7. Permanente
El apartado anterior, aunque no vaya numerado, también es un capítulo ❤
A Vayras no le gustaba mi presencia en palacio y era evidente que a los demás tampoco. El consejero detestaba el sonido de mi voz, aborrecía mi relación con la Guardia Aylerix y odiaba que participase en las discusiones importantes. La situación había empeorado tras la reunión con la Ix Regnix esmeralda, ya que Oak había tenido el atrevimiento de demandar mi presencia mientras él se veía obligado a abandonar la estancia.
Vayras no tenía un carácter indulgente, y mucho menos conmigo, así que había aprovechado la reunión del Consejo para poner a todo el mundo en mi contra. Según él, mi relato de lo acontecido con el jabalí de fuego no encajaba. Los consejeros coincidían en que la presencia del animal en nuestro reino era sospechosa, al igual que lo había sido mi victoria, pues solo los grandes magos de Neibos lograban salir con vida de un enfrentamiento con aquellos poderosos animales.
En consecuencia, había tenido que relatar lo ocurrido decenas de veces y soportar las insinuaciones hirientes de los Ixes hasta el anochecer. Con la primera posición de los astros de la mañana, Killian vino a disculparse. El jefe del clan me explicó que no podía hacer nada para aplacar la ira de los consejeros, pues nos faltaba información sobre lo ocurrido. El aqua me aconsejó que me quedase en mi cuarto hasta que él y la Guardia terminasen de analizar el bosque, como si fuese una criminal que necesitaba ser encerrada, pero opté por no replicar porque en el fondo estaba tan desconcertada como ellos.
—¿Me explicas por qué seguimos aquí? —preguntó Trasno en cuanto se materializó sobre el colchón.
—Porque necesitamos respuestas.
—¿Respuestas? ¡Lo que necesitamos es largarnos! No sé si te has dado cuenta, pero este lugar apesta.
En mi rostro se dibujó una sonrisa que oculté mientras me volvía para admirar el amanecer. Estaba de acuerdo con el duende, pero era mejor que él no lo supiese. Lo último que necesitaba era alentar su comportamiento y que se volviese más ruidoso y molesto. Ya me resultaba lo bastante complicado fingir delante de los neis, la situación no tenía por qué empeorar.
—Podríamos saltar al balcón contiguo —sugirió—. Todavía hay algo de oscuridad, estoy seguro de que llegaríamos al túnel secreto sin que nadie nos viese.
—¿Cómo sabes que hay un túnel secreto?
Me volví sorprendida por su referencia al pasadizo que llevaba a la antigua nave de Adaír y el duende soltó una carcajada musical.
—¿Cuándo vas a comprender que soy una manifestación de tu mente, chifladilla? Conozco todo lo que sabes, incluso lo que guarda tu subconsciente. Las palabras que salen de mi boca no son más que los pensamientos que decides ignorar para que parezca que tienes idea de cómo comportarte.
El miedo me aceleró el corazón y un sudor frío y húmedo me erizó la piel nuca. Mi mirada se encontró con el maldito duende que me observaba con una sonrisa de oreja a oreja, y en el reflejo de sus ojos vi el rostro de una joven atemorizada que no sabía cómo afrontar la realidad.
«Devo me dijo que podía ser fruto del daño que te hicieron las gemas en la Cueva Elemental. Que quizá se debía a las explosiones de poder que nos sacudieron cuando estuvimos allí porque a ti la magia te afecta mucho más que a nosotros».
La voz de Killian resonó en mi mente y apreté los puños en cuanto sentí que se me clavaban cientos de agujas en las sienes.
—Ya conoces las respuestas, pero estás demasiado asustada como para enfrentarte a ellas —dijo Trasno con el rostro grave.
La angustia se multiplicó en mi interior, avivada por la presencia del duende, y me ardieron los pulmones en busca del aire que me aligerase los pensamientos. El poder elemental se intensificó y la niebla amenazó el límite de mi consciencia.
—Tienes visita —anunció Trasno antes de desaparecer.
Tres suaves golpes resonaron en la estancia y traté de calmarme antes de abrir la puerta. Al otro lado se encontraba mi padre, que me dedicó una sonrisa que ayudó a apaciguar mis nervios. Sus ojos ambarinos me miraron con un cariño que me llegó al alma y mi padre se acercó para rodearme con los brazos. En la protección de su abrigo sentí la caricia de las hogueras que solíamos encender en el jardín trasero, donde asábamos mazorcas de maíz y recordábamos a mi madre entre las estrellas.
