El último deseo
—Gracias por este momento en soledad, querido Gabriel. Debe haber sido una molestia venir hasta mi residencia con tu hijo.
—Sabe que nunca es una molestia, Keegan. Su nieto siempre quiere verlo.
El antiguo Señor del Fuego sonrió. Algunos hilos de plata habían empezado a aparecer en sus sienes y su barba, pero mantenía la belleza y la altivez propia de sangre. Los ojos castaños reflejaron infinita ternura, y miró un momento hacia el amplio jardín, donde un niño rubio correteaba a unas mariposas—grillo entre las flores.
—Está enorme —comentó con amor, y el Agua miró en la misma dirección, disfrutando de las risas inocentes.
—Pronto cumplirá siete ciclos.
—Oh, dioses, cómo vuela el tiempo —suspiró con algo de melancolía, mirando de nuevo — ¿cómo se lleva con sus hermanos?
—Con los tres que han querido venir a Hokage, bien. Es muy cómplice de Luciano, el menor. Hay un poco de distancia con los otros cuatro, aferrados a sus madres en el Norte.
—Espero que hayas ofrecido darles cobijo aquí también, si no quieren dejarlos ir.
—No desean salir del Polo. Y las entiendo — lo miró — . En mi próximo viaje le pediré a Ivir que tengamos una charla más puntual al respecto, o establecer una edad para emanciparlos. Es algo que tengo que pensarlo mejor.
—Son niños, cada uno tiene sus tiempos — opinó, serio — ; sobre todo si son tantos, viven tan lejos y son de culturas diferentes. Tendrás que llenarte de paciencia para que no peleen por tu atención.
—Lo sé, ya estoy cumpliendo el rol. —se acomodó la trenza larga hasta el pecho, entretejida con hilos dorados y plateados bajo la tiara dorada.
Un cómodo silencio se armó entre ambos, mientras se dedicaban a beber el té desde sus vasijas, con movimientos suaves. A pesar de la edad, Keegan mantenía la elegancia de sus primeros años como soberano, y ya era un movimiento inconciente en sus gestos. Algo que no dejaba de seducir a su comensal delante, levemente ruborizado; pues aún recordaba los momentos en que habían compartido piel.
—Bien, imaginarás que no solamente he querido que vengas por la mera visita — sonrió tras el último sorbo — . Hay algo de lo que quería hablarte en persona, y es algo íntimo. Con todos tus deberes en ciernes junto con tu esposo, seré lo más breve posible.
—¿Hay algo que le preocupe de cómo hemos llevado las cosas? — lo miró atento.
—Nada que acotar al respecto de eso; de hecho, estoy satisfecho. Arthur ha superado largamente mis expectativas como Señor del Fuego. Es atento, memorioso y paciente. Cualidades propias de un líder, ideales para acercarse al Primer Esposo y a los naturales, que siempre se han sentido apartados de lo importante.
—¿Entonces?
—Es sobre el después. El de ambos, ese que han acordado cuando Alfred nació — cerró los ojos — . El pacto en el Oasis de los Espíritus.
—Oh... eso. Sí — dijo con un poco de pena — . No lo hemos olvidado, suegro.
—No es por ustedes, sino por la cuestión en sí misma. Vivir con una guillotina al cuello no es vida, y ahora que mi nieto empezará a ser educado formalmente, es hora de compartir mis impresiones y mi decisión.
—¿Decisión?
Keegan suspiró.
—La vida de los Fuego es muy solitaria en las clases altas. Ya lo has vivido. No tenemos más de dos hijos, nos separan de nuestras madres y nuestros amigos son pocos, con demasiados enemigos alrededor — se sentó derecho — . Aunque rodeado de un nuevo amor, Alfred no estará exento de su propia matriz cultural. Así que he pensado mucho lo que voy a decirte.
Tomó aire.
>>- No quiero que dejen a mi nieto crecer en soledad hasta el día que sea Señor del Fuego.
Gabriel bajó la mirada, porque la presencia de ambos en el mundo humano tenía una fecha de caducidad. Con esto en mente, el Príncipe crecería sin sus progenitores cuando cumpliera los diez años, tiempo límite que les marcaron las entidades pudieran sostener la desarmonía del Otro Lado. Una vez pasado ese tiempo, debían irse al Mundo de los Espíritus.
