52. Atmósfera de fatalidad
Apreté el paso para salir de la Fortaleza lo antes posible. Estaba enfadada. No, estaba furiosa. Quería golpear al padre de Zephyr hasta que la sangre le borrase aquella sonrisa de suficiencia del rostro. No sabía cómo, pero me las iba a pagar por convencer a los Ixes de que lo mejor era enviarme a mí al bosque del Hielo Errante. Y lo peor era que había sido idea mía, pero ¿cómo iba a saber que había que adentrarse en la foresta sin magia? ¡Los libros no contenían ninguna advertencia!
—¡Gárgolas antiguas! —exclamé mientras atravesaba otro corredor.
¿Por qué le había dado el libro a Elísabet? Yo habría tratado la información con más cautela. Les habría preguntado a los sabios del reino antes de convocar una reunión. Habría elaborado un plan para presentárselo a los Ixes ¡y no sería tan insensata como para incluirme a mí en el proceso! El poder de las gemas cambió y de las sombras surgió un brazo que me detuvo de forma abrupta.
—¡Papá! —exclamé airada.
—Veo que tu relación con los Ixes va cada vez mejor...
—¿Me han preguntado si me parecía bien ir al bosque de Hielo Errante? ¿Si estaba dispuesta a hacer todo lo que han decidido sin contar con mi opinión? Pues claro que no, porque en este condenado castillo solo viven ceporros y fantoches ¡que creen que todo el mundo se desvive por cumplir sus malditos deseos!
Mi voz rebotó en el pasillo y mi padre se rio entre dientes, lo que no hizo más que aumentar mi enfado. Necesitaba salir de allí, esconderme en el bosque y gritar hasta que me doliesen las cuerdas vocales y me escuchasen los habitantes de la tierra del sol.
—La guardia Aylerix se está preparando para partir.
—¿Tan pronto? —pregunté alarmada.
Todavía no me había mentalizado de lo que estaba por venir y tampoco había tenido la oportunidad de asesinar a Vayras por sus insinuaciones hirientes.
—Cada latido vale nögle de oro —dijo con un brillo curioso en los ojos—. ¿Estás segura de que la causa de tu mal humor no reside en otro lugar?
—Papá.
—El Ix Realix y tú-
—No hay un Ix Realix y yo.
—Me alegra que seáis-
—¿Hace falta que tengamos esta conversación?
—Sí, y deja de comportarte como una insolente. No te he educado para que seas una deslenguada —dijo con el acento sibilante propio del clan Ámbar. Sus iris reflejaron las llamas del fuego y mi rostro se tiñó de diversión—. Ahora ya me he sulfurado.
—Mejor, que luego dices que heredé el mal genio de mamá y la gente se lo cree.
Mi padre me dedicó una sonrisa cargada de nostalgia y me tomó de la mano.
—¿Sabes por qué estás tan enfadada?
—¿Porque esto es una absoluta insensatez?
—No, porque te lo han ordenado. Estoy seguro de que te habrías ofrecido voluntaria cuando se quedasen sin opciones, pero como te lo han impuesto, te parece la peor idea del mundo. Ya eras así de pequeña. Si quería que hicieses algo tenía que pedirte justo lo contrario, porque si te obligaba a comer, aunque estuvieses muerta de hambre, terminarías ayunando durante atardeceres.
—Qué delicia de criatura...
—Me alegra que seáis vosotros quienes vayáis al bosque de Hielo Errante, Moira. Nadie escucha a la naturaleza como tú y ningún grupo de centinelas podrá protegerte como la guardia Aylerix. Esta es nuestra única esperanza. En el horizonte aguarda un incendio que amenaza con calcinar a los seis reinos. No podemos apagar el fuego sin ayuda.
—¿No deberías de estar preocupado por mí? —bromeé en un intento por eliminar la oscuridad que se apoderó de su rostro.
—Quizá, pero sé que si algo ocurre, la Guardia te protegerá con su vida.
La intensidad de sus palabras me pilló desprevenida y me tragué el nudo que se me formó en la garganta.
—También sé que la Ix Realix es muchas cosas, pero no una experta en leyendas antiguas.
—No sé de qué me hablas.
—Por supuesto que no. Estoy muy orgulloso de ti, Moira.
Mi padre me abrazó mientras me depositaba un objeto frío y poderoso en la mano.
—Vuelve conmigo.
Me serví de una lágrima de luna para regresar a casa y coger la mochila que utilizaba en mis expediciones. Verla después de tantos ciclos me liberó de parte de la tensión que me invadía; no iba a quejarme por tener una excusa para abandonar la Fortaleza y perder de vista a sus habitantes.
