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43. La caducidad de la vida


El silencio reinó en la armería y todas las miradas se concentraron en el rostro de Max, que nos observó con alivio tras haber confesado su mayor secreto. La tensión se apoderó del ambiente y me senté sobre la mesa de piedra con un suspiro. Aquella conversación se había pospuesto durante demasiado tiempo.

—¿Qué significa que estás maldito? —preguntó Mónica en un susurro, temerosa de pronunciar las palabras en voz alta.

—Que tengo un damnare —dijo el esmeralda mientras les mostraba la marca violeta de su nuca.

—¡No! —exclamó Aidan antes de acercarse a él, incapaz de creer lo que veían sus ojos.

—¿Desde cuándo? —preguntó Quentin afectado—. ¿Cómo ha ocurrido esto?

La mirada de Killian se llenó de reconocimiento y sus ojos centellearon con rabia.

—Fue hace cuatro soles, ¿no es así? ¿Cuando te marchaste con las tropas esmeralda?

Max asintió y Killian apretó los puños hasta que sus nudillos perdieron el color. Los soldados palidecieron y un silencio tan pesado como la magia oscura se apoderó de la estancia. Max suspiró y se sentó en un baúl que había contra la pared, y tras dejar su idrïx al descubierto, comenzó a narrar su historia. Los aylerix y yo nos acomodamos en distintas zonas de la estancia, como si buscásemos formar un círculo con el que protegernos de lo que estaba por venir, y Max prosiguió con el relato hasta que confesó su relación con la muerte y, en consecuencia, la caducidad de su vida.

—Tenemos que hacer algo —dijo Quentin.

—Quizá si hablamos con los-

—No se puede hacer nada —los interrumpió Max, pues no quería que sus amigos se aferrasen a una esperanza vacía—. He cuestionado a los grandes maestros, a los sanadores y con los eruditos. Nadie ha logrado dar con una solución.

—Habrá una salida, Max, siempre hay una salida.

El soldado asintió y la voz de Mónica fue seguida por un silencio triste y doloroso.

—Marco está intentando encontrar la forma de revocar el damnare, pero no pinta bien —dije a pesar del nudo que tenía en la garganta.

—Al menos ha logrado estabilizar mis transformaciones...

—¿Marco? —repitió Quentin—. ¿Marco el líder del Hrath?

—¿Cómo se relaciona Marco con todo esto?

—En cuanto lo descubrí, fui a pedirle ayuda.

—¿Por qué no me dijiste nada?

Killian me miró con una intensidad que amenazó con removerme por dentro, pero se volvió hacia Max en busca de una respuesta.

—Porque la energía transmutada está penada con la muerte —dijo Mónica, que conocía bien a su amigo.

—¿Pensaste que te delataríamos? —preguntó Aidan dolido.

—Claro que no. No quería poneros en peligro. ¿Qué creéis que hará la Autoridad si se entera? —Los soldados no respondieron, pues todos sabíamos lo que ocurriría si llegaban a descubrirlo—. Ni siquiera quería que se enterase Moira, pero perdí el control, Vayras nos vio y todo se descontroló.

—Ya me parecía a mí que no pegabais ni con baba de la caracola luminiscente —dijo Aidan divertido.

—¿Insinúas que no hacemos una buena pareja? —pregunté con falsa indignación.

—Quentin y yo os damos mil vueltas.

—Sin lugar a dudas —dijo el rubí mientras le guiñaba el ojo a su amigo.

—Nos lo tendrías que haber contado antes, Max —dijo Mónica con voz suave.

—Es un secreto peligroso; no quería que tuvieseis que cargar con él.

Aidan se volvió hacia la obsidiana, que asintió en un movimiento casi imperceptible.

—Mónica y yo somos nywïth —confesó de pronto.

Los soldados los miraron perplejos y me reí entre dientes, afectada por los nervios. La sangre abandonó el rostro de Killian y el Ix Realix observó a su amigo de la infancia con una mezcla de incredulidad y culpa.

—No nos hemos vinculado —dijo Mónica mientras nos mostraba la muñeca como prueba de su lealtad.