Todos, hasta el pueblo, lo sabían; inclusive, se habían dejado de festejar los pasos de los años, por temor a que aquello fuera cumplido. Por eso, el Rey Consorte entendía la preocupación de Keegan; una conversación que habían tenido con Arthur miles de veces.
—Suegro, no estará sólo. Él...
—Quiero que envejezcan a su lado —le cortó— . Y que tengan la maravillosa oportunidad que me fue otorgada como un regalo hasta hoy, por primera vez en siglos para alguien como yo — sonrió — . Del mismo modo, ahora que están todos bien, mi misión está completa y no tengo nada más que hacer en este mundo. — el Agua abrió los ojos casi azules por completo, apenas distinguibles entre el iris y la esclera por el afinamiento de su espiritualidad.
—¡¡Qué cosas está diciendo!!
—Que no quiero que ustedes vayan a sellar aquella negociación hace años atrás con los espíritus —lo miró— . Recuerdo que si el ciclo se regenera con almas a voluntad, sería lo mismo. Pues, aquí me ofrezco: quiero ser yo quien vaya en lugar de ustedes.
—¡¡Keegan!! ¡¿Estás loco?!
Por un momento, la informalidad del susto lo hizo ponerse rojo, y el antiguo rey se rió.
—Ustedes tienen muchísimo que hacer aquí aún, además de cuidar a sus hijos. Deben hacer prosperar a las naciones, y velar por estas puertas para enseñarle al mundo a entrenar el alma y saber qué hacer ante una Encarnación.
—Yo...
—Ya te lo dije, no tengo más nada que hacer aquí. Estoy pleno y feliz. Puedo irme en medio de la alegría que fue tenerlos como familia.
Se estiró, tomando las manos de repente con un gesto íntimo.
—¿Arthur sabe de esto?
—Sí, y no quiere hacerlo. Por eso acudo a ti — le apretó las manos — . Tú y yo hemos compartido esa intimidad hace muchos años. Sabes lo que significa...
Gabriel se detuvo, serio, comprendiendo el motivo.
—Quiere ir con Vanhi...
—Correcto. Si Amalok pudo ver a Liben e irse con él en su lecho de muerte, yo también quiero hacerlo. Encontrarme con mi amor para descansar a su lado, como una vez me diste la oportunidad, transfirgurandote tan maravillosamente; obrando en mí esa cualidad única de tu alma y de la que no eras plenamente conciente. Simplemente, te nació como Encarnación. Y como una, te lo vuelvo a pedir.
—No lo sé...
—Te lo ruego, Rey Consorte — lo miró con dedicación, susurrando para no gritar con sus ojos húmedos — . Es mi último deseo, para cerrar conmigo una era de guerras. Alfred cambiará todo con sus hermanos Agua. Lo sé — se tocó el pecho — , lo presiento. Por eso, debo hacer que esos engranajes sigan girando. Mas no quiero que ustedes se sacrifiquen por eso.
—Lo que pides es demasiado complejo — continuo en la informalidad — . No sé si habrá un equivalente.
—Intentémoslo. Al menos ayudará a aplacar la espera de esos espíritus y sus demandas por el equilibrio del mundo; y a ustedes les dará tiempo para permanecer aquí hasta que ambos deban partir, y traer con ustedes al Avatar — sonrió mas — . Eso es lo que me dijo ShiChen.
—... ¿Hablaste con ella?
—Hable con muchísima gente. Y saqué esta conclusión, después de mucho. Quiero hacerlo, por ustedes y por Alfred. Y por mi y por mi Vanhi — sonrió más — ; y ya nunca nadie nos separará.
El Rey Agua quedó mirándolo con infinita tristeza, pero también comprensión. Su padre había fallecido hacía algunos años por el desgaste provocado en el Oasis de tanto ver a Liben, tal y como habían vaticinado. Y, en su agonía, susurró que su primogénito le había dicho que lo llevaría con él y sus ancestros a descansar a la eternidad. ¿Qué diferencia había en este caso?
—Si lo hago... lo hacemos, tu alma va a descarnarse mientras estés conciente.
