de ellos, pero los vio con severidad.

—Silencio todos ustedes, no tienen mi voto para hablar.

—Sí padre. — dijeron los cuatro al unísono, mirando al suelo.

—Bueno... — el Tierra se rascó la mejilla, luego de un silencio general — Me gustaría que nos explicaran a todos los demás que es lo que quiere decir eso para su gente.

—Un pacto de sangre significa una unión matrimonial. — explicó más calmado, mirándolo como si comentara una trivialidad. Wen Fu miró de reojo como Keegan apretaba los puños contra la mesa, comenzando a quemar la superficie. Su hijo Arthur lo miró de soslayo, pero quedó quieto y sin inmutarse, con los brazos tras la espalda.

—... ¿Señor del Fuego? — el Emperador lo llamó, al ver que no había respuesta. El gesto del Agua parecía casi de burla, pero estaba expectante.

—Los reyes solamente tenemos un hijo, y siempre son varones. No hay princesas actualmente, y mi esposa ha fallecido. — aclaró el Fuego, más para el resto que para su rival.

—Lamento escuchar eso — comenzó Amalok, sin emociones en su voz — . Pero no me refería a engendrar; conozco las costumbres de los Fuego. Se que inclusive su hijo ya tiene prometida a una noble de una de las casas más influyentes, que seguramente será la madre de su nieto — sonrió — . No se preocupe. Ni a mi se me ocurriría traer al mundo a un híbrido de ambas naciones.

—¿Entonces? — espetó el Lord, algo aliviado en el fondo.

—Bueno, acaso el Señor del Fuego no solamente tiene a la engendradora como única compañía. Ella puede ser elegida como reina, si las relaciones son buenas. Sin embargo, suelen tener varios amantes, sin distinguir género — miró a los Tierra, absolutamente curiosos de que el cacique supiera tanto — . Algunos se convierten en sus preferidos y pueden llegar a convertirse en Consortes, como les llaman. A veces, estos Consortes ganan derechos de gobernanza y se convierten en la mano derecha del Lord; hasta son capaces de criar a los hijos engendrados por las hembras que generalmente descartan, a menos que tengan una razón para quedarse en su Palacio.

Keegan alzó las cejas levemente y sonrió.

—Veo que sabe bastante de mi cultura.

—Es lo que hacen los enemigos, estudiar al otro, ¿no es verdad? — sonrió el Agua, con las manos en la mesa entrelazadas — . Así que ¿Por qué no le explica al buen Wen Fu lo que ocurre en mi caso, en vez de seguir fingiendo que no sabe lo que le estoy proponiendo, Lord del Fuego?

El Tierra entre ellos enarcó una ceja, pero optó por no hablar. En cambio se entretuvo con su nieto en la falda, mientras el bebe le pedía atención, y los padres de este miraban con resquemor la tensión evidente en el aire, a punto de estallar.

—Padre, ¿ha sido esta una buena idea? — susurró la Princesa, a lo que el Emperador levantó una mano en señal de guardar silencio.

—Si el Cacique de la Tribu Norte me permite — dijo el Fuego con ironía, y este asintió — . Querido Wen Fu, dado que en las Tribu Agua el liderazgo se define no por sangre sino por mérito de ascensión de poder, y el Consejo de Ancianos que los precede no está presente, esta opción es una alternativa a ese modo de dirimir esos destinos — enfocó a todos — . El líder de los Agua me está ofreciendo una alianza en dote, como garantía del cumplimiento de ambos reinos sobre el cese de conflicto. Es un intercambio de enlace de dos descendientes importantes. En este caso, mi hijo Arthur con algún miembro de la familia del cacicazgo.

—Mis hijos, específicamente — aclaró Amalok — . Cualquiera de ellos cuatro.

Todos los jóvenes presentes se miraron entre sí, y miraron con furia a sus padres; una furia que debían moderar, por supuesto, porque eran pertenencias de sus progenitores siendo todos de castas altas o sangre noble. La indignación en el salón era total, porque claramente no era algo que se había hablado en ninguna de las partes.

La esposa del Agua estaba pálida, sin saber cómo reaccionar; ni tenía el valor de mirar a sus hijos, a los que su propio padre habría convertido en mercancía de intercambio en segundos. El Heredero de la Nación del Fuego, por su parte, no estaba menos complacido. Tenía toda una vida ya planificada de regreso a su hogar: Tora, Dante, Kumya y su padre. No necesitaba nada más; mucho menos de aquellos contra quienes había combatido hasta hacía una semana.

