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24. Frágil de espíritu


Dejé que el agua de la orilla me mojase los pies. El caos de mi mente impedía que pensase con claridad y suspiré cansada de aquella situación. Desvié la mirada al lugar en el que se abrazaban el cielo y el mar. Los soles se acercaban cada vez más a él.

«Otro atardecer sin encontrar respuestas» —pensé abatida.

—Al menos no ha habido más ataques —dijo Trasno desde una de las rocas que sobresalían del agua.

—Todavía.

—¿Todavía? —repitió una voz que me sobresaltó. Me volví para encontrarme con el confuso rostro de la joven Rivule.

—Perdone, Ixe. Estaba pensando en alto.

Elísabet me dedicó una sonrisa que le iluminó los ojos azules. El unüil que vestía imitaba al fondo del océano, lo que destacaba la delicadeza de su piel de escarcha, y a pesar de todo, logró transmitirme una calidez que consiguió que le devolviese el gesto.

—No pretendía interrumpir —me dijo mientras se acercaba—. A veces necesito huir en busca de un poco de paz. Han ocurrido tantas cosas...

—La entiendo a la perfección.

—Es evidente que los habitantes del reino están nerviosos —dijo antes de hundir los dedos en el agua—. Me gustaría poder hacer algo para calmar su preocupación.

—Estoy segura de que su presencia logrará animarlos, Ixe.

El viento le sacudió el cabello del color de la nieve, que brilló bajo la luz de los soles como si contuviese magia en cada mechón, y cuando se incorporó y me sonrió, comprendí por qué sería una gran Ix Regnix. Su interés en el bienestar de los habitantes del clan, la elegancia de sus movimientos, el poder que albergaba... Se me clavó una punzada en el pecho, pues era evidente que el reino prosperaría gracias a su unión con el jefe del clan, y sentí que necesitaba salir de allí tanto como respirar.

—La dejo sola para que pueda disfrutar de la calma, Ixe.

Elísabet se despidió con una amabilidad que correspondí sin esfuerzo y Trasno comprendió con una mirada que la presencia de la joven me hacía daño.

—No hagas eso —me dijo después de un rato, cuando cruzábamos el bosque de camino a la Fortaleza.

—¿El qué?

—Compararte con ella.

—Nunca llegaré a ser como ella.

—Lo dices como si alguien esperara que lo fueses, Moira. —Las palabras del duende se me clavaron en el pecho como dagas de cristal—. ¿Es que ahora quieres ser igual que ellos?

—No, pero a veces me gustaría tener sus mismas opciones.

—¿Y qué harías para conseguirlas?

—Nada. Si las tuviese no sería quien soy, pero no estaría mal que las cosas fuesen un poco más sencillas de vez en cuando.

—Las cosas fáciles son para la gente frágil de espíritu. Tú no las necesitas, chifladilla —dijo antes de desaparecer.


Busqué a mi padre con la mirada tras llegar a los jardines de la Fortaleza. Sonreí en cuanto lo vi bromeando con Lara. Tenía la sensación de que su amistad se había afianzado en los últimos ciclos y albergaba la esperanza de que se convirtiesen en algo más que compañeros de trabajo en las próximas lunas.

—¡Moira! —exclamó cuando me vio.

Me acerqué a ellos y Lara me recibió con la misma amabilidad de siempre. Era una mujer maravillosa y estaba segura de que, si se daban la oportunidad, podrían ser muy felices juntos.

La aqua se despidió latidos después y mi padre me ofreció el brazo para caminar a su lado. El sonido del mar llegó como un suave murmullo avivado por el viento y la belleza del cielo, que estaba teñido con los colores del atardecer, se extendió sobre nuestras cabezas. Los árboles de luz y las plantas de artificio llamaban la atención en un ambiente cada vez más oscuro y sonreí agradecida por poder disfrutar de aquel momento con mi padre. Hablamos sobre el transcurso de mi primera clase en la academia y lo que me había parecido Slusonia. Él me contó los últimos avances de los eruditos y lo que se debatía en el Consejo, pues todavía no podían explicar lo ocurrido con Catnia y el jabalí, y poco a poco, la hierba azul se fue tiñendo de oscuridad.

