El dilema del Príncipe
El amanecer incautó los breves sueños del Señor del Fuego, embargado en la emoción de aquel encuentro amatorio, real en carne pero ficticio en sus componentes. Aquel a quien su yerno había decidido encarnar, para que aquel pudiera sumirse en el éxtasis pleno, saldando una deuda eternamente presente en sus ojos, de haberse amado como lo que hubieran deseado ser juntos.
El hechizo se rompió tras los párpados abiertos del rey, cuando enfocó las cortinas borravinas atrapando la luz mortecina. Pero no se desanimó. Enredado en su trenza y sobre su pecho, Gabriel dormía apaciblemente, luego de una apasionada noche. Despejo el rostro moreno del cabello ondulado y besó su frente despacio, para despertarlo lentamente; recordando que los Agua dormían mucho más que los Fuego.
Un rato después, el Consorte abrió los ojos bajo las caricias suaves en las mejillas, buscando los ojos castaños.
—Buenos días.
—Buenos días.
Tras un beso apenas rozando los labios, el Señor del Fuego se incorporó y se puso de pie, desnudo como estaba, buscando una bata de cama que enseguida un criado apareció a colocarle. Otra segunda persona le dio algo fresco y una fruta para comer, y ambos desaparecieron como habían aparecido.
—¿Quieres desayunar? — pregunto, masticando una papaya.
—Me gustaría.
Gabriel estiró los brazos y las piernas de tal manera que hizo reír al Fuego, enternecido por esa pereza. El Consorte pronto supo que debía sentarse con cuidado, porque la exigencia del hombre había sido no menor.
"Eramos algo brutales, pero nos reíamos al principio, en el durante y al final. Era como un juego. Aprendí de él a pelar y fornicar. Fue mi maestro en todo." recordó del relato sobre Vanhi, y poco pudo quejarse; él había ofrecido aquello.
—Ven, con cuidado — le indicó divertido — . Lo lamento, te mandaré a poner un ungüento y a tomar un té que alivia esos dolores de inmediato. Suelen ser de alta demanda en estos estratos, imaginarás, así que te lo darán enseguida que regreses a tus habitaciones.
—Se lo agradezco, la verdad... — admitió algo ruborizado.
Desnudos como estaban los dos, ninguno comentó algo sobre aquella ficción amatoria. Muy por el contrario, parecía que nada había sucedido, porque no había miradas ni silencios incómodos.
—¿Sabes algo de la llegada de tus hermanos?
—En la última carta que recibí hace unos días, me dijeron que había emprendido el viaje. No era una comitiva ceremonial, porque cuesta mucho trasladarla. Entonces mandaron solamente a Anthos, que no tiene que ocuparse de la familia aún.
—¿Aún no se ha casado? ¿No es raro en tu gente?
—Honestamente, sí. Pero nada me han contado de él, ni siquiera él mismo. Cuando llegue, quiero saciar mi curiosidad — torció la boca — . Está pasando su tiempo de elección, y ya tendría que estar concentrado en eso.
—¿Le dará muchos problemas?
—Si mi padre cree que sí, los tendrá. Pero honestamente no lo sé.— Keegan lo miró largamente un momento, calculando algo.
—Y dime, querido mío; cuando tú seas el cacique, y si él siguiera en esa condición. ¿Le obligarás a cambiarla?
—No, no pondría esa ley lapidaria. Es condenatoria socialmente — dijo serio — . Quiero abolirla, pero no puedo ahora. Tengo que esperar.
—Sabio de tu parte — comió un poco mas la jugosa fruta — . Siempre hay que esperar un poco para obtener mejores resultados.
Gabriel se acomodó su cabello ondulado, peinándolo con los dedos distraídamente.
—¿Y usted cómo se encuentra, señor Keegan?
—Qué pregunta difícil, pequeño. La respuesta inmediata sería un "bien", pero creo que eso dimensiona muy poco mis verdaderas emociones. Es todo mas complejo e intenso.
—Ya veo. Entonces, ¿qué siente?
—Qué has obrado un influjo sobre mi alma, Jibril, por eso me siento en paz y tan extraño. Como si hubieras cosido correctamente los remiendos eternamente mal puestos de mi espíritu. — se tocó el pecho, emocionado. Hizo un gesto, y un sirviente le ofreció una bata de seda roja a Gabriel, quien se puso de pie, dejándose vestir a espaldas del otro.
—Es fácil, suegro — volteó a verlo sonriéndole con ternura, con la tela cayendo hasta la mitad de su espalda, mostrando la patinosa piel con algunas cicatrices— . Los peces somos sanadores. Curé su corazón.
La sonrisa de Keegan, nunca lo supo el Agua, volvió a ser la de su juventud, cuando aún estaba pleno en su amor.
—Y mi gratitud es eterna, amado Agua— le respondió con la misma ternura — . Tu magia me devolvió a mi querido por una noche, y fue maravilloso. Ahora me siento listo para recibir a mi futuro nieto, con el alma clareada.
