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Quique

Sin más se levantaron. Tras sufrir un jaque mate, el cerebro se nos entumeció y no había razón para permanecer allí. Estaban advertidos. Pero faltaba algo. Algo había en esa casa y no era nada bueno. Nos esperaba. A cada uno de nosotros.

Una nueva silueta se formaba más adelante. Allí estaba Quique. Me miró y se mantuvo estupefacto. Esto se me hacía familiar. ¡Quique!

¿Eras vos?

Rodolfo no paraba de mirarme con desesperación. No tardó en gritarme:

- ¡Quique, sos el único que queda! ¡Si vos no los parás, entonces van a llegar!

- ¿El único que queda? ¿Parar a quién? ¿Rodolfo, sos realmente vos? – Me extrañé, casi como si recién despertara de un largo sueño.

- ¿Estás vivo, Quique? Antes de ser uno más, tenés que advertirles.

Luego de un ademán frustrado, se incorporó a la oscuridad. La escena se me hacía raramente familiar.

Allí estaba, sólo. Una ruta se me hacía presente conocida pero no comprendía qué hacía allí. De repente aparecí, como oculto detrás de una sombra. Mi presencia aquí significaba algo, pero no dilucidaba qué. Muchas imágenes no tardaron en atravesar mi cabeza. Tomando mates, jugando al ajedrez, conversaciones sin sentido. Era el último. ¿Una carta? ¿Qué significa todo esto? Recuerdos que no me pertenecían invadieron mi cabeza. Pero de repente ahí estaba de nuevo.

La fábrica carecía de ventilación y las maquinarias elevaban las temperaturas a niveles intolerables. Los patrones brillaban por su ausencia cuando a condiciones se trataba y la inversión sólo era destinada a reemplazar obreros. Compañeros de muchos años fueron desempleados y cada vez quedábamos menos. Yo me mantenía callado ante la situación hasta que un día los conocí a Roberto y Charlie. Ellos estaban intentando armar algo con otros muchachos para reclamar por mejoras de sueldos y condiciones laborales. Era un disparate, para mí, porque la empresa era Internacional y contaba con un estrecho apoyo estatal por las relaciones que tenía con los empresarios extranjeros y explotadores. Sin embargo, eran convincentes las ideas y no tardamos en ser varios los realmente interesados por las propuestas. Allí formamos estrecha amistad entre ellos dos, Facundo, Rodolfo y Julio. Ya nos conocíamos, pero afianzamos nuestra relación e intensificamos el trato de silencio de no delatar a nadie en caso último.

Finalmente, luego de agotar alternativas diplomáticas, llegó la huelga. Fue en la puerta de la fábrica donde se desencadenó la represión policial. Los patrones pidieron acción de las fuerzas estatales y no tardó en aparecer. Varios fueron los detenidos y la mayoría obligados a proseguir con la práctica laboral. Era una derrota muy desalentadora. Era evidente que iba a ocurrir, puesto que fue una manifestación aislada sin apoyo de ningún partido ni agrupación política. Allí fue cuando nos tildaron de punta de lanza y Julio fue el primero en ser presionado. Solía ser el más radical para reclamar, incluso más que Roberto y Charlie. La organización clandestina fue tomada por él, quien además intentó moverse para obtener apoyo de otras organizaciones. No contábamos con que la policía iba a realizarnos un seguimiento cercano. Entraron a su casa una noche y amenazaron con matar a su mujer si seguía "jodiendo a quien no correspondía". Los patrones se enteraron de sus intenciones y le dijeron a través de la policía "cortala, zurdito". Hizo oídos sordos a esto y unos días después, su mujer fue secuestrada y encontrada muerta, acribillada, en una zanja cercana a su casa. Julio nunca volvió a ser el mismo. Furia y tristeza nos atravesó a todos cuando nos enteramos de esto, ya que a veces nos reuníamos todos con ellos y comíamos ricas facturas de una panadería cercana. Era una chica adorable y siempre alegre. Era el color de esa casa.

La luz parecía haber abandonado su corazón, pero su odio furioso brotó por toda la fábrica. La pérdida que sufrimos fue el puntapié para que urgentemente todos nos movilizáramos a conseguir apoyo. El soplón no tardó en aparecer, un joven que quería escalar posiciones. Lo destrozamos a golpes y nunca más supimos de él. La patronal repudió esto pero no tenía pruebas para sostener que hubiéramos sido nosotros. Comenzó a haber presencia policial en la fábrica. La situación se complejizaba más y más. Fue entonces cuando no pudimos hacer más ningún tipo de asamblea ni organización dentro de la fábrica y tuvimos que encontrar otro lugar. Fue entonces cuando Julio ofreció reunirnos en una casa que tenía en un terrenito con una casa a unos cuantos kilómetros fuera de la ciudad. Se encontraba en el medio de la nada, a un lado de una ruta. Nos pareció a todos lo más sensato y juntamos una importante adhesión de los obreros para reunirnos cada dos semanas allí. Esa ruta y esa casa fueron anfitrionas durante unos meses de extensos debates políticos y laborales y enfrentamientos furiosos de propuestas. A partir de poder debatir sin hostigamientos, aunque en clandestinidad, logramos articular proyectos más concretos pero seguíamos sin tener apoyo consistente de partidos. La situación política del país se mantenía muy compleja y separada.

El problema fue esa noche. La última reunión, donde en teoría íbamos a debatir si tomábamos los medios de producción como decía Charlie o no. El resto de los compañeros debían llegar más o menos a las diez de la noche. Eran las once y no había ocurrido. La inquietud se había apoderado de nosotros. Aquietamos la preocupación intentándonos convencer de que sólo estaban retrasados. No tardamos en darnos cuenta de que estábamos gravemente equivocados. Se escuchó una explosión a la lejanía y una lluvia feroz se desató tras amenazar con diabólicas nubes arremolinadas y perturbadoras por unas horas. Julio se levantó totalmente alterado y decidió irse solo a buscarlos por la carretera corriendo. Pidió que aguardáramos por él en la casa. Intenté convencerlo de acompañarlo, pero no tuve frutos, sentenció que era preciso que juntos cuidáramos la casa. Pobre Julio.

Prendí mi cigarrillo, como para calmar con nicotina mi perturbada cabeza aterrorizada por estas memorias. Mi corazón se aceleró demasiado y fue entonces cuando recordé las palabras de Rodolfo. Una ráfaga de nervios y terror invadieron mi mente cuando en el cielo comencé a ver nubes de tormenta acercarse a toda prisa por el horizonte. Venían detrás de ellos dos. Ahí estaban, llegando a paso firme. Se acercaba el final y ya estaban decididos. Sólo quedaba yo entre ellos y la casa. Apagué, entonces, mi último cigarrillo.

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