—Mañana estará preparada nuestra nueva residencia —dijo con una alegría que le iluminó los ojos.

—Papá, no voy a quedarme aquí.

La sonrisa que brillaba en su rostro se apagó de golpe. Sus iris me analizaron con una confusión que me partió el alma, pues lo último que quería era entristecerlo, y mi padre frunció el ceño con disgusto. Sus ojos se movieron de un lado a otro mientras interpretaba el significado de mis palabras, y cuando vio un estallido de poder a lo lejos, su mirada se llenó de reconocimiento.

—Este lugar te hace daño —susurró conmocionado—. ¿Cómo no me he dado cuenta antes? Nos marcharemos hoy mismo.

—De eso nada, papá. Llevas Helios cuidando de mí y anteponiendo mis necesidades a las tuyas; ha llegado el momento de que empieces a disfrutar de tu vida.

—Pero-

—Pero nada. Estaré en casa, como siempre, y tú te dedicarás a ser todo lo que quieres ser. Has ignorado tus sueños durante demasiado tiempo por mí.

—Eres mi hija, Moira, los ignoraría toda la vida si fuese necesario.

—Lo sé —dije con las emociones en la garganta.

—¿Cómo voy a quedarme aquí si tú no estás? ¿Cuándo nos veremos?

—Papá, eres un nei que utiliza portales y hechizos de transportación, vernos no será un problema —dije con una sonrisa que correspondió.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—No quería estropearte el momento. —Mi padre negó antes de atraerme para darme un abrazo.

—Tú nunca estropeas nada —dijo en un susurro.

—Ah, ¿no? ¿Ni siquiera cuando te quemé la ropa mientras intentábamos crear cerillas con la madera del árbol de fuego lunar?

La carcajada que brotó de su pecho se deshizo de la tristeza que nos había invadido y me reí mientras recordaba aquel caótico momento. Me separé y posé la mirada en un grupo de personas que caminaba en nuestra dirección. Se trataba de Rivule y Elísabet, junto con Killian y varios miembros del Consejo de la Fortaleza.

Los ojos del jefe del clan se detuvieron en mi rostro y Killian me dedicó una sonrisa que me calentó por dentro. El hormigueo cobró vida en mi estómago y nos seguimos con la mirada hasta que él y sus acompañantes alcanzaron el camino para abandonar el jardín.

—Moira...

La lástima que recogió la voz de mi padre me golpeó con la fuerza de una realidad para la que no estaba preparada. Mis ilusiones y esperanzas se hicieron añicos en cuanto me encontré con su mirada. En su rostro vi todo lo que ya me había dicho mi mente, lo que sabía en el fondo del corazón, pero que proviniese de él fue diez veces más doloroso.

—Mágico atardecer —dijo Max mientras se acercaba a nosotros—. Vamos a entrenar, Moira. ¿Quieres venir?

—¿Ahora? —pregunté agradecida por tener una excusa para evitar aquella conversación con mi padre.

—Hemos tenido que modificar la rutina para poder seguir investigando los ataques y organizar el baile del equinoccio.

—¿Qué baile del equinoccio? —preguntamos mi padre y yo al unísono.

—El Consejo y varias de las grandes familias han insistido en que se celebre aunque ya hayan pasado varias lunas. Creen que ayudará a los habitantes del reino a distraerse —dijo con desgana. Era evidente que al esmeralda le desagradaba la idea.

—Lo que ayudará a los habitantes del reino es saber qué ninfas está pasando en su clan, no una celebración absurda —refunfuñó mi padre antes de encaminarse hacia el castillo.


Aquel anochecer, tal y como me había prometido Quentin, nos centramos en el poder específico de las gemas elementales. Aprendí a reconocerlas con mayor rapidez y evité los ataques de los soldados con una efectividad que me sorprendió. De algún modo, la magia ya no me afectaba tanto como antes, y no pude evitar preguntarme qué había provocado aquel cambio.

Cuando terminamos el entrenamiento, reparamos el estropicio provocado mientras charlábamos. Mónica estaba distraída y Baloo la observaba sin descanso desde la copa del árbol más cercano. Algo iba mal, así que aproveché que los soldados estaban ocupados recogiendo las armas para acercarme a ella.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté en un susurro. La obsidiana me observó con una tristeza que me sorprendió y la máscara que contenía su expresión se resquebrajó.

