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26. Normas y neis


Aquel maldito vestido me tenía hasta las narices, pero no podía negar que me sentía bonita con él puesto. Cruz y mi padre habían insistido en que me cambiase para el baile, porque al parecer, acudir con la ropa en perfecto estado que lucía estaba mal visto.

¿Quién entendía las estúpidas reglas de los neis?

—Deja de quejarte —me ordenó Trasno desde algún lugar del pasillo.

Me volví irritada y preparada para replicar, pero entonces descubrí que el duende también se había cambiado. El abrigo granate y sus prendas de ornamentos anaranjados se convirtieron en un traje de terciopelo gris que me dejó anonadada. En el centro de su pecho brillaba el emblema que había visto en el tapón de su cantimplora: una flor de pétalos violetas acompañada por una corona y unas alas doradas.

—¿Estás de broma? —le pregunté indignada.

—No seas cría, debes presentar tus respetos.

—¿A quién? ¿Al santo patrón de los esquizofrénicos? —Trasno se rio y desapareció en cuanto Mónica se acercó por el pasillo.

—¿Con quién hablas?

—Con este maldito vestido —dije mientras agarraba la tela que me descendía hasta los pies—. Si no puedo ni caminar, ¿cómo pretenden que baile?

—Seguro que te las apañas.

—¡Eh! —exclamé en cuanto reparé en su elegante atuendo—. ¿Por qué tú no llevas vestido?

—Ventajas de ser Ix Aylerix, querida. Nadie cuestiona tus decisiones estilísticas por miedo a que les cortes una mano.

Mónica me correspondió la sonrisa, pero su rostro se transformó un instante después.

—Con respecto a lo de antes... —Hice un gesto para quitarle importancia al asunto y la obsidiana me sorprendió con un abrazo—. Gracias, Moira.

—No hay por qué darlas. ¿Qué es una Ixe enfadada más en mi lista?

La joven se rio mientras la estrechaba entre los brazos. El poder elemental cambió y sus ojos avellana me miraron con agradecimiento antes de posarse en una figura a mi espalda.

—Mónica, ¿podrías dejarnos a solas?

—Claro —respondió la obsidiana, que me dedicó una sonrisa de despedida y se marchó hacia el gran salón.

La risa musical de Trasno resonó en mi mente y me volví para enfrentar al jefe del clan. Los ojos de Killian se llenaron de asombro, pues jamás me había parecido tanto a una habitante de la Fortaleza como en aquel momento. La falda azul oscuro que vestía me caía hasta los tobillos y formaba ondas que me acariciaban las piernas cada vez que me movía. Por mis brazos se extendía una tela de gasa blanca que me dibujaba brillantes copos de nieve sobre la piel. Las trenzas y los ornamentos de madera que me decoraban el cabello se escondían tras las suaves ondas que formaban mis mechones, incluido aquel que, lleno de vida y color, llamaba la atención de todo el mundo. Killian atrapó uno de los abalorios de cristal turquesa que brillaban entre mis rizos y sonreí cuando vi el asombro que reflejaba su rostro. Yo tampoco me reconocía en aquella joven elegante y grácil.

—Estás... rara —dijo para mi sorpresa. Arqueé las cejas incrédula y solté una carcajada que avergonzó al jefe del clan—. No, por favor, es evidente que estás-

—No lo estropees —dije complacida con su comentario inicial. Aquella no era yo y ambos lo sabíamos.

—Tenemos que hablar.

—No voy a quedarme, Killian.

—¿Por qué no? —Su voz cambió y su rostro se volvió severo.

—Este no es mi sitio.

El jefe del clan me miró como si le estuviese hablando en una lengua antigua que no lograba comprender. Sus iris se tiñeron de un dolor que me sorprendió, y cuando dio un paso atrás comprendí que mi partida le ponía fin a cualquier ilusión de futuro que pudiésemos tener juntos.

—¿Has recibido mi nota?

