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La Boda del Sol y la Luna

—Vengo desde el Templo Este a corroborar si esta broma es real, o sólo producto de tu intenso alcohol que bien sabes tomar con frecuencia.

Cuando el hombre quedó petrificado ante el comentario, los guardias Dai Li se miraron entre sí, sin saber qué hacer. La mujer delante de ellos se cruzó de brazos y frunció el ceño, arrugando el gran tatuaje en forma de flecha celeste que caía hasta la punta de su nariz.

—Señora mía, me siento profundamente dolido que su hermoso semblante me dirija esa mirada de dudas sobre la veracidad de mi palabra. — contestó luego de unos momentos, tras recuperarse de aquella agresión. Nada perturbaría ese gran día, en donde se ganaría que su nombre quedará en la historia para siempre.

"Los escribas están debatiendo ahora mismo si denominarme 'El gran pacificador' o el 'Ejecutor de la paz definitiva' en sus libros" pensó el rey Tierra, volteando lentamente con una sonrisa plástica ". No me hará enojar el simple comentario desconfiado de una hembra."

Se inclinó en cambio cortésmente delante de la Monja Aire, adornada con la insignia de su pueblo.

—¿No lo ve con sus propios ojos? A su alrededor se despliegan juntos los estandartes de los que alguna vez fueron enemigos, gracias a este reino y su servidor.

—No lo creeré hasta que no se sellen pactos reales — aclaró— . A nivel espiritual.

—Primero debemos sellar los de la carne, los que los demás podemos controlar. Confío en que, eventualmente, ustedes nos ayuden a hacer aquello, como los mediadores que son entre mundos, para que nuestros creadores también encuentren la paz que venimos a ofrecer. Se que lo hará cuando lo considere adecuado, y estaré atento a su llamada. Pero hay menesteres en los que no debo meterme, y que son ciertamente su dominio.

La mujer lo miró severamente, mientras detrás de sí su propia gente se acercaba más temerosa que curiosa, a los círculos que habían sido indicados por los anfitriones.

—¿Cómo puedo saber que esto tiene una intención definitiva y no es otra urdida materialista, Wen Fu?

—Porque si fuera nimia esta unión, ShiChen, estaría aquí viendo conmigo como los refugiados de los Templos Aire seguirían buscando solaz en mis tierras — el Emperador sonrió con triunfo — . Hoy, en cambio, han sido invitados a una gran fiesta, en la que estarán presentes todos los líderes de los reinos. La celebración del fin de la guerra para siempre. — alzó los brazos, señalando a su alrededor.

A medida que todos los representantes iban llegando, cientos de personas de su reino habían empezado a decorar todo el Palacio de Ba Sing Se, y habían abierto y adecuado a la ciudad para la recepción de miles de personas provenientes de las cuatro esquinas del mundo. Los caminos, las entradas, las paredes y hasta las flores con los colores opuestos; espacios exclusivos con las insignias de cada quien, y cientos de bandejas de abundante comida y bebida de todas las culturas.

—Si realmente has hecho semejante bien, Wen Fu, serás largamente recompensado en tu siguiente reencarnación.

—Sin sonar irrespetuoso, por ahora sólo me preocupa apoyar la cabeza en mi cama y cerrar los ojos, sin pensar que alguien podría caer desde el techo para acuchillarme. — la miró con calma. La monja sonrió apenas y cerró los ojos.

—Veo que te contentas con cosas simples... como preservar la vida terrenal.

—Siempre he sido un hombre de gustos sencillos y buen comer, mi estimada consejera. — le dijo con una sonrisa enorme que estiró su bigote.

—Esperaré a los grandes espíritus. Como no ha ocurrido una catástrofe, asumo que lo están tomando con calma.

—Siento que propiciarán esta gran idea, definitivamente. — la tomó del brazo con delicadeza, señalando su entorno una vez más.

>>Sea bienvenida a la boda de los Fuego y los Agua.

———000———

—No te muevas, hermano, o será peor.

Jibril cerró un ojo, incómodo por el dolor que nunca había conocido. Si bien su paso por la guerra le había dejado algunas cicatrices, no había estado preparado para esas punciones.

Su mayor suspiró y volvió a sostenerle el brazo en el aire, para que no lo moviera. Ante un gesto, una mujer mayor volvió a tomar la tinta y su afilada aguja de plata, continuando con su labor.

