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Capítulo LXXVII

Un mes después...

Víspera del baile.

Katherine estaba muy nerviosa. Esa noche es el baile que sus padres habían organizado para ella, para que sus amigos más cercanos y conocidos la conociera por quien era y no por ser "la hija robada". Ella agradecía ese detalle, pero se sentía fuera de lugar. Aun se sentía como una invasora en ese mundo donde hasta hace muy poco ella servía como una más del servicio, una simple sirvienta.

"Cuando te hayas convertido en una Perfecta Sirvienta... quiero que seas mi Perfecta Condesa."

Katherine sonrió con nostalgia al recordar la "petición" que Nathan le hizo una vez. Deseaba con todas sus fuerzas volverlo a ver, y lo haría esa noche según su madre. Esperaba que así fuera. Y más cuando recibió dos buenos regalos aquella misma mañana mientras desayunaba.

Uno era el hermoso vestido color esmeralda con bordados verde oscuro que luciría esa noche junto con un collar de perlas negras y unos hermosos pendientes de esmeraldas. Nathan se lo había enviado como regalo de compromiso y ella estaba muy ilusionada con ponérselo y ver la cara de su amado al verla con el vestido puesto.

—¿Estás nerviosa?

Katherine miró a Esther desde el espejo de cuerpo entero que tenía delante y le sonrió. Su buena amiga era el otro regalo que Nathan le envió esa mañana junto al vestido. En el momento en que ella vio a su amiga salió corriendo a abrazarla en el recibidor como dos buenas amigas de toda la vida. No le importaba lo que pensarán los demás de su actitud para con ella, era su amiga. Punto.

—Sí, lo estoy —confesó ella con las manos sobre su vientre—, pero también ansiosa.

—Por el amo Nathan, ¿no?

Katherine se giró a ella y asintió con una sonrisa de oreja a oreja. Se sentía como una señorita es su primera Temporada, esperando ansiosa ver a su pretendiente y posible futuro marido. Nunca creyó que llegaría a sentirse así, y mucho menos poder ponerse un vestido tan bonito.

La vida a veces da giros inesperados, al parecer.

Alguien llamó a la puerta. Esther fue a abrir y entró la duquesa, que al ver a su hija con el vestido, las joyas y el peinado —un recogido alto con algunos mechones sueltos a los lados de la cara— no pudo sino asombrarse de lo hermosa que era, casi como un hada de los bosques.

Al ver que su madre la miraba fijamente y sin decir nada, Katherine se preocupó.

—¿Mamá?, ¿qué pasa?, ¿tengo algo mal puesto?

Al escucharla Caroline ladeó la cabeza excusándose, luego alzó la mirada y sonrió.

—En absoluto. Estas... deslumbrante, hija mía.

Caroline intentó contenerse pero al final acabo derramando lágrimas, pero no de dolor o tristeza, sino de amor y alegría por su hija, por tenerla delante suyo, a su lado, después de veinticinco años sin saber dónde la tenían, qué había sido de ella, o si... estaba viva. Durante años estuvo con el corazón en un puño. Durante las siguientes semanas no dejaba de llorar por las noches por que le arrebataran a su pequeña recién nacida. Durante los siguientes días ella no querían comer hasta que su marido logró convencerla de ello para poder buscar a su hija.

Todo aquellos años de tormento habían sido un verdadero infierno para ella y su marido. También para su hijo Jeremy que nunca tuvo ocasión de jugar con su hermana, cogerla en brazos, protegerla, o meterse con ella como muchos niños solían hacer con sus hermanas. Todo aquello... ahora quedaba en el pasado porque ahora la tenían en sus vidas, por fin.

Al verla llorar, Katherine se acercó a su madre, puso una mano en el brazo de ella y la otra mano en su mejilla, intentando consolarla. —¿Mamá, qué te pasa?

Caroline cerró los ojos y colocó su mano sobre la de su hija sin dejar de llorar, ladeo la cara hacia la mano cálida y fina de su amada hija, y después volvió a mirarla a los ojos.

—No es nada. Estoy bien. —hizo una pausa—. Estoy muy contenta de tenerte al fin conmigo.

Al escucharla aquello Katherine pudo entender lo que pasaba y acabó llorando con su madre. Esther intentó ayudar ofreciéndoles un pañuelo a cada una, y eso hizo que ambas acabarán riendo con humor. Cuando las dos estuvieron más calmadas se dieron un abrazo que tenían pendiente y después se retocaron el maquillaje estropeado por las lágrimas.

—¿Estas segura... de qué Nathan vendrá? —preguntó Katherine a su madre antes de salir junto a ella.

—Te lo aseguro. —respondió ella—. Yo misma escribí la invitación y le dí el sobre con el nombre del conde a Hans para que se la enviará.