—¿Lo sois desde que os conocisteis?

—No —respondió Aidan—. El vínculo se manifestó más tarde, hace seis soles.

—¿Seis soles? —repitió Max asombrado.

Aidan miró al jefe del clan, cuyo rostro estaba teñido por la tristeza. Killian no pronunció palabra, pero las emociones que reflejaron sus ojos lograron expresarse por él. Su amigo le dedicó un asentimiento en respuesta a una conversación de la que nadie más era partícipe y Quentin suspiró junto a mí.

—Musa también es mi nywïth —confesó abatido—. Lo supe en cuanto nos encontramos en el Hrath.

—Viene alguien —advertí tras sentir un cambio en la energía de las gemas.

Los soldados recuperaron las posturas regias y la emoción abandonó nuestros rostros para mostrar una máscara de serenidad. El agente del castillo apareció ante nosotros latidos después.

—Ix Realix, Ix Aylerix —los saludó con una reverencia—. Disculpen que los interrumpa, pero los esperan en la sala de reuniones.

El jefe del clan asintió y nos indicó que lo siguiésemos. En el exterior nos esperaba un portal de luz añil que cruzamos en silencio, algo de lo que me arrepentí en cuanto llegamos al otro lado, pues me encontré rodeada por Ixes que me profesaban un odio mutuo. Una erudita me dedicó un gesto desdeñoso y me volví para cumplir sus órdenes y cerrar la puerta. Ella lo podría haber hecho con el movimiento de una mano, pero no le habría aportado la misma satisfacción que señalar mi ausencia de poder. El pasillo se iluminó con la luz de un portal turquesa del que brotó Alis y la joven me dedicó una sonrisa de ánimo que se perdió al otro lado de la madera.

Me sorprendió ver un número de asistentes tan reducido en la estancia y me senté junto a Cruz y mi padre. Era evidente que Killian y los soldados habían decidido tomar precauciones, pero si habían invitado solo a aquellos en quienes depositaban su confianza, ¿qué hacía Vayras allí? El consejero se encontraba junto a Leza, Rivule y otros Ixes que me resultaban familiares. Oak y Elísabet se sentaban junto al jefe del clan, y mientras la Ix Regnix esmeralda me dedicaba una sonrisa disimulada, la futura Ix Realix me miró con un odio que me extrañó. ¿Qué le había ocurrido a la agradable joven con la que me había topado en la playa?

Killian y la Guardia informaron a los presentes de lo que sucedía en el clan Rubí. El desconcierto se convirtió en ira y la ira en miedo y desesperación. Los consejeros, los eruditos y los grandes maestros temían que la Autoridad rubí nos declarase la guerra, pero al mismo tiempo, defendían la necesidad de intervenir. La conversación evolucionó en un debate que buscaba determinar qué era más importante: proteger a Aqua de una posible amenaza o hacer lo correcto.

Estuvimos encerrados entre aquellas paredes hasta el anochecer. Analizamos todo lo que sabíamos sobre Catnia y sus aliados, y tras elucubrar y desarrollar cientos de teorías que relacionaban los acontecimientos, la reunión finalizó. El exterior me recibió con una brisa helada y me froté las sienes en silencio. Los Ixes me daban dolor de cabeza, aunque tenía que reconocer que, en aquella ocasión, los miembros más cabales del Consejo me habían sorprendido.

Decidí dar un paseo por los jardines antes de dirigirme a mi cuarto y me senté sobre una roca desde la que observé el acantilado. El mar rugió a mis pies y el viento gélido se llevó parte de mis quebraderos de cabeza. Sonreí en cuanto vi las burbujas y espirales de agua que brotaban de las olas y no me sorprendió descubrir entre ellas a un joven de cabellos azules y piel tan blanca como la espuma del mar. Sus ojos brillaban con la fuerza de las lunas de plata, ya que en sus iris se reflejaba el poder de la energía que dominaba. Distinguí el símbolo del agua entre el fulgor azul que le iluminaba el rostro y, en aquel momento, comprendí que tenía alucinaciones cada vez que me sentía desbordada por los acontecimientos. Buscaba confort en los seres de las historias que me contaba mi padre cuando era una niña y deseé poder volver a aquellos tiempos en los que la comodidad y la seguridad de nuestro hogar bastaban para alejarme de las preocupaciones.

