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Capitulo XLV

Lo vivido y lo que le contó Jon dejó destrozada emocionalmente a Kath, quien siguió andando como alma en pena sin percatarse de hacia dónde iba. Solo caminaba. Y eso hizo que fuera por calles secundarias donde iba poca gente y casi nadie. El agotamiento y el leve dolor del tobillo la detuvo hasta apoyarse en una pared que tenía cerca.

Las cosas no podían ir peor. La corta paz había terminado con la llegada de William Ashford, Barón de Logroño y primo de Nathan. Ahora entendía sus advertencias, pero con esos antecedentes ¿por qué Nathan lo aceptaba en su casa? ¿Acaso le creía inocente? ¿O había un motivo oculto?

Esas preguntas hicieron que ella sintiera una rabia que crecía dentro de sus tripas. No quería creer que Nathan creyera a ese primo suyo, ya había dejado claro que no se llevaban bien. Entonces no entendía por qué lo aceptaba en su casa. Deseaba saberlo, pero tampoco tenía derecho a pedirle explicaciones. ¿O sí?

Fuera como fuera, no era justo. Se sentía traicionada por Nathan por ocultarle información.

¿Acaso él creía que ella no lo podría soportar por lo ocurrido con el Marqués? ¿Que por ello saldría corriendo? ¿Tenía razón? Ella creía creer que no, pero ahora no estaba segura de nada.

De no ser por Nathan ella no se habría recuperado. Le dio fuerzas, pero aún así... era un egoísta por engañarla. Estaba enfadada con él, pero también dolida. No pudo contener sollozar de rabia.

―¿Señorita? ¿Se encuentra bien?

Al oír una voz repentina ella se sobresaltó, miró asustada y vio que era un joven elegante claramente preocupado por su bienestar. Ella rápidamente se limpió la cara de lágrimas y disimulo estar bien. Entonces pudo verlo mejor.

Ese joven bien plantado, con la vestimenta elegante y bien arreglada. Pertenecía de la nobleza, como Nathan. Hasta podría ser de su misma edad por la mirada varonil y inmaculada que tenía.

Toda su vestimenta era de un verde tropical, con un bastón negro y botas de montar negras. Su pelo castaño oscuro peinado hacia atrás salvo dos mechones que caían sobre su hermoso rostro, sobre sus ojos color avellana que la observaban fijamente.

Kath estaba sorprendida de verlo allí, tan lejos de la calle principal, y también su atractivo. Llegó a pensar que era casi tan atractivo como Nathan. Puede que incluso... parecido a él.

De repente él le extiende un hermoso pañuelo de seda blanco con dos rayas azules, con una sonrisa amable, enseñando sus dientes blancos y pulidos.

―Tenga. Así no dañará su bello rostro ―ofreció ese joven desconocido. Kath se sorprende y duda de aceptarlo―. Acéptelo por favor. No quisiera que por frotarse de esa manera los ojos se le irriten, que son del mismo color de mi ropa.

―Ehm... muchas gracias, señor.

Ella aceptó el pañuelo y con delicadeza se limpia las lágrimas de sus ojos con el. Era muy suave y tenía un dulce aroma a lirios. No tardó demasiado en limpiar la cara entera.

―Lo siento mucho, lo he ensuciado.

―No se disculpe, se lo ruego. Estoy encantado de que mi pañuelo haya sido usado para tal tarea. ―dijo él encantado―. Estoy satisfecho con ello, se lo aseguro. ―él hizo una reverencia caballeresca muy elegante y hermosa―. Espero que ahora esté mejor.

A Kath le hizo gracia esa galantería tan poco vista por su persona.

―Sí. Muchas gracias de nuevo. ―agradeció ella―. Le lavaré el pañuelo y se lo devolveré.

―No hace falta. Quédeselo ―insistió él con la mano alzada―. Usted le sacará mejor provecho que yo.

Kath entiende que es inútil insistir y acepta su obsequio guardándolo en su bolso.

―¿Con quien tengo el gusto? Si no es indiscreción, claro.

―Me llamo Katherine. Katherine Jackson. Todos me llaman Kath. ―respondió ella haciendo una humilde reverencia―. ¿Y usted?

―Vaya, qué descortesía por mi parte no presentarme primero, mil disculpas ―dijo él claramente arrepentido.

Kath intentó quitarle importancia. De repente empezaba a sentirse algo mareada.

―No... pasa nada, señor.

―Permítame que me presente, señorita Jackson...

Kath sentía que cada vez se sentía más mareada y adormecida. Sus piernas empezaban a tambalearse de un lado a otro, perdiendo las fuerzas. Intentaba apoyarse en la pared para no caer.

―¿Qué... me pasa...?

―Muchos me conocen en esta ciudad, y nunca se atreverían a cruzarse conmigo por los supuestos crímenes que me inculparon hace años atrás.

