Capítulo LXXIII
Por la noche, una vez finalizada la cena, Katherine ya no pudo soportarlo más y quiso poner remedio al repentino distanciamiento que Nathan había impuesto entre ellos. De esa noche no pasaba.
La cena que había tenido esa noche con su verdadera familia había sido muy incómoda para ella, intentando encajar en el lugar que legítimamente le pertenecía de nacimiento; un lugar en la mesa con la gente de alta cuna y no en la cocina donde comía el servicio. A ella le hubiera resultado más fácil si hubiera contado con la presencia de Nathan, pero él no había acudido alegando que no se encontraba bien esa noche. Ella sabía que aquello había sido solo una excusa para no verla allí.
La cena había transcurrido más o menos bien, la charla con su familia había sido amena y alegre, especialmente por parte de su madre Caroline y su hermano Jeremy. Ella estaba poco a poco más cómoda con ellos, pero entonces, durante el postre, su padre le comentó sus planes de futuro:
En unos días ella se marcharía con ellos a su hogar en Barcelona, lejos de aquella ciudad.
Lejos de Nathan.
-¿Cómo decís? -le preguntó ella al escucharle, con el tenedor de postre a medio camino de su boca-. ¿Irnos?
-Así es -afirmó él con naturalidad-. Ya estás casi recuperada de tus heridas y no tiene sentido quedarnos más tiempo del necesario en esta ciudad. Es hora de que conozcas tu lugar de nacimiento y a nuestros otros familiares y amigos. Te encantará estar allí, te lo aseguro.
Katherine estaba tan centrada en su padre que no vio la mirada ceñuda de su madre hacía su marido. A ella no le gustaba el camino que su amado esposo estaba tomando respecto al futuro de su hija.
-Pero, yo no puedo irme -dijo Katherine. Su familia la miró-. Mi lugar esta aquí, yo...
-Ya lo he hablado con el conde, hija -dijo el duque sin dejarla terminar-. Él está de acuerdo conmigo en que lo mejor para ti es que te vengas con nosotros, tu familia, a tu hogar. A casa.
Aquella información fue la gota que colmo la paciencia de Katherine, y por ello, en ese momento, se encontraba en la habitación de Nathan, esperándole tumbada en la cama con un camisón nuevo que su madre había encargado para ella. Al entrar allí vio que no se encontraba, cosa que no la sorprendió, y no tardó en deducir que él en ese momento se encontraba en su despacho intentando trabajar sin éxito. Ya lo conocía bastante para estar segura de ello.
Ella no tuvo que esperar mucho tiempo. Pasado una hora o así la puerta se abrió para dar paso a un conde que apenas podía caminar erguido sin tambalearse un poco. Obviamente el caballero había bebido mucho y comido poco o nada durante el tiempo que estuvo encerrado en su despacho.
-Hola, Amo Nathan.
Al escuchar esas dos palabras y aquella voz, Nathan se quedó petrificado unos instantes antes de alzar la cabeza y ver al amor de su vida tumbada en su cama vestida solamente con un camisón ligero y casi transparente. Aquello era peor que ser torturado con decenas de latigazos.
Se había propuesto no cruzarse con ella hasta que se marchara con su familia, pero estaba claro que ella no era de la misma idea. Suspirando cerró la puerta y se encamino a una silla para empezar a desvestirse sin mirarla siquiera.
-¿Qué estás haciendo aquí? -preguntó con voz empalagosa.
-Buscando respuesta -respondió ella antes de levantarse de la cama y quedar de pie pero sin avanzar hacia él. Había notado que la había mirado un momento desde la puerta y que luego evitaba volver a mirarla. Aquello le dolió pero lo disimulo-. ¿Por qué me evitas? ¿Por qué te alejas de mí?
-No hago tal cosa.
-¡Si que lo haces! -exclamó ella en voz alta, molesta por su actitud-. No disimules. Llevas días evitándome e ignorándome, concretamente desde que me desperté. Sé que velaste por mí durante el tiempo que estuve inconsciente, y eso hace que este aún más confundida. ¿Qué ha pasado para que me evites así? Dímelo, por favor.
-No es nada.
A Katherine no le gustaba nada la actitud que estaba teniendo Nathan para con ella en ese momento. Le dolía que actuara así y evitará mirarla a la cara, que hablara como si no le importaba nada de lo que hubo entre ellos. Sentía un dolor en el pecho que creía más y más su angustia.
-¿Es verdad lo que dice mi padre? -preguntó ella, sin dejar de insistir-. ¿Estás de acuerdo en que me vaya con ellos a Barcelona, lejos de aquí? ¿De ti?
Ella espero una respuesta, pero solo vio la ancha espalda de Nathan y por ello no pudo ver que él cerraba los ojos con fuerza, aguantando la congoja que sentía cada vez que pensaba que ella se iría con su familia lejos de él con su hijo creciendo en su vientre, pero era por el bien de ella por lo que se sacrificaba de esa forma, a él y su felicidad junto a ella.
