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6. Lo impensable


La luz de los soles de media tarde incidía sobre mi colgante y me acariciaba la piel con rayos iridiscentes, pues cuando se reflejaba en los fragmentos de las piedras elementales con las que Killian lo había creado, lograba proyectar un abanico de colores a mi alrededor. Mi sonrisa se ensanchó en cuanto recordé que había convertido la piedra blanca que recogí en el lago en una metáfora de Stone, mi nombre de familia, y le había añadido los cristales de colores para que me sintiese única y especial.

«Puede que seas como una piedra, pero eres una piedra que brilla por sí sola, que se refleja en todo lo que tiene a su alcance y que está llena de posibilidades».

Las mariposas de mi estómago cobraron vida y me acaricié los labios tras pensar en el beso que me había dado aquel atardecer. El hechizo se rompió en cuanto escuché que alguien avanzaba en mi dirección y me apresuré para ocultarme entre los arbustos que limitaban el jardín del acantilado.

Me había escapado de la sala de sanación en la que me tenían recluida, harta de estar bajo los cristales y la atenta mirada de decenas de eruditos y sanadores durante todo el día. Me sometieron a tantas pruebas que ya no sabía qué buscaban, y aunque les había dicho mil veces que estaba bien, nadie parecía estar dispuesto a escucharme.

La tensión en la Fortaleza aumentó tras el ataque del jabalí de fuego, ya que se trataba de un acontecimiento insólito. El Consejo y la Guardia creían que había espías de Catnia en la ciudad, algo que la misteriosa muerte de Farren había confirmado, lo que significaba que la paranoia estaba en la orden del día.

Cruz y mi padre no se habían despegado de mí en toda la mañana y los soldados vinieron a visitarme en cada momento que tenían libre. Por suerte para mí, el Consejo había convocado una reunión extraordinaria, ya que como los ancianos estaban celebrando un cónclave, no podían hacerle preguntas a nadie más que a sí mismos.

Aquella era mi oportunidad, así que en cuanto comenzó la reunión me escabullí por los pasillos y me escondí de todo nei con el que me crucé de camino a los jardines. El sonido del mar relajó la tensión que acumularon mis músculos tras el ataque del animal ámbar y los rayos de los soles me calentaron la piel y me llenaron de energía.

Pero la paz llegó a su fin.

El sonido de los pasos que se dirigían a mí se intensificó y dejé de ocultarme entre los arbustos porque era evidente que me habían descubierto. Una sombra se proyectó sobre mis piernas y me quedé de piedra al descubrir que se trataba de la jefa del clan Esmeralda.

—Es un buen escondite —me dijo con una sonrisa amable—. Siento haberte estropeado el momento

—No se preocupe, Ix Regnix —dije mientras me levantaba. La esmeralda me detuvo con un gesto y se sentó junto a mí.

—Llámame Oak.

La miré desconcertada por aquel comportamiento tan impropio en alguien de su rango y mi expresión debió traicionarme, porque el rostro de la mujer se iluminó con una sonrisa.

—No creas que soy así con todo el mundo —dijo algo más seria—. Muy pocas personas tienen el privilegio o la condena de saber cómo soy realmente. Killian y yo nos conocemos desde que éramos niños, ambos destinados a convertirnos en la máxima autoridad de nuestros clanes, así que con él no siento las mismas barreras de clase y autoridad que con los neis que me rodean.

—Debe ser agotador tener que medir tu comportamiento para adecuarlo al canon establecido.

—Veo que tú no lo haces.

Me volví en cuanto comprendí que había metido la pata y me encontré con sus profundos iris, cada uno de un verde distinto, analizándome con cautela.

—No pretendía ofenderla —me disculpé.

—Al contrario. Me resulta gratificante que alguien me diga lo que piensa para variar, por eso no tengo la necesidad de seguir las normas protocolarias contigo.

—Me lo tomaré como un cumplido.

—Lo es.

Su mirada se deslizó por las trenzas que se escondían entre mi cabello y se detuvo en el mechón verde y azul que tanto llamaba la atención.

—En el clan Esmeralda conocemos la leyenda de la única nei que nació sin magia —dijo con voz grave—. Su historia traspasó territorios y fronteras. Los seis reinos saben que la Sin Magia es el único ser que no fue escogido por las gemas elementales para portar su fuerza. Se dice que la magia decidió negarle el poder porque su espíritu es tan débil que no era digna de recibirlo, y también que su alma pusilánime está condenada a vagar por el planeta hasta el día en el que la energía de Neibos decida ponerle fin al castigo y acabar con su mísera vida.

Las palabras de la Ix Regnix no parecían tener malas intenciones, pero saberlo no consiguió que doliesen menos.

