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El miedo del Cacique

El viaje al Norte fue más largo de lo que recordaba.

El aire que comenzó a ser helado en el océano, le trajo a Jibril una intensa felicidad y buenos sueños en los descansos. Y tan entusiasmado estaba, que rezaba a sus dioses para que las corrientes llevaran más rápido el enorme buque de acero, sorteando los primeros hielos flotantes y los icebergs que marcaban la cercanía con su tierra natal.

—Dime, hermano, ¿Hay algo que haya cambiado mucho en casa?

El Consorte Real de los Fuego apoyó sus manos en la baranda de la proa, ansioso al ver las primeras eternas paredes que comenzaban a delimitar las zonas tribales que bien conocía; algunas estaban destruidas por la guerra, pero se notaba que habían empezado a reconstruir y acomodar las barreras naturales.

Su gemelo se acercó a su lado, abrazándolo contento. Era un alivio hablar la lengua materna con comodidad, sin pensar en traducirla a la común. Entre los Agua, las palabras lunares eran más dulces, como una canción entonada en diferentes tiempos.

Por algo sus enemigos los habían apodado sirenas.

—Aparte de que Korin no deja de tener hijos, nada nuevo — Anthos lo miro divertido, tambien de cara al océano, disfrutando de la brisa helada — . Creo que hay dos niñas que no has visto nacer.

—Entonces les obsequiaré algo especialmente a la madre — sentenció con seguridad — . Con todas las cosas que me han hecho traer, creo que podré agasajar a la tribu entera.

—Y que lo digas. Hasta hace contrapeso en el barco — suspiro burlón, algo incómodo con la fastuosidad de todos los cofres con obsequios — . Los Fuego son algo... exagerados, con todo.

—Tenlo por seguro — le garantizó, sin dejar de mirar los horizontes azules — . Pero han cumplido su palabra; y, en el fondo, realmente no me lo esperaba.

Anthos lo miró de pronto, pero su hermano no volteó.

—¿Pensaste que podrían traicionar el pacto y matarte?

—Sí — dijo serio — . Estaba sólo allá, y realmente enfurecer a padre era casi un entretenimiento para los generales de esa Nación — se calló un momento — . No les hubiera costado mucho; eran todos contra mí.

—Y, sin embargo...

—Sin embargo, no fue así — lo miró — . El amor de Artorius es real, Anthos. En ese aspecto, nuestros dioses nos permiten discernir con claridad el doblez de las emociones; y no hallé nada más en él que ese cariño que aprendimos a tener en el tiempo. Un cariño contagioso que se extendió a sus parientes y amigos — el viento sopló los cabellos, ahora completamente sueltos, a la usanza de su gente y vestido completamente con los colores de su cultura — . Y que fue profesado con igual honestidad.

—Has obrado un milagro en ese pedazo de tierra caliente, hermano — el otro dijo, como si fuera una confesión — . No sé qué dijiste, o cuando, pero sus miradas y sus tratos fueron completamente diferentes a los de la boda, que sólo eran amables por obligación. Sentí lo mismo, y en verdad...

Miró al horizonte.

>>—Dan ganas de regresar.

Jibril lo miró con intensidad, ansioso de saber qué es lo que había decidido con respecto a los nobles Fuego después de esas semanas; pero su hermano ya no estaba con él, sino que sus pensamientos habían ido hacia el Sur.

Se enfocó en sí mismo y, calmando un poco su ansiedad, tocó su pecho entre los abrigos de piel blancos y halló una pequeña medalla dorada, tallando una flama roja con piedras calientes para el cuerpo.

<<Cuando estés lejos de mi patria, llévala contigo.>>

Los dedos se cerraron más aún, apretando el colgante. En ese momento se percató lo mucho que extrañaba a su esposo.

—¡Puerto!

La voz de uno de los navegantes volvió a la realidad a los príncipes, quienes se arrimaron con prisa al costado donde podían ver con mayor claridad.