Por una vez, decidí disfrutar de la paz, ya que cuando tenía visiones, las voces que impedían que escuchase mi propio pensamiento desaparecían de golpe. Era evidente que me resultaba imposible distinguir lo real de lo imaginario, y cuando Trasno se sentó junto a mí y me sonrió, olvidé que tenía que esforzarme por intentarlo.

El elemental del agua creó un espectáculo de figuras cristalinas que flotaron a nuestro alrededor antes de estallar en cientos de gotas que regresaron al océano. El frío de la noche me estremeció y retomé el camino sin más demora. La niebla de los árboles de bruma me dificultó la visión, y a través de las partículas de humedad distinguí la luz que provenía de uno de los cuartos más altos del castillo.

—¿Cómo no me informaste antes? ¡Me sentí como una estúpida! —exclamó Elísabet enfurecida.

—Lo siento, no pensé que te fuese a molestar dada la urgencia de la situación —respondió Killian con culpa.

—¿La urgencia de la situación? ¿Es así como excusas tu ineptitud?

Me volví en busca de alguien que confirmase que aquello no era una alucinación, pero mi única compañía eran las estrellas y, por desgracia, todavía no se habían tomado la libertad de hablarme. Killian bajó la cabeza, afectado por la crueldad de su nywïth, y el peso con el que cargaban sus hombros aumentó al instante.

—Han pasado lunas desde la batalla contra Júpiter y sus hombres. Catnia está desaparecida, Farren muerto y hemos sido atacados en nuestra propia Fortaleza. ¿Qué vamos a decirles a los habitantes del reino? ¿Que sentimos haberles fallado? ¿Que su Ix Realix no sabe cómo protegerlos y que no se merecen su confianza?

El jefe del clan aceptó las palabras de la Ix Realix sin protestar, como si pensase que las merecía, y la tormenta que se desató en mi pecho me obligó a apretar los puños con furia.

—No lo hagas —me dijo Trasno desde la rama de un árbol cercano—. No es asunto tuyo.

Las partículas azules que brillaban en sus iris parecieron calmarme y decidí seguir su consejo, pues ambos sabíamos que tenía razón. Me dirigí a mi cuarto a toda prisa, y aunque caminar entre la tranquilidad de los jardines alivió las emociones que me quemaban el pecho, no logré olvidar el rostro de Killian. Su expresión me recordó a la forma en la que le había hablado su madre hacía quién sabía cuántos ciclos de asteria, cuando todavía no era una fugitiva y tenía el valor de culpar a su hijo de los problemas que ella misma había provocado.

Abrí la puerta de mi habitación, pero antes de entrar, negué y di media vuelta. No podía dejar de pensar en Elísabet y en su rabieta de niña pequeña. ¿Cómo se atrevía a depositar aquella carga en Killian? ¿Es que no sabía que ya tenía suficientes preocupaciones?

El camino de regreso se convirtió en un auténtico suplicio. El maldito duende que me acompañaba no dejaba de recordarme que aquello era una idea terrible, pero el fastidio de su voz llegó a su fin cuando alcanzamos el jardín y descubrimos que la luz del cuarto estaba apagada.

—¿Ves? Se han ido —dijo complacido—. Ahora ya no vas a poder encontrar al jefe del clan.

Pero ambos sabíamos que era mentira.

🎄✨¡Feliz Navidad a todo el mundo! ✨🎄

Se acabaron los secretos, amigas 😍

O eso parece... 😏

Se comenta que hay crisis en el paraíso... ¿Qué pensáis?

Alguna teoría nueva? 📩

Espero que os haya gustado estooo😻

En un ratito respondo a los comentarios del capítulo anterior 🦋

🏁 : 195 👀, 83 🌟 y 88✍

Nos vemos para la semana ❤

Un besiño!😘

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