—Estoy muy feliz por usted, Alteza.
—Aún así, más allá de Vanhi... espero haberte complacido adecuadamente.
—Lo ha hecho, es un gran amante — comentó con picardía — . Artorius ha sido muy bien enseñado.
Keegan sonrió mostrandose orgulloso y soberbio, pero tenía sus justas razones.
—Entonces disfrutemos este tiempo en soledad hasta que debas partir. Y preparemos el sitio para recibir al buen Anthos, que también hace tan feliz a los míos.
—Será un honor.
——00——
Luego de casi dos años de la boda entre los Agua y los Fuego, la comitiva de la Tribu del Norte fue avistada desde las lomadas más altas del archipiélago, haciendo su entrada a la Ciudad Central de Hokage. Toda la nación sabía el motivo de la llegada: el Consorte Real finalmente partiría a sus tierras para asumir su propio rol de Heredero, cumpliendo con los ritos de su gente.
No era, sin embargo, la fastuosidad de la última vez. El pueblo llano, entre benders y naturales, se arrimó con timidez y curiosidad al ver en el camino las insignias de la luna y el mar, ondeando en sus grises y celestes; casi trayendo un aire frío entre aquellos nativos de los polos, que barrían de a ratos la humedad pesada de los suelos Fuego. Era un grupo pequeño con algunos guardias y equipajes; y nadie resaltaba excepto un sólo joven, cuyo perfil pasaba casi desapercibido entre otros embajadores mayores a él.
La gente, sin embargo, le llamaba la atención no solamente la apariencia ya algo irreal de los waterbenders, sino que aquel muchacho se parecía mucho al ya conocido esposo del Príncipe Heredero, quien se había transformado en el consentido de los nobles y en la admiración de los ciudadanos, por las leyendas sobre sus habilidades curativas y premonitorias. Algunos, inclusive, lo habían confundido hasta que notaron el cabello corto.
—¡Papá, papá!
Nerella Yorunoto, con sus cinco años, ya era conciente de su posición y no estaba tan celosa de su hermanito Eiden, a quien tenía colgando en su espalda como un muñeco vivo; enseñándole a hablar, a comer y a sentarse apropiadamente, imitando los gestos de su padre, o la severidad de su tío Hiro. Se sentía sumamente responsable de la educación del bebé, y asumió el papel como tal.
Con ese carácter que ya estaba definiéndose en su personalidad, fue que buscó a su progenitor con prisa.
—Aquí estoy, hija mía. No es educado andar a los gritos — Kumya asomó su cabeza en el pasillo de la casa, encerrado hasta ese momento en su escritorio de trabajo — ¿Qué sucede?
—¡Llegaron los Agua! — sus ojos naranjas brillaron — . Escuché a la nana decirle eso a la cocinera. Ya subieron del pueblo — dijo entusiasmada, dando saltitos — ¡Es la familia del tío Gabriel!
—Hija, es el Consorte Real, no tu tío — le corrigió con suavidad, y la niña hizo un puchero.
—Pero el tío Gab me dijo que podía decirle tío, la última vez que vino a comer... — murmuró, jalándose las trenzas castañas y moviendo el pie.
—Él puede decir lo que quiera, pero yo soy tu padre. Y no debes traspasar las jerarquías, es educación.
—Sí papá... — bajó la cabeza apenada, pero Yorunoto sonrió y le besó la coronilla con amor.
—Ve a avisarle a tu madre, se pondrá contenta. Y gracias por decirme a mí.
—¡Está bien! — sonrió de pronto, con esa alegría de los niños que borraba tristezas entre un segundo y el siguiente. Cuando la vio marcharse, la sonrisa de Kumya se estiró, pensando en quien venía con ese grupo.
Veinte minutos después, Hiro Kaminari salió de su residencia con prisa en busca de su noble consorte, quien lo esperaba sentado en los jardines de la entrada de la casa.
—¿Es cierto esto? — preguntó acercándose hacia el otro hombre con un papel en la mano y un gesto que a toda regla parecía de enojo para los sirvientes. Pero lejos estaba de aquello. Kumya estaba totalmente acostumbrado a sus modos; de hecho, sabía que estaba ansioso.
—Están por ingresar a la Ciudad Alta — sonrió entonces — . El Señor del Fuego los esperaba mañana, pero el buen clima del mar les ha permitido llegar antes.
—¿Hay que avisarle?
—Debe haber sido el primero en saberlo. Seguramente está preparando la bienvenida junto al Consorte Real. Los Agua llegarán agotados del viaje.
—¿Y está... ?
Kumya se rió levemente ante el sonrojo carmesí de las mejillas de Kaminari.
—Sí, Anthos ha venido a buscarlo — le corroboró — . Tal y como nos había asegurado el señor Gabriel en su momento.
—Los Dragones nos bendicen de nuevo, amor mío — suspiró Hiro con un poco más de discreción, dando un paso breve hacia él — . Ha pasado una eternidad desde la boda. He añorado mucho a esa sirena.