—¡Auch!

—Respira profundo y relájate, en los músculos duros es peor — le replicó su mayor, algo divertido — . Vamos, si has recibido heridas peores que esta.

—Para ellas estaba preparado, este dolor me tomó por sorpresa — lo miró con reproche, y apretó los labios ante el siguiente pinchazo — ... no sabía que doliera tanto.

—Deja de quejarte, o madre creerá que estás arrepentido. — le burló, y Jibril se ruborizó con violencia, frunciendo el ceño.

—¡No digas eso!

—¡Jajaja!

—¿Qué causa tanta gracia?

Ambos jóvenes vieron llegar a su padre, quien caminaba con calma con los brazos en la espalda. Sus ojos claros como el cielo diurno observaron con atención cómo las sacerdotisas de la tribu se ocupaban de la apariencia del menor de sus hijos. Dos de ellas terminaban de acomodar las telas en las piernas, con gestos delicados y silenciosos; en cambio, las dos de arriba estaban encimadas, atravesando la piel con tinta plateada en siluetas y formas tribales. La sangre brotaba y era absorbida por el mismo dueño con su bending entre un segundo y otro, evitando que cayera de los brazos sostenidos con fuerza por el otro Agua.

—Jibril está molesto por el dolor de los tatuajes, padre.

—Korin, ¡eres un bocazas!

—Es uno de los pocos dolores que traen felicidad a tu futuro ¿y no te agradan, hijo mío? — el Jefe Tribal sonrió con gracia, uniéndose a la burla — Qué decepción.

—Por favor, padre, ¡No seas cómplice de la maldad de hermano!

—Lo intentaré — se encogió de hombros. Se detuvo unos pasos de ellos para contemplar como ya había sido marcado todo el resto del cuerpo — . Ah, no es para tanto, sólo te faltan los antebrazos.

—Fue una semana de dibujarme, padre. La piel está molesta.

—Mucho mejor, así se curte y endurece lo suficiente para soportar la compañía de los Fuego.

—... ¡Q-qué dices! — Jibril se puso totalmente rojo, haciendo reír a su hermano e inclusive a las sacerdotisas que en silencio sonrieron, continuando con su labor.

—Digo que no soy ningun tonto. Conozco lo suficiente tu carácter como para saber que solamente no estás emocionado, sino ansioso de ver a tu consorte — alzó las cejas — . Llegarán pronto, y más vale que moderes tu temple. Esas cartas que se han mandado en todos estos meses parece que les han subido las... expectativas.

El joven Agua suspiró, ofuscado, mirando hacia otro lado para soportar el dolor de los pinchazos en silencio.

—De todos modos luce muy bello, ¿No es cierto?

—Así es, Korin. Como todo un jefe — dijo en un acceso de ternura, contemplándolo orgulloso.

No mucho rato después, las mujeres terminaron su trabajo, curando la piel herida y enrojecida con láminas de agua, que enfriaron la hinchazón y bajaron la fiebre. Aún con la tinta fresca, Jibril ya no sintió más molestias y se pudo mover libremente cuando se alejaron de él.

—Es un magnífico trabajo el que han hecho contigo. — admitió su hermano, sonriente.

—Déjame verte, Jibril. — pidió Amalok con un gesto, y este se acercó, poniéndose de pie.

Ahora los tres se veían similares, ya que los hombres presentes estaban tatuados en los mismos lugares y mostraban orgullosos sus marcas, engalanados en sus propios ropajes reales. Las únicas diferencias eran los collares de hueso y acero de Amalok que marcaban su autoridad, entre sus anillas en algunas trenzas del pelo y las orejas; y la piel recientemente marcada de su hijo menor, que tenía entreverada una simbología diferente.

—Considerando la diferencia de lenguajes, las tatuadoras han trabajado muy bien —comentó Korin al pasar, apreciando ahora el cuadro completo y comparándose con sus propios dibujos — . Las flamas están mezcladas con las mareas de manera casi natural. — informó, ya que en parte había estado presente para supervisar aquello. Su padre asintió en silencio.

—¿Las piernas y el pecho también, Jibril?

—Si, padre, está todo.

