57. Los secretos que oculta el silencio
Caminábamos con la cabeza gacha y sin pronunciar palabra. Nadie hablaba. Nadie se miraba. Cuando regresásemos a la Fortaleza la guardia Aylerix, que se había ganado la admiración de los seis reinos por sus méritos, que se había mantenido unida desde el atardecer en el que se había formado, dejaría de existir. Aquellos soldados habían pasado juntos cada jornada de los últimos ocho soles. Habían crecido y enfrentado a la muerte; atravesado tierras y reinos para proteger a los habitantes de Neibos; le habían jurado lealtad al Ix Realix y obedecido la ley por encima de todo; y en cuanto abandonásemos el bosque, la ciudad los recibiría con el exilio.
El vínculo nywïth estaba prohibido en la Guardia porque ponía en peligro al jefe del clan, pues ellos eran su máxima escolta. Que Mónica y Aidan se hubiesen vinculado, además de provocar su expulsión de la Guardia, haría que les arrebatasen el rango y la vida como la conocían, pero aquel no era el mayor de nuestros problemas.
Max iba a morir.
Ya lo había hecho, el damnare no tardaría en volver a arrebatárnoslo. La tierra lo sabía. El viento lo sabía. Las voces que resonaban en mi cabeza lo sabían. La maldición atacaría de nuevo y estaríamos tan indefensos ante ella como la primera vez.
Trasno guardaba silencio sentado sobre mi hombro. Desde la muerte del soldado no se había separado de mí. No era más que un producto de mi imaginación, pero aquella quietud tan impropia del duende no hacía más que recordarme lo que estaba por venir.
Me estremecí con disimulo y Trasno me miró con los ojos llenos de lástima. Le dediqué una sonrisa débil y le devolví la atención al camino. La tormenta no había amainado, sino todo lo contrario. La lluvia inundaba la tierra y convertía nuestro entorno en un lodazal en el que nos resultaba muy difícil avanzar. El viento sacudía la vegetación, que nos golpeaba desde todas las direcciones, y la luz no tardó en menguar. Otro atardecer en el que el bosque de Hielo Errante no se había presentado ante nosotros.
Aquella misión era un disparate, pero no teníamos alternativa. Era lo único que nos mantenía con esperanza, y después de lo ocurrido, mis ganas de regresar a la ciudad habían quedado reducidas a cenizas.
Quizá sería mejor que huyesen. La cumbre Solitaria no se negaría a aceptar a los soldados. La colonia se mantendría recelosa y actuaría con cautela, pero en cuanto los conociesen, los tratarían como a dos hrathnis más. Aidan y Mónica no tendrían que separarse, y Marco y Max estarían cerca si aquello era lo que deseaban.
—Sus corazones no están hechos para huir —me dijo Trasno en un susurro.
Y el duende estaba en lo cierto. Los aylerix solo abandonarían al jefe del clan si los obligaban a hacerlo.
—Será mejor que acampemos —dijo Killian sobre el ruido de la tormenta.
Los soldados asintieron y juntos buscamos un lugar en el que pasar la noche. Cuando lo encontramos, Killian se marchó a recoger madera y yo partí para recolectar alimentos. Necesitaba estar sola, aunque hacía lunas que las alucinaciones me habían privado de aquel privilegio.
Mientras recogía hierbas y bayas me visitó un hada lunar. La melena plateada de la mujer parecía un fuego fatuo en medio de las tinieblas y sus alas iluminaban la oscuridad con el reflejo de la luz de las estrellas. Entre los árboles y bajo las piedras descubrí más seres para los que no tenía nombre, o quizá sí, pero como carecía de la fuerza necesaria para aceptar su presencia, me limité a ignorarlos.
Regresé al campamento al mismo tiempo que Killian, que me observaba en la distancia. La intensidad de su mirada me abrumó, pues reflejaba los secretos que ocultaba el silencio. Decidí acabar con aquella tortura y me encaminé hacia las tiendas que habían montado los soldados. El asombro me obligó a detenerme.