—También estoy emocionado de volverlo a ver. Debe tener mucho para contarnos — miró hacia adelante — . Ante la ausencia del Príncipe, estimo que el Consorte querrá que esté junto a él en su estadía, así que no podremos ofrecerle cobijo esta vez.
—¿Crees que nos recuerde? — Kumya lo miró de pronto, asombrado por la pregunta.
—¿Y por qué nos olvidaría?
—No lo sé... — se rascó la barba del mentón —Ha pasado un tiempo, y quizás ya tenga su propia vida.
—Ha venido precisamente porque, si recuerdo correctamente, no se ha comprometido aún, así que no tiene asuntos paternales de los cuales ocuparse. Por eso ha sido el único hermano que le han permitido venir.
—Entonces planifiquemos recibirlo también — bajó más voz — . A solas.
—¡Jaja! Estás atrevido, Kaminari. Debe tener mil cosas que hacer, y tú pensando en follártelo para compensar la ausencia de nuestro lecho. — le susurró, mirándolo fijamente y sonriendo con sorna. El otro le sonrió de vuelta con un dejo de malicia, tras sus ojos zafiro.
—Sólo quiero recordarle la hospitalidad de los Fuego; somos criaturas agradecidas por los favores dados, después de todo — estiró sus dedos hacia la melena ajena, acomodando unos mechones castaños hacia atrás del hombro — . Hablas como si no pensaras lo mismo que yo.
—Eres el canalizador de mis deseos... — alzó las cejas divertido, haciendo que Kaminari riera por lo bajo. Kumya entonces correspondió el gesto, tomando la larga trenza negra, anillada con argollas de plata, la cual acarició y besó con cuidado — . Orquestaré todo para que nos dedique un poco de su tiempo.
—Por eso eres mi consorte. — concluyó el otro, besándole la mano con delicadeza, tratándose con discreción cuando estaban en público.
—Pongamos las galas en regla, esposo — respondió Yorunoto — . Tenemos un invitado que agasajar.
——00——
—¡¡Hermano!!
La expresión fue de una alegría absoluta. A pesar de haber sido instruido por los protocolos de llegada a la Nación del Fuego, los embajadores Agua no pudieron evitar que uno de los príncipes de la tribu se salteara la etiqueta al acercarse casi corriendo como un niño hacia su gemelo, abrazándolo con fuerza.
—¡Querido Anthos, qué alegría verte! — exclamó, tomándole los rizos iguales a los suyos pero más cortos, para que el otro le besara las mejillas dos veces, a la usanza de su gente — Ha pasado mucho.
—Demasiado, hermano. Te he extrañado horrores — le aseguró, mirando los ojos del mismo verde, aunque con la esclera apenas un poco más teñida de azul.
—¡Mira tu color! ¿Has estado instruyendo a aprendices?
—Sí, pero no mucho — susurró con una sonrisa ancha y preciosa — . Gracias a los dioses que estás bien.
—He estado maravillosamente — le acarició la espalda, contento por la familiaridad del tacto de su raza. Anthos se mantuvo así unos segundos más y, de pronto, la lengua común se convirtió en lenguaje lunar, para mantener la discreción de los asuntos de la tribu.
—Padre está muy preocupado por tí, quiere que vayas cuanto antes al Norte. Sus sueños han sido cada vez más pesados, y madre teme que después de estos años empiece a enfermar de querer buscar tanto a Liben.
—¿Los sueños de lo que me hablaste en las cartas?
—Sí, tenemos que volver al Oásis cuando estemos allá. Las madres del consejo están de acuerdo.
—¿Es por el cacicazgo?
—No, aún padre puede dirigirnos. Y lo ha hecho bien; a veces reemplazado por Ivir.
—Hablaremos a solas después.
El Consorte se separó a tiempo cuando llegaron a las escaleras de la entrada el Señor del Fuego con sus Guardias de la Luz, el Preceptor Real y un ejército de sirvientes del palacio, que se inclinaron ante los recién llegados.
—Sean bienvenidos, Tribu del Norte — dijo Keegan con calma, tras su corona y sus ropajes duros y pesados — . Una vez más la Nación del Fuego los recibe en paz.
—Le agradecemos, Lord. — el embajador más viejo se inclinó, y todos lo imitaron.
—Por favor, permitan que los acomoden en la residencia que he preparado para ustedes — hizo un gesto — . Dante.
—Señor... — contestó con delicadeza, y en un gesto de su mano, un grupo comenzó a ayudar a los recién llegados.
—Me da mucha alegría verlo de nuevo con bien, Su Alteza. — dijo entonces Anthos, inclinándose.
—El gusto es nuestro, joven príncipe. Siempre es un placer tenerlos de nuevo por aquí.
—¿Dónde está el Príncipe Heredero? — el Agua miró a todos lados, y Gabriel sonrió.