—¿Cómo estás? —me preguntó antes de sentarse en la mesa que había frente al balcón.
—No tienes que preocuparte, papá.
—Siento no haber podido convencerlos de que no tienes nada que ver con lo ocurrido. Mi posición en el Consejo todavía no se ha oficializado, y como no tengo historia, mi influencia con-
—Papá —dije conmovida por su fe en mí—, no pasa nada, era una lucha perdida.
—No te tendrían que haber puesto en esa posición. ¿Cómo se atreven a exponerte ante los consejeros y dudar de ti sin prueba alguna?
—Si descubren qué pasó, habrá merecido la pena. Tienes que reconocer que es extraño que me haya topado con un jabalí de fuego en los bosques del reino.
—Ocurren tantas cosas extrañas últimamente, Moira...
—No me digas, Ixe Flame del Consejo Aquamarina. —Mi padre negó con una sonrisa que logró liberarlo de la oscuridad que se había apoderado de sus iris en llamas.
—¿Tienes hambre?
—¿Necesitas preguntar?
Su sonrisa se ensanchó y sentí la calidez de la brisa que generó cuando movió las manos en el aire. Mi padre susurró las poderosas palabras que despertaron su magia y el poder elemental cobró vida a nuestro alrededor.
Las esquinas de mi visión se tornaron blancas y mi mente se resintió por la energía de las gemas. En nuestros rostros se proyectaron luces amarillas y anaranjadas, como si nos encontrásemos ante una pequeña hoguera, y sobre la mesa aparecieron decenas de manjares que me hicieron la boca agua. Un delicioso olor a canela inundó la estancia y su familiaridad logró deshacer parte de mis preocupaciones. Mi padre se volvió para observarme, orgulloso de su creación, pero la alegría se esfumó en cuanto se encontró con la palidez de mi rostro.
—¿Tus dolores de cabeza continúan empeorando? —me preguntó mientras me esforzaba por disimular mi malestar mordiendo un bollo.
—Lo que sí que han empeorado son tus dotes culinarias —dije divertida.
—Moira.
La seriedad en su voz probó que no había forma de evitar aquella conversación y me encogí de hombros, resignada y sin saber qué decir.
—La magia siempre me ha afectado, papá, no es nada nuevo.
Nuestras miradas se encontraron y nos quedamos en silencio durante varios latidos. Mi padre entrecerró los ojos mientras valoraba la veracidad de mis palabras y traté de no darle importancia al asunto, porque aunque nunca había estado tan cerca de la magia, siempre había reaccionado de aquella forma a su presencia.
Mi malestar había aumentado durante la última luna en el castillo porque en la Fortaleza se respiraba poder elemental, o aquello era lo que me decía a mí misma para no tener que enfrentarme a la alternativa. A pesar de que las crisis seguían siendo igual de dolorosas, mi cuerpo estaba aprendiendo a lidiar con ellas. El avance era casi imperceptible, pero cada vez que se producían, sentía que la tensión de mis músculos se aflojaba un latido antes.
No podía evitar preguntarme si también estaría pasando por aquello de haber tenido una infancia normal. Quizá si hubiese asistido a la escuela y participado en las actividades de la ciudad, si hubiese estado expuesta al poder de las gemas desde el principio, mi cuerpo y mi mente no se bloquearían cada vez que sintiese la magia cerca.
«En otra vida, Moira».
La preocupación de mi padre quedó reducida a un segundo plano en favor del desayuno. Sonreí cuando confirmó que la repostería hecha con magia no le llegaba ni a la suela de los zapatos a la que hacíamos en casa de manera tradicional, siguiendo las instrucciones del pequeño recetario que se había conservado de generación en generación en su familia. Gracias a aquella reliquia de sus ancestros había pasado algunos de los mejores momentos de mi vida, riéndome junto a él y disfrutando del placer de desarrollar nuestras habilidades sin tener que utilizar la magia de los neis.
Mi padre siempre había sido muy paciente conmigo y había estado junto a mí en los buenos momentos y en los episodios más oscuros de mi juventud. Aunque no era su hija biológica, se había encargado de crear un hogar y un espacio en el que me sintiese segura y querida, algo que, dadas las circunstancias, no había resultado sencillo.