—Estudié todo, lo sé —dijo serio — . Será algo doloroso, pero nada comparado a todo lo que causé por mis ambiciones. Es el justo castigo para después tener una recompensa que me quitaron de las manos. Una que, de haberla tenido, quizás me hubiera detenido en la guerra; pero claramente el designio fue otro.
—¿Estás seguro de que quieres eso para ti? Los espíritus son inciertos, quizás no veas a Vahni inmediatamente, pues debe estar descansando en algún lugar.
—Absolutamente. Lo buscaré y vendrá a mí, lo sé en el fondo de mi corazón, querido mío —le acarició el rostro — . Vuelvo a rogarte, como humilde súbdito que soy tuyo ahora. Amada Encarnación de La. Convence a Ran que tome mi mano y tú la otra, para que puedan...
Amalok-kin apoyó las manos en los hombros.
—Hablaré con él.
——00——
—No, Gabriel.
—Pero, Arthur...
—Dije que no, Jibril — remarcó, deteniendo su camino, mirándolo con el raro enojo que tenía con su esposo. Volvió a caminar presuroso con papeles en sus manos, yendo de un lado al otro de la sala que era su oficina privada. Su esposo lo seguía como una sombra, tratando de que le prestara atención.
—Querido...
—No voy a aceptar un sólo capricho más de mi padre.
—¡Artorius!
El Agua se puso delante de él con el ceño fruncido, tomándole los hombros para detenerlo. El Fuego lo miró, sus ojos chispeantes con una pequeña rabia.
—¡Suéltame!
—No lo haré hasta que me escuches, esposo. Por favor — calmó su tono, mirándolo con atención. El rubio torció la boca con disgusto hasta que suspiró y se soltó, calmándose con un repaso a su nuca entre las telas duras del cuello. Caminó hasta su escritorio y dejó sus papeles, volteando hacia su Consorte.
—No entiendo por qué estas de su lado, avalando sus tonterías.
—No estoy de su lado, mi amor, escúchame —dio un paso hacia él, mirándolo con cuidado — . No es ningún caprichoso. Sabes que él no puede mentirme, está diciendo la verdad. Está cansado, muy cansado.
—Pues que pena por él, pero no dejaré que su supino egoísmo una vez más genere problemas — sostuvo el tono alto el rubio, con el rostro duro — . Ningún Señor del Fuego pudo tener un abuelo por siglos, con lo importantes que me has enseñado que son. Te pido por favor que no me convenzas de lo contrario.
—Lejos está de mi convencerte de nada, eres un hombre que siempre ha pensado por su cuenta — alzó los brazos y los bajó — . Por eso te pido que respetes la palabra de tu padre. Te ama profundamente y ama a Alfred, como también ama a nuestros otros hijos — comenzó — . Esto no es egoísmo, es un sacrificio.
—¡Basta de sacrificios, entonces! — exclamó, golpeando el escritorio con fuerza. El vapor salió de la nariz y de la boca, casi formando un pequeño fuego. El Agua lo miró de manera tan categórica que el Fuego se ruborizó — . Lo siento.
—Keegan ha sido abuelo; Alfred ha tenido esa dicha de tenerlo a su junto por algunos años — cerró los ojos y cruzó los brazos — . Y considera que ya está preparado para partir. Es conciente de todo el daño que provocó en el pasado, y ahora quiere balancear esa fuerza en su propio destino — señaló — . Por eso, desea regalarnos tiempo con Alfie, a cambio de su partida.
—... Que claramente no es altruista.
—Claro que no, conoces a tu padre, siempre tiene un interés — sonrió — . Pero es un interés que parte de algo puro y bello. Porque en él reside la última gota de una época que debe dejar de existir. Quiere liberar al mundo de ese lastre y, de paso, nos dará más espacio a nosotros para crecer con los niños, y no cuidarlos él en la soledad de su decrepitud.
—Yo... no puedo creer que estés argumentando a su favor — se sentó en la mesa, mirándolo cansado — . Estás pidiendo que sea artífice de la muerte de mi padre.
—No, lo haremos juntos. Para él esto no es una muerte, sino una piadosa justicia; algo que nos está pidiendo de rodillas.
Gabriel se acercó, acariciando el rostro que se le resistió unos instantes.
—Arthur, mi amor, debes dejarlo ir — susurró — . Como yo dejé ir a padre y madre cuando me lo pidieron. Tuve el honor de llevarlos de la mano al Otro Lado... es un privilegio que nadie tuvo jamás.
