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21. Últimas palabras


Una esfera de energía se dirigió a mí a toda velocidad y me lancé al suelo para esquivarla. Había fallado con todas las lágrimas de luna utilizadas hasta el momento, pues me resultaba muy difícil determinar qué poder concentraba cada una. Me levanté para evitar otro ataque y mi mente se resintió cuando parte de un encantamiento de debilidad me golpeó en el abdomen.

La magia fluyó por mi torrente sanguíneo. La niebla me invadió el pensamiento y mis músculos se debilitaron por el efecto del hechizo. Me caí contra la hierba, incapaz de mantenerme en pie durante más tiempo, y la sombra de mi enemigo se cernió sobre mí. Me protegí de un ataque de agua con un escudo en llamas, y cuando el fuego se agotó y mi adversario se posicionó junto a mí para golpearme, le lancé una bola de hielo que detuvo sus movimientos con una capa de escarcha. Me serví de los latidos en los que estaba indefenso para golpearle rodilla, lo que provocó que cayese al suelo. Me levanté y sonreí complacida, pero entonces comprobé que la calidez de los soles comenzaba a derretir el hielo que lo mantenía prisionero. Sus ojos grises me observaron con malicia y hundí la mano en la bolsa que me colgaba del cinturón en busca de una salida.

La escarcha que lo inmovilizaba se resquebrajó y en su rostro se dibujó una sonrisa de satisfacción. El poder del bosque me acarició las yemas de los dedos. Mi enemigo flexionó una pierna para levantarse y, antes de que lo lograra, le lancé la lágrima de luna a los pies. Una nube de destellos verdes le iluminó el semblante y del suelo brotaron raíces que se aferraron a su cuerpo y lo obligaron a detenerse. Los tallos le recorrieron la piel y le cubrieron las muñecas, los brazos y el abdomen y ambos intercambiamos una mirada incrédula.

Los cumplidos de la Guardia llenaron el jardín y Aidan, que seguía atrapado bajo las ramas, me guiñó un ojo orgulloso. Me dejé caer sobre la hierba, tan complacida como agotada, y dejé que la brisa del mar me relajase los sentidos. Una sombra impidió que los rayos de los soles me calentasen la piel y Zeri y Alis me observaron entusiasmados.

—¡Has ganado! —exclamaron.

—No he perdido, que es diferente.

—Ahora tendremos que medir lo que decimos para no enfadarte —se burló Quentin.

—Mi principal motivación es acabar contigo, ya lo sabes.

—Sigue soñando, pequeña.

Max invocó el poder de la esmeralda para devolver la vegetación al bosque y liberar a Aidan. Mónica nos informó de que tenían que partir y Zeri y Alis abrieron un portal para no llegar tarde a sus respectivas clases.

—Ahora tendremos que llamarte maestra Stone, ¿no? —me preguntó Aidan con malicia.

—No me lo recuerdes. ¿Hay alguna lágrima que me permita deshacerme de alumnos insoportables?

—El poder de las gemas obedece tus órdenes —me dijo Max divertido—. Solo tienes que encontrar la forma de utilizarlo a tu favor.

—La coraza de hielo fue un muy buen uso de la magia, Moira —me felicitó Mónica.

—Y el ataque aéreo muy efectivo —añadió Aidan mientras se tocaba el lugar en el que lo había golpeado.

—Trabaja con las lágrimas para reconocer su poder con mayor facilidad —me dijo Quentin mientras me ofrecía el puño—. Mañana practicaremos el poder de gemas específicas.

Los soldados se despidieron con premura, pues tenían que acudir a varias reuniones antes de asistir la ceremonia en la que mi padre se convertiría en un miembro de la Autoridad. Me levanté resignada y fui a visitarlo. Estaba segura de que iba a pasar el atardecer encerrado en su estudio para evitar los nervios y el bullicio que se había apoderado del castillo, y tras comprobar que así era, decidí imitar su comportamiento. Me dirigí al cuarto de la escalera y me serví del ajetreo que inundaba los corredores para pasar desapercibida. No me resultó difícil acceder al despacho secreto de Adaír, y cuando la chimenea se encendió ante mí y el silencio permitió que volviese a escuchar mis pensamientos, me dejé caer en una butaca.

—Menudo día de locos —se quejó Trasno en cuanto apareció en el cuarto—. ¿No podemos huir al bosque?

—Ojalá, pero es un día muy importante para papá.

Is in díi mi impirtinti piri pipí —murmuró enfadado mientras hacía rodar la bola del viejo mundo, que se encontraba a sus pies.

Invertí el resto del atardecer en leer los escritos de Adaír. En ellos, el antiguo Ix Realix hablaba de la vida del reino y mostraba su preocupación por problemas que, incluso soles después de su muerte, seguían sin solucionarse. No era difícil ver por qué Killian hablaba con tanta estima de su padre.

