64. Reproches y lamentos
Lo primero que percibí en cuanto me desperté fue el efecto de la magia. La luz que iluminaba la estancia provenía de los barrotes de agua de la celda en la que me habían encarcelado. Estaba sola y el murmullo de la corriente, que subía y bajaba creando decenas de tubos que me impedían alcanzar la salida, resonaba en las paredes de piedra.
La mazmorra presentaba una triple barrera, lo que me convertía en alguien muy peligroso incluso sin magia. Sonreí complacida y me senté contra la pared. Me lo habían arrebatado todo. El colgante y el brazalete inhibidor ya no me protegían de la magia de las gemas. Tampoco tenía el xerät ni la bolsa con lágrimas de luna. Mis bolsillos estaban vacíos, pero la sangre de Alis me seguía manchando la ropa.
Escuché una respiración y descubrí que al fondo de un largo pasillo había dos centinelas de espaldas, haciendo guardia. Una puerta se abrió a lo lejos y un caminar triste y desganado resonó en la prisión.
—Ixe, no puede pasar —dijo Quentin con la voz contenida.
—Es mi hija, por favor —suplicó Mateus—. Por favor.
—Lo siento, Ixe Flame, pero conoce la situación tan bien como nosotros —le respondió Mónica con dureza.
—¡Tengo derecho a verla!
Los ojos de Mateus centellearon y en sus manos se formaron dos llamas que tiñeron de naranja la piedra del corredor. Los soldados se movieron para protegerse, pero el ámbar ya había apagado el fuego y recuperado la calma.
—Lo siento —dijo Mateus hundido—. Lo siento mucho. Van a ejecutarla. Yo solo... Yo... Van a ejecutarla —sollozó—. Solo quería abrazarla por última vez.
Los aylerix se miraron y Quentin apoyó las manos sobre los hombros del Ixe con afecto.
—No se preocupe, Ixe Flame. Lo acompañaré de vuelta a su residencia, tiene que descansar.
—Moira, si me escuchas, hija, no te preocupes. —Su voz se quebró por la angustia—. Vamos a encontrar una solución, ¿me oyes? Vamos a salir de esta. Tú y yo juntos, como siempre hacemos. Aguanta un poco. Encontraré una solución. Siempre encontramos una solución.
La energía de las gemas cambió y Max apareció en el corredor para sustituir a Quentin, que se llevó a Mateus de vuelta a casa. Los ojos del esmeralda se centraron en mi rostro y sentí la furia que reflejaban a pesar de la distancia.
—Explícamelo —ordenó con rabia.
—Max —le regañó Mónica en un susurro.
—¡¡Explícamelo!!
La voz del esmeralda retumbó en las paredes y mi rostro se iluminó con una sonrisa que lo enfureció. Había cometido un error al encariñarme con aquellos soldados; nuestros caminos siempre habían estado condenados a separarse.
Max me observó a la espera de una respuesta y mi sonrisa se ensanchó mientras me movía hacia el lado opuesto de la celda, fuera de su campo de visión. Mónica le susurró algo que no alcancé a escuchar, ya que la puerta se volvió a abrir. En aquella ocasión, fueron decenas de pasos los que inundaron el corredor. Los soldados permitieron la entrada de un grupo de sanadores que se detuvieron ante la celda. Doc canalizó la magia Aquamarina y curvó los barrotes de agua durante unos latidos para que sus aprendices entrasen en la mazmorra.
Nadie me miró a los ojos. Nadie abrió la boca, aunque no necesité escuchar sus voces para percibir el desprecio que sentían hacia mí. Los cristales flotaron a mi alrededor mientras me hacían pruebas y verificaban que no había sido víctima de ningún hechizo; el procedimiento habitual antes de una ejecución.
Cuando se marcharon, me tumbé aliviada sobre el suelo de piedra. Prefería estar sola con mis pensamientos a tener que aguantar aquel desfile de superioridad moral. Me volví hacia la pequeña rendija que daba al exterior. Se encontraba junto al techo y era minúscula, pero gracias a ella, vi que los colores del anochecer comenzaban a teñir el cielo. Me habían encarcelado antes del mediodía, no era de extrañar que tuviese tanta hambre.
—¿Tenéis algún tentempié? —les pregunté a los soldados, que se tensaron al escuchar mi voz.