Entre la vegetación, oculta y protegida por las ramas, descubrí una pequeña cabaña de madera. Los árboles de luz iluminaban el interior como si fuese una extensión de su propio tronco. Las piedras de agua que formaban el tejado generaban un murmullo constante que se escuchaba incluso sobre la lluvia, y el musgo azul que cubría fragmentos del exterior le otorgaba un carácter salvaje y natural.
—Creímos que no pasaría nada por usar un poco más de magia hoy —me dijo Quentin.
—No podemos permitir que duermas en la hamaca con este tiempo —añadió Mónica con voz suave.
Les dediqué una sonrisa de agradecimiento que se tiñó de tristeza en cuanto se reflejó en mis ojos. El pesar de lo inevitable me quemó la garganta y me apresuré a entrar en la cabaña para disimularlo. El interior estaba revestido por ramas grises y azules, y aunque estaba vacía, a mis ojos no podía verse más completa.
Con la leña que trajo Killian encendimos un fuego en el centro de la estancia, sobre la piedra de lumbre. Nos sentamos a su alrededor y colocamos cuencos y utensilios de sal sobre las brasas para cocinar los alimentos. El silencio se agravó mientras cenábamos, y aunque intercambiamos miradas y expresiones cargadas de significado, nadie se atrevió a pronunciar palabra.
Los soldados esperaron a que se les secase la ropa para retirarse a sus tiendas, y cuando me quedé sola, me senté junto a una de las ventanas. El fuego llenaba la estancia de calidez y su crepitar armonizaba con el murmullo de la lluvia. El viento azotaba las paredes con furia, pero los árboles protegían la cabaña como si fuese un elemento más del bosque. Alguien llamó a la puerta y el mar de los ojos de Killian me recibió al otro lado de la madera.
—¿Puedo pasar? —me preguntó con voz grave.
El viento helado me acarició la piel y el jefe del clan cerró la puerta con premura. Sus pisadas dejaron marcas de agua sobre el suelo y el fuego iluminó la preocupación de su rostro.
—He ido a buscar lágrimas de luna —dijo para mi sorpresa—, pero tan solo he encontrado una. No crecen muchos helechos de roca azul en esta zona.
Killian alzó la mano y me mostró la única gota de rocío que había sobrevivido a la tormenta. Se trataba de una esfera de luz rubí cargada de humo gris. Era evidente que Quentin la había conjurado para él.
—No puedo protegerlos —susurró.
El rostro de Killian se retorció con angustia y las gotas que se deslizaban sobre su cabello centellearon bajo la luz de las llamas. Llevé una mano a su mejilla. Quería calmarlo, pero en cuanto comprendí lo que estaba haciendo, fruncí el ceño y atrapé la lágrima de luna en su lugar.
—Estoy segura de que Aidan y Mónica encontrarán otro oficio que desempeñar, no te-
—No lo entiendes —me interrumpió con pesar—. Han quebrantado la ley. A ojos de la Autoridad no son más que dos traidores que han puesto en peligro la seguridad del Ix Realix. Está penado con la muerte, Moira.
Sus palabras me helaron la sangre y el miedo me debilitó los huesos.
—Harán de ellos un ejemplo. Les arrebatarán el rango y los títulos en una ceremonia pública. Los obligarán a romper el vínculo ante todo el mundo para que sufran, y cuando ya no les quede nada, los matarán para que nadie se atreva a desobedecer a la Autoridad jamás.
Me quedé petrificada y sentí que palidecía. La gravedad de la situación flotó en el aire y Killian me miró suplicante.
—¿Qué necesitas?
—Tienes que borrarme la memoria.
