31. Un barco que lleva tu nombre
La cabeza me daba vueltas y ni siquiera el agitado océano que se extendía más allá del acantilado lograba calmarme. No podía dejar de pensar en lo que me había contado Max, en lo ocurrido con su nywïth y en el maldito damnare que amenazaba con arrebatarle la vida. La ira me envenenó la sangre y golpeé la piedra que delimitaba el abismo. Grité con rabia y el rugido del viento se removió a mi alrededor.
¡Ninfas! ¿Cómo no me di cuenta antes?
Las respuestas habían estado delante de mis narices desde el inicio, pero no habría sabido interpretarlas ni a cambio de una fortuna de neibanes. Grité de nuevo, presa de la furia que me quemaba el pecho, y apoyé la cabeza entre las manos. Tenía que haber una forma de solucionarlo. Aunque mi conocimiento sobre la magia era muy reducido, me aseguraría de que Max luchase hasta el final. El soldado había salvado a su reino del caos y a cambio había recibido una sentencia a muerte. Nuestros ancestros habrían escrito canciones sobre su heroísmo, pero el miedo impediría que la maldita Autoridad moviese un neënd para ayudarlo.
Me clavé las uñas en las manos en cuanto pensé en la indiferencia de Oak Green hacia la maldición de aquel a quien tenía el valor de llamar amigo, y entonces comprendí que la jefa del clan Esmeralda tampoco estaba al corriente de la situación. Frustrada con el soldado, me remangué para accionar el brazalete de plata que descansaba en mi muñeca. El xerät emitió una luz azul que se extendió en el aire e Ixeia me recibió con una sonrisa que desapareció al instante.
La líder del Hrath me conocía demasiado bien.
—Cálidos atardeceres, Ixeia. ¿Está Marco?
—Han regresado este amanecer, iré a buscarlo —dijo sin perder más tiempo.
Agradecí que no se detuviese a hacerme preguntas que en aquel momento no quería responder. Quizá volviese a pasar la noche en la Cumbre Solitaria; necesitaba alejarme de la Fortaleza durante un tiempo.
—¡Cuéntame tu vida con tres premisas! —exclamó mi amigo al entrar en la cueva.
Las rastas que le sobresalían de la capucha blanca se balancearon mientras se sentaba ante el holograma. Sus ojos del color de la hiedra se deshicieron de la alegría en cuanto reparó en mi rostro y la sonrisa amarga que le dediqué provocó que arrugase la frente.
—¿En tres premisas? Fácil —dije mientras comprobaba que no había nadie a mi alrededor—. Uno: Max es un gato afectado por un damnare y nadie lo sabe excepto yo. Dos: solo le queda una vida y no sé cómo deshacer el hechizo porque la persona que lo maldijo era su nywïth que, por cierto, está muerta. Tres: te necesito.
El rostro de Marco se transformó en una mueca de gravedad.
—Ven a buscarme.
En su mirada encontré una calma que me estabilizó el pulso y asentí agradecida por su apoyo incondicional. El poder de las gemas cambió y fruncí el ceño confundida. Oculté el xerät entre las rocas y entrecerré los ojos cuando vi a una agente del castillo caminando en mi dirección. Se trataba de una mujer que no habría vivido muchos más soles que yo y su lenguaje corporal demostraba que no quería ser vista hablando conmigo.
—Disculpe —dijo con un respeto tan honesto que me sorprendió—. No sé si debería decirle esto, pero el Consejo ha organizado una asamblea de emergencia que la incumbe.
La mujer se desmaterializó antes de que pudiese darle las gracias y mi corazón recuperó el ritmo acelerado de hacía unos instantes.
—Marco, tengo que irme.
Apagué el artefacto y corrí hacia la sala del Consejo. El pánico aceleró el ritmo de mis pensamientos, pero cuando llegué, descubrí que la estancia estaba vacía. Me volví en busca de alguien que me explicase qué ocurría, pero los pasillos permanecían desérticos. Valoré la posibilidad de que los agentes del castillo me estuviesen tomando el pelo, aunque lo más probable era que se tratase de otra alucinación.