Eso tranquilizó mucho a Katherine. Estaba convencida de que haber dependido de su padre, la invitación nunca habría llegado a Nathan. Él seguía sin gustarle el conde por mucho poder monetario y propiedades tuviera, no le gustaba el modo en que había empezado la relación de su hija con él. Ella intentó durante el último mes convencerlo para que le diera una oportunidad, pero sin éxito. No había prohibido su compromiso al estar ella embarazada, pero eso no significaba que lo aceptará como su yerno, como un familiar más, como el hombre que su hija amaba.

Katherine esperaba que esa noche aquello cambiará y su padre aceptará a Nathan. Lo deseaba de corazón. Ahora que tenía a su familia y que iba a ser madre, no quería tener que elegir entre ellos.

En esos momento Alphonse estaba en su despacho con su hijo, ya acicalados para el baile. En menos de una hora empezaran a llegar los primeros invitados y él debía estar en la entrada junto a su familia para recibirlos. Pero en ese momento no pensaba en eso, sino en la última conversación con su esposa esa mañana, en su despacho.

—¿Hablar? —preguntó él extrañado—. ¿Sobre qué?

—Sobre el Conde, Nathan Sullivan. Sobre lo que planeas contra él.

Alphonse miró sorprendido a su esposa, quien lo miraba fijamente a los ojos, directa y sin vacilar. Esa era una de las cualidades que más le fascinaban de su mujer, que le decía las cosas a la cara, cosa que muy pocas mujeres en esa época hacían por temor a enfadar a sus maridos. Aun así, él no quería hablar de aquello con ella, no esa noche antes del baile de su hija.

—No sé de que estas hablando.

—Lo sabes perfectamente. No lo niegues.

El duque suspiro resignado. Era imposible engañar a su amada esposa. La miró a la cara.

—Y si es así, ¿qué?. ¿Te parece bien que nuestra hija este con un hombre que no dudo en encamarse con ella cuando pensaba que era una sirvienta?, ¿Qué se encamara con ella cuando él estaba prometido con otra?

—Todos cometemos errores, Al —dijo ella—. No estoy contenta con sus actos, lo admito, pero es el hombre que Katherine ama, y es el padre del niño que espera. Sería justo enfadarse con él si se negará a casarse con ella por dejarla en cinta, pero él le propuso matrimonio antes de saber que estaba embarazada y mucho antes de saber quién era ella en realidad. Eso es prueba de que la ama.

—No estoy tan seguro de eso, querida. No me fío.

—¿Qué padre se fía del hombre que se fija en su hija? —preguntó ella cruzando los brazos al pecho. Él quiso decir algo pero no supo qué—. ¿Ves? Actuás por miedo a que ella sufra. A que sufra más de lo que ya lo ha hecho sin que nosotros hayamos podido hacer nada al no estar a su lado. Te entiendo muy bien.

Alphonse no pudo contradecir eso. Ella tenía razón. Durante toda la vida de Katherine él no estuvo a su lado, y debido a eso no pudo protegerla de las múltiples agresiones que ella sufrió en aquella ciudad tras entrar a trabajar para el Conde. Se sentía responsable de ello por no haber visto que Elizabeth, la partera que asistió a su esposa, se llevaba a su pequeña con vida y no muerta.

Todo aquello le hacía hervir de rabia y frustración. Quería pagarlo con alguien... y el conde era el candidato ideal. Y eso no era justo. Ahora lo sabía. Gracia a su esposa lo sabía. Sentado en su sillón apoyó los codos en la mesa con las manos entrelazadas y apoyó la frente sobre ellas. Al ver esa postura de derrota Caroline rodeó la mesa y le hizo echarse atrás para tener sitio y sentarse sobre su regazo para abrazarlo, consolarlo a él y consolarse a sí misma por todos aquellos años de dolor.

—Ahora esta con nosotros. —dijo ella—. Y seguirá con nosotros después de casarse e irse a vivir con él. Ahora la tenemos con nosotros, mi amor. La hemos recuperado. Es lo que importa.

Él la miró y no pudo evitar derramar una lágrima por lo que había sufrido su hija, su esposa, él... incluso los hombres necesitaban llorar para expulsar sus demonios internos. Y también necesitaban abrazar a sus esposas para que le diera fuerzas de flaqueza. Y eso hizo él. Y ella le correspondió al abrazo.

—Esta noche es su noche. Dejemos que sea feliz.

Alguien llamó a la puerta, era su esposa junto a su hija, hermosas con sus vestidos nuevos.

—Querido, estamos listas.

Jeremy se reunió con ellas primero y halagó a ambas mujeres por su belleza. Alphonse vio como su hija se ponía roja como un tomate ante los cumplidos de su hermano, y eso le hizo sonreír. Él no tardo en reunirse con su esposa y besarla en los labios con amor, siendo correspondido.

—Muy bien. Vamos allá.

Él ofreció su brazo a su esposa mientras Jeremy ofrecía el suyo a Katherine. Los cuatro fueron a la entrada a recibir a los invitados que ya llegaban a la mansión en carruajes.

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