Adaír había escrito sus inquietudes y sospechas. Los diarios estaban repletos de elucubraciones, pero ninguno era como el que había encontrado Alis. La voz que hablaba en aquellas líneas, además de ser más joven, carecía de la sinceridad y emoción de las entradas del otro cuaderno. Alis lo había descubierto sobre el escritorio, y dado que la última entrada hacía referencia a un intento de asesinato, suponía que aquellas habían sido las últimas palabras de Adaír. Todavía me quedaban muchos escritos por leer, pero mi esperanza por encontrar respuestas entre aquellas paredes había comenzado a disiparse.

El brazalete que llevaba en la muñeca me susurró sobre la piel y respondí a la comunicación del Hrath con una sonrisa. Mis amigos me pusieron al corriente de las novedades de la Cumbre Solitaria, y cuando volví a los escritos de Adaír, descubrí que los soles se encontraban más cerca de la línea del horizonte. Mi estómago emitió un sonido de protesta. La nostalgia que sentía por el bosque y mi hogar aumentaba cada vez que tenía hambre. Si no quería verme obligada a acudir a las cocinas de la Fortaleza y lidiar con las miradas de los agentes del castillo, tenía que pedirle a alguien que materializase la comida para mí. Me desquiciaba ser tan dependiente, pero la situación había mejorado desde que tenía las lágrimas de luna. Por fin había aprendido a convertir su energía en alimentos, y aunque no tenían nada que ver con la comida cosechada y producida por la tierra, me salvaban de tener que abandonar mis escondites cuando lo único que quería era ocultarme del mundo hasta el anochecer.

Retrasé el momento lo máximo posible y descendí las escaleras en curva con desgana. Me alegraba mucho por mi padre y estaba feliz por su éxito, pero no tenía ningún aprecio por las ceremonias y el protocolo, algo que, sin duda, había aprendido de él. El piso de abajo me recibió con el alboroto que inundaba el castillo y maldije mi propia estupidez. Si me volvían a descubrir en las dependencias de la familia del clan podrían empezar a sospechar, lo que no me traería más que problemas. Negué mientras trataba de dar con la manera de salir de allí sin ser vista, y entonces recordé que una de las lágrimas de luna podía ocultarme con un hechizo de invisibilidad.

Sentí la energía que buscaba en la punta de los dedos y atrapé la esfera para lanzarla a mis pies. Un estallido de luz blanca me cegó y se propagó por mi piel hasta desaparecer. En su lugar dejó un hormigueo chispeante que me hizo cosquillas en lugar de debilitarme, lo que me resultó extraño, pero no me detuve a analizar el fenómeno porque las lágrimas de luna solo eran efectivas durante un período de tiempo concreto.

Escuché pasos que se acercaban y busqué un lugar en el que ocultarme, pero en aquel largo corredor no había nada tras lo que esconderme. Una agente del castillo avanzó hacia mí. Sus ojos me atravesaron como si fuese una corriente de aire y la mujer pasó de largo sin percibirme. Respiré aliviada y crucé el pasillo a toda prisa. Bajé el primer tramo de escaleras con cautela para no tropezarme con nadie y sonreí en cuanto vi la salida a través de la barandilla.

—¿Moira?

La voz del jefe del clan rebotó en las paredes y provocó que varios agentes del castillo lo mirasen con confusión. Killian se disculpó por importunarlos y permitió que continuasen con sus labores antes de agarrarme del brazo y llevarme a un lugar apartado. Sus ojos me observaron con una mezcla de incredulidad y satisfacción y tuve que esforzarme para ocultar mi nerviosismo. El poder de las gemas cambió y sus dedos emitieron una energía que me mareó. La brisa del mar me envolvió en un abrazo que se disipó latidos después, llevándose el hormigueo que me volvía invisible consigo.

—¿Qué haces colándote en las dependencias de la familia del clan otra vez? —me preguntó con el ceño fruncido.

—No he venido a husmear en el cajón de tu ropa interior, si es lo que te preocupa.

—Qué lástima —dijo Aidan mientras subía las escaleras, acompañado por la Guardia.

—Siempre he tenido curiosidad por saber cómo era —añadió Quentin.

—Tiene dibujos de sirenas —dije en un susurro que les iluminó el rostro. Killian me miró indignado—. Tampoco hay que ponerse así, me estaba ocultando del caos que se ha apoderado de este castillo. Hay demasiada magia y ruido en el ambiente.

—Eso no puede negarse —me apoyó Max.

—Vuestras lágrimas no funcionan, por cierto.

—La he pillado utilizando un hechizo de invisibilidad —dijo Killian complacido.

—Eres de lo que no hay, Moira...

—El poder de las gemas es jerárquico —me explicó Mónica.

—¿Eso qué significa?

—Que hay muy pocos hechizos que Ix Realix no pueda percibir.

