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61. Dagas de fuego


Me desperté tras dormir toda la jornada, y en cuanto vi la planta boreal que descansaba sobre la cómoda, supe que tenía que salir de allí. Atravesé los corredores del castillo de madrugada. La Fortaleza no estaba dormida, ya que los sanadores y los grandes maestros trabajaban sin descanso para crear el antídoto. Estábamos muy cerca de salvar a los rubíes y ya no sentía la presión que me provocaba saber que Max podría morir en cualquier momento.

—¡Moira! —exclamó una voz a mi espalda.

El cuerpo de Zeri colisionó contra el mío y me obligó a dar un paso atrás. El muchacho me apretó contra su pecho y el afecto que desprendió su abrazo me llenó de calidez.

—Gracias —susurró—. ¡Gracias, gracias, gracias! —Mi sonrisa se ensanchó y le acaricié los rizos acaramelados con cariño.

—¿Qué haces aquí? Pensaba que estabas en Rubí.

—He venido a comprobar el progreso de los sanadores —me explicó mientras se alejaba—. Las cosas en la ciudad Gris van a peor, pero al menos ya casi no hay nuevos enfermos.

Aunque se esforzó por mostrar una actitud optimista, la sombra de la preocupación se aferró a sus facciones.

—Ya hemos logrado lo más difícil, Zeri, ahora solo nos queda esperar.

—Debo volver, no quiero estar ausente si... —Las palabras se le atascaron en la garganta y el joven me miró con temor.

—¿Recuerdas cuando nos despedimos en la playa mientras Júpiter y sus hombres atacaban el castillo?

—No pensé que fuésemos a volver a vernos...

—No pierdas la esperanza, nunca se sabe qué traerá el próximo amanecer.

Zeri me sonrió y el abrigo de su cariño se desvaneció en cuanto me quedé sola. Las voces de mi mente cobraron fuerza y apreté el paso para abandonar la oscuridad de aquellos corredores lo antes posible. Me tropecé con un ser que tenía plumas por cabello y la piel cubierta de escamas de cristal. El sonido melódico que provocó el choque de nuestros cuerpos me acompañó mientras corría en busca de un refugio que nadie podía darme. Ni siquiera yo misma.

El fuego se encendió en cuanto atravesé la puerta de la torre secreta de Adaír, al igual que las velas. La noche brillaba en el exterior y corrí las cortinas para que nadie percibiese la luz del despacho. Suspiré y me enfrenté a las estanterías. En mi última visita al despacho del antiguo Ix Realix mi conexión con la realidad era tan débil que me había herido a mí misma. Durante aquellos episodios no lograba discernir qué pasaba en el plano físico, pues mi mente estaba tan sumergida en lo que ocurría en mi pensamiento que se olvidaba de que existía el mundo real.

El miedo me clavó las garras en el pecho y me dirigí a la escalera que se encontraba junto a la chimenea. La coloqué contra la estantería y subí los peldaños con manos temblorosas. Deseé que Trasno estuviese conmigo, pero ya casi nunca deliraba con el duende, sino con otras visiones más extrañas y difusas. El estado de mi mente había empeorado desde el viaje. El ataque de la magia oscura, el poder que contenía la cueva de la flor universal y el estallido que logró curar a Max habían agravado mi enfermedad.

Me descubrí deseando que, después de curar a los rubíes, sobrase una gota de la pócima universal que me liberase de aquella tortura. Quería seguir descubriendo mundo. Quería recuperar el control de mi vida. Quería poder respirar sin tener que escuchar decenas de voces que no me pertenecían. Quería volver a ser aquella joven rebelde e ingenua que pasaba los días recorriendo el bosque en busca de vestigios del pasado.

Quería recuperarme a mí misma.

—Todo tiene un precio —me dijo una mujer que provocó que perdiese el equilibrio.

El pánico me aceleró el corazón, pero logré estabilizarme sin caer al suelo. La mujer avanzó hacia mí y se me tensaron los músculos de todo el cuerpo. Sus iris eran del color de las lunas que iluminaban las noches y me analizaron con interés. La melena que le caía a ambos lados del rostro estaba formada por hojas de sauce y flores blancas y púrpuras. En los brazos se le enredaban ramas que creaban hermosas figuras, y a su alrededor revoloteaban mariposas verdes y plateadas que emitían un fulgor hipnótico.

Lucía un largo vestido blanco formado por flores de aroma silvestre, pero lo que más llamaba la atención era la elegante cornamenta que le brotaba de la frente y se alzaba hasta el cielo. En ella descansaba un búho de plumas marrones que se curvaban a ambos lados de su cabeza, lo que le daba un aspecto todavía más enigmático. Los ojos del animal brillaban con una luz verde en la que se removían las hojas de los árboles, y en su cuerpo se mostraban símbolos elementales tan antiguos como el planeta.

—Me reconoces —dijo en cuanto sonreí.

—Eres la Reina de los Bosques y la Sabiduría. Mi padre me contaba historias sobre ti cuando era pequeña.

—Entonces sabrás que todo conocimiento conlleva un sacrificio.

Su voz se propagó por la estancia con una solemnidad que me vibró en el pecho. La mujer depositó la atención en la estantería que se erigía ante mí. Seguí su mirada hasta toparme con el tablero de cristal y me volví para cuestionarla, pero en lugar de su mirada lunar, encontré una torre vacía.

