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8. Bir

Gracias a quienes habéis regresado para votar en el cap anterior. Es solo un botoncito, pero a mí me ayuda a saber que hay personas ahí detrás 

Me estaba volviendo loca, más de lo que ya estaba, y con cada segundo aumentaban las ganas que tenía de tirarme por el balcón. No había podido salir del cuarto en todo el día. Ya estaba atardeciendo y la Guardia Aylerix todavía no había regresado del bosque. Y por si fuera poco, las palabras de mi padre resonaban en mi mente una y otra vez y me atormentaban con la idea de que el castillo fuese «nuestra residencia permanente».

—Todo tu gozo en un pozo, ¿eh? —dijo Trasno en cuanto apareció junto a mí.

—¿Todo mi qué en un dónde?

—Tus sueños, rotos. Tus esperanzas, deshechas. Kaput, adiós, bye bye, muerte y destruc-

—Ya lo he entendido —dije molesta.

—¿Sabes que hay dos guardias en la entrada de tu cuarto?

—Como para no saberlo... Llevan ahí fuera todo el día.

—Y tú aquí dentro.

—Vaya, no me había dado cuenta —dije antes de darle un golpe con el diario de Adaír para alejarlo de mí.

Las palabras que el padre de Killian había escrito en aquellas páginas estaban cargadas de emociones. Adaír había plasmado sobre el papel sus pensamientos y temores, y en aquel breve registro del pasado se ocultaban tantos secretos que no sabía ni por dónde empezar a buscar.

«Siento que hay alguien saboteando todo lo que hago. Cada vez hay más problemas y las medidas que tomo para solucionarlos acaban empeorando las cosas.

Ya no sé qué hacer.

Elyon, amigo, es en anocheceres como este cuando más desearía que estuvieras a mi lado».

Las reflexiones de Adaír reflejaban a la perfección cómo me sentía en aquel momento. Cada vez que los rayos de los soles aportaban un poco de luz, aparecía otra nube cargada de problemas que se encargaba de sumirnos en la más profunda oscuridad.

Todavía no había superado mi encuentro con la muerte. El miedo que me invadió al comprender que estaba indefensa contra el jabalí de fuego no fue nada comparado con lo que sentí cuando me desperté en la Fortaleza. Seguir viva implicaba asumir que había estado a punto de morir, aceptar que era frágil y que no tenía las herramientas necesarias para sobrevivir a aquel mundo; y yo no estaba preparada para aceptar que mi futuro dependía de alguien o de algo que no fuese yo misma.

La experiencia me había enseñado que no podía confiar en nadie y las excepciones a aquella regla eran tan escasas que podría contarlas con los dedos de una mano. E incluso con aquellas personas, había una parte de mí, un eco lejano y sombrío, que siempre me hacía dudar. En el entorno hostil en el que me encontraba, la voz de la sospecha había adquirido un volumen imposible de silenciar, pero ya no me molestaba en acallarla, pues sabía que de ella dependía mi supervivencia.

Trasno brincó cuando llamaron a la puerta y me apresuré a ocultar el diario de Adaír tras las almohadas. Los ojos cerúleos de Alis se iluminaron en cuanto entró en el cuarto. La joven se acercó para darme un abrazo y sus largos rizos, de un azul marino tan oscuro que podría pasar por negro, me hicieron cosquillas en la piel. La brisa del océano que acompañó sus movimientos alivió la tensión de mis músculos, y cuando se separó y vi su expresión, comprendí que ya no era la misma muchacha que había conocido en el sendero de la Cueva Encantada. Alis tan solo había vivido dieciséis Helios, pero su rostro se había endurecido por la madurez y la responsabilidad que conllevaba la experiencia; el tipo de sabiduría que el mundo te arrancaba a tiras de la piel.

La puerta se cerró y junto a ella descubrí a Zeri, el rubí al que había amenazado de muerte no hacía tantas lunas. El muchacho me dedicó una sonrisa, y sus ojos del color de la miel de rosas y su cabello acaramelado brillaron bajo la luz del atardecer. La expresión de Zeri me recordaba al rostro amable de Quentin y tenía la sensación de que cada vez que el soldado posaba los ojos en el rostro del muchacho, se veía a sí mismo cuando era joven.

Entre todos habíamos logrado que Zeri no sufriese ningún castigo por su relación con Júpiter, ya que el rubí había decidido cambiar de bando y luchar por salvar a los neis de Aqua. Quentin convenció a Killian para que le permitiese quedarse en el castillo, al menos hasta que averiguásemos el paradero de Catnia, y como el muchacho no tenía a dónde ir y la situación en el clan Rubí no era la ideal, el jefe del clan había aceptado su propuesta.

Desde entonces había visto a los rubíes juntos en muchas ocasiones. Quentin se comportaba como un hermano mayor y le trasmitía tanto su conocimiento como los valores que hacían de él un gran amigo y un buen líder. Zeri también había entablado una gran amistad con Alis, unidos por las experiencias y los traumas provocados por la batalla. Aunque tenían personalidades distintas, parecían entenderse muy bien, y que fuesen casi de la misma edad aumentaba la conexión que compartían.