—He visto muchas muestras de magia a lo largo de mi vida, señorita Stone, pero ninguna tan poderosa como la que presencié ayer en la sala de reuniones.

Arrugué la frente por la confusión y la jefa esmeralda me miró con una intensidad que me atravesó el alma.

—Hay que tener mucho coraje para enfrentarse al Ix Realix, y todavía más para pronunciar las palabras que salieron de tu boca en los corredores. —El bochorno me transformó la expresión y Oak se rio entre dientes—. Hay mucho eco en el castillo, quizá deberías tenerlo en cuenta la próxima vez.

—Lo recordaré —dije avergonzada.

—Lo cierto es que todavía no he decidido si eres valiente o estúpida.

—Te sorprendería lo a menudo que me hago la misma pregunta —dije con una sonrisa ladina.

—No eres como imaginaba...

—Ese parece ser el veredicto común. —La Ix Regnix me dedicó una sonrisa que no le llegó a los ojos antes de detener la mirada en el collar que brillaba en mi pecho.

—Es una pieza muy hermosa —dijo maravillada.

—Fue un regalo.

—Para que alguien te regale algo así, debes importarle mucho. —Oak me observó con una mirada llena de secretos que no logré interpretar—. Debo irme, la reunión de Aqua está a punto de terminar y quiero despedirme antes de partir. Ha sido un placer charlar contigo, Moira.

—Lo mismo digo, Ix Regnix.

La mujer desapareció entre los matorrales y me volví a tumbar sobre la hierba azul. Si la reunión estaba a punto de terminar tendría que aprovechar hasta el último segundo de paz del que disponía. Cerré los ojos y me centré en el olor a bosque y salitre que inundaba el ambiente, en el sonido de las olas que rompían contra la pared del acantilado y en el viento que me acariciaba la piel y regulaba el calor que me aportaban los rayos de los soles.

El tiempo se me escapó como el agua entre los dedos y la luz cambió, pues el cielo se tiñó con la calidez del atardecer. Algo se movió en mi entorno, y cuando enfoqué la mirada y vi que una roca giraba sobre sí misma para ponerse frente a mí, me incorporé sobresaltada.

La piedra era de color uniforme y más lisa que las demás, pero la principal diferencia que tenía con el resto era la figura antropomorfa que había adoptado. En la bola que le dio lugar a su cabeza aparecieron facciones que la dotaron de una expresión amable, y sus ojos me observaron con atención mientras analizaba las cejas de musgo que se le habían formado en la frente.

La pequeña mata de hierba que le creció en la cabeza semejaba ser su cabello, y de él sobresalieron dos orejas que se movieron hacia delante, como si me estuviese invitando a hablarle. Sus labios se separaron para mostrar los dientes perfectos con los que me dedicó una sonrisa y la roca agitó una mano en mi dirección.

—¡Hola! —dijo con voz risueña.

—¡Pero qué ninfas! —exclamé mientras me alejaba de ella.

—¿Moira? —dijo una voz que me confundió.

La roca abandonó la forma humana y cayó como un ser inerte sobre el suelo. Musa asomó la cabeza entre los arbustos y fruncí el ceño al no comprender su presencia en la Fortaleza. Mis ojos viajaron de su rostro a la piedra inmóvil y la joven se acercó para rodearme con los brazos.

—¿Qué haces aquí? —pregunté desorientada.

Mi amiga se rio y su cercanía me regaló el fresco aroma de los árboles. Los brillantes ojos verdes que le iluminaban el rostro me recibieron cuando se alejó unos centímetros, y su cabello del color de la corteza de los abetos, adornado con trenzas y cuentas que evocaban a su antiguo reino, se removió sobre sus hombros.

Las ropas blancas que vestía, propias de los habitantes del Hrath, destacaban en el entorno que nos rodeaba, y por primera vez desde que la conocía su piel dejó de parecerse al color de la nieve para mostrar un tono oliváceo que me recordó a Max y Oak.

—Estás... distinta —dije mientras le acariciaba la mejilla e intentaba comprender qué había cambiado. Musa me dedicó una sonrisa antes de volver a abrazarme y por mi pecho se extendió una calidez que logró liberarme de las preocupaciones.

—Te he echado de menos —susurró contra mi pelo.

La esmeralda reparó en la piedra que había sobre la hierba y la lanzó varios metros más allá antes de acomodarse frente a mí. Dejé de prestarle atención a su rostro al ver que algo se movía tras ella, y la roca recuperó la vida para dedicarme una sonrisa antes de despedirse y desaparecer.

—¿Moira, estás bien?

—Perdona —dije con la voz afectada por el miedo—. Yo también te he echado de menos, este último ciclo de Asteria ha sido terrible.