—Partieron hace dos meses a las costas, junto con la señora Tora Kaminari.
—Oh... ¿Sucedió algo?
—Fueron a engendrar a mi nieto — contestó el rey, orgulloso — . A pedido de la mujer, ella eligió el lugar y los tiempos. También a su pedido desea que el Consorte Real presencie el alumbramiento junto con el futuro padre, así que deberán regresar pronto — dijo con simpleza, cambiando de tema — . Espero, además, que su estancia aquí no sea tan breve.
—Para nada, debemos recuperarnos de semejante viaje y, según tengo entendido, mi padre tiene recados para usted, así que tomará un tiempo hasta que partamos de regreso. — miró a su hermano y le sonrió, con su rostro absolutamente interrogante sobre aquella situación en referencia a su cuñado. Gabriel le sonrió de vuelta, prometiéndole explicaciones.
—Perfecto, porque planeaba que disfrute un poco más que en los días de la boda, y todas las emociones que trajo consigo — sonrió con un dejo de picardía — . Pues no soy el único que quería verlo; seguramente ambos deben estar ansiosos, esperando su turno.
Anthos se ruborizó con violencia, buscando la mirada de su hermano para sostener el bochorno; pero este solamente se sumó a la gracia del rey.
—Entremos ya, debes estar agotado. — el Consorte Real lo abrazó, pegándose contra él.
—Ciertamente — lo observó, notando la mezcla de colores en sus telas, entre el rojo y el celeste; sin contar con la tiara-broche que rodeaba su cabeza con la flama real — . Estás cambiado. Tus gestos...
—No tema, príncipe Agua; no ha cambiado, sino que se ha adaptado, como corresponde — comentó el soberano, comenzando a caminar delante de ellos — . Sabes que dispones de toda el ala oeste del palacio, Gabriel. Acomoda a tu hermano a gusto.
—Así lo haré, Keegan.
— ... ¿Keegan? — susurró desconcertado, volviendo al lenguaje lunar unos segundos — ¿Se llama Keegan? ¿Por qué le hablas así... ?
—Una pregunta por vez, Anthos. Tengo que ponerte al día de demasiadas cosas...
——00——
La primera noche tras la llegada de los Agua llegó pronto entre los saludos, las cenas, las presentaciones y las charlas. Keegan había decidido dejar que Gabriel contara todo lo que había vivido de su propia boca, para que el impacto hacia el pariente fuera menor. Así que, tras un acompañamiento protocolar y educado, continuó su jornada laboral, dejando sólo a los príncipes de la tribu. Dante los acompañó hasta que el Consorte pidió la soledad con su hermano en los aposentos que iban a compartir, con un cuarto al lado del otro.
Entrar al ala oeste del Palacio Fuego, llamada en ese entonces por los sirvientes el Rincón de la Luna, era ciertamente surreal: se llegaba a ella por los rojizos pasillos y sus puertas caoba como cualquier otro ambiente teñido del color insignia de la Nación; mas, al ingresar, era adentrarse a una ilusión de la Casa del Norte; el palacete de cristal, hielo y acero regido por Amalok, en el que habían crecido sus cinco hijos.
Anthos pasó un rato largo azorado por los detalles idénticos a su memoria en la infancia, aún en plena guerra. Las decoraciones eran similares al gran cuarto que habían compartido alguna vez; e inclusive, había adornos auténticos que seguramente Jibril había mandado a pedir por artesanos entre los suyos, en el devenir de esos meses de espera. Parecía todo montado para los ojos del Agua; algo que le había concedido el regente, agradecido por las atenciones en esas semanas.
Atenciones que quitaron todo el asombro de la vista de esas habitaciones, para enfocarse nuevamente en el tema de conversación.
—Espera... ¡¿estás acostándote con tu suegro?!
Allí, sentados en la gran cama del Consorte que parecía un mar, estaban descalzos en posición de loto, despojados de adornos e idénticos como nunca, hablando en su lengua materna.
—Sí, lo hago.
—... ¿¡L-lo haces!? ¿Aún? — abrió los ojos, escandalizado — ¡Dioses, Jibril! ¡Y me lo dices con esa tranquilidad! — exclamaba desconcertado — Pero... ¿¡Por qué!? ¿Y Arthur?
—Keegan me deseaba desde hace mucho, así que le pidió permiso para cortejarme — le dijo con calma — . No te preocupes, Anthos, fue todo voluntario. Podría haberme negado.
—Y no te negaste...
—No. El Señor del Fuego me atrajo también; y a solas es ciertamente diferente. Arthur aprendió todo de él — sonrió apenas, respetando la cara ajena — . Así que en estos meses estuvimos algunas veces juntos, pero sigue prefiriendo a su amante natural, el Preceptor Real. Se contentó cuando coincidimos un par de veces los tres y, tras eso, se ocuparon más de sus asuntos.
—Qué cultura tan tremenda en la que te han metido, hermano... y tu acostumbrado entre un pariente y otro. Incluso con el consejero — alzó los brazos y lo bajó — . Lo siento muy irrespetuoso.
