3. Confianza
El primero en entrar en la sala fue Ixe Vayras. La Guardia lo siguió después de intercambiar miradas de resignación y yo me limité a caminar tras ellos, deseando que aquello se terminase de una vez por todas.
En cuanto crucé el umbral de la puerta me recibió un agradable olor a eucalipto que me despejó la mente y alivió mi dolor de cabeza. El poder que se concentraba en el ambiente me atravesó la piel y posé la mirada en los cinco soldados esmeralda que había en la estancia.
Tanto los hombres como las mujeres mantenían la postura recta y el semblante serio mientras atendían a la conversación que el jefe del clan mantenía con una esmeralda que se encontraba de espaldas a nosotros. Los rostros de los soldados se iluminaron cuando vieron a Max, cuyos ojos brillaron con alegría, pero ninguno se atrevió a romper la formación.
Los miembros de la Guardia Aylerix imitaron el comportamiento de los esmeraldas y formaron una línea horizontal a lo largo de la estancia. Se posicionaron uno al lado del otro, sin olvidarse de dejar un hueco para mí entre ellos, y adoptaron aquella postura tan seria y formal que no había vuelto a ver desde el atardecer en el que nos conocimos.
Las cosas habían cambiado mucho desde nuestro encuentro en el río Nebuloso. Todavía no tenía claro si los efectos habían sido positivos en mi vida, pero lo que no podía negar era la cálida y agradable sensación que se despertaba en mi pecho cada vez que me mostraban lo mucho que me tenían en cuenta.
Mientras me distraía analizando el aspecto de los miembros del clan Esmeralda, Ixe Vayras se impacientaba porque nadie había hecho mención a su desmesurado ego cuando entró en la sala, lo que era, sin lugar a dudas, una gran ofensa. Quentin me rozó con el codo para llamar mi atención, y en cuanto vi la frente arrugada y los ojos entrecerrados del consejero, tuve que morderme la lengua para no reírme.
—Ix Regnix —dijo cuando no pudo aguantar más.
Vayras extendió la mano hacia la jefa del clan Esmeralda, lo que provocó que todos nos volviésemos en su dirección. Killian lo miró desconcertado y la mujer se giró tan confusa como él.
—Soy el consejero Vayras de la casa Muir, Ix Regnix, es un placer conocerla.
—Lo mismo digo, Ixe —respondió ella mientras le estrechaba la mano.
La jefa del clan Esmeralda se alejó para regresar a su conversación con Killian y su falta de interés en Vayras provocó que el consejero se quedase algo conmocionado. Me esforcé en reprimir una sonrisa y sentí una satisfacción de la que no me sentí orgullosa, pero que disfruté al máximo en secreto.
—Hay demasiados cabos sueltos. No me gusta, Killian —dijo la Ix Regnix esmeralda.
—La situación parece estable, pero el miedo y la inquietud recorren nuestras calles —respondió él mientras se pasaba una mano por el pelo.
—Lo mismo ocurre en las demás ciudades. Los ancianos han comenzado su sínodo y ya no tenemos a quién hacerle preguntas...
—¿Qué sínodo? —le pregunté a Max en un susurro.
—A veces los ancianos se reúnen y se aíslan del mundo. Dejan de prestarle atención al presente para valorar el pasado y vislumbrar el futuro, y durante ese tiempo nadie puede contactar con ellos.
—¿Y cuánto tiempo pasan reunidos?
—Son impredecibles. Sus cónclaves han durado desde una puesta de los soles hasta casi un ciclo de Helios.
Me volví hacia él al instante, sorprendida por sus palabras, y mi conmoción no pasó desapercibida para Ixe Vayras.
—Si no sabe cómo comportarse, será mejor que se retire usted también, señorita Flame.
—Si ni sibi cimi cimpirtirsi —repitió Trasno, que apareció de la nada y se agarró a las ropas del Ixe para escalar por ellas.
Mi rostro se transformó en cuanto vislumbré al duende y tuve que contener mi expresión tras comprobar que el consejero no se inmutaba por su presencia. Trasno me miró con un brillo travieso en los ojos y asió el manto de pelo que cubría los hombros de Vayras para quedar a la altura de su rostro.
—Este es más tonto y no nace —dijo antes de echarle la lengua.
—Si esta situación le parece divertida, necesita más ayuda de la que pensaba —me dijo el Ixe con tono mordaz.
Sus intervenciones no pasaron desapercibidas para nadie, y mientras Trasno seguía haciendo de las suyas, las miradas de los presentes se concentraron en el consejero antes de posarse en mi rostro.
—¡Ah! —exclamó la jefa del clan Esmeralda, que ignoró al Ixe para buscarme con la mirada—. No me había dado cuenta de que la señorita Stone se encontraba entre nosotros.