-Es lo mejor para ti, Katherine -dijo él sonando impasible aunque por dentro se sentía morir-. Es la hija de un duque embarazada sin estar casada. Lo mejor es que estés protegida por tu padre.
-¡¿Qué estás diciendo?! -dijo ella incrédula-. ¡Tú y yo estamos prometidos! Me pediste matrimonio antes de saber que estaba embarazada de ti. Dijiste que me amabas, ¿recuerdas? ¡¿Por qué crees que voy a estar a salvo con mi padre en vez de estarlo contigo como mi marido y padre de mi hijo?!
-Por todo lo que te ha pasado desde que me conoces. Y porque ya no eres una sirvienta.
Katherine quedo muda al escuchar la última frase. Sintió un vuelco en el corazón.
-¿Qué quieres decir?
Nathan sabía que lo que estaba a punto de hacer sería el último clavo para su propia tumba, pero era por el bienestar de Katherine y su hijo. Cogió valor y siguió:
-Cuando nos conocimos eras una sirvienta que trabajaba para mi. Te obligue a acostarte conmigo como parte de tu obligación para conmigo, y obedeciste sin rechistar. Me servirte muy bien... y por ello quise compensarte pidiéndote matrimonio, para compensar todas las desgracias que has sufrido por mi culpa. Pero entonces se descubrió tu verdadera identidad y todo cambio. -hizo una pausa y se volteó, apenas iba vestido con su camisa abierta de par en par y sus pantalones de vestir. La miró y vio que lloraba con la mirada fija en él, dolida e incrédula-. No necesitas ser mi esposa para ser poderosa. Siendo hija de un duque ya lo eres, y el hombre que tomes por esposo lo será aún más. Y William lo vio, por ello intento aprovecharse, pero fracaso.
-Gracias a ti al matarlo...
Nathan asintió. No se arrepentía de la muerte de su primo. Era un ser miserable que se merecía la muerte por todos sus crímenes, especialmente por como trato a Katherine mientras la tuvo presa. Volvería a matarlo si tuviera de nuevo la oportunidad.
-Cuando llegaste aquí me dijiste que deseabas ser una Perfecta Sirvienta por tu madre. Obviamente, ese sueño tuyo ya no tiene sentido, ¿no?.
Él tenía razón. Katherine no era hija de una simple empleada, sino de un duque muy poderoso.
-Así es. -dijo ella cabizbaja.
-Ya no eres una Perfecta Sirvienta. Pero puedes ser una Perfecta Duquesa.
Katherine alzó la cabeza, llorando pero con una mirada llena de dolor y pena.
-¡¿Y de qué sirve eso?! ¡De nada si no te tengo a mi lado!
-A mi lado solo sufrirás, Katherine -dijo Nathan-. Es lo mejor para ti.
-¡¿Quién dice eso?!, ¡¿Tú... o mi padre?! ¡Dímelo! -Ella espero pero él no dijo nada, se mordió al lengua aguantando las ganas que tenía de decirle que él también quería estar con ella-. Pensaba que me amabas... me lo dijiste una y otra vez. También lo sentí cuando estábamos...
-Pasamos buenos momentos juntos en la cama, lo admito. Pero era solo sexo, Katherine. Lamento que el resultado haya sido dejarte en cinta. Lo correcto sería casarme contigo, pero eso te haría quedarte aquí, en esta casa, en esta ciudad, y eso no sería bueno para ti y tu hijo. Revivirías todo lo vivido aquí, y no es justo. Es mejor que te vayas de aquí y no vuelvas jamás.
Katherine miró a Nathan sin dar crédito a lo que estaba escuchando de sus labios, y vio que la miraba directo y firme, sin un ápice de dolor o duda en su mirada. Ella lo conocía... o eso creía.
-Yo te amo, Nathan... -se acercó a él hasta estar plantada ante él, tocando su rostro con ambas manos-. Te amo... y quiero quedarme aquí contigo, con nuestro hijo. Por favor, no me pidas que me vaya lejos de ti. -ella acarició las mejillas de él con ternura y ambos, se puso de puntillas para poder besar sus labios, pero él ni se inmutó, pero no se rindió-: sigo teniendo pesadillas con ellos, Nathan. Solo tu puedes exorcizar esos demonios. Solo tú.
Nathan sabía a qué se refería ella. Ya lo había hecho la primera vez que la secuestraron. Y deseaba poder curarla igual o mejor que antaño, pero era demasiado arriesgado. Si se acostaba con ella de nuevo ya no sería capaz de dejarla marchar. Y no podía permitir eso.
Por ello apartó sus manos de su rostro y dio un par de pasos atrás, alejándose de ella.
-Eso ya no es posible, Katherine -dijo él dándose la vuelta-. Vete a tu habitación. Debes descansar para el viaje que te espera con tu familia. Buenas noches.
Katherine no podía creer lo que estaba pasando en ese momento. ¿Era realmente el fin de su amor con Nathan? ¿Su hijo crecería sin su padre? Sintiendo como si le arrancarán una parte de su ser, se dio la vuelta como un alma en pena, con la mirada vacía.
-De acuerdo -aceptó ella en susurros-. Adiós, Conde.
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