—Para ellos no lo es; si es informado, es bastante honorífico de hecho — le tomó las manos — . No ha pasado nada malo, estoy bien. Es la forma de estrechar lazos, nada más —omitió el hecho de que, encima de todo, tenían esa especie de juego perverso simulando ser el fallecido amante del rey, pues habían encontrado un curioso fetiche que los enardecía— . El Lord no está enamorado de mí, ni celoso de su hijo, ni desea romper nada; del mismo modo, sigo siendo esposo del Príncipe...
—... quién está con otra mujer, fornicando para preñarla — le terminó, con el ceño fruncido — . Y todos anunciados, y ella pidiéndote que críen al bebé cuando deba partir a otro lado, porque solamente debe estar con su padre y el Consorte Real... — se tomó la frente — ¡Es una locura!
—Es la costumbre que tienen. Me costó al principio, esa ligereza con la que hablan de meterse en la cama del otro, o amarse en multiplicidad delante de sus parejas... pero son así — se encogió de hombros — . Así como nos parece natural ahogar niños para hacerlos benders.
—Bueno, pero...
—¿Es diferente, acaso? ¿No crees que los demás reinos nos tildan de brutales primitivos por seguir haciendo esas cosas? Allí es donde haces un ejercicio cultural de empatizar y comprender los mundos ajenos — se tocó el pecho con seriedad, mirándolo fijo a los ojos — . Es parte de mi deber, entender.
—Puedes entenderlo, vaya, no digo que no — le señaló — . Integrarte y hacerlo... es muy diferente.
—Es la manera de vivir aquí, Anthos — se sentó derecho — . De todos modos, no es nada que no se sepa de las costumbres de las clases altas — dijo, con total naturalidad — . Es el quid de esta cultura, el lazo de la entrega del cuerpo. Tuve que entenderlo más pronto que tarde para aprender que no estaban ofendiéndome, sino todo lo contrario — sonrió apenas — . Muchos me desean aquí y busqué complacerme con la idea, pues no soy de piedra. El Preceptor Real lo intentó al principio, pero era muy nuevo todo. Luego Artorius me fue enseñando con paciencia como eran las costumbres. Así, mes a mes, año a año, fui entendiendo — se acomodó el cabello bajo la tiara de los Fuego — . Pronto lo naturalice y no me molesto más. Ahí comprendí a cabalidad todo mi entorno, cómo se mueven, cómo hablan, cómo ven a los extranjeros... la importancia de Tora, de que viajen a concebir y el perder la exclusividad, pero no la dedicación — sonrió ampliamente — . Es la diferencia. Con eso, no hay barreras que me impidan disfrutar de otros. Sean relevantes o no; o uno, o varios.
—¿¡Varios?!
—¡Ah, vamos, hermano! ¿Te escandalizas por eso? ¿Tú? — enarcó una ceja, y este se puso rojo, mirando a otro lado.
—No sé de qué me hablas.
—De Kumya y Hiro, grandísimo patán — le puntualizó divertido con las manos en la cintura— . Han pasado dos años, pero te extrañan como el primer día de la boda, cuando accediste a compartir una noche con ellos. No se han olvidado de tÍ; siempre me preguntaron por tu paradero cada vez que contaba que recibía cartas del Norte. Se ve que te has hecho inolvidable.
—Son obsesivos como todos los Fuego... no es mi culpa. — dijo con un puchero breve, cruzándose de brazos, y el Consorte río de golpe.
—Sabes como yo que están esperando que les dejes verte, ¿no? ¿o debo decírtelo? — preguntó buscando la mirada verde, pero su hermano sólo estiró su mohín y no volteó, concentrado en los tules aguamarina que caían del techo, como ondas de agua hacia abajo.
—No sé para qué quieren verme.
—Porque te quieren — le dijo con ternura. El otro Agua lo miró — . Te quieren mucho.
—Jibril, me acosté con ellos dos veces en esos días de la boda. Dos veces, fue por un jugueteo tonto y una diversion. Algo pasajero.
—Pasajero...
El Consorte Real estiró sus manos, repasando con delicadeza los brazos torneados de su hermano, que aún estaban sin marcar. Este se tensó, sabiendo en silencio que su hermano lo había descubierto.
>>—Puedes ser honesto conmigo, Anthos, estamos solos.
Un gran silencio se armó entre ellos dos, hasta que el gemelo bajó la mirada, triste. Jibril tomó las mejillas de su hermano, levantando el rostro.
—Yo...
—Por eso no te casaste aún — concluyó con suavidad, poniéndolo más rojo aún — . Por eso quisiste venir...
—Basta, Jibril.
—Los amas a los dos, y no sabes qué hacer.
—¡Dije que basta!
El agua que estaba en las copas cercanas a la cama se convirtió en una cuchilla en aire que, silenciosa y veloz, separó a Gabriel en un movimiento reflejo de defensa, pero que el Consorte supo esquivar con maestría, siquiera sin ver.
