27. Ojos de hielo
Muchas gracias por toda la interacción del capítulo anterior ❤
El mar se removía incómodo en la madrugada. No sabía cuántas horas había pasado sentada en la arena húmeda, observando una inmensidad oscura que no tenía respuestas que ofrecerme. En mi mente se reproducía el mismo momento una y otra vez, como una condena que impedía que olvidase lo ocurrido. Killian se preparaba para iniciar el último baile y despedir la celebración. El jefe del clan extendió la mano hacia Elísabet, que debía acompañarlo al centro de la pista, y cuando sus dedos se tocaron, el mundo se transformó. La multitud estalló en aplausos, pues que un Ix Regnix encontrase a su nywïth era un regalo de los dioses antiguos, y las flores de artificio llenaron el cielo con destellos de colores que me acompañaron de camino hacia la playa.
«Prométeme que vendrás en lugar de ceder a tus ganas de huir».
Negué y hundí las manos en la arena. Sabía que Killian no iba a acudir a nuestra cita, pero era incapaz de levantarme. Ni siquiera entendía por qué había ido a la playa. Quizá necesitaba presenciarlo con mis propios ojos, ver cómo caían los añicos de un sueño que se había convertido en polvo antes de alcanzar el olvido.
Me dolía el cuerpo y tenía los músculos entumecidos por el frío. El salitre me había endurecido la ropa y el viento húmedo me cortaba la piel con cada ráfaga que sacudía las olas del océano. En el agua, a lo lejos, se ocultaba una mujer que me observaba en silencio. Lo único que sobresalía de la superficie era su hermoso rostro, que brillaba bajo el poder de las tres lunas.
En un primer momento creí que se trataba de la ninfa, pero el reflejo de la luz permitió que viese las escamas que se difuminaban a ambos lados de sus pómulos. Los destellos de colores que emitían daban paso a una piel que semejaba ser tan suave como las nubes y, sobre su cabello blanco azulado, descansaba una tiara creada con conchas, estrellas y brillantes caracolas de mar.
Por momentos, el movimiento de las olas ocultaba sus facciones, pero sus ojos de hielo se mantenían siempre sobre la superficie, vigilándome. Le sostuve la mirada, esperando encontrar en ella algo que me hiciese reaccionar. Los latidos pasaron. El frío se instaló en mi pecho y me alcanzó hasta las entrañas.
No sentía nada. No era más que la espectadora de una realidad que me resultaba indiferente. No lloré ni grité ni me enfadé. Me limité a existir, a estar, a ser una piedra inerte en el camino.
El mar se apaciguó y el ambiente cambió. Las nubes que arrastraba el viento se detuvieron sobre el reino y sus gotas se unieron a la inmensidad del océano. La lluvia me humedeció la piel y me resentí por el frío, pero no me moví. La tormenta se revolvió, como si le molestase mi indiferencia, y cuando aumentó su intensidad y las gotas se me acumularon en las pestañas, sonreí. El sonido de la naturaleza amortiguó la voz de mis pensamientos y la luz de un relámpago se coló a través de mis párpados. Permanecí en aquella posición, ajena a todo y a todos, y deseé poder alargar el momento durante toda la eternidad.
Varios rayos sacudieron el cielo y los truenos se volvieron tan intensos que me aceleraron el corazón. Me levanté entumecida y jadeé por el dolor. Los ojos de hielo brillaron en el agua y la joven me dedicó un asentimiento antes de desaparecer. No me inmuté cuando vi que su cola de sirena salía a la superficie para coger impulso, ni tampoco cuando atravesé la Fortaleza silente y vi a los eruditos y a los grandes maestros trabajando en un entorno carente de magia.
No fue hasta que llegué a mi cuarto y vi las auroras de la planta boreal que me sentí desbordada por la cascada de emociones que descendió sobre mí.
Y entonces perdí el control.
✧☪✧
La luz del amanecer atravesó las ventanas de mi habitación y me levanté para descubrir el destrozo que había provocado la noche anterior. Los libros estaban esparcidos por el suelo, las cortinas rotas y las plantas fuera de sus macetas. Las alfombras y los cojines flotaban en una marea de papeles y caos que me resultaba asfixiante, así que deslicé los dedos en el interior del cofre para buscar una lágrima de luna que me ayudase a deshacerme de aquella vergonzosa situación.
El murmullo de los árboles se extendió por la estancia y la brisa del bosque colocó cada objeto en su sitio con una delicadeza sorprendente. El viento mentolado formó un remolino que se deslizó por el cuarto y el caos desapareció en un solo latido. Negué, abrumada por el poder de la magia, y me dirigí a la ducha para aliviar la tensión que se había apoderado de mis músculos.