—Para mí no es tal cosa — sus ojos se llenaron de lágrimas — . No lo es...
—Es su último deseo. No habrá acto de amor más grande de que su único y amado hijo se lo cumpla. Ni la dicha tan grande, cuando puedas conducirlo a los brazos de aquel que se llevó su corazón para siempre.
Arthur lo miró de repente, con lágrimas en las mejillas.
—¿Crees que Vanhi lo espere?
—Podemos decirle, e irá a esperarlo. Si pude hacerlo con Liben, podremos hallarlo.
—Eso...
—Dime, querido mío; si fueras tú tu padre, y él tu hijo que es una Encarnación, ¿No pedirías lo mismo para verme?
—... por ti rompería el universo en dos — tomó las manos entre las suyas — . Casi lo hago. Lo sabes bien.
—Entonces, escucha el corazón de tu padre. Dejemos que finalmente encuentre la paz que en este mundo le arrancaron con tanta crueldad.
El Señor del Fuego bajó la mirada, quedándose tantos minutos callado que su Consorte se acercó a él, para buscar apenas sus labios, y abrazarse con cuidado.
<<Deja tu dolor humano a un lado y concédele esa luz, Ra. Verás entre tus dedos la llama de su alma brillar altiva, y dejarás ir al hijo más agradecido y fiel que hayas podido siquiera pensar que nacería de ti.>>
Arthur abrió los ojos al percibir en su mente la voz de Gabriel que no era Gabriel; y escuchó con atención, pero tampoco era Arthur. Las lágrimas caían detrás de dos ojos dorados de reptil con las pupilas afiladas, que se contrajeron, molesto.
<<Duele...>> la respuesta fue dada casi por un gruñido, desacostumbrado a usar lenguajes.
<<Esto es ser humano.>> le respondió el otro con suavidad, transmitiendo la calma de sus océanos.
<<No me gusta>> confesó <<. Pero este corazón tonto no quiere dejar ir a mis hijos mortales.>>
<<Por eso, querido dragón, es que debemos conceder esto a tu progenie. Calmará las turbulencias de nuestro mundo, y será feliz en tu seno para siempre.>>
La Encarnación de Ran frunció el ceño ante la verdad de la Encarnación de La, arrugando las escamas translúcidas entre la piel de sus sienes; se aferró a la espalda ajena, cerrando sus dedos como las garras que sentía tenía tras la piel blanda.
<<Y pase lo que pase, siempre estaremos juntos.>>
<<Está bien>> cerró los ojos, buscando volver a dormir en el cuerpo que lo guardaba, relajandose.
—... está bien, Jibril. Tienes razón.
Los ojos totalmente negros de La se cerraron y se volvieron a abrir, regresando a los verdes rodeados de azul.
—Gracias, esposo.
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—Nuestro trabajo ha terminado, Alfred.
—Padres...
Los festejos del Día del Heredero, el cumpleaños del regente de la Nación del Fuego, habían concluido luego de varios días de fiesta y alegría. Ahora todo volvía a su calma habitual con las tareas de siempre y las rutinas compartidas; al menos hasta ese instante, en el que sus padres llamaron al flamante nuevo Señor del Fuego a hablar con ellos en privado.
—Una vez, hace muchos años, tu abuelo Keegan dijo estas mismas palabras. Me enfadé terriblemente con él, pensando que era egoísmo puro de su parte. Ahora lo comprendo a cabalidad. Es hora.
Arthur no soltó las manos de su hijo, ahora más grandes que las propias, encerrándolas en suaves palmaditas con una sonrisa enorme y triste, que arrugaba su expresión. Los mantos rojos que lo designaban Señor del Fuego hacían que su hijo pareciera más alto, con sus hombros anchos y su espalda firme. Frente a él, los anteriores regentes parecían ciudadanos comunes.
—Hablamos de esto toda tu vida, y te hemos preparado para esto — dijo entonces el antiguo Consorte, apoyando las palabras de su esposo, acariciando la mejilla de aquel frente a ellos — . Ha llegado el momento de partir, y dejar paso al ciclo que debe traer al Avatar. Ya nos han concedido mucho tiempo de gracia por la obra de tu abuelo. Debemos honrar su sacrificio.