—¡Anthos!
—¡Cállate, hermano! — le espetó, arrodillándose en la cama, con la mano en forma de filo aún — Te han cambiado... pero yo sigo viviendo allá, con las reglas en las cuales me criaron, bajo las que crecimos juntos — se miró la mano — ¿Cómo crees que me siento? No sé que me hicieron esos malditos dragones, no pude olvidarlos nunca. Cada vez que cierro los ojos pienso en ellos; en sus voces, en el calor de sus manos... — sus ojos se humedecieron — Y tengo mi corazón con las costumbres de nuestra gente; para mí es romper mi mundo, ¡No sé qué hacer con esto! — se golpeó el pecho, señalando el corazón — ¡No te imaginas mi dolor! ¡No tienes idea!
—Calma, Anthos... — levantó la mano, mirando de reojo el agua de todas las cosas alrededor, que comenzó a vibrar en sintonía con la emocionalidad del bender; amenazando con reventar los cristales como balines — . Contrólate, eres un buen maestro. No asustes a los sirvientes afuera.
—Maldición...
Suspiró con profundidad, cerrando los ojos. Todo dejó de tambalear y quedó en su lugar; la gravedad mojo algunas cosas, pero todo volvió a su estado original en cuanto el Consorte hizo los mismos movimientos con sus dedos, y el agua sobrante fue depositada en diferentes recipientes. Cuando terminó, bajó las manos y miró al otro Agua, prudente.
—Sé lo perturbado que estas — se tocó el vientre — ; eres mi gemelo, lo siento. Y no le ves salida a nada, más que la deshonra de contárselo a padre. Pero no es necesario. Yo te ayudaré. — Anthos lo miró de golpe, enfadado aún.
—¿Cómo? Si es que acaso hay alguna salida.
—Cambiaré las cosas del destino, así como las cosas del destino me han cambiado a mí — le dijo serio — . Arthur y yo nos prometimos modificar el mundo que nos rodea para estar más cómodos, y que ustedes también lo estén. Eso incluye estas cuestiones — estaba hablando de verdad, noto el otro. ¿Cuánto había vivido Jibril en esos breves años? — . Cuando sea Cacique, ninguna de las Leyes te llevará irremediablemente a la humillación, ni rasgara tu carne por el deber. No — negó — . Son épocas de paz después de siglos de guerras y terror. Quiero que todos sean tan felices y libres de amar como aprendí aquí — le señaló — . Pero primero debes hablar con Kaminari y Yorunoto; para que sepan de tu boca qué es lo que pasa, tu posición y tus preocupaciones. Por ahora no podrán hacer mucho, pero estoy seguro de que querrán acompañarte, y se sentirán honrados de que quieras compartir eso con ellos.
—No — le cortó — . Ellos tienen esposas, hijos...
—... y son consortes entre sí. Se casaron hace un año, enlazaron las casas nobles que comandan — completó la frase, y el otro volvió a asombrarse— . Creeme, los problemas que tienen a diario son de otra naturaleza. Aunque estoy seguro de que sí querrán saber que estás angustiado porque los amas, y ellos querrán ayudarte.
—No hay solución a esto, hermano. Aunque des vuelta el mundo — hizo un gesto — . No existe escenario posible en que termine bien.
—Mientras ustedes estén bien y estés tranquilo, será bueno — le apoyó las manos sobre los hombros — . Serás el que tenga la última palabra, porque eres mi prioridad. Confía un poco en mí, ¿puedes hacer eso? — Anthos suspiró.
—... sí, supongo.
—Entonces deja que te vean. Hablen, confórtense mutuamente. Tómate el tiempo necesario. Deja que te den aquello que no has podido hallar en otro lado — le sonrió con ternura — . Y cuando estés en paz, volveremos a casa y podemos empezar a desenredar la madeja.
—No quiero ser una carga, Jibril — lo miró — . Tienes un puesto más pesado; además de engendrar, y luego cuidar al príncipe de estas tierras...
—Nada es carga cuando se trata de mi hermano — se estiró besando la frente. Anthos, en cambio, lo jaló entero y lo apretó contra sí, encerrándolo en un abrazo que escondió su rostro — . Está decidido. Cuando vayamos para el Oasis y liberemos a padre de sus miedos, pediré a Tui y a La que marquen tu destino con alegría. Quizás, como gemelo mío que eres, serás atípico y fuera de las reglas, como yo mismo lo soy. Por algo nacimos al mismo tiempo.
—Gracias, hermanito.
El Consorte Real acarició los rizos de su gemelo, hundiéndose en ellos en un beso cargado de un amor tal que su hermano comenzó a llorar; descargando todos sus sentimientos, reprimidos por años, contra el pecho ajeno.
——00——
—¡Me gusta el tío Anthos, tío Gab!