—Hoy se cumplen ocho soles desde que Aidan y yo nos conocimos —me dijo con los ojos vidriosos.

Mónica negó, incapaz de contener las emociones, y la joven hizo un gesto de disculpa antes de marcharse. La lechuza emprendió el vuelo tras ella y la confusión me transformó el rostro. Me volví hacia Aidan en busca de respuestas, pero el joven se esforzó por evitar mi mirada.

—¿Nos ayudas o qué? —me preguntó Quentin con una sonrisa cauta.

Cogí parte de las armas antiguas con las que cargaban, ya que nunca las trataban con magia por miedo a dañarlas, y los seguí hasta el edificio en el que residían. La Casa Aylerix estaba rodeada por árboles mágicos que les otorgaban cierta privacidad y tenía cinco pisos, pues cada soldado contaba con una zona privada además de los lugares en los que hacían vida común. Lo que convertía a su vivienda en un edificio espectacular, sin embargo, era que a simple vista no se trataba de más que una pequeña cabaña de madera en medio del jardín.

«Lo mejor siempre se oculta en el interior» —pensé mientras nos adentrábamos en la armería. Se trataba de una de las estancias de la planta baja a la que se accedía desde el exterior, y en sus paredes resonaron unos pasos enfurecidos que se acercaban cada vez más a nosotros.

—¡Stone! —exclamó Killian en cuanto entró en el cuarto.

El jefe del clan echaba chispas y su rostro lo demostraba. Los soldados lo miraron antes de volverse en mi dirección y tuve que morderme el labio para contener una sonrisa. Max negó, Aidan arqueó las cejas y Quentin me deseó suerte antes de dejarnos solos. Menuda panda de cobardes.

—Así que ya se ha enterado... —dijo Trasno mientras se colgaba de un mazo con púas de cristal aquamarina.

—¿Cómo te atreves a incluir a mi hermana en tus clases? ¿Y cómo has permitido que le hiciesen daño? ¿No ves que le podría haber ocurrido algo grave? ¡Eres una irresponsable!

Killian se acercó con rabia y la indignación que sentí me incendió al instante. ¿Yo era la irresponsable? Estaba preparada para transformarme en una de sus peores pesadillas, pero entonces recordé las palabras que había pronunciado en la Cabaña de Invierno hacía escasas lunas:

«He crecido bajo unas directrices que ni siquiera imaginaba ser capaz de romper. Desde que tengo memoria se me ha preparado para ser el Ix Realix, para hacer los sacrificios que sean necesarios para que reine el orden y todo funcione a la perfección».

—Estúpida humana lógica y razonable —protestó Trasno en cuanto sintió que mi enfado se disipaba.

—Alis no necesita mi permiso para hacer nada, Killian, tiene voz y opinión propia —dije mientras me sentaba sobre la mesa de piedra.

—¡Es una niña! ¡Tú deberías saber lo que es mejor para ella!

—No es una niña. ¿Te recuerdo que le plantó cara a Júpiter para protegerte? Que sea más joven no implica que sus deseos deban ser ignorados por completo debido a su inexperiencia. ¿Te suena lo de que ya tiene edad «para partir piernas y dar besos con lengua»?

El rostro de Killian se suavizó cuando utilicé la frase que siempre le decía su hermana y el jefe del clan se pasó una mano por el pelo con frustración.

—Fue ella quien empezó la pelea —dije para su sorpresa—. No es feliz aquí, Killian. No le gusta no poder ir a Slusonia porque no tiene amigos. ¿No ves que casi siempre está sola?

El rostro del jefe del clan se torció y el aqua me miró como si lo hubiese golpeado en el estómago. Alguien se acercó y se aclaró la garganta desde el exterior para evidenciar su presencia.

—¿Ix Realix? —dijo una agente del castillo—. Lo esperan en la sala de reuniones.

—Gracias por hacérmelo saber —le respondió Killian. El silencio permitió que escuchásemos cómo se alejaba y la mirada del jefe del clan se perdió en la pared—. Yo tenía a Aidan —dijo en un susurro—. Siempre me animaba cuando me frustraban las clases o las obligaciones.