Apostados con una guardia de arqueros y lanceros, veinte hombres y mujeres rodeaban a la numerosa familia del Cacique, con este y su esposa a la cabeza, casi al borde de la zona de atraco, con sus ojos atentos y sus sonrisas anchas. Cuando fueron haciéndose más visibles mientras el barco se acercaba, los sobrinos y sobrinas de Amalok—kin, más numerosos que la última vez, comenzaron a saltar y saludar, recibiéndolo con gritos de alegría. A ese entusiasmo infantil se sumaron sus hermanos y el pueblo llano, que estaba bastante más atrás.

—¡El último hijo regresó! — exclamó con algarabía una de las ancianas del Consejo Sagrado, asesoras del Cacique. Vítores se le unieron, en tanto los marinos terminaban de acercarse a tierra firme, con movimientos suaves del bending para que el agua se ajustara a los trayectos.

Al bajar la pasarela, la comitiva que había sido embajador junto con Anthos en Hokage descendió con calma, una vez que ambos jóvenes prácticamente saltaron al suelo y corrieron hacia sus padres y sus hermanos, que los encerraron en una abrazo colectivo enorme, lleno de alegría, caricias y lágrimas.

La Tribu Agua, a diferencia de los Fuego, se portaba como una inmensa familia extendida que no compartía sangre, pero si cultura. Y aquello fue para el príncipe mucho más notorio, al vivir tanto tiempo con otro pueblo.

Y, como nunca, volvió a valorarlo.

—Oh, mi pequeño Jibril... — Naobi se apretó contra él de tal forma que nadie más pudo alcanzarlo por largos minutos. La mujer lloraba largamente en el pecho de su hijo, a quien sintió diferente; pero estaba tan feliz de verlo que no se detuvo en eso.

—No llores más, madre, he vuelto. — le dijo con calma, buscando calmarla entre besos en la coronilla y caricias en sus pómulos, en tanto trataba de recibir de igual manera a Ivir y Korin, que se habían apretado a su alrededor, envolviéndolo en un abrazo más grande.

Al besarlo con fruición en el rostro, todos saludaron a Anthos y, entre la algarabía de la gente, Amalok lo observó con una serena seriedad, estudiandolo en cuestión de segundos. Su hijo lo supo, y aún así se acercó despacio hacia él, dejándose envolver por los brazos toscos de su padre.

—Bienvenido a casa, hijo mío — se separó para tomarle el rostro y sonreír ampliamente — . Estás enaltecido de verdad, ya no eres ese niño tímido que se fue de aquí; te ves como un soberano — besó su frente — . Vamos, vengan. El viaje seguramente ha sido agotador, y tenemos mucho que conversar.

La última frase fue dicha en un tono extraño, que ahora el Agua podía percibir con claridad. Lo miró un momento, pero se dejó llevar por la alegría del reencuentro, rodeado de amigos, seres queridos y parientes.

——00——

Ponerse al día con respecto a las novedades familiares de aquella prolífica gente tomó un día completo, más allá de las repreguntas surgidas de las dudas en las cartas. Del mismo modo, contar las vivencias en la Nación del Fuego, omitiendo los detalles más personales, había llevado otro tanto.

La luna estaba en su cenit cuando todos los relatos habían sido saciados al menos por esa jornada, para poder comer y descansar un poco mejor. El entusiasmo de Jibril le había sacado horas a su sueño, pensando que finalmente podría dormir a sus anchas y no tener horarios estrictos y breves como tenían los Fuego.

—¿Se levantan antes del amanecer? ¡Qué terrible! — comentó Korin, terminando de masticar la carne de su plato — Sólo lo haría con un excelente motivo, realmente. En épocas de paz no tiene ningún sentido.

—Tienen algo relacionado con "acompañar" al Sol desde que sale hasta que se pone. — explicó Jibril, sentado entre sus hermanos, comiendo todos a la par en la mesa, entre cuencos, bebidas y bandejas que se iban pasando con desprolijidad, comiendo con ganas y poco protocolo, puertas adentro de la intimidad del Cacique.

—Un espanto. Sólo dormí tres horas una vez — acotó Anthos, hablando de su estadía para ir a buscar a su hermano — . Me pasé todo el día como un idiota.