—Entonces, si entendí correctamente, ¿el Príncipe Fuego y el futuro Cacique Agua serán consortes? — habló el Tierra, pensando con cuidado las palabras. Ambos contendientes asintieron — Ya veo. Es un tanto complicado, dada la sangre derramada tanto tiempo — miró a Amalok — ¿Es la única manera?

—Es lo mínimo que mi fallecido hijo merece — habló entonces, con dureza — . Él dio su vida para ganar esta guerra. Si no hay victoria en combate que honre su sacrificio, entonces que sea compensado con el alzamiento en poder de uno de sus hermanos, en las mismas condiciones que su enemigo. Tiene la misma sangre, y parte de su espíritu estará en él. Es suficiente para limpiar su honra y enaltecer su memoria.

El Emperador Tierra asintió con seriedad, comprendiendo que era parte de la costumbre tribal. Ante un nuevo silencio, decidió volver a hablar.

—No quiero sonar frívolo ante semejantes palabras, pero tengo otra inquietud — señaló — . Esta... pareja, ¿Dónde viviría? En dónde se establezcan para su estabilidad es bastante capital, porque significa muchas cosas.

—Es lo mismo que me estoy preguntando — habló el Fuego, enfocando al Agua — . Mi hijo debe permanecer en el Palacio, y asumo que su estirpe no viviría en mi tierra.

—Nadie habló de convivencia — aclaró Amalok — . Es un contrato, nada más que eso. No tienen siquiera ni por qué verse con frecuencia; pero estarán comprometidos con el otro, y eso implica que ninguno hará ningún movimiento en falso, ya que se perjudica a sí mismo — se cruzó de brazos — . Es una vieja costumbre de nuestras tribus; al estar en polos opuestos, es un modo de sostener la estabilidad de nuestra sociedad. Esto es lo mismo, solamente que será con otra nación — hizo un ademán — . Los Fuego pueden seguir su dinastía, esto no interrumpe nada. Mas tienen el compromiso de no atacar el territorio en detrimento de la pérdida de honor de su Heredero... y sé que eso es toda una cuestión.

—No me inquieta el honor, pues corre por otras vías en nuestras costumbres — contestó Keegan, acariciando la trenza anillada en su hombro — . Hay algo más delicado. Un vínculo sin relación es absolutamente efímero, y durará poco. Que los consortes no compartan su vida solamente incrementará sentimientos erróneos, sobre todo con las grandes diferencias culturales. Nosotros no manejamos así las relaciones.

—Ah, sé perfectamente cómo las manejan — sonrió entre dientes el Agua, haciendo ruborizar al Tierra entre ellos — . Pero no será un matrimonio convencional; sino como un negocio entre mercaderes.

—Cuidado, Amalok, los sentimientos poco tienen de predecibles.

—Sé que hablas por experiencia propia, Keegan— inquirió, entrecerrando sus ojos azules — ; pero no es mi caso, ni el de mis hijos — los miró de pronto — . Ellos saben perfectamente dónde debe ir el corazón.

—Quizás lo sepan, pero nadie sabe dónde terminarán. — le respondió el Fuego, cerrando los ojos.

—Bueno pues, asumo que el asunto de las emocionalidades y el cómo se lleve el vínculo tendrá que ver con los involucrados, ni siquiera ustedes pueden sortear esa potestad — cortó el Tierra, ignorando las malas miradas de sus pares — . Si estamos de acuerdo, ¿Cómo se procede? — enfocó sus ojos a un lado — ¿Cuál de tus hijos será, Agua? — preguntó. En tanto, el Príncipe del Fuego rompió su postura, abriendo los ojos con enojo y exigiendo una explicación a su padre.

—Padre... — susurró Arthur entre dientes.

—Después. — le hizo un ademán el mayor.

—Amo a mis hijos por igual, son todos grandes Maestros Agua — comenzó Amalok, y estos se pusieron derechos. El padre se rascó la barbilla — . Sin embargo, hay menesteres que no conozco bien, y solamente su madre podrá juzgar con justicia — miró entonces a su esposa — . Naobi. — esta se despabiló como de un sueño.

—¿Querido?

—Conoces el alma de quienes has parido con tanto amor. De haber estado vivo, nuestro primogénito habría sido el elegido sin dudarlo. Mas, ahora deberás juzgar al indicado.