Ni siquiera me miraron. Se limitaron a utilizar la magia para crear una barrera de sonido que me hizo reír. El poder se acumuló al final del pasillo y formó una película invisible que impidió que escuchase lo que decían a pesar de ver cómo movían los labios.
La energía fluctuó y me incorporé de inmediato. La pared que se encontraba frente a mí se volvió líquida y las piedras se estiraron para permitir que un brazo las atravesase. El muro se resistió, como si no quisiese dejar pasar al intruso, y latidos después, me topé con una mirada de color miel. El cabello rubio de Foyer reflejó la luz que emitía la celda y el líder de la rebelión rubí se acercó desde la zona que quedaba oculta a la vista de los guardias.
—No se puede negar que tienes talento —dijo mientras señalaba la barrera de sonido que habían creado los soldados.
—Y tú el don de la oportunidad.
—Estaba vigilando la prisión en busca del momento oportuno.
Los ojos del rubí me observaron con cientos de preguntas, pero aquel no era ni el momento ni el lugar. Si lo descubrían infiltrándose en la prisión del reino Aquamarina, no le darían la oportunidad de explicarse antes de acabar con su vida.
—Confío en que todos estén bien.
Foyer asintió mientras deslizaba la mano a través de los barrotes y me entregaba un anillo de cuarzo granate. Se trataba de un contenedor espacial y su interior guardaba todo lo que necesitaba para huir. El líder rebelde se despidió con un asentimiento y se volvió con la frente arrugada y la mente llena de pensamientos por compartir.
Caminé hacia el lado opuesto para que los soldados me viesen y no sintiesen la necesidad de acercarse mientras Foyer atravesaba la pared. El rubí desapareció y dejé escapar un suspiro de alivio mientras me tumbaba en el suelo. Oculté el anillo en una bota, pues estaba segura de que me volverían a registrar antes de llevarme ante la Autoridad para ser juzgada, y sonreí.
Me desperté en cuanto sentí una presencia acechando entre las sombras. Me incorporé de inmediato, preparada para enfrentarme al intruso, pero fui incapaz de distinguir nada en la oscuridad de la prisión, ya que la única fuente de luz eran las columnas de agua que me mantenían prisionera. La rendija que daba al exterior me informó de que, según la posición de las lunas, era de madrugada. El horario de visitas había terminado y me removí inquieta con el sonido de una respiración.
El rostro de Killian apareció ante mí. Estaba demacrado. Tenía el rostro herido por las garras del llanto. La elegancia de su ropa estaba empañada con las manchas de sangre de su hermana. El mar de sus ojos, vidriosos y enrojecidos, reflejaba un dolor visceral.
—Explícame qué está pasando —pidió con la voz rota.
—No necesito tus reproches, Frost. Y mucho menos tus lamentos.
—Tiene que haber algún motivo para que hayas hecho algo tan despreciable.
—Era mi objetivo desde el principio.
El Ix Realix me miró incrédulo. Le dediqué una sonrisa y su rostro se transformó con una rabia salvaje.
—¿Recuerdas cuando creías que era una espía del enemigo? Pues estabas en lo cierto.
Killian avanzó hacia mí con la visión nublada por la furia y retrocedí hasta que alcancé la pared a mi espalda. La agonía se apoderó de su rostro y pensé en cómo nos habíamos conocido, en todas las veces que había dudado de mí y lo había convencido de que eran invenciones suyas. La culpabilidad inundó el mar que le bañaba los iris y sonreí complacida. Estaba empezando a entenderlo.
—Tienes que reconocer que interpreté muy bien el papel. Me costó cogerle el truco, pero en cuanto empecé a pensar como la Moira que todos creíais que era incluso en mis ratos libres, me convertí en una estrella. Estoy hasta orgullosa.
—No es cierto —dijo en un susurro—. ¡¡Me estás mintiendo!!
El bramido que escapó de su garganta rebotó en las paredes y me robó una sonrisa ladina.
—No te miento, Frost. Estás cegado porque no puedes ver más allá del dolor. Es una lástima que haya sido tu hermanita la que ha tenido que pagar por los pecados de tu familia, pero así es la vida.