—Nada que sea algo difícil de conseguir... — susurró Ivir tras el vaso de agua, mirándolo de reojo. El aludido torció la boca y le tiró un pan a la cara, que atrapó en el aire con rapidez, en cuanto Korin se inclinó hacia adelante para esquivar el proyectil.

—¡Oi! — se quejó Korin, cuando se vio afectado en el rebote de las migas. Levantó un pedazo de pan y se lo arrojó a Anthos, pero cayó dentro del plato de Jibril, quién se sorprendió de pronto y frunció el ceño, dejando sus modales para agarrar un bollo caliente de carne con la mano, apuntando.

—¡Niños! ¡Por favor! — dijo Naobi, secándose con una servilleta de prisa para hablar, pero en el fondo realmente feliz, con sus ojos brillantes — Ya son grandes, compórtense.

—Si les sigues llamando así nunca dejarán de serlo, aunque tengan nietos... — comentó al pasar el padre de todos los jóvenes, comiendo su parte. Cerró un ojo cuando su esposa le dio un zape en el brazo — ¡Auch!

—No he pedido tu palabra, Amalok. Ancianos o no son mis niños, y en la Casa del Norte mando yo. — dijo con el orgullo de una reina y una seriedad mortal.

Todos los varones de la mesa se mostraron sumisos ante su mirada natural y dejaron de hacer desastres en una casa guerra de comida, volviendo a sus platos y sus manos a los cubiertos, continuando la comida hasta el final.

—Ivir, Korin, ya es tarde, regresen con sus esposas e hijos. En unos días haremos las visitas más amplias con los niños, pero deben regresar a sus tareas en la aldea. Quedan dos grandes desarmes de bases, y pronto deberán acompañarme al Sur — indicó el Cacique, cuando todos estaban en la sobremesa. Los hijos mayores asintieron con calma — . Jibril debe descansar de este viaje, y Anthos debe instruir a los niños mañana.

—Sí, padre. — dijeron todos al unísono, casi en automático. Naobi entonces despidió a cada uno, y se fueron retirando escoltados. Cuando los gemelos quedaron solos con los padres, el mayor miró al menor con resquemor, acercándose a él unos momentos para pedirle que lo acompañara rumbo a las habitaciones, y tener un último momento a solas.

—... ¿Debería confesarlo? — preguntó con inseguridad, lejos de los oídos ajenos. Cuando se alejaron lo suficiente, el Consorte Fuego soltó el brazo de su gemelo y negó.

—Lo resolveremos más adelante y será por mi mano, ya te lo prometí — le sonrió confianza, besándole una mejilla — . Ve a descansar, te espera un arduo día mañana y tengo la sensación de que padre y madre me quieren a solas con ellos el resto de la noche.

—Piensas bien. Están muy nerviosos, te vieron muy diferente.

—Lo sé, iré a darles lo que quieren — se alejó — . Buenas noches, hermano. Gracias por traerme de vuelta.

—Gracias a tí, por darme esperanzas — susurró, tocándose el brazo — . No quiero separarme de ellos. Que me entiendan de ese modo es algo que no voy a encontrar en nadie más en el mundo — se ruborizó — . Quizás... la próxima tampoco regrese aquí.

—Si ya lo has decidido, es palabra sagrada para mí. Pero resguarda ese tesoro, lo haremos realidad en su debido momento.

Con esa sonrisa que había enamorado a una nación entera, se alejó en los pasillos azulados, rumbo a la sala del trono, donde sus padres lo esperaban.

——00——

—¿El Oasis?

El príncipe menor estaba sentado frente a sus padres, todos apoyados en asientos largos de pieles de animales y terciopelos traído de los reinos terrestres, en la comodidad de la recámara privada cerca del hall del trono, donde Amalok pasaba sus días trabajando en la administración de su pueblo. Con las habilidades sociales más agudas gracias a las costumbres de los Fuego, Jibril notó con rapidez que sus progenitores se encontraban tensos, como si les incomodara estar frente a alguien que ya no era enteramente el hijo que habían otorgado como garantía del fin de la guerra.

—Debes ir lo más pronto posible. — continuó su padre.