Asentí en silencio. Quería darle las gracias por el regalo, pero las palabras se me atascaron en la garganta.

—Hablemos luego, entonces —dijo en un susurro—. Prométemelo.

—¿El qué?

—Que vendrás en lugar de ceder a tus ganas de huir.

Nuestros ojos se encontraron y el bullicio que vivía en mi pensamiento se apagó en cuanto sonreí. Debería molestarme que me tuviese tan calada, pero saber que me conocía tanto me aportaba una paz que iba más allá de mi comprensión.

—Te lo prometo —susurré.

—¡Moira Stone! —exclamó una voz que retumbó en el pasillo.

Alis me miró como si fuese la mayor enemiga del reino y me señaló con un dedo acusador. Junto a ella caminaba Zeri, que se esforzaba por mantener el ritmo airado de la muchacha.

—¿¡Cómo que te vas de la Fortaleza!? —Las emociones que escondían sus palabras provocaron que me volviese hacia Killian en busca de ayuda—. No me lo ha dicho él, lo sabe todo el castillo. ¿Es que no merecía escucharlo de tu propia boca?

—Alis... —dije mientras la tomaba de las manos—. Pensaba contároslo este anochecer, pero veo que se me han adelantado. Se lo dije a Vayras y a Leza en una discusión, no pretendía que se enterase todo el mundo.

—¿Pero por qué te vas? —preguntó con un tono cargado de súplica.

—No voy a desaparecer, solo estaré en mi casa. Aquí hay demasiadas normas y neis para mi gusto —dije arrugando la nariz, lo que le dibujó una sonrisa triste en el rostro—. No te preocupes, seguiré pasando en el castillo la mayor parte del tiempo.

—¿Ah, sí? —preguntó Zeri incrédulo, pues él también ansiaba disfrutar del mundo que se extendía más allá de aquellos muros.

—Mi padre y Cruz están aquí y vosotros y la Guardia también. Además, no voy a abandonar los entrenamientos ahora que estoy tan cerca de acabar con Quentin.

—¡Espero que estés diciendo cosas buenas de mí! —exclamó el soldado mientras atravesaba un portal de humo escarlata al fondo del corredor.

Los jóvenes se rieron y yo me sentí orgullosa por haber reconocido su magia entre la del resto. Alis se calmó con mis explicaciones y Zeri y Quentin se sumergieron en una conversación sobre las diferencias que tenían los bailes de Aqua y los del clan Rubí. En cuanto nos detuvimos ante la entrada del gran salón, suspiré y negué desganada.

—No estoy preparada para esta berza.

—Si has sobrevivido a los anteriores, también podrás con este, Moira —me dijo Quentin con una sonrisa de ánimo.

—Nunca he venido a ninguna celebración.

Los gemidos de sorpresa de mis acompañantes resonaron en el pasillo, y aunque me hicieron sonreír, la compasión que se reflejó en sus rostros me dejó un regusto amargo en el pecho.

—En ese caso —dijo Aidan, que acababa de llegar acompañado por Max—, ¿me concedes este baile?

No tuve ni tiempo para responderle. El soldado me agarró y me guio entre la multitud hasta el centro del gran salón. El entorno me maravilló y Aidan se rio y me rodeó con los brazos para apoyarme las manos en la espalda. El aqua me dedicó una sonrisa que correspondí, y cuando los músicos utilizaron su magia para tocar las flautas de coral y las arpas de burbujas, la estancia cobró vida.

La melodía llegó a todos los rincones y una de las paredes desapareció para dejar a la vista el jardín que se abría paso en el exterior. Los árboles de luz y de bruma centellearon bajo las cintas de estalactitas en diferentes tonos azules que decoraban el lugar. Los ornamentos de cristal que descansaban sobre las mesas reflejaron la luz de las lunas y el techo mostró un cielo repleto de estrellas. Sobre nuestras cabezas cayeron delicados copos de nieve que se convirtieron en flores antes de tocar nuestra piel y me reí fascinada. Dejé que Aidan me guiase por la pista de baile mientras admiraba las esculturas de hielo, las fuentes nacidas de la hierba y las flores de escarcha que se movían al son del viento.