—¡¡Mientes!! —gritó mientras golpeaba la pared. Sus nudillos destrozados se bañaron en sangre al instante.
—Piénsalo bien, ¿quién iba a odiar a tu familia más que yo? ¿Por qué crees que Júpiter me conocía? Frecuentábamos los mismos círculos, Frost. El daño que se nos hizo fue el mismo. La única diferencia es que yo opté por hacer las cosas bien para alcanzar la victoria y tu hermano se cegó con sus delirios de grandeza. Supongo que le viene de familia.
—Alis no tenía la culpa —susurró con los ojos llenos de lágrimas.
—¡Y yo tampoco! No tienes ni idea de lo que he tenido que soportar por culpa de tu familia y de la Autoridad a la que tanto amas.
—¿Qué ganas con esto? —preguntó con un desprecio cargado de peligro.
—¿Personalmente? Nada. Pero tu clan está cada vez más débil y, con su caída, llegará mi recompensa.
—¿Qué te han prometido? ¿Qué van a darte que compensará haber asesinado a una joven inocente? ¿A alguien que te quería y confiaba en ti? Alis te admiraba, quería aprenderlo todo para ser como tú, ¡¡y tú la mataste!! ¿¡Qué ganas con esto!? ¡Dímelo!
—Paz.
La mirada del jefe del clan se convirtió en un incendio que amenazó con quemarme y me alejé en cuanto metió la mano bajo el unüil. Killian sacó el orbe de la verdad y la carcajada que brotó de mi garganta resonó en la estancia.
—Deja de hacer el ridículo.
—Me estás mintiendo —sollozó con un tono cargado de súplica—. Tiene que haber una razón para que me la hayas arrebatado.
—¿Eres consciente de que tu hermana seguiría viva si hubieses aprovechado aquella oportunidad para interrogarme de verdad en los jardines?
Mis palabras se le clavaron en el pecho como si fuesen dagas que le desgarraron la carne y deslicé una mano entre los barrotes para coger la esfera de cristal.
—Me estás aburriendo con tantas tonterías, así que te voy a facilitar el trabajo.
El orbe se llenó de un humo celeste que probó la sinceridad de mis palabras y su rostro se inundó de angustia.
—¿Te mentí? Sí. ¿Te oculté información de especial relevancia? Sí. ¿Utilicé la magia contra ti? Sí. ¿Sé secretos que todavía desconoces? —Me reí—. No te llegaría una vida para descubrirlos, Frost. Me diste las llaves del reino. Me lo entregaste todo. Me pediste que diese clases en Slusonia, que pusiese a los jóvenes en contra de la Autoridad, y lo hice tan bien que hasta llegué a dudar sobre cuál de las dos Moiras era la real.
—Cuando Júpiter nos capturó, nos torturó a todos menos a ti —dijo con la mandíbula apretada por la rabia—. Te quedaste atrás en el bosque y regresaste con Zeri para ser la salvadora, para que todos confiásemos en ti.
Volví a reírme y le lancé el orbe de la verdad, que seguía brillando con humo celeste.
—Das pena, Frost. ¿Quieres aceptarlo de una vez? ¡Te engañé! ¡Te mentí! El gran Killian Frost, cegado por amor. ¡Asúmelo! Te preguntabas quién filtraba la información y por qué siempre iban un paso por delante. ¡Era yo, idiota! Tu hermana está muerta, tu madre es despreciable ¡y yo te gané la partida!
El jefe del clan apretó la mandíbula y sus ojos se llenaron con una oscuridad que jamás había visto. El miedo le prendió fuego a mi interior y sus puños emitieron un brillo que congeló el agua de la celda al instante. Los barrotes estallaron en esquirlas de hielo que me arañaron la piel y el sonido me aturdió. Killian avanzó en mi dirección y me miró con un odio que me erizó la piel de la nuca. Me agaché para coger el anillo que ocultaba en la bota, pero su magia me debilitó. El jefe del clan me acorraló contra la pared. En el aire se formaron líneas de luz turquesa que me amordazaron y me obligaron a cruzar las manos a la espalda. La fuerza de su cuerpo impidió que me defendiese. Me removí desesperada, pero me detuve en cuanto me empujó a través de un portal que lo volvió todo blanco a mi alrededor.
Se viene conmoción? Se viene📩
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