39. Cuerpos en vida
A pesar de que cada latido parecía transcurrir diez veces más lento, todo ocurrió demasiado deprisa. Los soldados utilizaron sus poderes para defendernos de los ataques de Emosi, que cargaba contra nosotros con una fuerza que solo podía detener el escudo de luz del jefe del clan. Mónica formó una grieta en el suelo que distrajo al Ix Regnix y Quentin utilizó el poder el reino Rojo para lanzar un ataque que derribó a nuestro enemigo. Aidan, Alis y Zeri se sirvieron de su magia para liberar a Max que, para sorpresa de sus amigos, estaba rodeado por hiedras que intentaban ahogarlo.
—Los guardias están cada vez más cerca —dije alarmada.
Seguía sin estar sintonizada con la energía del clan de las emociones, pero el cúmulo de poder que se aproximaba no podía ser otra cosa que la muerte en forma de un escuadrón de soldados. Busqué la mirada de Killian y en ella vi que, si nos descubrían en aquella situación, ni los poderes ni los rangos lograrían salvarnos del Consejo Rubí.
—Mónica, crea un hechizo de luz refleja —le ordenó—. Tenemos que salir de aquí.
El sonido del caminar de los soldados llegó para probar que no contábamos con los latidos necesarios para huir. Cerré los ojos y me concentré en los estímulos que me rodeaban, y tras explotar una lágrima de luna, lancé el brazo hacia delante. De mis dedos brotó un látigo de luz anaranjada que se enredó en el cuerpo del jefe del clan Rubí y lo trajo hasta mí a toda velocidad.
Max, recuperado de los efectos del damnare, dibujó enlaces en el viento y emitió un murmullo que provocó que la vegetación cobrase vida. Nos acercamos a las paredes de arbustos y las hiedras y los rosales crearon un manto tan perfecto a nuestro alrededor que parecía que siempre hubiesen estado allí. Zeri llevó una mano a la boca de Emosi, lo que le selló los labios con una huella de luz rubí que le impidió hablar. Mientras Alis y Killian lo apresaban con grilletes de plasma e inhibidores de magia, la Guardia lanzó un hechizo para evitar que nuestros enemigos percibiesen cualquier sonido proveniente de nosotros.
La vegetación se volvió tan frondosa que nos sumió en una oscuridad que solo lograba vulnerar la energía de las gemas. Mónica pronunció unas palabras en lengua antigua y la brisa que generó me acarició la piel y alivió el incendio que me consumía. El pulso me resonó en los oídos, afectado por el miedo y la tensión del momento. Algo se movió ante mí, y entre los pétalos de rosas y las enredaderas se posaron decenas de luciérnagas que crearon un manto de estrellas nacido para arrebatarle la fuerza a las propias tinieblas.
El silencio se apoderó de nosotros y nos quedamos inmóviles, atentos a cada sonido que provenía del exterior. Alis apoyó una mano en el hombro de su hermano y Killian le dio un apretón mientras observaba al hombre que descansaba a nuestros pies.
—Yo también creo que está asustado —me dijo Trasno, que apareció junto a Emosi para corroborar mis sospechas.
—Si morimos hoy —me susurró Aidan—, solo quiero que sepas que ese uso de la magia ha sido increíble.
Sonreí y golpeé el puño que me ofreció con orgullo.
—No hace falta que disimules —me dijo Quentin—. Todos sabemos que te concentraste pensando en mi culo prieto y respingón.
—Pensando en patear tu culo prieto y respingón.
—¿Podéis centraros en protegernos de los soldados que vienen a matarnos? —preguntó Zeri enfadado.
La marcha de la guardia rubí se intensificó y la tensión me agarrotó los músculos. Los soldados del reino Rojo se detuvieron para analizar la situación y fruncí el ceño tras sentir su magia al otro lado de la pared vegetal. Deseé que el hechizo de luz refleja fuese lo bastante fuerte como para despistarlos, porque si lograban atravesar la vegetación, estaríamos perdidos.
—¿Percibís algo? —preguntó una voz masculina.
—Todo parece estar en orden —respondió una mujer.
Emosi se removió en el suelo y Killian le posó una pierna en el pecho a modo de advertencia.
—¿Entonces por qué nos han citado aquí sin dar explicaciones? —preguntó otra voz.
—¿Creéis que el Consejo ha vuelto a la carga con los simulacros?
El silencio se apoderó de la conversación y los soldados respondieron con suspiros resignados.
—El Ix Regnix parece estar fuera de alcance —dijo otra mujer.