Este se acercó a estirar las partes para corroborar, mirando con aprobación. Entonces se alejó y contempló los ropajes.

Las ceñidas telas purpúreas estaban rodeadas de capas color zafiro y de tonos oceánicos, marcando la casta entre los suyos. Tenía un cuello alto y no tenía mangas, por lo que podía lucir los dibujos nuevos, que nacían desde las manos, saltaban al antebrazo y rodeaban con discreción los hombros, escondiéndose en la clavícula bajo la ropa. Los únicos adornos eran las muñequeras y tobilleras de plata tallados con pequeñas lunas, los anillos de piedra aguamarina sobre la mano izquierda y tres hileras de perlas blancas, brillantes y tornasoladas como la luna, que caían en cascada sobre el hombro izquierdo, emulando la espuma de mar.

Los botones de plata cruzaban el pecho y el borde del cuello, superponiendo los colores entre una y otra capa; en tanto una faja plateada separaba la cintura de los pantalones anchos, de color ceniza opaco, delicadamente bordado y mostrando entre sus hilos el símbolo de la tribu, con las olas y la luna menguante. Sus pies, apenas cubiertos por una sandalias abiertas que dejaban entrever el trabajo de tinta, habían sido un pequeño obsequio por parte de Wen Fu, dado que no podían estar descalzos pero debían lucir el tatuaje. Un sólido cuero color mostaza, que resaltaba en la piel trigueña.

Luego de unos minutos, Jibril desprendió de su hombro derecho una gasa violeta para cubrirse parte de su cabello trenzado con hilos plateados y la mitad de su rostro, maquillado con kohl. Un movimiento para mostrarle a su padre que esa tela estaba presente, y volvió a replegarla sobre su espalda con los botones.

—Será sin duda algo extravagante para los Fuego verme así. Espero estar a la altura.

—Estás mucho más lejos que eso — le aseguró el Jefe Agua — . Tu futuro esposo debe hacer galas de su carácter celoso y separarte de las otras fieras que vienen con él, porque sus apetitos se encenderán y querrán que les cumplas otros favores — sonrió con burla — . Conociéndolos, no aguantarán mucho tiempo.

—Me sorprende que hables con tanta sabiduría referente a los extranjeros, padre — dijo Jibril de pronto, mirándolo con cuidado — . Es como si supieras.

—Claro que sé — señaló, en confidencia — . En algún momento, cuando era más joven, en aquellos intentos de diálogo entre guerras, hombres y mujeres de esa Nación quisieron negociar conmigo en otros términos — sonrió — . Por supuesto que los rechacé a todos, porque ya estaba casado con tu madre, pero no soy ignorante de sus apetencias. Y tú, hijo mío, serás el blanco de muchas miradas hoy.

—Ten cuidado, padre. En ellos esa ansia nunca termina, aunque pase la edad — alzó las cejas — . No vayas a descuidar tu espalda con el Señor del Fuego esta noche. Si son apasionados en las guerras, en las fiestas deben ser ciertamente imparables.

—Soy conciente de eso. De todos modos me preocupa más tu madre que yo mismo.

—No estaría tan seguro de eso...

—Deberás cuidarnos a todos entonces, futuro Cacique del Norte.

Apoyó sus manos callosas sobre los hombros de Jibril y le besó la frente con largueza y amor.

>>Hoy el mundo cambiará gracias a tu sonrisa. Disfrútalo.

———000———

—Ran y Shaw desearían que sus hijos pudieran moverse mejor, en sus nombres.

—No seas irrespetuoso, Arthur, al invocar a los creadores en esta circunstancia mundana.

Keegan y su hijo se miraron un segundo con largueza.

—Este clima no es para esta ropa, padre.

—En casa hace mucho más calor.

—No estoy todo el día vestido así. — intentó señalarse, pero recibió un correctivo en su pierna por parte del sastre, para que no se moviera mucho.

—Deja de quejarte, por favor, sólo lo tendrás puesto unas horas — el Señor del Fuego se cruzó de piernas, sentado bajo sus propios duros ropajes — . Has pasado por cosas peores.

—Lo estoy comenzando a dudar — se ofuscó, mirando hacia adelante con el ceño fruncido — . En el campo de batalla estaba cómodo, al menos.

—¡Jajaja, que irreverencia! Cómo se nota que estás enamorado.