—Ya imagino... He visto las nuevas medidas del Consejo.

—¿Me llevas de vuelta contigo? —pedí esperanzada.

—Sabes que lo haría encantada.

—¿Y qué te lo impide?

—¿Crees que Killian va a dejar que te vayas al Hrath? ¿Especialmente después de lo ocurrido con el jabalí de fuego?

—¿Por qué te enteras de todo? —pregunté con una confusión que la hizo reír.

—¿Qué ocurrió en el bosque?

—No tengo ni idea.

—Es muy extraño que llegase hasta aquí un jabalí de fuego, no ha podido ser casualidad.

—¿Y tú cómo has llegado?

—Killian solicitó una reunión con los líderes y me colé para venir a visitarte —dijo con un brillo travieso en los ojos—. Todo el mundo en la colonia te envía saludos, por cierto.

En mi rostro se dibujó una sonrisa débil y me entristecí por estar atrapada en la ciudad en lugar de con mis amigos en el Hrath.

—Parece que el Ix Realix va en serio con lo de ayudarnos —dijo sorprendida—. Nos ha contado que le pidió a la Ix Regnix esmeralda que trajese el libro del reino para investigar sobre lo ocurrido con Marco. Al parecer, alguien hizo que comprendiese que no debería haber tomado esa decisión sin hablar con nosotros y se disculpó por habernos puesto en peligro. No sabrás nada de eso, ¿no?

—Ni idea —dije con una sonrisa.

—Me gusta Ix Realix, parece distinto a los demás... ¿Por qué me miras así?

—¿Acabas de decir lo que creo que acabas de decir?

—No voy a gritarlo a los cuatro vientos, como comprenderás, arruinaría mi reputación de fiel opositora del sistema, pero quiero que sepas que si al final aceptas que sea el padre de tus hijos, apoyaré totalmente tu decisión.

Mi rostro se desencajó y Musa soltó una carcajada.

—Hay algo que quiero enseñarte —susurró tras comprobar que no había nadie a nuestro alrededor.

La joven se estiró para coger un puñado de la tierra que cubría las raíces de los arbustos, y tras volver a comprobar que estábamos solas, juntó las manos a la altura del rostro. Musa susurró unas palabras que no llegué a escuchar y mi mente se resintió en cuanto aumentó la energía elemental que fluía a nuestro alrededor.

La tierra que sostenía entre las manos se removió y del centro nació un pequeño tronco marrón del que brotaron ramas en todas las direcciones. De ellas colgaron brillantes cristales en diferentes tonos verdes, y cuando la brisa del mar se coló entre ellos, generó un tintineo musical que me dejó anonadada.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¡Musa! —exclamé en un susurro, incapaz de encontrar las palabras para expresar lo que sentía en aquel momento—. ¿Cómo es posible?

—Creemos que volvimos a entrar en contacto con la energía elemental cuando acudimos a la ciudad para luchar contra Júpiter —explicó—. Todavía no puedo hacer gran cosa y tan solo lo hemos logrado algunos de nosotros, pero saber que existe la posibilidad de que recuperemos nuestros poderes después de tanto tiempo es...

La voz de mi amiga se debilitó por la emoción y la rodeé con los brazos para darle un abrazo con el que mostrarle todo mi apoyo. Nos reímos contentas y nerviosas por la inesperada evolución de los acontecimientos y mi mente empezó a trabajar a toda velocidad.

—¿Moira? —dijo una voz que nos sobresaltó.

Me levanté para distraer a Quentin mientras Musa se deshacía del árbol que probaba que había ocurrido lo impensable. Si la Autoridad descubría que los hrathnis estaban recuperando sus poderes podrían reconocerlos como enemigos, lo que no haría más que aumentar las ganas que tenían de acabar con ellos.

—¿Qué haces aquí? —me preguntó el rubí, sorprendido por mi comportamiento errático.

—Disfrutar de la luz de los soles —respondí con una voz demasiado aguda.

Pero a Quentin no le importó, porque justo en ese momento, Musa se puso de pie junto a mí. El ambiente cambió y el rostro del rubí se iluminó con una sonrisa que mi amiga correspondió. El tiempo pareció detenerse y Aidan, que no conocía el secreto que compartían, frunció el ceño en cuanto llegó a nosotros.

—¿Qué estáis haciendo?

—Jugar al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies.

La diversión del aqua fue interrumpida por Max, que apareció tras él con el ceño fruncido y el rostro serio.

—Moira, tenemos que hablar.

Capítulo largooooooo.

Ya me contáis.

Mil gracias por ser unas lectoras 10 ⭐

🏁 : 160 👀, 58🌟 y 71✍

Un besiñoooo 😘

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