—Ser prisionero de este lugar no debe ser agradable para nadie. Alis está mejor desde la llegada de Zeri, pero ahora él va a Slusonia y ella no.

—No puede estudiar en la academia, Moira, no me pidas eso. Pertenece a la familia del clan, tiene responsabilidades.

—Ya lo sé y estoy segura de que ella también, pero la Fortaleza se le queda pequeña. Deja que acuda a mis clases o cambia alguna de sus lecciones por un curso en Slusonia. —Killian frunció el ceño—. Aunque no le quites ninguna clase y tenga que pasar más horas estudiando, permite que asista a la academia. Aceptará encantada.

—¿Tanto lo desea?

—Se ha escapado para acudir a mi clase, Killian, ¿qué más pruebas necesitas?

—¿Ix Realix? —dijo un agente del castillo al que no había oído llegar, lo que provocó que el jefe del clan mirase al techo con resignación.

—¿Sí?

—Lo buscan para determinar la seguridad con respecto al baile del equinoccio.

—Voy enseguida.

Los pasos del agente se perdieron en la distancia y los ojos de Killian se centraron en mi rostro.

—Solo quiero protegerla.

—Ya lo sé, pero si cruzas la línea, acabarás perjudicándola. No puedes limitar tanto sus interacciones con el mundo. Lo único que conseguirás es que carezca de herramientas para lidiar con los conflictos que se le presenten en el día a día.

—No quiero que le hagan daño, ya ha sufrido mucho.

—La vida es dolor, Killian. Es caer y levantarse, recibir golpes y aprender a evitarlos. Si no dejas que se fortalezca y que forje su identidad con sus propias experiencias, le estarás arrebatando la oportunidad de descubrirse a sí misma.

Killian me miró abatido.

—Es mucho más capaz de lo que crees, pero tienes que darle la oportunidad de demostrarlo. Deberías haberla visto defendiéndose en clase. Ha hecho una amiga y todo.

—¿Quién?

—La chica con la que se peleó. —Killian se rio y su mirada descansó en mi rostro antes de ponerse serio.

—Sé que dije que hablaríamos este anochecer, pero-

—¿Ix Realix? —dijo una agente del castillo que lo interrumpió. Killian susurró una maldición.

—Dígame.

—Los eruditos necesitan comunicarle algo urgente. —El jefe del clan me miró con disculpas en los ojos y le dediqué una sonrisa de comprensión.

—Podemos hablar en otro momento, tienes muchas cosas que atender.

—¿Ix Realix? —presionó la agente.

—Gracias por ayudarme a ser mejor —me dijo Killian en un susurro.

Le sonreí antes de que se diese la vuelta y caminase hacia la salida. Sus palabras provocaron una sensación agridulce en mi interior, porque aunque el revoloteo que se apoderó de mi estómago era muy agradable, no podía seguir ignorando el peso de la realidad en la que vivíamos.

Fruncí el ceño cuando sus pasos sonaron más cerca y me encontré con su mirada antes de sentir sus labios sobre los míos. Se me aceleró el corazón y el calor se propagó por mi cuerpo. La sorpresa intensificó el hormigueo de mi vientre y sus caricias me dificultaron la respiración. La brisa marina avivó el fuego que ardía en mi interior y Killian se separó antes de lo que me hubiese gustado. El aqua deslizó los dedos por mi mejilla y me miró durante varios latidos antes de marcharse.

La intensidad del momento me dejó sin habla y salí al exterior para que el frío de la noche me reactivase la mente. La soledad que me recibió fue agradable, y aunque en el aire todavía quedaban restos de la energía del portal de Killian, no me vi afectada por el poder de las gemas. Atravesé los jardines del acantilado para admirar la belleza del mar nocturno, y tras las rocas, oculto entre las sombras, descubrí al escurridizo gato negro que me esperaba en la distancia.

Capítulo largo para compensar el próximo, que es más breve.

Reaparición estelar del gato. ¿Teorías? 🐱

¿Y qué pensamos de Mónica? 💔

Me muero por leer los comentarios de hate hacia Killian 😂

Espero que os haya gustado!

🏁 : 160 👀, 64🌟 y 80✍

Nos vemos para la semanaaaaa  ❤

Un besiño😘

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