—... ¡¡Padre!!!

El rubio suspiró con las mejillas rosadas, mirándolo ofendido. El hombre que lo vestía giró el cuello del príncipe de nuevo para que se quedara quieto, y le dio una mirada severa en silencio, recibiendo como respuesta un bufido de hartazgo.

—Su Majestad, por favor.

—Sí.

Keegan sonrió burlón, mirando distraídamente la habitación que los hospedaba. Wen Fu era un hombre de detalles, y se encargó que cada ala designada simulara las comodidades de cada reino, para que aquel día no fuera demasiado perturbador para los hábitos de cada quien; gesto que agradeció, ya que se encontraba bastante nervioso en el fondo.

Habían llegado hacía dos días y, cuando quisieron ver a la otra parte de la familia política, les dijeron que no podían saludarlos hasta tanto el joven consorte agua estuviera debidamente preparado. Así que, por aras del orgullo natural, el Señor del Fuego determinó que su hijo ya debería presentarse en las mismas condiciones.

Lo cual implicaba la condena de vestir capas duras y acartonadas por más tiempo de lo que debería.

—Al menos dime que no tengo que caminar mucho por este palacio para la ceremonia.

—No sabría decirte, pero son espacios grandes. Deberás cargar el peso de tus hombros con dignidad.

—Ya tengo suficiente con mis nervios, ¿no podía estar más liviano?

—De ninguna manera. Ninguno de tus antecesores escapamos de esto, y no serás la excepción.

—Creí que era precisamente, la excepción — alzó las cejas gruesas — . Esta unión cambiará todo, ¿Por qué no puedo cambiar también de vestimenta? Aunque sea quitarle un par de capas.

—Porque deshonrarás a tus ancestros, incluyendo al que te habla, si eliges tu comodidad sobre tu deber de representar al Primer Esposo — contestó seriamente —. Vamos, Arthur. Sé un hombre.

—...

Lo bueno que tenía ese traje es que no había sido creado para el actual príncipe, sino que era un atuendo ceremonial de bodas que había traspasado muchas generaciones, portado por todos los Señores del Fuego. Su tela era firme y, si bien tenía ajustes por las diferencias de cuerpo de los sucesivos descendientes, era antigua y no tan rígida como otras ropas nuevas especialmente mandadas a hacer.

Por eso, más allá del ejercicio de las quejas usuales — que el propio Keegan manifestó en su momento a Belenos, su padre — vio a su hijo con orgullo.

—Te ves hermoso — dijo en voz alta — . El verde de tus ojos resalta entre el oro de los nuevos bordados, y los rubíes del cinturón se reflejan en tu cabello, como si ambos revelasen los componentes de la llama de tu corazón.

Cuando la ocasión lo ameritaba el Lord no dudaba en adularlo, dentro y fuera de la cama. Si bien él mismo había heredado la belleza de su padre apodado el Perfecto, y la madre de Arthur había sido agraciada, la mezcla de ambos no fue estéticamente bien recibida entre los Fuego. La piel del Príncipe Heredero había salido muy pálida, sus ojos demasiado redondos y sus cejas oscuras desentonaban con el tono de sus cabellos. Los nobles habían pasado la vida del joven inculpando su falta de armonía al posible fracaso de la continuidad dinástica. Aunque el Señor del Fuego había logrado acallar esos rumores, habían sido insidiosos por mucho tiempo, logrando dañar el ego del Heredero; por más que hubiera demostrado su honor como guerrero bender, capaz de administrar con una inteligencia particular.

Algo había cambiado en esos meses, cuando los jóvenes novios comenzaron a escribirse con esas cartas. Nunca supo su contenido, pero los ojos de su hijo se vieron reflejados por un amor propio nuevo que borró los fantasmas de su inseguridad. Se sintió gallardo y se empeñó en verse perfecto, halagado por las bellas palabras que seguramente le había propiciado el Agua en torno a su apariencia. No estaba seguro si había sido directamente, pero algo de eso había existido.

—Gracias, padre — Arthur sonrió vanidoso — . Quizás cuando esté acomodado a mi cuerpo, no se sienta tan mal caminar. Ahora que lo pienso, lo que me dices resalta los atributos que más le agradan a Gabriel de mí. — sonrió seguro frente al gran espejo, cuando pudo contemplarse con el ceñido traje ocre, marrón y sangre con escamas pintadas en oro, emulando un lomo reptil desde el cuello hasta los pies del lado derecho.