—¡Nerella! — Hikari apareció apresurada con su bebé pelirrojo en brazos, ruborizada — ¡No llames así al Consorte Real!
—No se preocupe mi Lady, me gusta. No pasa nada. — dijo este, divertido, mientras la niña lo rodeaba y miraba su ropa de colores mixtos.
—¿Has visto, mami? No pasa nada — la niña sonrió triunfante, colgándose de las telas largas del traje bordado.
—Lo siento, Su Alteza, pero son las reglas que debe aprender — dijo con algo de bochorno la mujer. Gabriel asintió, aunque no le gustó la idea de que una niña tan pequeña fuera tan formal — . Sólo si usted autoriza, le permitiré esa osadía cuando estemos entre íntimos, no delante de los demás.
—¿Puedes diferenciar eso, Nerella? — el Agua la miró, agachándose un poco — Si me llamas así sólo cuando estamos juntos y en familia, puedes decirme tío.
—¡Claro que sí! Es muy requete fácil para mí — clamó, orgullosa, haciendo reír a los adultos.
—Bien pues, ¿te agrada mi hermano?
—¡Mucho! Tiene una linda risa; aunque es más fuerte que tú, me parece.
—¡Nere! — su madre la regañó por ella de nuevo, en tanto el Agua comenzó a reírse.
—¡Es verdad, mamá! Tiene los brazos más fuertotes — lo marcó en su inocencia — . Y la espalda más grande que el tío... — se tocó la barbilla, pensativa.
—Él siempre fue más fuerte que yo — aceptó el joven — . En los entrenamientos era raro que le ganara.
La mujer lo miró largamente, pero agradeció la discreción frente a la pequeña de no mencionar que en esas épocas, los benders sólo eran máquinas de matar a sus enemigos Fuego. Y los entrenaban como tales.
—Es que parece así— siguió la niña — . Aunque sigues siendo el más lindo, tío Gab.
—Te agradezco eso, Nerella. Pero no lo digas muy alto porque mi hermano es muy celoso. — le hizo un gesto de silencio, y ella asintió con seriedad.
—Igual, me parece gracioso que se parezcan tanto... ¿por qué son tan iguales ustedes? ¿Son todos iguales a tí en tú país? — lo miró de pronto, imaginando una tribu llena de réplicas de Amalok-kin.
—Jajaja, no. Algún día nos sentaremos a hablar de eso, lo prometo. Y te mostraré cómo se ve mi gente.
—¡De acuerdo! — la niña miró a su madre — ¡Quiero que el tío vea que ahora sé cargar mejor a Eiden, y que ya le doy de comer! — estiró sus manos, dando saltitos — ¡Dame dame!
—Con cuidado, hija. — dijo la mujer, acercándose.
—A ver, muéstrame todo lo que has aprendido como custodia de tu hermano — replicó el Agua, siguiendo el dulce juego. Las mejillas rosadas de la infante se llenaron y se mostró dispuesta.
~
—Por los Dragones, Anthos, ¿Por qué no nos escribiste nunca contándonos esto? La angustia que habrás pasado en soledad...
En una de las salas de la Casa Yorunoto, aislados de todos, Anthos se hallaba sentado en unos futones mullidos de terciopelo color obispo, rodeado por las cabezas de esas casas nobles quienes, con discreción, se acercaban a él por caricias de atención y consuelo, rodeándolo.
La recepción de los nobles, dos días después de la llegada de la comitiva, fue cálida y entrañable, pero no con el final que habían deseado. Ambos habían sido, de hecho, instigados por el Consorte Real a que buscaran una ocasión de ver a su hermano a solas, aún y si él debía acompañarlo, o poner una excusa de por medio.
—No sabía que hacer, lo siento — suspiró, hablando la lengua común con algo de acento; algo que lo hacía más encantador a ojos de los otros dos — . Recordé a sus familias, y sus deberes, y yo...
—Deja de disculparte — le cortó Hiro, más severo que Kumya. Para compensar el tono, tomó una de las manos del joven entre las suyas — . Sabes que aquí las cosas funcionan diferente.
—Con todo lo que te hemos extrañado, y nos enteramos de esto... — continuó el otro, sin entender — Dos años es mucho, querido nuestro.
—No tienes que recordármelo. — le calló, hablando con una confianza que había roto todas las barreras de la cortesía entre ellos desde el primer momento. Aunque extraño, a los nobles fuego les gusto el trato así que lo dejaron ser; salirse de lugar les parecía más fascinante que estar con esa criatura en sí.
—Quédate con nosotros todo el tiempo que residas aquí, hasta que deban volver — ofreció Hiro, aún en su seriedad — . No podemos recibirte en las casas, pero permítenos estar contigo en el Rincón de la Luna, todas las veces que te apetezca.
—Podemos tomarnos unos días y amanecer contigo. — continuó la oferta el otro, y Kaminari asintió. El Agua los miró y se puso rojo, sin saber qué hacer con tanta atención.
Ciertamente, la mirada era el arma más letal de los dragones, aún con el mortal rayo entre sus dedos.