Después de vestirme me deshice de los ornamentos de cristal que descansaban en mi cabello y simbolizaban lo ocurrido en el gran salón. Le eché un breve vistazo al reflejo que me observaba desde el otro lado del espejo, cogí la capa y me preparé para dirigirme a Slusonia. De camino hacia la puerta pisé un cristal que rompió el silencio que me rodeaba, y entonces comprendí que la lágrima de luna no había solucionado todos mis problemas.
Me agaché sobre la alfombra sin perder de vista los restos de la maceta de cristal de diamante que había esparcidos por el suelo. La nieve que nutría la planta boreal se había derretido y sus hojas y raíces se agrupaban en una bola seca y sin vida. Algo se rompió en mi interior al verla en aquel estado y la humedad me nubló la visión.
Estiré la mano para tocar la planta, como si quisiese pedirle disculpas por mis acciones, y me corté con un trozo de cristal. Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas y la sangre me tiñó la piel en un reflejo del daño que me consumía por dentro. Tendría que haberme marchado. Tendría que haberme alejado de aquel lugar hacía lunas y sin mirar atrás, pero había sido tan estúpida como para creer en cuentos de hadas utópicos y pueriles.
Alguien me tocó mano y me volví para descubrir a una hermosa joven junto a mí. Las voces de mi mente me gritaron que corriese. Sus ojos verdes me observaron con lástima y curiosidad. La brisa del bosque movió la misma melena anaranjada que había visto en el libro de Trasno y el desconcierto impidió que reaccionase.
Me quedé inmóvil mientras la ninfa se llevaba mi mano a los labios. Tenía el cuerpo cubierto por helechos azules que destacaban sobre su cremosa piel y fui incapaz de apartar la mirada de ella. La mujer me depositó un ligero beso en los dedos y el corte se curó al instante. Sus labios se curvaron con una sonrisa y la ninfa se acercó para acariciarme la mejilla y enjugarme las lágrimas.
La melena anaranjada se deslizó por su cuerpo cuando se volvió hacia la planta boreal. La cogió entre las manos, y en cuanto las flores le rozaron la piel, emitieron auroras de colores en todas las direcciones. La maceta de diamante se recompuso ante mis ojos y se llenó de una nieve que nutrió las raíces de la planta, que se estiró cargada de vida. La ninfa la depositó sobre la cómoda y me dedicó una sonrisa triste antes de cruzar la pared y desaparecer.
✧☪✧
Aquella era la primera vez que mis alumnos guardaban silencio y se abstenían de hacer comentarios clasistas, aunque quizá se debía a su emoción por aprender los hechizos de ofensa que me había proporcionado Ixeia. El murmullo de los cristales rotos y las explosiones de poder resonaba en la estancia, y aunque se habían producido varios accidentes, la armonía reinaba a nuestro alrededor.
Los hechizos de sanación que habían perfeccionado con los atardeceres se encargaban de eliminar los daños, y el diálogo y las disculpas permitían que continuasen con sus labores sin que me viese obligada a intervenir. Su progreso era evidente y cada vez les prestaban más atención a mis lecciones sobre la civilización antigua. Seguían sin comprender cómo les beneficiaba aquel conocimiento, pero sus mentes se estaban expandiendo sin que fuesen conscientes de ello. Ningún Ixe enfurecido había venido a reclamarme que les estuviese enseñando aquellos hechizos a sus hijos, al menos todavía, así que asumía que no me habían traicionado. Al menos todavía.
Todos habían logrado realizar alguno de los hechizos de ofensa que les había enseñado. Todos excepto Zephyr, el muchacho de piel del color de la arena que encabezaba mi grupo opositor desde que había pisado Slusonia. El aqua tenía problemas para romper la copa de cristal que descansaba ante él y frunció el ceño cuando me acerqué, pues mi presencia, a sus ojos, no simbolizaba más que su propio fracaso.
—No necesito que vengas a molestarme con tus tonterías de Sin Magia.
Las palabras envenenadas del joven llamaron la atención de sus compañeros más cercanos, que abandonaron sus quehaceres al instante.
—¿Qué necesitas, entonces? —le pregunté.
—Si me dejases tranquilo, ya lo habría conseguido.
—¿Estás seguro? —le pregunté con una carcajada. Zephyr apretó los puños hasta que los nudillos se le tornaron blancos, pero no dijo nada—. No tienes por qué avergonzarte, es evidente que no alcanzas el nivel necesario para realizar este tipo de magia. No todos los Ixes están destinados a hacer grandes cosas. Hay muchos que, como tú, se quedan estancados en la mediocridad.
—¡Cómo te atreves! —bramó mientras se levantaba de un salto.