El tiempo pasó en un suspiro. Bailé con Zeri, con Cruz y con mi padre, me reí con la Guardia y les gasté bromas a Killian y a los soldados junto a Alis y Mónica. Trasno me acompañó mientras probaba algunos de los deliciosos manjares que habían preparado los cocineros, y cuando me empezaron a doler los pies, me alejé para tomar un poco de aire fresco.

Descubrí a Killian entre la multitud del jardín. Todos los invitados querían hablar con él, y mientras los demás nos divertíamos, el jefe del clan debatía sobre política, pulía las relaciones exteriores y trataba de mantener contento a todo el mundo. Killian se dio la vuelta y sus ojos se encontraron con los míos sin esfuerzo. Sonreí cuando empezó a caminar hacia mí, pero un agente del castillo lo detuvo para susurrarle algo al oído. Killian asintió y lo siguió hasta el centro del gran salón, donde se subió a la plataforma en la que minutos atrás descansaban los músicos.

—En primer lugar, me gustaría agradecer la asistencia de todos los presentes —dijo con su voz de Ix Realix, que iluminó los rostros de la estancia—. La situación en la que nos encontramos no es fácil, pero gracias a vosotros y a los habitantes del reino, sé que lograremos que la paz vuelva a gobernar nuestro clan.

La multitud estalló en ovaciones y aplausos y se me erizó la piel tras presenciar el poder de convocatoria que tenía el jefe del clan. Killian aplaudió junto a ellos y, después de unos latidos, alzó la mano para calmar a los invitados.

—Como sabéis, todavía no hemos descubierto a los responsables de los ataques sucedidos en la Fortaleza. —El ambiente cambió y la tensión se apoderó de los neis—. Es por eso que, a partir de este anochecer, quedará prohibido el uso de la magia en la Fortaleza.

Se me desencajó el rostro al escucharlo y me volví en busca de la Guardia, que no parecía sorprendida por las declaraciones del Ix Realix. El resto de los presentes, sin embargo, habían empezado a entrar en pánico.

—No temáis, amigos, no será una restricción definitiva. Pasaremos un anochecer sin utilizar nuestros poderes para que los eruditos y los grandes maestros puedan analizar la huella de magia del castillo. Gracias a este pequeño sacrificio descubriremos de una vez por todas cómo combatir la amenaza que se cierne sobre nuestro pueblo.

Rivule y Elísabet, que se encontraban junto al jefe del clan, emitieron gritos de guerra a los que se unieron el resto de los presentes. La atmósfera del gran salón se cargó de energía y sentí un hormigueo que me invitó a participar de su hermandad, pero algo en mi interior impidió que rompiese la barrera invisible que nos separaba.

—Iniciemos, pues, el último baile de la noche.

La multitud se separó para que el Ix Realix descendiese de la plataforma y los ojos de Killian se centraron en los míos. El jefe del clan me sonrió y me dedicó un gesto disimulado que me indicó por dónde debía salir para reunirme con él. El revoloteo de mi vientre me llenó de una calidez que se reflejó en mi rostro y el ambiente cambió de golpe. La brisa trajo una sensación que ya había experimentado con anterioridad y en los ojos de Killian vi un brillo multicolor que me dejó sin palabras.

—¡Ix Realix ha encontrado a su nywïth! —exclamó una voz que provocó que la multitud estallase en vítores.

Separé los labios, presa de la conmoción, y el desconcierto tiñó el rostro del jefe del clan cuando se volvió para ver el arcoíris que brillaba en unos ojos que no eran los míos.

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Espero que os haya gustado el cap 😍

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Nos leemos el jueves ❤

Un besiñoooo😘

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