—¿Gabriel? ¿Ya no es más Amalok-kin? — sonrió con picardía ante el sonrojo ajeno.

—Hemos entrado en confianza entre las epístolas. Me gusta mucho su nombre.

—Puedo notarlo, lo dices a cada rato.

—Lo siento, ¿estás celoso?

—Por supuesto, pero es normal. Ya se pasará — hizo un ademán, restándole importancia. Tomó la trenza castaña entre sus dedos y acarició las anillas de oro que la rodeaban, mirándolas con un dejo de melancolía, pero volvió a sonreír — . La capa del final en la espalda es un incordio, pero es lo primero que podrás sacarte luego del oficio — acotó el moreno— . Sino no podrás sentarte.

Arthur supo que Keegan acariciaba contemplativo el único recuerdo que había podido rescatar de Vanhi, aquellas anillas de oro en su trenza que había vestido desde que tenía memoria. Sabía que su padre, al tocar esos adornos, estaba soñando un mundo en el cual aquel gladiador natural podría haber sido su Consorte Real; un mundo que jamás existió, pues fue aplastado por sus propias leyes, pagando el precio final.

—¡Por Ran y Shaw! ¡Es como la condena de nuestro pueblo vestir así!

Por eso buscó aliviar la charla con mohines infantiles, que hicieron reír al otro.

—Sólo de los nobles y la familia real, Arthur. Nuestro Primer Esposo es libre de estos elegantes grilletes. Los naturales y los de Ciudad Baja van y vienen con sus vaporosas vestimentas y sus piernas livianas; las damas con sensuales vestidos y escotes, y los hombres con sus brazos bellos al sol.

—Ciertamente, les envidio.

—Creeme — sonrió de pronto — , yo también.

——000——

Fue un impacto intenso, tan repentino que muchos de los presentes contuvieron la respiración en cuanto se contemplaron mutuamente, por primera vez en varias generaciones, de verdad. Algo que en la guerra jamás había dado la oportunidad.

Los Fuego estaban fascinados por las características que el agua-control le daba a sus usuarios; especialmente en la familia del Jefe Tribal, cuya pureza de magia en sangre era incuestionable.

Sus pieles, tostadas por la refracción del sol en los hielos de los polos, eran patinosas y tornasoladas contra la luz. Una hermosa cualidad que todos los de la tribu tenían por igual. A esto se le sumaba el único factor que distinguía a primera vista a los naturales de los benders entre los Agua: excepto Naobi, Amalok y todos sus hijos tenían la esclera de los ojos teñida de un azul suave. Mientras más experiencia en el uso del bending, más profundo el color.

El fallecido Liben y su padre daban todo un espectáculo al mirarlos fijamente. Los hermanos que ya estaban casados comenzaban, asimismo, a perder un poco la diferencia entre el iris y globo ocular; en tanto, los más jóvenes tenían un celeste claro que era mucho más notorio con la luz natural.

"¿La luz me engaña, o sus ojos están teñidos de azul?" Kumya parpadeó asombrado, rígido, vestido con el uniforme de General de la Guardia de la Luz, situado al lado de Hiro y rodeando la corte Fuego "¿Cómo es que jamás lo note en combate? De ahí vienen los cuentos de los soldados..."

Aquel detalle físico que había llenado de miedo a generaciones a los guerreros fuego, cuyos sobrevivientes afirmaban haber enfrentado criaturas marinas devoradoras de humanos. Pero ya no había más guerra, y esos terrores pronto serían cuentos graciosos en las bocas de los niños del futuro. Ahora, frente a sí tenían a criaturas que los cautivaron en su belleza natural.

Jibril, vestido con su ceremonia, resaltaba entre todos ellos.