Su largo cabello liso flotó en el aire cuando se dio la vuelta, lo que permitió que apreciase el color de sus mechones, que imitaba a las agujas de pino. Sobre su piel aceitunada, similar a la de Max, se percibían decenas de pecas que le decoraban las mejillas y la nariz.
Los voluptuosos labios de la mujer se movieron en un gesto curioso mientras me analizaba, y cuando se acercó a mí, me envolvió el fresco abrazo de los bosques. Posé la mirada en el dibujo que le brillaba en la frente, donde se mostraba un árbol elemental trazado con pintura blanca que no hacía más que aumentar el aura de poder que desprendía.
Los ojos de la esmeralda se encontraron con los míos y me cautivaron con la intensidad de sus colores. Uno era tan verde como el musgo que crecía en las cortezas de los árboles, intenso y vivaz, mientras que el otro era de un tono tan claro y comedido como el de las hojas de eucalipto.
El unüil verde que vestía cubría su cuerpo menudo y me sorprendió descubrir lo joven que era. Parecía haber vivido escasos ciclos de Helios más que nosotros, y aunque su mirada recogía una gran sabiduría, no pude evitar preguntarme si el resto de los Ix Regnix serían tan jóvenes como ella y Killian.
«Adaír tampoco llegó a la vejez» —me recordó la voz de mi mente.
—Oak Green —me dijo mientras me tendía la mano con amabilidad—. Es un placer.
—El placer es mío, Ix Regnix —respondí imitando su comportamiento. La joven me sostuvo la mano mientras atrapaba una de las trenzas que se ocultaban entre mi cabello.
—Eres tan... diferente —dijo en un susurro que solo yo pude escuchar.
Sus palabras no estaban cargadas de malas intenciones, sino de pura curiosidad, ya que mi aspecto no encajaba en ningún reino de Neibos. Mis ojos, aunque carentes de poder y magia, podrían pasar por los de una obsidiana, pero mi blanca piel, fruto de pasar la mayor parte del tiempo bajo el manto de los árboles, me delataba.
Mi cabello marrón y sin brillos de colores no pertenecía a ningún clan, ni tampoco lo hacían las pequeñas trenzas que se camuflaban entre mis mechones ondulados. Adornadas con cuentas de madera, para mí eran un símbolo de mi amistad con los neis exiliados en el Hrath, pero en aquel entorno resultaban extrañas y fuera de lo común.
Estudié mi reflejo en los ojos de la joven, aunque ya sabía que ni el mechón de color que me brillaba en el cabello ni las elegantes ropas que vestía lograban impedir que mi aspecto destacase entre los demás. Le dediqué una sonrisa sincera, ya que comprendía su curiosidad, y ella se separó de mí con expresión culpable.
—¿Os importaría dejarme a solas con la Guardia Aylerix? —preguntó tras volverse hacia sus soldados, que asintieron y se dirigieron a la puerta.
—Ix Regnix —le dijo Vayras a regañadientes.
La mirada de odio que me dedicó el consejero no surtió el efecto que le hubiese gustado y me encontré con los ojos de Killian antes de volverme para seguir al Ixe.
—Señorita Stone, quédese.
La voz de la jefa esmeralda se cargó de una autoridad innegable. Era evidente que estaba acostumbrada a que sus órdenes se cumpliesen a rajatabla, y en cuanto pronunció aquellas palabras, la espalda de Vayras se tensó frente a mí. Me di la vuelta para mirarla a los ojos y ladeé la cabeza con resignación.
—¿Es necesario?
Los ojos de la esmeralda brillaron con sorpresa y en sus labios se dibujó una sonrisa que dirigió a Killian. La puerta se cerró y el sonido rebotó en las paredes como una condena que le puso fin a mi fútil intento de huida.
—¿Me está replicando? —le preguntó al jefe del clan.
—Es su pasatiempo favorito.
—Permitidme que os agradezca vuestro trabajo, Aylerix. No sé dónde estaríamos de no ser por vosotros.
—Solo cumplíamos órdenes, Ix Regnix —le dijo Aidan con humildad.
—Y también las desobedecíais, por lo que he oído —replicó ella con malicia—. Max...
—Es un placer volver a verla, Ix Regnix —dijo el esmeralda mientras correspondía el abrazo de la jefa de su clan.
—Lo mismo digo, amigo. Me alegra ver que has encontrado un hogar que te merece.
Las palabras de Oak me dibujaron una sonrisa en el rostro, pero también despertaron mi curiosidad. Quentin había abandonado el reino Rubí cuando su padre provocó la muerte de su hermana para obligarlo a convertirse en el jefe del clan, ¿pero en qué circunstancias habría abandonado Max su reino? ¿Y Mónica?
—¿Hay alguna novedad sobre el paradero de Catnia? —preguntó la Ix Regnix.
—Ninguna.
Oak percibió el cambio en el jefe del clan y se acercó para posarle una mano en el hombro en señal de apoyo. Killian le dedicó una sonrisa y le estrechó los dedos en agradecimiento.
