Capítulo LXXIX
Después del mágico baile con Nathan, para Katherine aquella noche fue a mejor.
Tener a su amado a su lado esa noche tan especial hizo que disfrutara de todo lo que pasaba allí; charló con algunos conocidos de sus padres y sus hijos e hijas, durante la cena escucho historias sobre su familia que la sorprendieron, bailo muchos más bailes con Nathan, su hermano y su padre y también con algunos caballeros que fueron igual de buenos que su prometido.
El detalle del compromiso aún no se había anunciado. Tanto ella como Nathan habían acordado esperar un tiempo antes de hacerlo para evitar malas habladurías que pudieran perjudicar al duque. Alphonse se entero de esa decisión por parte de su hija y se lo agradeció. Tanto él como su esposa vieron que la presencia de Nathan había hecho dibujar una sonrisa radiante en la cara de su hija más que el propio baile, y eso les agrado, aunque al duque aún no le gustará el conde.
En un momento dado, el duque ordenó al servicio que se abrieran las puertas al jardín trasero que estaba iluminado por múltiples antorchas repartidas por todo el amplio paraje bien pulido y cuidado, con algunas flores nocturnas abiertas para el disfrute de los invitados.
—¿Seguro que no te importa quedarte sola?
Katherine se encontraba en ese momento en la terraza que daba a dicho jardín junto a Nathan, quien le preocupaba dejarla sola mientras él iba con su futuro yerno a jugar una partida de cartas en el salón de juegos con otros caballeros. Ella se giró hacia él y tocó su mejilla al mismo tiempo en que le dio un pico en los labios.
—Puedes irte tranquilo. Estaré bien. Daré un paseo por el jardín.
A Nathan seguía sin gustarle dejarla sola esa noche, pero quería creerla cuando decía que estaría bien. En esa casa no correría peligro, estaba convencido de ello; ¡era la casa del duque, su padre! ¿Qué peligro podría tener ella allí? Con eso en mente, le beso la mano y se marchó.
—No tardaré demasiado. Soy bueno desplomando a los demás.
Katherine se ríe por el comentario de su futuro marido y lo ve reunirse con su padre. Esté la mira desde las puertas abiertas con una expresión seria, y eso la extraña. ¿Estaría preocupado por algo? No tuvo ocasión de ir a preguntarle porque él se marcho con Nathan en ese momento.
Ella dejó el asunto para después y bajó los escalones hasta el umbral donde se iniciaban tres camino distintos del jardín. Ella se decanto por el central y a paso relajado y con las manos cogidas a la espalda miró las diferentes plantas que iba pasando de largo.
Pasear por ese jardín por la noche era una maravilla para el alma. Mucho mejor que durante el día, que ya se hacía casi a diario. Por la noche era algo más exclusivo. Ella, cuando no podía dormir, bajaba allí y contemplaba las bellezas nocturna que había allí plantadas. Calmaban su alma.
Tan concentrada estaban en las flores, que no se percato de la proximidad del caballero que había aprovechado que ella estaba a solas para acercarse e intentar probar suerte en seducirla.
—Son bellas, pero no tanto como lo sois vos, amada mía.
Katherine dio un respingo antes de darse la vuelta alarmada por la voz del desconocido. Allí vio a uno de los pretendientes que habían intentado encadilarla al principio del baile sin éxito. Ella le recordaba muy bien; se llamaba Richard Ackerman, hijo del marqués de Valencia Adolph Ackerman. Mientras el marqués era un hombre educado y bueno, su hijo era un mujeriego sin remedio que avergonzaba a su padre con sus actividades indecorosas.
Katherine recordaba muy bien la breve escena que tuvo que soportar con él antes de que su padre y el marqués tuvieran que interferir para que Richard dejara de incomodarla al intentar "animarla" a ir a un lugar más privado para hablar cuando se notaba a kilómetros lo que realmente pretendía hacer con ella. Y estaba claro que ese tipo no se rendía fácilmente.
Katherine no sentía temor por él, solo lastima. Con esa actitud prepotente y egocéntrico solo conseguía alejar a las posible candidatas a esposas que él podía elegir, pero estaba claro que él solo le interesaba ella; a ella y la fortuna de su padre como dote, claro esta.
—Lord Richard, le repito lo que le dije antes; no me interesa —dijo ella directa.
—Ya —dijo él acercándose con una sonrisa ladeada y presumida—, pero tu a mí, sí.
Katherine suspiró cansada de él e intentó darse la vuelta y regresar a la casa, pero de repente una mano la agarro con fuerza y la obligó a apoyarse en el árbol que había allí mismo. En un momento Katherine se encontraba acorralada por Richard, quien no dudo en colocar una de sus piernas entre las de ella hasta tocar su clitoris cubierto por las ropas.