—Habrán sido los Ixes. Esos desgraciados piensan que no tenemos nada mejor que hacer que bailar al son de su música —se quejó un veterano.
—Mis lecturas de energía no perciben nada fuera de lo normal.
—Será mejor que regresemos.
La Guardia y yo intercambiamos miradas de desconcierto. Las pisadas de los rubíes se convirtieron en un murmullo que desapareció tras un portal de plasma y no abrimos la boca hasta que sentí que su energía se difuminaba lo suficiente como para estar fuera de peligro.
—¿Qué acaba de pasar? —le pregunté a Zeri.
—El Consejo no aprueba la guardia personal del jefe del clan porque no tienen tanto poder sobre ella como les gustaría. Los obligan a superar pruebas y simulacros cada cierto tiempo con la esperanza de que fracasen y los puedan sustituir por soldados que los obedezcan a ellos antes que al Ix Regnix.
Me volví en busca de la mirada impenetrable de Emosi, que había desarrollado una gran habilidad para ocultar sus emociones. Era evidente que el Consejo y el jefe del clan Rubí no apuntaban en la misma dirección, ¿pero qué papel jugaba él en todo aquello?
—Hemos venido a investigar lo que ocurre con los enfermos —dije mientras lo miraba a los ojos, donde percibí un brillo de pavor que no logró ocultar.
—¡Moira! —exclamó Killian con desaprobación.
—Lo hemos maniatado y ocultado tras la maleza, ¿pretendes que finja que queremos continuar con el paseo?
El jefe del clan me miró con una seriedad que impuso silencio, pero se limitó a apretar los dientes y a pasarse una mano por el pelo.
—¿Nuestras barreras siguen levantadas?
Los soldados asintieron y Killian posó la mano sobre la boca de Emosi y lo liberó del hechizo. El Ix Regnix se revolvió y se incorporó para escupirle a Quentin, que se apartó justo a tiempo de evitar aquella muestra de desprecio.
—¿Qué te han dado para que te pongas de su parte? —le preguntó con una rabia que removió el poder que nos rodeaba.
—Será mejor que le muestres el respeto que merece, Emosi —le advirtió Killian.
—¡Me das asco!
—¿Qué he hecho para merecer tales insultos? —le preguntó Quentin sorprendido.
—Has firmado tu sentencia de muerte.
La ponzoña tiñó la voz de Emosi y Killian lo levantó y lo empujó contra la vegetación.
—¿Qué sabes de la Ciudad Gris? —le pregunté antes de que el jefe del clan tuviese la oportunidad de hacer algo de lo que su padre no estaría orgulloso.
—¿La Ciudad Gris? —repitió Emosi antes de reírse con desdén—. Ese lugar no existe, no es más que una leyenda.
—Sí que existe —dijo Zeri enfurecido.
—¿Y dónde está?
—¿No deberías saberlo tú? —le preguntó Mónica.
—Aunque existiese, no tendría ni el más mínimo interés en conocer dónde se encuentra.
—¿Y se puede saber por qué? —le preguntó Aidan.
—Porque las historias cuentan que está lleno de escoria.
—No son escoria —susurró Zeri con los puños apretados.
—¿Entonces cómo llamas a los ladrones y maleantes que allí se esconden?
—¡¡Roban porque no tienen otra opción!!
La voz de Zeri rebotó en el hechizo de insonoridad y regresó a nosotros con una furia que me atravesó la piel. Los ojos del joven adquirieron un brillo peligroso y de sus puños brotó una luz escarlata que removió la energía rubí. El rostro de Emosi se tiñó de sorpresa, pero el Ix Regnix no tardó en recuperar su máscara arrogante.
—¿Y tú qué sabrás, mocoso?
—Sé que tanto tú como la Autoridad del clan saqueáis y robáis hasta que a la gente de la ciudad ya no le queda nada. Que los tributos son tan altos que las familias se ven obligadas a pasar hambre y vivir en la miseria. Que el dinero que llena las arcas del reino no se le devuelve al pueblo, sino que desaparece en bolsillos sin fondo. Sé que cuando no pagamos el gravamen que le habéis puesto a la ciudad, nos marcáis para que no podamos cruzar la cúpula con la que la habéis rodeado —dijo mientras se remangaba para dejar a la vista la marca granate de su antebrazo—. Y sé que cuando los habitantes del reino decidan rebelarse, no habrá lugar en el que podáis esconderos, porque recuperaremos todo lo que nos habéis arrebatado y le prenderemos fuego a vuestros cuerpos en vida.
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