Me aferré a la escalera y tragué antes de ascender los últimos peldaños. La luz de las velas se reflejó en las figuras de cristal azul y levanté las dos que permanecían caídas: una reina y un rey que pertenecían a bandos opuestos. Con el sonido que emitió la madera al abrir el escondite secreto llegó un escalofrío que me astilló los huesos. Algo iba mal. Me sentía observada. Las voces me alertaron de que alguien quería hacerme daño. El tablero recuperó su posición original.

Tenía que salir de allí.

Bajé los escalones a toda prisa y abandoné la torre con la respiración acelerada. Avancé por los corredores con el corazón en vilo. Las sombras cobraron vida y me recordaron que la Fortaleza no era un lugar seguro.

Tenía que salir de allí.

Tenía que ponerme a salvo.

Tenía que encontrar respuestas.

Las voces gritaron mi nombre y la oscuridad se retorció sobre mí y me obligó a detenerme. El miedo que le tenía a mi propia mente se deslizó por mi piel como un reptil húmedo y silencioso. Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, pero una mano cálida y afectuosa me sacó de las tinieblas. Los ojos de Killian se encontraron con los míos y me observaron con confusión.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó—. Llevo un buen rato llamándote.

—Estaba distraída —dije con la voz afectada por las emociones.

Desvié la mirada a la ventana y fruncí el ceño en cuanto percibí los colores del amanecer. El temor me hizo estremecerme. ¿Qué había hecho durante toda la madrugada?

—¿Seguro que estás bien? ¿Has podido descansar?

La preocupación de Killian me calentó el pecho antes de que el pánico me activase el pensamiento.

—¿Ha ocurrido algo?

—No, todo va bien —dijo con voz suave—. Han terminado el antídoto.

La expresión del jefe del clan se iluminó como si contuviese los soles en la mirada y una mano invisible me apretó el corazón. Mis facciones pasaron de la incredulidad a la alegría. Me reí aturdida y apoyé la cabeza contra su pecho. Killian deslizó los brazos a mi alrededor y el aroma de la lluvia recién caída me envolvió en una nube de calma y seguridad.

—¿Ya han empezado a administrarlo? —le pregunté mientras me separaba para mirarlo a los ojos.

El jefe del clan se tensó en cuanto percibió nuestra cercanía. El mar que recogían sus iris me observó con anhelo. Sus dudas se reflejaron en el nudo que se me formó en la garganta. Las yemas de los dedos me quemaron con el deseo de acariciarle la piel. Killian cogió aire y su pecho se movió junto al mío. El jefe del clan deslizó los ojos por mis labios antes de regresar a mi mirada. En sus orbes aguamarinas vi un océano que se esforzaba por tomar una decisión; la lucha entre el deber y el deseo; la batalla entre la mente y el corazón.

Me quedé inmóvil. Temía que el movimiento equivocado desencadenase una reacción que ninguno pudiese detener. Y entonces me acarició la espalda. Sus dedos me despertaron un cosquilleo en la piel que amenazó con desarmarme y mi aliento le rozó el rostro. Killian me tocó la mejilla y me miró pidiéndome permiso, dándome la oportunidad de dar media vuelta y huir.

Mis labios se acercaron a los suyos y el jefe del clan puso fin a la distancia que nos separaba. El calor se extendió por mi cuerpo en cuanto le rocé la piel, pero antes de que nuestras bocas se encontrasen, lo vi.

Vi el brillo de la vergüenza en su mirada; el reflejo de mi propio autodesprecio.

—No podemos hacer esto —dije contra sus labios.

Killian se alejó como si mis palabras se hubiesen convertido en dagas de fuego. Nos miramos en silencio y algo se rompió en mi interior.

—Nadie se merece una traición como esta —me dijo en un susurro.

Asentí y le dediqué una sonrisa triste que le hizo daño. Le acaricié la mejilla a modo de despedida y tragué en un intento por contener las lágrimas que amenazaban con anegarme los ojos.

—¿Y nosotros? —me preguntó mientras se movía para impedir que me marchase.

—No hay un nosotros, Killian.

Me giré antes de que el dolor me humedeciese las mejillas y hui. Me llevé una mano al pecho, como si pudiese sostener los pedazos de cristal en los que me había fragmentado, y me obligué a aferrarme a aquella sensación. Necesitaba recordar la angustia y la tristeza. Necesitaba crear una coraza con la que protegerme. Necesitaba salir de allí.

Apreté el paso y me encontré con una mirada oculta tras las tinieblas. Elísabet lo había visto todo.

Zeri, dudando sobre si Levi sobrevivirá hasta que le administren el antídoto 🤒

Moira, que cada vez tiene más delirios y no sabe qué hace durante ciertos períodos de tiempo 🤕

Killian, preocupado por ella y sintiéndose culpable por quererla y por no hacer lo mejor para los habitantes de su reino 💔

Elísabet, que lo ha visto todo 👀

¿Algo más, mundo cruel? 📩

Espero que os haya gustado este capítulo😻 No nos queda nadaaaaaaaaa😮

🏁 : 195 👀, 87 🌟 y 88✍

Nos vemos el lunes y respondo a todos los comentarios pendientes ❤

Un besiñoo😘

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