Suspiré abatida. La mente me decía que lo dejase estar, pero el instinto me rogaba que le hiciese caso a aquella sensación húmeda y peligrosa que se había instalado en mis entrañas. La aparición de la mujer era diferente a las otras; en algún rincón de mi mente todavía existía la habilidad de diferenciar aquellos episodios.
O al menos me consolaba pensar que así era.
El viento trajo una carga de poder que me guio hasta la gran sala de reuniones. Me detuve cuando vi a mi padre atravesar un portal de luz anaranjada y ambos nos encontramos en la entrada. Su expresión apresurada, junto con el cabello despeinado y los papeles desordenados que sostenía entre los brazos, indicaban que había abandonado el trabajo a la fuerza.
La culpa llegó con el poder de los recuerdos, pues aquella no era la primera vez que lo convocaban en la Fortaleza por mí. Sus clases se habían interrumpido en incontables ocasiones para asistir a reuniones de emergencia cuyo tema principal siempre era yo, y ver que el pasado se repetía me arrebató la fuerza de los músculos.
—Lo siento, papá —dije mientras lo ayudaba a colocarse el unüil.
—¿Estás bien?
—No sé qué he hecho ahora.
Mi padre me acarició la mejilla y me dedicó una sonrisa para infundirme ánimos antes de entrar. Las puertas se abrieron con un gesto de su mano y necesité varios latidos para adaptarme al poder elemental que emanaban las decenas de personas que se encontraban en la sala. No se trataba solo del Consejo, sino que habían invitado a todo el mundo para asistir al hundimiento de un barco que, a juzgar por las miradas de los presentes, llevaba mi nombre.
—Disculpen la tardanza —dijo mi padre tras comprender que era el único que faltaba por ocupar su puesto en el semicírculo de los Ixes.
—No se preocupe, Ixe Flame —le dijo el jefe del clan—. Esto nos ha pillado a todos por sorpresa.
Killian me miró durante un instante desde el asiento más alto de la tribuna antes de hacerle un gesto a mi padre para pedirle que se sentase. Elísabet se encontraba junto a él, ocupando el puesto de Ix Realix que le correspondía, y aparté la mirada de inmediato.
—Que no vean que te afecta —me dijo Trasno.
El duende se posó en la zona media de la tribuna, donde se sentaban los miembros de la Guardia Aylerix, que estaban tan confundidos como yo.
—Mateus, amigo —le dijo Ixe Rivule—. Sé que lo que vas a oír a continuación no es plato de buen gusto para un padre, incluso para uno en tus condiciones, pero te aconsejo que no intervengas, pues no hará más que perjudicarte.
Mi padre se detuvo y miró al padre de Elísabet con una máscara de asombro con la que intentó ocultar su ira.
—Nos reunimos aquí hoy porque han salido a la luz varios acontecimientos que deben ser tratados con urgencia —dijo Vayras—. La Fortaleza es un lugar sacro en el que...
—Abandone el dramatismo, Ixe Vayras, se lo ruego.
—Por supuesto, Ix Realix. Comprenderá mi preocupación cuando hemos sido tan benevolentes con la señorita Flame desde su llegada. Además de permitir su presencia en el castillo, hemos tratado su condición e incluso hemos puesto a las mentes más jóvenes del reino a su disposición para que les transmita su... ¿conocimiento? Y sin embargo ella...
Vayras negó y se llevó una mano a la frente para aumentar la expresividad de su discurso, y en aquel momento lo recordé asomándose a la puerta cuando Max había perdido el control. El miedo me sacudió con un escalofrío y la sangre me abandonó el rostro de golpe.
—Y si embargo ella invierte el tiempo en intimar con sus soldados, Ix Realix.
Ladeé la cabeza en un gesto inconsciente y tuve que apretar los dientes para suprimir una carcajada nerviosa.
—Este señor se ha pasado con el nögle —dijo Trasno divertido.
—En otra situación me sería indiferente, pero debo hablar, Ix Realix. Me preocupa que un ser tan respetado de la Autoridad se encuentre bajo el influjo de esta... —Vayras me miró con desprecio y levanté una ceja para animarlo a expresarse sin reservas—. No sé qué manipulación usa ni si se ha servido de algún hechizo o encantamiento, pero Ix Max se encuentra bajo su influjo.