Jamás podría agradecerle todo lo que había hecho por mí. Me había convertido en la persona que era gracias a él, a sus enseñanzas, su cariño y su apoyo, y a pesar de todos mis defectos, estaba muy orgullosa del camino que habíamos recorrido juntos.
—Me sorprende lo mucho que has mejorado —dijo con orgullo—. No creí que pudieras ganar aquella ronda contra Quentin, que es un soldado tan disciplinado y fornido.
—¿Y yo qué? —repliqué mientras le mostraba los músculos de mi brazo, que se habían fortalecido debido a los entrenamientos con la Guardia—. Estoy aprendiendo mucho gracias a ellos. Es todo un regalo que compartan su conocimiento conmigo.
—Vuestra diversión es evidente y cada vez tenéis más espectadores...
—Es que en realidad el mejor regalo es patearles el culo.
Mi padre soltó una carcajada que me calentó el pecho y sonreí complacida. Una de las cosas que más había echado de menos en el último ciclo de Asteria era que pasásemos tiempo juntos. Antes de la batalla, mi padre era uno de los mejores maestros de Slusonia, la academia de poder elemental del reino. Su trabajo, sus proyectos y sus amistades robaban parte de su tiempo; y mis expediciones y la tienda de magia en la que trabajaba reducían el mío; pero por muy ocupados que estuviésemos, siempre encontrábamos momentos para hacer cosas juntos.
La vida en el castillo, sin embargo, había cambiado nuestra dinámica familiar. Mi padre estaba muy ocupado con su reciente incorporación al Consejo, pues tenía que adaptarse a sus nuevas obligaciones y hacerse un hueco entre las alimañas que habitaban la Fortaleza. Además, con todo lo que había ocurrido, estábamos más centrados en descubrir secretos y solucionar problemas que en pasar un buen rato, así que me esforcé por disfrutar de cada latido de aquel momento, pues no sabía cuándo se iba a volver a repetir.
El sonido de nuestras carcajadas resonó en la estancia y la calidez que me iluminó por dentro logró hacer del mundo un lugar más bonito. Aunque sonase egoísta, echaba de menos nuestras charlas y los momentos en los que estábamos solos, y me moría de ganas por regresar a casa y recuperar las costumbres familiares que habíamos perdido.
—Si hace dos soles alguien me hubiese dicho que mi hija terminaría siendo amiga de los soldados de la Guardia Aylerix, habría llamado a los sanadores inmediatamente.
—Y yo te habría ayudado —dije divertida—. Aunque si hace dos soles alguien me hubiese dicho que mi padre terminaría convirtiéndose en un consejero de la Fortaleza, en lugar de a los sanadores habría llamado a Brurc para decirle que no necesitaría trabajar nunca más.
—Con lo que adoras esa tienda de magia, no te lo crees ni tú.
Ambos sonreímos antes de observar los platos vacíos que descansaban sobre la mesa. Con el estómago lleno y el corazón contento las cosas se veían desde otra perspectiva, y tenía que reconocer que ya me encontraba mucho mejor. Mi padre empezó a formar un enlace de luz anaranjada entre nosotros y lo agarré para detenerlo.
—Ya lo recojo yo —dije en un intento por mantener el dolor de cabeza dormido.
—¿Estás segura? Tengo que irme.
—¿Tan pronto? —pregunté incapaz de ocultar mi desilusión.
—Necesito presentar unos documentos y votar para escoger mi remplazo en Slusonia.
—¿Algún nombre que te venga a la cabeza? —pregunté con malicia tras pensar en Lara, una maestra de la academia con la que mi padre se entendía muy bien últimamente.
—Moira... —se quejó divertido—. Me están presionando con algunos asuntos, creo que quieren oficializarlo cuanto antes.
—Mira que bien, así podrás tener ese bonito broche sectario que todos llevan en el pecho —dije con una ironía que lo hizo reír.
—Sueño con él cada anochecer —respondió mientras se acercaba a la puerta—. Pero lo mejor será que al tener el rango de consejero, nos otorgarán una zona privada del castillo que será nuestra residencia permanente.
Vaya, vaya...
Me temo que los planes de Moira se van a pique...
Nos leemos ❤
🏁 : 160 👀, 58🌟 y 71✍
Un besiñoooo 😘
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