—Aunque este momento ya fuera anunciado desde el inicio, no deja de ser triste, Su Alteza.
La voz queda y aún tímida del joven Rey Consorte se oyó apenada, al lado de Alfred. Sus ojos verdes, redondos y atentos estaban con la vista baja, en una señal de respeto. Su expresión apenas podía adivinarse, pues los rizos apretados y dorados que brotaban de su cabello como un nido cubrían su frente; frente que fue despejada por Gabriel, para que lo viera mejor.
—Lo sabemos, pero ustedes ya son fuertes y hermosos, no tenemos nada más que velar para sentir que están seguros en este mundo.
—Pero, Matthew...
Alfred se mordió un labio, conteniendo las lágrimas para que no cayeran de sus ojos azules, brillantes como un zafiro.
—En el primer ciclo de su sol debemos ir al Oasis... — empezó Arthur, con una voz queda y suave; absolutamente diferente al impetuoso muchacho de hacía unas décadas.
— "... tras el equinoccio"; sí, lo sé desde niño — terminó su hijo de ojos cerrados, enojado por la idea — . No pueden pretender que lo asuma con tranquilidad, aunque sea un adulto — torció la boca — . Quiero que mi hijo crezca con sus abuelos y los disfrute.
—Lo amaremos hasta ese instante, y más aún — acotó el Agua, mirándolo con una comprensiva ternura y cuidado, porque conocía el voluble carácter de su hijo — . Estará rodeado de sus tíos y su familia en el Norte, para que no se sienta sólo. Nosotros estaremos; quizás de otra forma, pero...
—Es algo que nos trasciende, y eso también lo sabes — agregó el anterior Señor del Fuego. Miró con amor infinito a Gabriel y le tomó las manos, besándole las mejillas — . Ya es tiempo.
—Alfred, Ayar; sé que esto es doloroso — dijo el viejo consorte, mirándolos de nuevo — . Aún faltan unos meses, mas si hay algo que podamos hacer para aliviar el corazón, lo haremos.
El ruidito breve los interrumpió, sacándolos un segundo del tema de conservación. En los brazos del esposo del Lord se revolvió un bebe girando contra el pecho, enredando la pelusa rubia como la de su abuelo. Entonces, Arthur abrió los brazos en silencio, pidiendo cargarlo. El Consorte lo estiró con cuidado y se lo dio, observando cómo ambos hombres contemplaban sumo amor a la pequeña criatura entre ellos.
—Quiero que esté con ustedes todo el tiempo posible — dijo Alfred, con un tono resignado, mirando al vacío — . Que aprenda a sentarse y a caminar con ustedes, y que sean sus rostros los que reconozca primero. Para todo lo demás, nosotros tendremos tiempo.
—Como ordenes, hijo.
—Hay algo más... — Ayar habló entonces, mirando a su esposo — Se me ocurrió algo, aunque no sé si es posible.
—¿Qué es, esposo? — Alfred miró triste pero más calmado a su Consorte, acariciándole el rostro; lo que ambos podían permitirse mover con sus trajes imperiales. El natural sonrió ampliamente, con los ojos brillantes.
—Podemos crear un objeto para Matt, algo que recuerde a sus abuelos — miró entonces a los hombres delante suyo — . Algo único en el mundo.
—¿Qué tienes en mente? — preguntó el Agua, curioso.
—Bueno, saben bien de dónde vengo, Majestades — señaló, ya que era una natural de la Ciudad Baja; el mismo pueblo donde había crecido Vanhi el Sin Nombre hacía muchas décadas atrás — . Y saben que conocí a Alfred en nuestra afición común sobre las nuevas maquinarias que están cambiando la tecnología entre benders y naturales. Algunos prototipos ya están siendo probados en otras fábricas y calles de otros reinos, con éxito — sonrió, orgulloso — . Sólo estoy seguro de la parte mecánica, pero... permítame.
Los dedos del Rey Consorte fueron hasta el pecho del suegro, repasando con cuidado la medalla de oro con una flama tallada en rubí—caliza, piedra preciosa de esas tierras, que conservaba un calor natural propio proveniente de su formación volcánica. Este se quitó la medalla con cuidado y se la dio, para que la pudiera tener en su palma completa. Como era un natural, podía sentir de inmediato el calor, hasta un punto que comenzó a escocer la piel. Tomó entonces la cadena e hizo colgar el medallón en el aire, haciéndolo girar sobre su eje.