—Este pez globo desinflado le quita la diversión a todo —dijo Trasno mientras se posaba en el hombro de Killian y le hacía una pedorreta.

—Y que lo digas —susurré, lo que provocó que Aidan me dedicase una mirada curiosa.

—¿Tú me has dado alguna lágrima de luna? —le pregunté al jefe del clan.

—Ahora me arrepiento de haberlo hecho.

—¡Quentin! ¡Eso significa que en este saquito hay algo que te va a patear el culo! —exclamé emocionada.

—Disculpe, Ix Realix —dijo un agente del castillo antes de acercarse para susurrarle algo al oído.

—Voy a ver cómo se encuentra mi padre.

—Continuaremos esta conversación más tarde —me advirtió Killian mientras me observaba con un brillo travieso en la mirada.

La sonrisa que me iluminaba el rostro se amplió cuando entré en el cuarto de mi padre. El unüil ceremonial que vestía era impresionante. Estaba repleto de los logros que había obtenido a lo largo de los soles y el fuego de la tela resaltaba las llamas de sus ojos. Lo abracé en cuanto se dio la vuelta y le recordé lo orgullosa que estaba de él. Sus nervios eran evidentes, pues ser aceptado en el Consejo de la Fortaleza Aquamarina era uno de los mayores honores de Neibos, y me emocioné al ver que por fin iba a cumplir uno de los sueños por los que tanto había trabajado.

Nos dirigimos al gran salón, que estaba repleto de neis que vestían sus mejores galas para presenciar una ceremonia que no había ocurrido en soles, ya que los últimos miembros del Consejo se habían incorporado a sus butacas tras la muerte de Adaír. La emoción era palpable, y el hormigueo que se apoderó de mi vientre aumentó cuando mi padre subió las escaleras del proscenio y se acercó al jefe del clan. Killian cogió el broche con el emblema del Consejo que flotaba sobre un cojín de nubes y mi padre lo observó con una serenidad digna de admiración.

—Vivimos tiempos difíciles —dijo el Ix Realix, que alzó la voz para que todos pudiésemos escucharlo—. El dolor, el odio y el miedo tienen el poder de sumirnos en la más grave de las tormentas, pues hay que tener mucho valor para centrarse en un único rayo de los soles cuando todo lo que nos rodea es oscuridad.

»Es por ello que me enorgullece nombrar a Mateus Flame como un miembro del Consejo de nuestro reino, pues jamás he conocido a nadie que sepa arrojar tanta luz sobre las adversidades. Espero que ilumine nuestro camino incluso después de que abandone mi cargo de Ix Realix. Nada me tranquilizaría más que saber que se encontrará junto a mis hijos en el momento en el que deban enfrentarse a sus nuevas responsabilidades.

Killian colocó el broche sobre el pecho de mi padre y el emblema del Consejo se llenó de una luz turquesa que se proyectó en todo el salón. La multitud estalló en vítores y aplausos y mis ojos se anegaron de unas lágrimas que me dificultaron la visión. Mi padre y yo intercambiamos una sonrisa que me calentó el pecho. Cruz exclamó algo que lo hizo reír y Killian le estrechó la mano con afecto.

La muchedumbre se revolvió y de ella emergió un hombre de corto cabello cano. Tenía un bigote que se curvaba hacia los lados y su barba, que imitaba a las cumbres nevadas, enmarcaba un rostro en el que brillaban dos ojos grises. La frente del aqua presentaba líneas marcadas por el tiempo, al igual que sus párpados, y el unüil índigo que vestía dejaba claro que pertenecía a una de las familias más importantes del clan.

—Mateus, amigo —dijo mientras le tendía la mano a mi padre con una sonrisa.

—Rivule, es un placer volver a verte.

—El placer es mío, me alegra haber presenciado tu nombramiento. Ix Realix —dijo antes de mostrarle su respeto al jefe del clan.

—Ixe Rivule, es un gusto que haya venido a visitarnos.

—Nos gustaría ayudar en todo lo que podamos —respondió el hombre.

Junto a él se encontraba una joven de piel tan delicada como la escarcha. El largo cabello blanco que le caía sobre los hombros formaba ondas que evocaban a la espuma del mar, y sus ojos azules contrastaban con sus carnosos labios escarlata. Sobre la frente lucía una tira de perlas que hacían juego con su hermoso vestido, que me recordaba a la magnificencia de las lunas, y Cruz y yo intercambiamos una mirada de admiración.

—Elísabet —dijo Killian alegre.

—Hola, querido —respondió la joven, que se deshizo de la distancia que los separaba para unir sus labios en un beso.

AAAAAAAAAAAAAH!!!!

Cuántas cosas!!!!

Espero que os haya gustado el cap ❤

🏁 : 160 👀, 63🌟 y 76✍

Nos leemoooos. Un besiño😘

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