—Descuida, iba a hacerlo en cuanto tuviera la oportunidad — sonrió — . Tengo mucho que agradecer y por quiénes rezar, más allá de Liben — pensó en Vanhi el Sin Nombre— . Ver a Tui y a La me dará esa paz que perdí en la armonía de mi elemento, tan aislado entre los extranjeros.

—Me parece bien — respondió el mayor — . Porque precisamente de eso queríamos hablarte.

El Agua frunció el ceño, confundido.

—Hijo mío, hace mucho hablamos con ShiChen, la monja Aire que representó a los suyos en tu boda — Naobi miró a su esposo y luego al muchacho, algo insegura — . Tu padre había tenido sueños muy extraños apenas regresamos aquí tras tu unión, y temió por tu suerte, en haber cometido... un error — dijo despacio — . Ella lo ayudó a cruzar el Mundo de los Espíritus y, además de ver a su fallecido hermano con bien, descubrió algo sobre tí.

—¿Sobre mí?

—Tu alma, mi amor, es inmensa — la mujer se apresuró a decir por sus nervios — . Tienes una gran espiritualidad, conectada específicamente con Padre Océano. Naciste con ella, y dijo que era imperante que empezaras a enfocar en ella apenas regresaras.

Jibril entonces parpadeó y bajó la mirada, concentrado en sus propias manos, que cerró y abrió con calma. Estaba teniendo una sensación extraña; y creía que era por estar en su elemento y con su gente, pero había algo más que no pudo precisar tras las palabras dadas.

¿Quizás por eso había podido sanar a la gente y ver las vidas antes de nacer? Había creído que era por tener el bending.

—¿Imperante? ¿Y por qué la prisa? — los miró de pronto, curioso — ¿No es la espiritualidad cercana y común a nosotros, como los Aire?

—Lo es. Pero en este caso es más puntual. Porque debes enfocarte en eso a partir de ahora — habló Amalok. En sus ojos había resquemor, pudo darse cuenta — . Eso es aún más importante que tu cacicazgo, o presentarte finalmente a las mujeres que hemos elegido para ti para que las preñes, me atrevería decir.

Naobi tomó la mano de su esposo de pronto, insegura de cómo decir lo que venía a continuación; un silencio que preocupó al joven, pero que no pudo dilucidar con prisa. Ni siquiera tenían el valor de decir aquella palabra que habian creido un cuento, porque era imposible; pero con los meses fue tomando sentido, acorde las noticias sobre las proezas del Agua en Hokage comenzaban a darle más peso a su existencia.

—Padre, si es tan importante entonces deberemos ir juntos hasta allá, para que los espíritus respondan nuestras preguntas. — continuó entonces, para saltear ese silencio.

—No — le cortó severo, como si hubiera cometido alguna falta — . Las ancianas del consejo te acompañarán; y tus hermanos o tu madre, si quieres. Pero yo no puedo ir más allá. — dijo, cerrando los ojos con bochorno.

—¿Por qué no?

—Me lo han prohibido, por consejo de la monja — lo miró, enfadado con la resolución pero ruborizado ante su propia debilidad — . Ya no puedo ver más el Oasis, porque me obsesioné con esos sueños; y cuando pude viajar hasta esos mundos, ver a tu hermano se convirtió en una necesidad y...

—Querido...

—No, déjame terminar — la miró severo y enfocó a su hijo — . Perdí el control, y comencé a faltar a mis funciones en la tribu. Tu hermano mayor tuvo que reemplazarme un par de veces, porque pasé semanas desvariando por la fiebre que me significó estar del otro lado. No quería irme... y no estaba, no estoy, preparado — se tocó la sien — . Algo quedó afectado, porque de vez en cuando... me pierdo — apretó los labios — . Y no se hasta cuando podré seguir siendo líder.

—Lo siento tanto, padre. — Jibril se acercó un poco, estirando su mano para tocar la pierna. Este le sonrió con tristeza, golpeando con ternura el dorso tatuado.