Volví al castillo y fui en busca de Marco y Musa, que ya estaban al tanto de la situación. Mis amigos prometieron investigar el damnare de Max en nuestra ausencia, y aunque tenían que cumplir sus obligaciones como hrathnis, se llevaron varios libros a la montaña para consultarlos con Elyon.
Cruz, como siempre, logró levantarme el ánimo y me obligó a prometerle que, si encontraba una especie desconocida, la bautizaría con su nombre. El aqua también me acusó de ser el cerebro tras la operación de Elísabet. No lo reconocí, pero me sentí muy satisfecha por que alguien reconociese mi labor.
Zeri se encontraba en el clan Rubí, acompañando a Lev en su dolencia, y me entristeció no poder despedirme de él. Aunque me esforzaba por ignorarlo, no podía evitar sentir que aquel viaje estaba envuelto en una atmósfera de fatalidad innegable.
No encontré a Alis por ninguna parte, así que me dirigí a la torre de Adaír. Atravesé la trampilla secreta y la humedad del pasadizo en espiral me recibió de inmediato. Oculté la escalera para que nadie me siguiese y el estallido de poder que retumbó sobre mi cabeza me sobresaltó. Corrí hacia el cuarto con el corazón acelerado y algo se rompió en mi interior cuando abrí la puerta y lo encontré destrozado. Las estanterías estaban desiertas y los libros se amontonaban en una marea de papeles que ocultaba el suelo. Las velas se habían apagado, sesgadas por la explosión de energía, y los artefactos de nuestros ancestros descansaban sobre las alfombras, convertidos en polvo de cristal.
—¿Alis? —dije tras distinguir una silueta temblorosa sobre el suelo.
La joven se levantó y se abalanzó sobre mí con desesperación.
—Necesito saber qué está pasando, Moira. Necesito saber qué planeáis hacer para vencer a Catnia. ¿Cómo vamos a ganar la guerra si no tenemos respuestas? —preguntó entre sollozos.
—No te preocupes —susurré mientras le acariciaba el cabello—, encontraremos la forma de vencerla. ¿Crees que tu hermano te abandonaría si creyese que existe la más mínima posibilidad que le impida regresar a ti?
—Lo siento —susurró antes de enjugarse las lágrimas—. Tengo miedo y perdí el control de mis poderes. Ahora mira lo que he hecho...
—Será mejor que vayas a despedirte, yo me encargo de solucionarlo.
Alis me dio las gracias y me abrazó antes de marcharse. Sus pasos resonaron en las escaleras y me volví para descubrir a Trasno sentado sobre una pila de libros maltratados. El duende se cruzó de brazos y me miró con unos ojos que lo decían todo sin necesidad de palabras.
—No quiero volver a tener esta conversación —dije cortante.
—Si mueres en el bosque de Hielo Errante por ser una estúpida, no esperes que no te recuerde este momento.
Y con aquellas palabras, desapareció.
—¡Ninfas del lago maldito! —exclamé antes de darle una patada a una butaca.
Me llevé una mano a la frente con el pulso acelerado y desvié la mirada al caos que me rodeaba. Ver el despacho de Adaír en aquel estado me afectó más de lo esperado y me agaché para recoger varios libros. La bola del viejo mundo descansaba hecho pedazos bajo ellos. Había cristales y artefactos destrozados por todas partes, objetos que guardaban la historia de nuestros ancestros y que habían sobrevivido a cientos de edades para terminar pereciendo ante mí.
Deslicé los dedos en el saco de cuero que me colgaba del cinturón y cerré los ojos mientras percibía el poder que contenían las lágrimas de luna. La energía rubí cobró vida sobre mi piel y una luz escarlata se propagó por toda la habitación. De las paredes brotó una brisa cálida que portaba el aroma de la fruta madura y los objetos comenzaron a moverse gracias al influjo de la magia. Los libros rasgados recuperaron las páginas perdidas mientras volaban hacia las estanterías.
Las cortinas se deshicieron del polvo que las cubría, que se convirtió en destellos granates en el aire, y las velas ascendieron hasta el círculo de madera que flotaba en el techo e iluminaron la estancia. El murmullo de los cristales inundó el lugar y, uno a uno, recompusieron los artefactos hasta conseguir que sus defectos desapareciesen. Los jarrones recuperaron las flores eternas que llenaban la estancia de vida, las piedras de energía brillaron bajo el poder rubí y la lámpara se encendió y proyectó un arcoíris de luz sobre la madera envejecida del escritorio.