El más absoluto horror tiñó los rostros de los presentes, cuyos gemidos y expresiones de desconcierto resonaron en la estancia. Mi padre y Cruz se miraron con una confusión que casi me hizo sonreír y mi rostro se llenó de asombro.
—¡Atrévete a negarlo! —me gritó Vayras—. ¡Lo he visto con mis propios ojos!
Me volví hacia Max, que estaba tan aturdido como yo, y el silencio se apoderó de la estancia.
—¿Lo ven? No podemos permitirlo.
La multitud interpretó nuestro silencio como una confirmación de las acusaciones de Vayras. Los soldados nos observaron con el ceño fruncido y la mirada incrédula antes de volverse hacia el jefe del clan. Killian centró su atención en mí. Su rostro se mantuvo impertérrito, libre de toda emoción, pero el mar de sus ojos se revolvió con energía. Los presentes comenzaron a murmurar y a señalarme y el padre de Elísabet pidió silencio.
—Es evidente que un soldado que ostenta el rango Aylerix no se involucraría con alguien de tan bajo nivel por voluntad propia. ¿No es así, Ix Max?
Rivule se dirigió al soldado para dejarme en evidencia, pero Max estaba tan abrumado por la situación que no le respondió. Era evidente que el esmeralda se esforzaba por buscarle una explicación a lo sucedido, pero por desgracia, ya no había escapatoria.
—Ni siquiera sabe qué decir —dijo Vayras con un tono compasivo que provocó que los ojos de Max adquiriesen un brillo peligroso.
—No ha ocurri-
—¿De qué se me acusa exactamente, Vayras? —dije para interrumpir al soldado.
—¿Cómo osas dirigirte así a los miembros del Consejo? —me preguntó Elísabet, asumiendo su autoridad como jefa del clan.
Los rostros de los Ixes se llenaron de satisfacción y alcé la mirada para enfrentarme a la joven que me observaba por encima del hombro.
—¡Debes mostrarles respeto! —exclamó con su poder Ix Realix.
—¿El mismo respeto con el ellos que se dirigen a mí?
El rostro de Elísabet se torció y los ojos de Killian centellearon. La joven se volvió hacia él en busca de ayuda y yo me giré para enfrentarme a los Ixes.
—Las relaciones están prohibidas para los Aylerix siempre y cuando sean fructíferas —dije alzando la voz—, pero como usted bien ha dicho, Ixe, nadie querría tener una relación con alguien de tan bajo nivel como yo.
Rivule frunció el ceño cuando me apropié de sus palabras y el rostro de mi padre se iluminó con orgullo.
—No puedo ser la nywïth de Max por motivos evidentes, así que vuestra ley no tiene peso alguno sobre nosotros. Seguís intentando atribuirme méritos mágicos que jamás lograré alcanzar. Invito a los sanadores a que realicen las pruebas necesarias, aunque el hambre de este Consejo por encontrarme culpable tampoco logrará saciarse en esta ocasión.
»Tenéis valor cuando convocáis a decenas de personas para que vengan a presenciar cómo me dejáis en ridículo, pero la próxima vez, aseguraos de tener un motivo por el que deba avergonzarme. Al contrario de lo que podáis pensar, lo que haga o deje de hacer con mi cuerpo no le incumbe a nadie más que a mí y no me disculparé por ello, así que vuelvo a preguntar: ¿de qué se me acusa exactamente?
Mi voz atravesó la estancia como cuchillas que cortaban el aire y los presentes se sumieron en un profundo silencio. Elísabet me miró con estupor y se volvió hacia Killian en busca de apoyo, pero tanto ella como yo sabíamos que no había ningún motivo por el que pudiesen retenerme, así que me limité a abandonar la sala teniendo como única compañía la seguridad de mis pisadas.
Esta sí que la visteis veniiiiir 😏
Vayras ya está caladísimo.
Contadme cosas 😻
Gracias por todas las teorías. ADORO.
Espero que os haya gustado el cap ❤
🏁 : 175 👀, 75🌟 y 80✍
Nos leemos para la semana.
Un besiñoooo😘
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