—Perdónanos por no decirlo, no creí que fuera importante en su momento — le aclaró, refiriéndose a las cartas que compartía con sus hermanos en la distancia — . Realmente pensé que era una enfermedad pasajera, hasta que el tiempo me hizo ver que todo tenía la misma causa. Por eso, hijo, aunque esta cuestión tan importante es real, no puedo estar a tu lado.

—No te preocupes. Iré con las ancianas — le sonrió de pronto — . Estoy seguro que además los espíritus me responden y sabrán que hacer para calmar tus pesares, son muy benévolos.

La madre de Jibril sonrió con los ojos húmedos, conteniendo las lágrimas. Del mismo modo, las siguientes palabras se atoraron en su garganta, de modo que tuvo que cambiarlas por algo mas mundano.

—Ya es muy tarde, mi cielo. Primero tienes otra cosas que hacer en la aldea — susurró suavemente con ternura, tratando de alivianar la tensión en el aire — . Estarás con el resto de la familia, y te mostraremos a tus prometidas para que las conozcas un poco.

Su miedo, instintivo y maternal, le indicó que si casarse con un Fuego había cambiado su mundo, arrancandolo de su cultura y su gente, decirle que sería una Encarnación lo destruiría.

—De acuerdo. Descansen entonces, padre, madre. Estoy muy feliz de estar en casa. — susurró con alegría. Al levantarse, salto de su pecho más visiblemente la medalla cálida con la insignia de los Fuego, que le había obsequiado Arthur.

Naobi Amalok-tan no pudo decirle que su camino no había terminado allí; sino que, finalmente, empezaría el real.

——00——

Otoño Estival del Año 252 DG

Costas de Hokage

Amor mío,

Espero que esta carta te llegue pronto. Han sido meses eternos para mí, entre mi ausencia y la tuya, y extraño tu calor como pocas veces he añorado algo en mi existencia, puedo jurarlo por los Dragones.

¿Has llegado con bien? Espero de corazón que la vuelta a tus tierras haya significado felicidad y alegría, como al regresar a mi hogar tras años de guerra. Esa sensación es maravillosa, y quisiera que la tuvieras contigo.

Aquí estamos bien. El embarazo avanza saludable y la barriga de Tora se ensancha, hermosa y redonda, augurando un buen avance. Se ha quejado de sus pies y de sus náuseas, pero me han dicho que es completamente normal. No tengo tus dones, pero me atrevería a decir con mi flama interna que siento que será un bebé maravilloso. Inclusive, pensé en algunos nombres, que te revelaré cuando la madre me lo permita. Más allá de eso, sé que heredará lo mejor de nosotros, de sus abuelos y abuelas, y tu moldearás esa dulce masilla entre tus amorosos brazos; peleándome por ocupar toda tu atención, mientras tendrás que pedirle paciencia a tus dioses para aguantar nuestras rabietas, en el afán de obtener tu sonrisa. Sueño profundamente con ese momento.

Quisiera confesarte algo, porque nada puedo ocultarte. Al irme de Palacio supe lo que iba a suceder con mi padre; y no sé si has aceptado o no la propuesta, pero en sí no se trata del acto, sino de lo que me pasó. Creo que tu influjo cayó sobre mí de algún modo, pues jamás había tenido problemas con mi padre en referencia a los amantes que compartimos. De cierto modo, me enfadé terriblemente pensándote en sus brazos, o en los de cualquier otra criatura sobre este mundo. No sé qué me ocurre, pero no quiero que nadie tenga tus virtudes; estoy terrible y vergonzosamente celoso de todos los que osen pretenderte.

Lo siento.

¿Estaré mal?

Llámame loco, después de todo lo que has tenido que aprender conviviendo a mi lado, mas anhelo todo tu amor sólo para mí, a la usanza Agua. Y temo traicionar a mi propia gente con estos deseos; aún trato de dilucidar por qué me ocurre. Es muy extraño.

No te asustes. No estoy enfadado, ni me enfadaré si es que ha ocurrido; pero es algo que me gustaría conversar a tu regreso, a solas. Quizás, como siempre lo has hecho con todos nosotros, sepas darme la paz que necesito.

Por favor, escríbeme pronto. Te amo y te extraño muchísimo.

Siempre tuyo,

Artorius.

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