La rabia del joven convirtió el hielo de sus ojos en profundas llamaradas, y con un simple gesto, creó una ráfaga de aire que rompió la copa y me lanzó a través de la estancia. La pared de plasma se iluminó y me golpeó con una fuerza que me cortó la respiración. La magia remitió y me caí al suelo. Los fragmentos de cristal se me hundieron en la piel y el dolor me recorrió las venas con una rapidez que me dificultó el pensamiento. La clase se inundó de exclamaciones de pánico y los jóvenes saltaron sobre las mesas y tiraron las sillas para venir a socorrerme. La sangre que me brotaba de la cabeza me tiñó las mejillas y se detuvo en mi ropa, donde se formó una mancha alarmante.
—¡Lo siento mucho! —exclamó Zephyr en cuanto llegó a mí.
El muchacho se arrodilló y movió una mano en mi dirección, pero luego decidió apartarse. Me senté en el suelo con la ayuda de varios de sus compañeros y me apoyé contra la pared en cuanto comprendí que estaba demasiado débil como para mantener el equilibrio. Zephyr me miró con miedo y culpa. El muchacho se llevó las manos a la cabeza en cuanto se fijó en los cristales y en la herida que me había fracturado el cráneo. El pánico le transformó el rostro y le tembló el labio inferior.
—Yo no... No pretendía...
—Está bien, Zephyr —le dije mientras le posaba una mano sobre el hombro.
—No quería hacerte daño, lo juro. Me enfadé y-
—Ya lo sé, lo hice a propósito —susurré.
El rostro del joven se transformó por el desconcierto, al igual que el de sus compañeros, y mis labios se separaron para dar paso a una sonrisa triste.
—Nuestra vida se basa en energía, la necesitamos para realizar cualquier cometido. Sin ella no podemos estudiar ni caminar, pensar o crear. Tenemos que estar concentrados, pero nuestra mente se distrae cuando tiene que lidiar con nuestros sentimientos. No eres mediocre, Zephyr. Mediocres son las personas que deciden rendirse en lugar de seguir luchando por alcanzar la meta que persiguen. No lograbas conjurar el hechizo porque tu mente tenía que lidiar con la frustración, con el miedo a no ser el mejor y con una vergüenza que solo existe en el mundo de clases en el que os educan.
El joven me miró conmocionado.
—El temor, la ansiedad, la ira, el odio y la frustración. Todas son emociones muy poderosas que, o nos bloquean e impiden que alcancemos nuestro objetivo, o nos dan una gran energía que siempre tiene consecuencias negativas.
Señalé los cristales que tenía incrustados en el cuero cabelludo como prueba inequívoca y Zephyr se encogió entre sus compañeros. El joven me posó las yemas de los dedos en la frente y un hormigueo cálido e intenso se apoderó de mi piel. La niebla se abalanzó sobre mi pensamiento y cerré los ojos para contener el dolor que me palpitó en las sienes.
—No puedo curarla —dijo decepcionado.
Kala, la joven de ojos grises que había mostrado la mayor habilidad con los hechizos de sanación, también intentó curarme, pero el resultado fue el mismo.
—El hechizo es demasiado débil como para sanar una herida tan grave —explicó Zeri.
—¿Y si unimos nuestra magia? —sugirió Saraiba.
Incliné la cabeza para ocultar la sonrisa que me iluminó el semblante cuando se tomaron de las manos, pero mi reacción no les pasó desapercibida y me miraron con preguntas en los ojos.
—Antes casi no os podíais ver delante, y ahora vais a probar un hechizo colaborativo para sanar a la Sin Magia de una herida que ha provocado uno de vuestros conjuros de ofensa.
Los rostros de los jóvenes se suavizaron y Trasno, que llevaba actuando de manera extraña desde el amanecer, observó cómo se iluminaban las manos que los unían. El ambiente cambió y la magia se propagó por mi piel y se concentró en mis heridas. El dolor se intensificó hasta volverse casi insoportable, y entonces desapareció junto con los cristales y la sangre que me manchaban la ropa. Mis alumnos intercambiaron miradas de asombro ante sus propias habilidades y no pude evitar sonreír con orgullo.
—La gente cree que si se concentra en las emociones negativas obtendrá un mayor poder, pero en realidad son los sentimientos positivos los que más energía nos aportan.
—Pero entonces, ¿por qué no los utilizan? —me preguntó Aster.
—Porque esos son los más difíciles de dominar.
Están pasando cositaaaaaas.
¡Contadme!
¿Teorías?
¿Opiniones?
¿Cómo nos sentimos?
Espero que os haya gustado el cap 😍
🏁 : 168 👀, 68🌟 y 80✍
Nos leemos para la semana ❤
Un besiñoooo😘
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