Aquella sensación hizo que ella recibiera los horrores sufridos no hace mucho y eso le acelera el corazón con temor y miedo. Alzó la cabeza y vio una sonrisa maliciosa en la cara de Richard.
—Estoy seguro de que cambiará de opinión cuando pruebe lo que puedo ofrecerle... querida.
—Lord Richard, ¡suélteme!
—Vamos, mujer... relajese y disfrute conmigo.
Él inclinó la cabeza intentando besarla en los labios pero ella apartó la cara, y con ello solo hizo que él fuera directo a besarla lascivamente en el cuello y descender después hasta su escote. Ante eso ella intentó empujarlo pero él sujetó sus manos en alto contra el tronco.
—Huele muy bien —murmuró él, excitado por lo que ella pudo notar en su entrepierna—, vamos a gozar...
—¡Basta!, ¡Suélteme!
Richard estaba a punto de ir más allá metiendo la mano bajo sus faldas, pero de repente alguien lo agarró por el el cuello del traje desde detrás para apartarlo de la mujer y ser golpeado en la cara, haciendo que cayera desorientado al suelo. Al verse libre ella se desplomó hasta quedar encogida contra el tronco, viendo como enfrente suyo, de espaldas a ella, había alguien protegiéndola del joven caballero.
—Vas a pagar por haberle puesto la mano encima contra su voluntad, bastardo.
La voz de Nathan hizo que Katherine se sintiera de nuevo a salvo, y lloró llena de alivio.
—Nathan...
El conde giro la cabeza por encima del hombro para verla. Había llegado a tiempo esa vez.
—Perdona que te haya dejado sola. No volverá a pasar.
Ella negó con la cabeza, quitándole importancia. Nathan volvió a centrarse en Richard. Esté se puso en pie algo mareado por el golpe, que le hizo un corte en el labio haciéndole sangrar. Humillado y enfadado por la interrupción se enfrentó al Conde con una mirada asesina. No pensaba tolerar esa humillación, y menos del hombre que podría arrebatarle la gallina de los huevos de oro.
—Será usted el que pague por su insolencia —dijo él con prepotencia, limpiándose la sangre del labio—. ¿Tiene la más remota idea de quien soy yo?, ¿de quién es mi padre?
—Lo sabe perfectamente.
Aquella voz sorprendió a los tres, y al girarse en la dirección de donde provenía vieron que de la nada habían aparecido Alphonse Edgington acompañado de su esposa y del Marqués de Valencia, Adolph Ackerman. Esté miraba a su hijo completamente avergonzado de él y de sus actos.
—Pa-Padre...
—No intentes justificar nada, Ric —detuvo el marqués alzando la mano—. Lo hemos visto todo. Alphonse no se fiaba un pelo de ti, y tenía esperanzas de que se equivocara con tus intenciones para con su hija. No debí confiar en tu palabra de que te portarías con ella en su primer baile.
—Padre, por favor... —intentó decir Richard, exclamando nervioso con los brazos, riendo tontamente— le juro que no es lo que parece.
—Es suficiente —dijo Alphonse, haciendo callar al joven de una vez—. Has intentado forzar a mi hija en mi propia casa solo para obligarla a casarse contigo, ¿me equivoco? —Richard no se atrevió a decir nada. El duque era un hombre muy temido—. Ya veo que no hablas. Haces bien. —hizo una pausa para mirar a su amigo el marqués, después a su hija, quien se había levantado y ahora estaba acurrucada en los brazos del Conde. Ambos se miraron unos instantes, luego el duque volvió a mirar a Richard—. Tienes suerte de que esta tu padre presente, porque sino... no tendría piedad contigo después de lo que has intentado hacerle a mi hija.
Katherine miró a su padre y vio que él hablaba muy en serio en lo que respectaba a medida contra Richard por haberla atacado. Aquello demostraba que su padre no dudaba en mancharse las manos si con ello protegía a su familia. Se sentía halagada, pero esperaba de corazón que nunca tuviera que hacerlo por ella. Ni él, ni Nathan. No de nuevo.
Bajo la mirada de los presentes, algunos criados del duque se llevaron a rastras a Richard al carruaje de su padre. Una vez a solas, Adolph se acercó a su amigo claramente avergonzado.
—Siento mucho lo que ha pasado, Al —dijo cabizbajo—. Me lo advertiste y no te hice caso.
—Quien debería disculparse es tu hijo, no tú, amigo mío —dijo Alphonse, apoyando su mano en el hombro de su amigo de forma amistosa—. No tienes que pedirme perdón.