Kath oía a ese caballero como si estuviera muy lejos. Intentó mirarle pero lo veía doble. No entendía porque no la ayudaba y se quedaba ahí de pie. Un momento, ¿qué decía de ella y unos crímenes?

―Por eso a sido muy arriesgado acercarme a ti antes, cuando saliste de la casa del capataz de mi querido primo Nathan. Pero he tenido mucha suerte, y te has metido en esta calle desierta. Sola.

Kath estaba lo bastante consciente para entender lo que esas palabras significaban. Se asustó e intentó irse, pero al dar un paso cayó de rodillas a espaldas de ese hombre.

Oyó los pasos de él acercándose, y entonces notó unos dedos acariciando sus mechones.

―Usted es...

―Exacto, querida ―dijo él antes de atraparla para evitar que cayera casi inconsciente al suelo. La apretó contra su pecho mientras veía como cerraba los ojos―. Soy William Ashford, Barón de Logroño. Es un verdadero placer conocerte, Katherine. De verdad que sí.

* * *

«―Buenas noches. ¿Puedo hacerle compañía?

―¿Quién es... usted?... ¿Te conozco?

―¿Qué tal si me pones al día de los últimos años de Nathan? Seguro que ha pasado algo interesante.»

Jon se despertó de golpe sobresaltado. Se había quedado dormido velando por su hermana que aún dormía en su cama. Gracias a eso pudo recordar que la noche en que se borracho había hablado con alguien, ese alguien no era otro que William Ashford.

Alarmado salió apresurado de su casa e intentar alcanzar a Kath a tiempo para escoltarla a casa.

* * *

Casi a la hora de comer, un carruaje se detenía ante la entrada principal de la mansión Sullivan. Sofía no tardó en salir a recibir al recién llegado que bajaba del carruaje mientras su ayuda de cámara y el chófer bajaban el equipaje del techo del carruaje.

A Sofía le sorprendió la llegada inesperada del primo del amo Nathan, pero lo disimulo.

―Bienvenido, lord William. ―saludó ella haciendo una reverencia.

―Cuantos años sin verla, Sofia. ―dijo él cogiendo la mano de ella para besarlo como si fuera una dama. Ante ese gesto Sofía se ruboriza asombrada―. Por favor, no tenemos por qué tratarnos con tanto formalismo. Somos casi familias.

―Eso es cierto, señor. Pero mi posición es inferior a la suya, por lo que debo tratarlo como tal.

A William le hizo gracia los buenos modales de Sofía. Era una pena que se desperdiciara así.

―¿Está mi primo en casa? ―preguntó cambiando de tema.

―¡William!

La voz de Nathan se adelantó a Sofía, que con William se giró para ver a su amo de pie en lo alto de los escalones de la entrada. Nathan estaba con los brazos cruzados contra el pecho y las piernas separadas para mantenerse firme.

Sofía pudo ver que su amo no estaba nada contento de la visita de su primo. No le sorprendió.

―Nathan ―saludó William con una sonrisa de oreja a oreja.

Él entregó el abrigo y el sombrero a Sofía, quien no tardó en retirarse con la aprobación de Nathan. Mientras William caminaba hacia él, Nathan bajó los escalones paso a paso, sin dejar de mirarlo fijamente y con cara seria.

―Te veo bien ―comentó William al tenerlo enfrente.

―¿A qué debo el honor de esta inesperada y apresurada visita? ―preguntó Nathan.

―Siento que mi carta tardará tanto en llegar, pero es que tenía muchas ganas de regresar y volver a verte, querido primo ―dijo William sin abandonar su sonrisa.

―Ya veo.

―Han pasado muchos años desde que me marche.

―Cierto.

William vio que su primo estaba totalmente a la defensiva, y no estaba para nada contento.

―¿Qué sucede? No pareces muy contento de verme. ―dijo sonando desconcertado―. No nos vemos desde hace muchos años. Casi desde que éramos unos mozos.

―Han pasado muchas cosas desde entonces, William.

―Ah, es verdad. Lo siento ―dijo su primo bajando la mirada, apenado―. Siento lo de tus padres ―Nathan disimulo indiferencia, pero por dentro aguanto su rabia―. Fue un duro golpe para todos, pero más para ti. Siento no haber venido al entierro. Estaba al otro lado del Atlántico.

―No es eso, pero te agradezco las condolencias ―dijo Nathan, cambiando enseguida de tema.

―Entonces, ¿de qué se trata?

―¿De verdad que no te imaginas de lo que hablo? ―preguntó él, empezando a cansarse de la indiferencia de su primo―. Hablo de las chicas a las que abusaste hace unas semanas.

―¿Chicas? ―preguntó William, sonando confundido―. ¿Qué chicas?

―¡No te hagas el tonto conmigo, William Ashford! ―Nathan sonó enfadado y autoritario―. Puede que convencieras a tus padres y a la policía, pero a mí no. Te conozco muy bien y sé que eres capaz de todas esas acusaciones y mucho más. Así que deja de fingir conmigo, y en mi cara.

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