—¿Qué hacéis aquí? —pregunté sorprendida por su presencia.

—Hemos pensado que no te vendría mal un poco de compañía.

—Si Killian se entera de que estáis aquí, os vais a meter en problemas.

Los jóvenes intercambiaron miradas significativas y Zeri se encogió de hombros y sacó un pequeño saco de tela añil que escondía tras la espalda.

—Hemos traído algunos juegos —dijo antes de verter el contenido sobre la cama.

Fruncí el ceño en cuanto vi piezas de madera y pequeños rectángulos de papel y mi rostro se llenó de confusión.

—Hemos traído algunos juegos... antiguos —explicó Alis avergonzada.

—Piensan que eres taaaan tonta que ni siquiera sabes jugar al principal entretenimiento de los seis reinos. Son adorables —dijo Trasno mientras fingía emocionarse.

—Me gusta experimentar, pero que quede claro que podría daros una paliza al Elementrix en cualquier momento.

—¿Sabes jugar?

—¡Pues claro! Y conozco las mejores estrategias para quedarme con todos los cristales. Os lo demostraré la próxima vez —prometí mientras analizaba las piezas de madera—. ¿Cómo se juega a esto?

Alis y Zeri se miraron y el rubí se rascó la nuca sin saber qué decir. Trasno emitió una carcajada desde la lámpara de la que se había colgado y se dejó caer sobre los cojines.

—¿Es que no sabéis nada? —me preguntó mientras caminaba hacia las piezas de madera. El duende hizo un hueco entre ellas y cogió tres para formar un cuadrado sobre la cama—. Tenéis que hacer una torre —me explicó antes de colocar otras tres piezas en una dirección diferente.

—¿Por qué las amontonas así? —me preguntó Alis.

«¿Por qué yo las amontono así?»

—Solo ves lo que quieres ver —dijo el duende mientras cogía más piezas que sentí en las manos—. Ahora explícales cómo funciona.

Aquel sencillo juego resultó ser mucho más divertido de lo que esperábamos. Cada vez que sacábamos una pieza, la torre temblaba y amenazaba con derrumbarse, algo que ocurría muy a menudo. Las carcajadas rebotaban en las paredes y Trasno se desternillaba con nuestros inútiles intentos por mantener la construcción en pie.

Tras varios ataques de risa que nos llenaron los ojos de lágrimas, muchos gritos y decenas de derrumbamientos, decidimos cambiar de juego. Trasno me explicó que los papeles rectangulares que había esparcidos por la cama se llamaban cartas. El duende me enseñó el significado de los cristales de colores que contenían, y cuando estaba a punto de preguntarle cómo era posible que almacenase aquella información en mi mente, recordé haber leído sobre el Bir en alguno de los libros antiguos que Brurc había pedido en la tienda de magia para mí.

—Vale, ya lo tengo —dijo Alis emocionada—. Hay cartas con los colores de los seis reinos y solo se puede echar una que tenga el mismo color o cristal que la que hay en la mesa.

—O una carta de proyección, un cambio de corriente y un prisma arcoíris —apuntó Zeri con una sonrisa traviesa.

En la primera ronda fuimos bastante benévolos, pero a partir de la segunda, mi cuarto se convirtió en un sangriento campo de batalla. Además de los cristales y las cartas de proyección, había símbolos especiales que cambiaban el orden en el que jugábamos, que nos obligaban a coger más cartas del mazo y que incluso hacían que perdiésemos el turno. Cada vez que alguno se olvidaba de decir «bir» cuando estaba próximo a ganar tenía que coger tres cartas más, lo que provocaba que nuestros gritos de júbilo resonasen en el pasillo.

Alis y yo nos aliamos en contra de Zeri para que no pudiese deshacerse de ninguna carta y Trasno se unió al motín emocionado. El duende me informaba de qué colores debía tirar para que Zeri se viese obligado a coger más cartas, lo que generó todavía más carcajadas que impidieron que escuchásemos cómo alguien llamaba a la puerta.

—¡Killian! —exclamó Alis en cuanto su hermano entró en la estancia—. Tienes que ver esto, ¡es genial!

Los ojos del jefe del clan se encontraron con los míos y su mirada, que se había suavizado al ver a su hermana, me observó con confusión. Zeri se puso serio tras ver a los guardias que había apostillados en la puerta y se levantó de inmediato.

—Alis, deberíamos irnos —dijo mientras hacía una seña que la joven comprendió a la perfección.

La muchacha se incorporó para seguir a su amigo hacia la puerta, pero tras dudar durante un latido, regresó a la altura de su hermano.

—No le eches la bronca, ha sido culpa nuestra. Hemos venido a visitarla para que no estuviese sola durante tanto tiempo.

Me mordí el labio en un intento por contener la sonrisa y centré la mirada en el suelo para evitar los ojos de Killian.

—El Cara Calamar siempre viene a acabar con la diversión —gruñó Trasno antes de desaparecer.

Yo no sé si ya lo he dicho, pero Trasno es mi personaje favorito.

Y no hay más que hablar. 😹

 Vienen caps de salseo...❤

🏁 : 160 👀, 58🌟 y 71✍

Un besiñoooo 😘

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