Los Agua estaban asombrados por ver en vivo y directo las espaldas rectas y las posturas perfectas de los hombres y mujeres de la sangre de los dragones. Parecían todos sacados de un cuento o de una pintura, bajo la ilusión de algún artista del mundo. Sus pieles y siluetas más variopintas que ellos mismos les daban la pauta de que sus contactos amorosos con pueblos ajenos eran vastos y amplios: desde la fría paleta del Príncipe Heredero, hasta los tonos familiares de Keegan, pasando por palideces y oscuridades, ojos de varios colores, narices rectas o respingadas, hasta el cabello rojizo al sol y los ojos de atardecer de uno de ellos, tocado por algún antepasado que amo en secreto a los míticos Hielo, en alguna orilla de los archipiélagos de la Nación.

Los hermanos del futuro consorte buscaron con curiosidad aquellos mitos con los que se habían criado en referencia a sus enemigos. Los usuarios del trueno-control - que sabían que allí habría varios - tenían en sus ojos relámpagos que habían borrado el color de su mirada, como una chispa que rebotaba siempre por dentro, esperando salir. No hallaron tal cosa, pero sí algo igual de llamativo: las miradas, tan diferentes en formas y tonalidades, tenía una intensidad que era muy difícil de ignorar. Esquivar los ojos de un Fuego era una tarea de mucha voluntad, pues el magnetismo que emanaban era irresistible. Se estaban dando cuenta en ese momento.

Sobre todo el único Agua soltero, que sintió la nuca erizada cuando dos pares de ojos, uno anaranjados y azul brillante, lo enfocaron desde la corte vecina; primero como un desliz, y pronto con mucha atención.

Evitar la mirada le costó tanto que empezó a sudar frío, hasta que no pudo evitar enfocarlos con sus iris verdes, iguales a los de Jibril. Con la devolución, los Fuego se sintieron satisfechos, y el de mirada crepuscular sonrió con picardía.

—Señor del Fuego.

—Cacique del Norte.

Ambos líderes se saludaron, y con ellos todos los familiares de ambos lados. Entonces, el Príncipe del Fuego y el Amalok-kin dieron un paso al frente de sus comitivas. Sus cuerpos estaban quietos y sus bocas cerradas, pero los rostros exaltaron sus semblantes con tal fuerza, que los hermanos de Jibril, los nobles, el Preceptor Real y el propio Lord, fruncieron el ceño en un arrebato de celos.

Las únicas que estaban satisfechas con el agrado mutuo eran Tora Kaminari, su criada Saeta, y la esposa del cacique, Naobi.

Amalok estaba algo celoso también, pero más orgulloso en el fondo de que el caprichoso y pequeño Fuego tuviera los ojos desorbitados por su hijo, al contemplar todos los cambios. Una pequeña, inocente victoria sobre la soberbia estética de los Fuego.

—Estás...

—Tú también.

Los jóvenes se sonrieron, mirándose con detalle en cuestión de segundos.

—Todas esas marcas, las hiciste por mí... — susurró, fascinado— ¿Te duelen?

—Casi nada — lo tranquilizó Jibril — . Me gustan mucho tus ropas ¿Puedes moverte bien?

—Pues... casi nada. — le confesó acercándose apenas, haciendo reír al Agua.

Esta vez fue Keegan quien sintió una victoria de su parte. Miró a Amalok y este, comprendiendo el juego, le sonrió con burla de regreso. Para cuando el Lord demostró su agrado en esa complicidad, el Cacique desvió con rapidez sus pupilas. El Lord cerró los ojos, resignado divertidamente ante el rechazo.

Contrario a toda la historia, aquellos desafíos no traerían conflictos.

Más bien, todo lo contrario.

——000——

Tras los anuncios de la unión en el trono principal de los Tierra, acomodado para ser una especie de altar de ceremonias, y rodeados por representantes, estandartes y los propios cabecillas de los reinos alrededor, los votos fueron proclamados en calma y expectativa. Allí, la realidad descreída se hizo patente y real para sorpresa de muchos, alegría de otros y disgusto de unos pocos. Allí, parados frente al otro, los oficiantes Tierra, Agua y Fuego hablaron cada uno en su idioma y luego en la lingua franca, la llamada Lengua Común, para que todos comprendieran el mensaje. Y ante el asentimiento de la pareja tras las palabras, y el estrechar brazos entre los gobernantes de cada reino, todo fue sellado entre la tiara de flamas mas grande, los anillos de aguamarina en las manos, y el lazo que ataba ambas manos tomadas color ocre.


Después de 400 años, la guerra terminó en un fuerte y largo aplauso.

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