—Y esta vez no nos alejaremos de tí, aunque cruces el mar — agregó Hiro, estirando la mano para acariciar la mejilla — . Hasta que tu quieras.
—Honraremos tu corazón hasta que te hartes de nosotros. — terminó Kumya, acercándose un poco más, tomando la otra mano para besarla con cariño.
Anthos estaba tenso por todos lados, y podía sentirse hasta en las falanges de los dedos. Por eso, él mismo decidió cortar con sus nervios, aprovechando el acercamiento de Yorunoto para buscar su boca, que respondió de inmediato el beso profundo y dedicado. Instantes después, tomó el rostro de Kaminari e hizo lo propio, hasta que este le mordió el labio inferior al separarse. Un leve vapor apareció en la habitación, producto del choque de los elementos que emanaban de las pieles.
—Vengan esta noche a mi alcoba — el pedido fue entre una orden y un ruego, con un arrebato en la voz. Ambos Fuego sonrieron con satisfacción.
—Iremos sin falta, Su Alteza.
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—Socórreme, Dante, te lo ruego.
El hombre volteó en su camino y miró sorprendido al Consorte Real, quién se acercó a él iluminado con una lámpara de aceite en su mano, delineando su silueta en el silencioso y oscuro pasillo, a esas horas de la madrugada.
—¿Está bien, mi señor? — lo miró preocupado, al ver que tenía su ropa de dormir, cubierta por una ligera bata azul marino.
—Sí, sí — dijo divertido, haciendo un ademán — . Huyo de mis aposentos un rato.
—¿Ocurre algo en el Rincón?
—El problema es que no dejan de ocurrir cosas — se arrimó a su junto para hablarle en complicidad — . Los gemidos de mi hermano no me permiten dormir, está muy pegado a mi habitación.
—... ¡Oh! — Dante sonrió — Veo que los señores nobles han llegado.
—Al parecer, y no están perdiendo el tiempo.
—¿No le han invitado? Eso es algo grosero.
—No, y no me ofende. Las costumbres de mi hermano son más puras que las mías entre los nuestros, y es algo impensable compartir esa intimidad con él — lo miró de pronto — . La verdad, tampoco podría. Creo que es mi límite.
—¿La filiación? Es comprensible, Su Alteza — admitió — . Está bien que también respeten aquello de su hermano príncipe.
—Si quieren que esté de buen humor para fornicar, más les vale. Anthos tiene su carácter. No es tan voluble como yo.
—Usted no carece en absoluto de carácter, si me permite — le corrigió, comenzando a caminar en la misma dirección — . Quizás tenga otros modos, pero... sabe imponerse.
—Veo que lo dices por alguna reflexión personal.
—Absolutamente. Tengo argumentos para ello — sonrió de pronto — . Ha sabido manejarse entre tanto poder porque tiene un don de mando muy especial. Que resalta, sin duda, en el lecho.
—Arthur debería dejar de presumir tanto.
—No lo culpe. Yo también lo haría, si fuera mi esposo — lo miró — . Y bastantes motivos da, también, siendo sólo amante.
—Veo que me estás invitando... — sugirió mirando al frente, y Dante hizo otro tanto.
—Bueno, usted está siguiendo mis pasos, y vamos a las recamaras privadas del Señor del Fuego — sonrió — . Se sorprenderá gratamente de su visita.
—Espero no interrumpir nada. A veces sé que Su Majestad quiere tener momentos con cada uno.
—Bien pues, acabamos de intimar haciendo un divertido experimento que incluye varios objetos, y nos preguntamos si alguna vez querría mi señor Consorte probarlos.
—¿Objetos?
—Instrumentos para ayudar al placer.
—Mnh, no los conozco. Es curioso.
—Entonces a mi Señor le encantará presentarlos...
La risa suave y cristalina del Agua se perdió entre los pasos y la penumbra de la madrugada, en aquellos infinitos pasillos del Palacio del Fuego.
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Las siguientes tres semanas parecieron horas para los habitantes de Palacio, en las cuales no hubo tiempo más que para ponerse al día y recordar que las distancias no disminuían el amor, sino que lo acrecentaban.
Así y todo, los Agua debían regresar con los suyos, y eso significaba la partida también del Consorte Real; que no iba sólo, sino con todos sus cambios, su experiencia, y con los baúles cargados de obsequios por parte de los Fuego a toda la familia del Polo Norte.
Por favor, regresa pronto.
Aquella sentencia fue dada por varias bocas diferentes, en varios sitios, en varios momentos, a lo largo de las últimas horas de la noche y el amanecer siguiente; entre lágrimas, besos, suspiros y promesas de amor.
Así, comenzaría un largo viaje que tomaría todo el embarazo de Tora, hasta que Jibril Amalok-kin pudiera regresar a los brazos de Arthur.
Y lo que regresaría con él, sería completamente diferente.
--00 FIN PARTE 2 00--
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