Sus palabras me desconcertaron. La magia de la mente era peligrosa y requería de control y experiencia, algo que yo no poseía. Negué y di un paso atrás, pero Killian me detuvo. Su rostro estaba cargado de desesperación, al igual que su mirada. Nunca lo había visto en aquel estado, y saber que la situación era tan grave como para que reaccionase de aquella forma no me ayudó a tranquilizarme.
—Solo tienes que concentrarte, Moira, sé que puedes hacerlo.
—¿Por qué me lo pides a mí? Ahí fuera hay tiendas ocupadas por los cuatro mejores soldados del reino.
—Ellos no pueden ayudarme.
—¿Y yo sí? —pregunté enfadada por que se atreviese a ponerme en aquella posición.
Y entonces lo comprendí.
—Esto también va contra la ley —susurré—. Si la Autoridad descubre que te han hechizado, los matarán a todos, por eso quieres que lo haga yo, para que me culpen a mí.
Los ojos de Killian se incendiaron y el jefe del clan me agarró de las muñecas y me atrajo hacia él.
—No seas ridícula —dijo enfurecido—. Solo hay dos formas de borrarle la memoria a alguien y una es tan superficial que no tiene efecto sobre los neis poderosos.
—Vienes a pedirle a alguien que no tiene magia que haga un hechizo tan difícil, ¿y yo soy la ridícula? —pregunté airada—. Pídeselo a la Guardia, yo no puedo ayudarte.
—Sí puedes y tienes que hacerlo.
—¡No empieces con tus órdenes, Frost!
—¡Pues no te comportes como una descerebrada!
—¿Te cuesta tanto entender que no tengo magia?
—¿Y a ti te cuesta tanto entender que solo puedes hacerlo tú? —preguntó con rabia—. La única persona que le puede borrar la memoria a un Ix Realix es alguien que logre bajar sus barreras, alguien que sepa ver en su interior y goce de toda su confianza.
La intensidad de su mirada me quemó la piel y le lancé la lágrima a la cara en un gesto desesperado. El humo gris formó un símbolo elemental ante sus ojos, que se distanciaron de la realidad, y en cuanto vi el reflejo de la magia en sus iris, fui incapaz de despegarme de ellos.
—Recuerda que nos atacaron, que sobrevivimos a la naturaleza oscura y que Max pereció —dije mientras me concentraba en la energía de la lágrima—. Recuerda que lloramos su pérdida junto a los árboles de lluvia y que entonces se despertó. Recuerda que solo le queda una vida y que su damnare se ha agravado. Olvida que Aidan y Mónica se unieron para salvarlo. Olvida que aceptaron el vínculo nywïth en un gesto desesperado. Olvida la angustia que te provoca saber que tienes que hacer algo al respecto.
Me llevé una mano a la frente, agotada por el poder de la magia. La niebla se removió en el límite de mi pensamiento y confirmó la validez del hechizo, pero el humo gris se mantuvo entre nosotros.
—Olvida... —Se me quebró la voz y tragué para deshacerme del nudo que se me formó en la garganta—. Olvida que te...
Las llamas duplicaron su tamaño y me volví sobresaltada. Las chispas alcanzaron el techo y junto a la piedra de lumbre descubrí a Trasno atizando las brasas con una sonrisa.
—¿Qué hago aquí? —me preguntó Killian confundido.
La magia se había consumido. El hechizo se selló en cuanto rompí el contacto visual, arrebatándome la oportunidad de ponerle fin a aquel tormento.
Vuelve el caos, vuelven las visiones 😏
¿Qué os ha parecido la cabaña? 🌲
¿Y la conversación con Killian?
¿Imaginabais que iba a hacer algo así para intentar ayudar a sus amigos? 👀
Y lo que es más importante, ¿creéis que servirá para salvarlos? 🤔
Contadmeeeeeeeee📩
Espero que os haya gustado el capítulo😻
🏁 : 195 👀, 83 🌟 y 88✍
Nos vemos el sábadoooo ❤
Mañana responderé a los comentarios que tengo pendientes 💖
Un besiñoooooo😘
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