La mujer tembló entre sus pieles de foca, mirando a todos los presentes levemente ruborizada.

—¿Tiene que ser ahora, señor mío? — estaba preocupada, con sus ojos verde brillantes — No me siento capaz de elegir tan a la ligera en un momento así, luego de apenas saber que pasara hoy. Es... demasiado importante.

—No es a la ligera, sino no te diría de elegir — contestó— . Ya sabes lo que necesitas, solamente te estoy pidiendo que uses tu sabiduría maternal y tomes una decisión correcta. Yo no me siento capaz, no después de la muerte de Liben.

Todos los ojos se enfocaron en la mujer, que se sintió acorralada de pronto. El Señor del Fuego frunció el ceño, porque sabía por Dante el sometimiento que tenían las mujeres socialmente en uno de los Polos; y no podía recordar cuál. Mas no podía sentir lástima; mujer o no, era el enemigo. Aún.

—Yo...

Volteó a ver a sus hijos con la mirada llorosa, pidiendo perdón con los labios apretados a todos en simultáneo. Era como si estuviera eligiendo a quien mandar al matadero, y sus razones no eran inocuas. Los hijos, a cambio, le dieron una mirada de comprensión y tristeza, porque sabían lo que significaba estar en su posición y las cosas que debían ceder... como la voluntad.

—Todo está bien, madre — habló uno de ellos, con una sonrisa cálida y en la lengua lunar de los Agua, para que los demás comensales no entendieran — . No dejaremos de amarte ni de amarnos entre nosotros. Somos una familia.

—Lo siento tanto, yo no sabía...

—Naobi — le cortó Amalok, molesto — . Ahora.

La mujer cerró los ojos con el ceño fruncido, pero los abrió de repente, mirándolos de nuevo. Se puso de pie y caminó detrás de ellos, hasta que se detuvo en uno.

—Jibril.

Los hermanos lo miraron sorprendido, y este se sonrojó por completo. Su madre le acarició el rostro y le tomó la mano. Cuando Amalok volteó a verlo como si recién reconociera su existencia, la mujer se puso de puntas de pie al oído de su hijo menor.

>>Eres el más inteligente, el más astuto y el de corazón más amplio. Como las mareas, te adaptas y te preservas por quienes has peleado con la frente en alto. Esta es la última guerra de los Agua, hijo mío, y tú eres el mejor guerrero que puede soportar semejante carga.

El joven bajó la mirada con una expresión triste, pero asintió. Su padre entonces tocó su brazo, para que diera un paso al frente, alejándose de su madre y sus hermanos.

—Será Jibril, mi menor — dijo en lengua común a los otros, mirándolo con orgullo. Los otros soberanos lo observaron con curiosidad — . Es sin duda una gran elección, esposa. Tendrá sobre su frente la bendición de Madre Luna, y será el futuro líder de las tribus cuando sea el momento.

El resto de los hermanos se miraron entre sí, y miraron al más pequeño con lástima; porque en cierto modo, estaban poniéndole un adornado grillete en el cuello.

—Si es una unión, entonces, ¡está todo dicho! — aplaudió el Tierra — Hay que hacer el anuncio oficial a todos los rincones del mundo, y por supuesto honrar este acuerdo públicamente. Una vez más, como reino neutral ofrezco mi humilde espacio para que tal ceremonia se celebre. En tanto, tendrán el tiempo que decidan para prepararse en sus hogares y regresar a la celebración.

El Emperador estiró su mano para estrechar la de Amalok y la de Keegan, que la tomaron en silencio. En un gesto, el Señor del Fuego y el Cacique de los Agua estrecharon las manos seriamente, cerrando el pacto.

La Princesa Tierra suspiró aliviada, tomando a su bebe con un dejo de alegría. Sería la primera vez en la historia que dos naciones enlazan a personas del más alto rango entre sí, y ella sería la majestad recordada para siempre en la historia de su reino, partícipe de esa recepción.

Los protagonistas, sin embargo, nada dijeron. Jibril mantuvo la mirada baja; en tanto Arthur, humillado por semejante decisión sobre sí, no se atrevía a mirar a los ojos al que habían elegido para él.

¿Qué clase de consecuencias tendría aquello?

Allí donde los padres pensaron que lo sabían, se llevarían una sorpresa que marcaría el rumbo de la historia del mundo.

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