El marqués sonrió agradecido por la comprensión de su amigo. Se giro a la pareja e hizo una reverencia profundamente arrepentido por los actos de su hijo. Nathan y Katherine aceptaron sus disculpas y le vieron marcharse cabizbajo.
Una vez que los cuatro estuvieron a solas, Alphonse miró a su hija. Ella entonces vio que la fortaleza de su padre había caído hasta mostrar a un hombre sumamente preocupado, asustado, por lo que le había pasado a su hija en su propia casa. Estaba muerto de miedo, y ella no pudo más que ir hacia él y abrazarlo con fuerza, queriendo asegurarle que estaba bien, a salvo.
—Oh, hija mía —dijo él abrazándola, con sus labios sobre la cabeza de ella—, siento mucho lo que ha pasado, de verdad.
—No es culpa tuya.
—Sí que lo es. —aseguro él. La hizo apartarse para mirarla a la cara—. Quería que vieras otras opciones. Quería que... pensará que tenías otros pretendientes como posible marido.
Aquella confesión sorprendió a Katherine, quien se apartó de su padre. Se sentía traicionada.
—¿Cómo...?
—¡Lo sé!, ¡Lo siento! —exclamó su padre arrepentido de sus actos—. Yo no creía que el conde fuera el adecuado para ti después de como te trato, y yo...
—¡Él es el padre de mi hijo! —gritó ella, cansada de repetírselo.
Caroline se acercó a su hijo para calmarla, pero estaba claro que eso ahora no era posible.
—Intenté hacerle cambiar de idea, pero no fue posible. Por eso mande la invitación a Nathan, para que tu padre viera que se equivocaba con él.
Katherine miró a su madre, agradecida de que no aceptara los actos de su marido. Después miró a su padre, enfadada y dolida.
—Creía que lo habías aceptado por fin, padre. Que habías comprendido que yo le amo.
—Y ahora lo hago, hija mía —le aseguro su padre. Entonces él miró a Nathan—. Ha venido corriendo hacia aquí mucho antes de que mis criados me alertarán de lo que estaba pasando aquí.
—Algo me decía que ella estaba en peligro de nuevo —Nathan se acercó a Katherine hasta rodear la cintura de ella con el brazo—. Ya permití que le hicieran daño dos veces —la miró a ella y después a él—. No iba a dejar que pasará una tercera vez, no con mi hijo en camino.
Alphonse asintió conforme, Caroline aguanto las lágrimas que amenazaban con derramarse y fue junto a su marido, quien la recibió en sus brazos necesitado de ella, como su hija necesitaba al conde. Ahora él lo entendía y lo aceptaba de buen grado.
—Contáis con mi bendición —dijo él—. Aunque supongo que no me merezco tu perdón, hija.
Ella seguía enfadada con él, pero podía comprender sus actos al estar preocupado por su futuro. Con el tiempo le perdonaría la forma de hacer las cosas, pero ahora no.
—Ahora estoy enfadada —reconoció ella—, pero acepto tus disculpas, y tu bendición.
Alphonse acepto la decisión de su hija. Entonces, él extendió la mano a Nathan.
—Cuida bien de ella, Nathan Sullivan. Por que si no... iré a por ti.
Nathan asintió tras estrechar su mano con fuerza y firmeza. —No lo dude, señor.
Con eso, Katherine se lanzó a Nathan rodeándole el cuello con los brazos antes de besarlo con fervor en la boca ante los ojos de su padres. En ese momento aparecía Jeremy corriendo, alertado por los criados de lo que había pasado, pero al llegar bien que todo se había arreglado y se dio la vuelta queriendo dar intimidad a la pareja.
Un par de horas más tarde, los duques daban por finalizada la fiesta y pidieron a los invitados marcharse mientras la estrella principal subía corriendo con su prometido a sus aposentos, ansiosos por estar a solas y dar rienda suelta a su amor. Después de la noche que habían tenido, se lo merecían.
Bajo las sábanas de la cama, Katherine besaba con amor y deseo a Nathan, quien movía las caderas contra el sexo de ella, entrando y saliendo de ella lenta y suavemente, haciéndola temblar de placer antes de correrse y gritar en la boca de su futuro esposo.
A la mañana siguiente, en todos los periódicos se anunciaba las futuras nupcias de la hija del Duque de Barcelona con el Conde Sullivan en pocas semanas con un certificado especial. Y ese fue el comienzo de la felicidad de Katherine Edgington, que antaño fue conocida como Katherine Jackson, la perfecta sirvienta de Nathan Sullivan, ahora convertida en su perfecta condesa.
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