—No es culpa tuya, Killian, no podías saberlo —le dijo con voz suave.
—Daremos con ella de una forma u otra —añadió Mónica con rabia contenida.
—Hay mucho que hacer —murmuró Killian—. Los habitantes de nuestros reinos se sienten inseguros y necesitan respuestas que todavía no podemos darles. Tenemos que asegurarnos de que esto no volverá a repetirse y para lograrlo necesitamos averiguar dónde está Catnia.
—¿Cómo están los bosques del clan, Ix Regnix?
—Oh, Max... Hay zonas prácticamente deshechas. En el interior es donde se han registrado más daños. Los grandes maestros están intentando recuperar las áreas afectadas, pero el proceso de regeneración es un trabajo lento y laborioso —explicó afectada.
—¿Se sabe algo de los esmeraldas que atacaron la Fortaleza e intentaron secuestrar a Alis? —le preguntó Aidan.
—Hemos conseguido recrear su camino dentro del reino. Buen ojo al identificarlos, por cierto —me dijo con una sonrisa amable—. Seguimos la pista del colgante del Árbol de la Vida, pero descubrimos que entre ellos no había nadie elegido por la naturaleza. Los investigamos a fondo y gracias al registro descubrimos que el colgante pertenecía a uno de nuestros mejores sanadores. Suponemos que lo amenazaron para que los curase, y cuando obtuvieron lo que querían de él, le cortaron el cuello y se llevaron el Árbol de la Vida como trofeo.
El silencio se apoderó de la estancia y nuestros cuerpos se tensaron. Nos miramos sin saber qué decir, aunque lo cierto era que las atrocidades cometidas por los hombres de Júpiter ya no eran una sorpresa para nosotros.
Sentí una punzada de culpabilidad al pensar en él y su trágico final. Estaba segura de que si no hubiese frustrado los planes de Catnia, que todavía eran un misterio, Aaron habría sido un buen hermano mayor para Alis y Killian.
—He traído el registro de los elegidos por la gema, como me pediste —le dijo la jefa del clan Esmeralda a Killian.
Oak accionó un contenedor espacial en forma de brazalete y en sus manos apareció un libro que me dejó sin respiración. Era grueso y ancho, y en cuanto lo posó sobre la mesa se hizo evidente lo pesado que era. De su lomo brotaban hojas de hiedra y tenía la tapa cubierta por musgo y hierba viva. Sobre la vegetación se abrían surcos que dibujaban el emblema del reino Esmeralda y de ellos nacían fragmentos de cristal que contenían el brillo de su gema elemental.
La joven posó la mano sobre la esmeralda que descansaba en el centro de la cubierta y el ambiente cambió a mi alrededor. Una brisa suave y fresca me removió el cabello y los ojos de la Ix Regnix brillaron con un intenso color verde que reflejó el poder de la gema que nutría su reino.
Las páginas se movieron con una corriente mentolada y su sonido me recordó al murmullo de los árboles. El libro se abrió en el lugar en el que comenzaba la lista con los neis que habían sido honrados por el Árbol de la Vida desde que Neibos tenía memoria.
—¿Qué es lo que quieres saber? —preguntó la esmeralda.
—¿Hay algún Marco que siga vivo?
Las palabras de Killian nos pillaron a todos por sorpresa. Los soldados intercambiaron miradas de confusión y mi pulso se aceleró al instante.
—¿Qué ninfas estás haciendo? —le pregunté mientras trataba de contener el fuego que me quemó las venas.
—Alguien se ha metido en problemaaaas —canturreó Trasno, que caminaba sobre la mesa con expresión divertida.
Los ojos de los presentes volaron en mi dirección y la mirada de la Ix Regnix esmeralda se tiñó de una incredulidad que en otro momento me habría preocupado.
—Moira, está bien, nos conocemos desde hace edades —me dijo Killian con voz conciliadora—. Oak es una líder magnífica y una gran persona. No te preocupes, confío en ella plenamente.
Mi rostro se transformó por el asombro y de mis labios escapó un resoplido a medio camino entre la furia y la diversión.
—Ah, bueno, si tú confías en ella, supongo que está todo en orden.
El corazón me latió con fuerza contra las costillas y me clavé las uñas en las palmas de las manos para evitar convertirme en un fuath maligno y aniquilar a Killian allí mismo. Me giré y me encaminé hacia la puerta con la ira motivando cada uno de mis movimientos. Killian se movió en mi dirección, pero no me alcanzó, y cuando salí di un portazo con tanta rabia que escuché los sonidos de sorpresa que emitieron los soldados al otro lado de la madera.
Ay, ay, ay....
Este capítulo ha sido un poco más largo, espero que lo hayáis disfrutado.
🏁 : 155 👀, 53🌟 y 68✍
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