El esplendor de la torre se reflejó en mi sonrisa. Aquel lugar se había convertido en un espacio de paz y reflexión y me sentí más calmada al ver que volvía a la normalidad. Analicé la estancia mientras me deshacía de la ansiedad que me provocaba nuestra partida inminente, y entonces fruncí el ceño. Me serví de la escalera que descansaba junto a la chimenea para alcanzar una de las baldas más altas de la estantería, ya que en ella se encontraba un juego antiguo que me llamó la atención.
Se trataba de un tablero de cristal que contenía un fragmento del mar en su interior. En la superficie se habían labrado celdas cuadrangulares que reflejaban la luz de las velas. Sobre ellas descansaban figuras en tonos celestes y color cobalto que se enfrentaban en lados opuestos. Había reparado en aquel artefacto hacía lunas, maravillada por su belleza, y sabía que las dos piezas caídas mantenían aquella posición desde antes de nuestra llegada.
¿Por qué la magia no las había colocado en su sitio?
Subí el último peldaño de la escalera e intenté levantar las figuras. Se me aceleró el corazón cuando opusieron resistencia y me separé desconcertada. Utilicé las dos manos para moverlas a la vez, pero tampoco funcionó, y después de probar varios movimientos, escuché un clic que me sobresaltó. Las figuras se alzaron y el tablero se deslizó a la derecha, empujado por una corriente invisible. Junto a él apareció una abertura que ocultaba un diario de cuero azul marino, gastado y con las páginas oscurecidas por la tinta.
—¡Al fin algo interesante! —exclamó Trasno ilusionado.
El duende apareció ante mi rostro y caminó por la estantería hasta detenerse junto al tablero. En las escaleras en espiral resonaron unos pasos y la puerta se abrió para recibir a Killian.
—Te estaba buscando —dijo aliviado—. Está todo preparado para nuestra partida.
Devolví la atención al diario que se mantenía oculto en su escondite. ¿Debía contarle lo que había descubierto? Si contenía información sobre la enfermedad del clan Rubí, quizá no tendríamos que visitar el bosque de Hielo Errante, ¿pero y si hablaba de otra cosa? Podría tratarse de más secretos que nos distraerían antes de una misión importante, lo que resultaría letal en una situación peligrosa. Mi mente me pedía que lo leyese, pero mi instinto se negaba a hacerlo.
—¿Estás bien? —me preguntó Killian preocupado—. ¿No te gusta el plan de Elísabet?
—¿¡Cómo no va a gustarle si ha sido idea suya!? —bramó Trasno, que se materializó sobre las butacas y golpeó un jarrón que se hizo añicos en el suelo.
El sonido del cristal generó un eco que me hipnotizó y bajé la mirada para descubrir que tenía la mano llena de sangre. Sentí una oleada de dolor y me volví sobresaltada, pues ya no me encontraba sobre la escalera, sino junto a la mesa que había entre las butacas.
—¿Te has hecho daño? —me preguntó Killian mientras se acercaba a mí.
—¿Lo he... lo he roto yo?
—Ha sido un accidente, se ha resbalado.
El poder de las gemas cambió y mi sangre se convirtió en un fulgurante río azul que desapareció al instante, junto con los cortes y el dolor. Me volví conmocionada y mi rostro palideció. El jefe del clan susurró unas palabras que restauraron el jarrón y devolvieron las flores eternas a su lugar.
—¿Es por el bosque de Hielo Errante? —me preguntó—. ¿No te parece una buena idea?
—Elísabet es muy inteligente, espero que su plan funcione. Los habitantes del clan Rubí lo necesitan.
—La verdad es que me ha sorprendido. No sabía que ocultaba tantos ases bajo la manga.
Nuestras miradas se encontraron. Killian había utilizado aquella frase para referirse a mí hacía lunas, y en el océano que recogían sus ojos, vi que no se trataba de una coincidencia. Era una pregunta velada, la confirmación de sus sospechas, una prueba de que, a pesar de todo lo que había ocurrido, me seguía viendo entre la bruma.
En lugar de corresponderlo, me volví hacia la estantería.
—Seguro que hay muchas cosas que no sabes de ella —dije con voz débil.
El tablero no se había movido, las figuras seguían caídas y la escalera descansaba al otro lado de la chimenea.
Qué poca fe tenéis en mí... 😏😏😏
A ver, cap de acontecimientos:
Qué tal esa conversación con Mateus? 🔥
Y con Alis? 🌊
Y con Killian? 🌧
Y la mente de Moira? 🌌
Espero que os haya gustado el caaaaap😻
🏁 : 195 👀, 83 🌟 y 88✍
Nos vemos el lunes ❤
Un besiñoooooo😘
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