—¿Qué estás tramando, Ayar? — su esposo preguntó confundido, al igual que su padre. El rubio sonrió de pronto, mirando a todos.
—Las calizas conservan el calor por siempre, ¿cierto? están en su composición física.
—Sí, nunca ha perdido su calor — dijo Gabriel —¿Por qué?
—Pueden conservar elementos dentro de sí — pensó en voz alta — . Hay otras piedras, en otros reinos —enumeró — . La esmeralda-cuarzo en los Tierra, el aguamarina-ópalo entre los Hielo, los diamantes-cristal de los Aire, y las Piedras Lunares en los Agua.
—Son piedras preciosas que logran mantener los elementos matrices dentro de objetos, como cápsulas — agregó Alfred, enarcando una ceja — . Sinceramente, me tienes intrigado.
—Entonces, sí es posible.
El natural le devolvió la medalla al hombre.
>>—Pueden darle un último obsequio a Matthew.
——00——
Aunque el Rey Consorte no era un orfebre en toda su regla, su habilidad con la ciencia creciente de esa época, sumado a sus habilidades finas en ingeniería, pudieron darle la maña suficiente como para sabérselas arreglar, al menos en un principio. Dejó los detalles estéticos para artesanos que su esposo eligió especialmente para la ocasión y que solamente ensalzaban lo más importante.
—¿Aquí?
—Sí, por favor.
Las gotas de sangre cayeron espesas en los recipientes que contenían piedras de diferente origen, abiertas en mitades. Cuando aquel líquido vital, diferente al de todos los seres vivientes, cayó dorado por un lado y plateado del otro, ambos luminiscentes sobre los objetos, estos fueron sellados de inmediato, para no derramar una gota por fuera. Al sellarlos, las piedras resplandecieron con un halo que nació de adentro hacia afuera, haciéndolas luminiscentes cada una en su composición: en el rubí parecía una pequeña flama que bailaba por dentro, refractando sus tonos sangre; y en la Piedra Lunar el tornasol se volvió mas intenso, nacarando la superficie como una perla bajo del agua, con un resplandor suave.
Ayar suprimió con un suave gesto en su semblante aquella peculiar curiosidad de investigador, que había enamorado al Príncipe Heredero hacía unos años.
—Gracias por esta oportunidad, Majestades.
El joven Consorte se retiró, junto con los sirvientes y los artesanos, rumbo a la forja que tenían a unos minutos de Palacio; un taller de trabajo cuando tenían tiempo de meterse en su mundo de planos y máquinas.
—Espero que no se haya asustado al ver nuestra sangre — comentó Gabriel, apenas estuvieron solos en ese cuarto mirando la herida de su dedo, que se cerró con rapidez desde adentro. Observó con cuidado el color plateado entre sus dedos — . Ya perdí la costumbre de conservar las formas de lo ordinario.
—Dudo que haya algo que asuste a ese niño, querido mío — Arthur le sonrió burlón, limpiando el dorado con la yema de otro dedo — . Así se han chocado con Alfred.
—Es cierto. Siempre me pareció gracioso cómo defines esa relación.
—Es que fue literal; la máquina voladora experimental chocó contra el puesto de herramientas donde estaba parado Ayar — lo miró burlón — . No tengo otra manera de pensar en ese accidentado encuentro del Destino. Y así de imprevisibles son ellos.
—También es lo divertido de esta generación. — acotó Jibril, haciendo sonreír al viejo rey.
—En fin. No sabremos qué trama hasta que él nos permita verlo — continuó, tomándose la nuca con un suspiro — . Volvamos a las habitaciones, esposo, estoy agotado.
—Este mundo nos está desgastando — susurró el Agua, mirando hacia arriba con algo de melancolía — . Sé que hacemos lo mejor que podemos, pero ya no pertenecemos enteramente a él, y nos está empezando a drenar.
—Hemos estado demasiado tiempo aquí —concedió — . Comienzan a reclamarnos con prisa.
—Espero llegar al ciclo solar de Matt... — dudó el Agua; pero el Fuego le tomó las manos.
—Hasta el equinoccio, esposo. Sólo un poco más.
—Y después...
—Ya no habrá después.
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En su cuello aún algo regordete, el pequeño Príncipe tenía un hermoso collar de oro y plata, cuyo centro tenía engarzados entre sí una perla y un rubí, que tenían brillo propio. Sus ojos violáceos parecían dos piedras preciosas que acompañaban el brillo de las joyas, mirando atento y con inocencia a sus abuelos, fascinados con sus ropas y sus colores tan distintos.
—Te amamos, pequeño Matthew. — susurró Arthur, besando la coronilla rubia como una bendición. El niño respondió balbuceando algunas palabras inconexas, tocando las caras de ambos un momento; en las señales que ya indicaban un ciclo de su pequeña vida.
—Sé un buen niño, ¿de acuerdo? Serás el gran rey en un mundo distinto que tus padres están armando para ti. — susurró Gabriel, tocándole la punta de la nariz y haciéndolo reír.
Tras despedirse de todos los demás hijos que habían criado juntos por parte del Agua, los hombres finalmente besaron con cariño las frentes del Señor del Fuego y a su Consorte Real, dejando al bebe en los brazos de sus padres, quienes derramaban lágrimas silenciosas de amargura, pero fueron secadas con rapidez.
Alfred abrió la boca para decir algo más, pero el dedo de Arthur lo calló.
Ya estaba todo dicho.
Allí, con sólo los nueve hijos como testigos, el Fuego y el Agua, ataviados y coronados como los reyes que siempre habían sido, caminaron de la mano hacia el arca de mármol blanco que brillaba intensamente; en parte por la laguna circular que estaba cerca, cuyos peces giraron más rápido en cuanto las Encarnaciones se acercaron a aquel portal. En el fondo de aquel mundo ajeno al humano, los reyes actuales juraron ver los ojos mágicos del viejo Amalok, la dulzura de Naobi, de Liben; una mujer desconocida pero familiar que tenía la dulzura de los ojos del amado Heika, una Encarnación Tierra que ya había partido al ciclo hacía mucho cumpliendo su cometido y salvando a su hermano... y la inolvidable sonrisa de un joven Keegan del brazo de Vanhi el Sin Nombre quien, gracias a las investigaciones de Eiden, supieron que había sido un Yorunoto. Fue entonces cuando Alfred decidió darle su título de Consorte Real póstumo, trasladando su sepultura al lugar donde siempre debió haber estado: junto a su abuelo.
Escucho el mar sin sonido
Como la primera canción al nacer
Las Encarnaciones miraron a todos los jóvenes, y sonrieron con infinito amor.
Hasta siempre.
Se miraron mutuamente y caminaron hasta que la luz blanquecina se contagió en sus cuerpos;
Somos pequeños remos
Entonces puedes ir
apuntando lejos
El halo los envolvió, los delineó y, en segundos, los reveló como Encarnaciones y los desintegró de sus formas mundanas, para absorberlos y desaparecer junto con todo el poder de ese portal.
Sigue el viento del sur
nuestro barco seguirá navegando
La aurora boreal se detuvo en el firmamento al igual que los peces que, de pronto, cambiaron de dirección, y el cielo tuvo un nuevo color que hizo mirar a todos hacia arriba; de cierta forma, confortados.
La luz brilla sobre el mar oscuro
seguro que te llegará.
En algún lugar del mundo se escuchó el primer llanto del nuevo Avatar, quien había vuelto a nacer.
Nuestra canción eterna
Hasta el Fin de los Fines
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Por eso, querido Faris, es que este collar es tan importante para mí, y lo conservo como un tesoro que será tuyo algún día. Un tesoro que llenó al mundo de lecciones y dejó una era atrás para comenzar un mundo diferente, que fue construido sobre la base de ese noble sentimiento.
Y si acaso algún día quieres saber por qué, tras tanto tiempo, terminó la Gran Guerra, sólo debes mirar estas piedras y verás tu respuesta. Siguen allí, cuidándote como me cuidaron a mi siempre.
Pues el amor es la única fuerza en todo el universo que otorga la verdadera inmortalidad.
Y en ellos, ese amor fue tan legendario que lo cambió todo.
—————FIN—————
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