19. Fuego
Vayras alzó la voz para evidenciar mi presencia en la gran sala de reunión y el silencio se apoderó de la estancia. Todas las miradas se concentraron en mi rostro y los ojos de mi padre se inundaron con un temor que me inquietó. El poder elemental que se acumulaba entre aquellas paredes me atravesó la piel y me sacudió con un escalofrío que me costó disimular.
—No deberíamos estar aquí —dijo Trasno con una seriedad que me alteró.
—Dos grandes maestros del clan Ámbar la esperan, señorita Stone —anunció Ixe Vayras.
—Todavía no se ha tomado una decisión —replicó mi padre con voz serena.
—Ixe Flame tiene razón, no hemos llegado a un acuerdo —dijo una mujer que portaba el emblema de los eruditos.
—Y nunca lo haremos. Es doloroso e incoherente, pero ustedes se niegan a verlo —protestó un hombre que formaba parte del equipo del sanador.
—¿Me esperan a mí? —pregunté confundida.
—Así es. Controlar a un jabalí de fuego es una ardua tarea, aunque supongo que eso es algo que ya sabrá —insinuó Vayras. El silencio se cernió sobre nosotros y sentí las miradas de los Ixes sobre mí, analizando cada uno de mis movimientos.
—¿La historia continúa o termina en una indirecta mediocre? —pregunté para ocultar mi incomodidad.
—Cuando un nei controla a un animal tan poderoso, queda un rastro de energía en su esencia que se mantiene durante varios atardeceres. El clan Ámbar ha tenido la amabilidad de enviarnos a dos de sus grandes maestros. Ellos sabrán acceder a su curso energético y buscar la huella que pruebe su relación con el jabalí de fuego.
El sanador arrugó la frente e intercambió una mirada con Killian, que asintió en silencio. Los nervios se me acumularon en el vientre y la brisa me golpeó con tantas emociones que fui incapaz de distinguir las que me pertenecían. Necesitaba salir de allí; estaba demasiado expuesta.
—Someter a un ser no mágico a ese procedimiento sin el uso de hechizos para suprimir el dolor es inaceptable —protestó una sanadora.
—Si no hay más sospechosos, tiene que ser ella.
—Carecéis de argumentos que sostengan vuestras acusaciones —protestó un Ixe de ojos tan azules como el cielo.
—No entiendo por qué tantos reparos. Es la Sin Magia, hagámosle la prueba y terminemos con esto de una vez —murmuró una erudita con desgana.
—No se puede negar que todo iba bien hasta que ella apareció.
—Sea como sea —dijo una Ixe que alzó la voz por encima del resto—, no deberíamos mantener esta conversación en su presencia.
—Claro, no vaya a ser que se me conceda la oportunidad de tomar decisiones con respecto a mi vida —protesté airada.
—Stone.
La voz de Killian llegó a mí como una súplica traída por el mar y me volví para enfrentarlo. Su rostro se mantuvo inaccesible, pero en su mirada vi la advertencia del peligro, el reflejo de lo que me decían las emociones que sentía en el vientre: que tenía que salir de allí antes de que fuese demasiado tarde.
Asentí, pues nada podía hacer para mejorar mi situación, y me encaminé hacia la puerta escoltada por la Guardia Aylerix. La energía cambió y la tensión se aflojó con mi partida. Los presentes comenzaron a tomar asiento y la reunión recuperó el orden que había perdido.
—El jabalí de fuego es Ámbar, al igual que su padre. Seguro que Flame también está involucrado. Deberíamos invalidar su inclusión en el Consejo y expulsarlo.
Se me aceleró el corazón al instante. Quentin intentó detenerme, pero no fue lo bastante rápido, y antes de que pudiesen reaccionar, me encontré ante la consejera que había tenido el valor de acusar a mi padre en un susurro clandestino.
—Le convendría recordar el lugar que le corresponde, señorita Stone —me advirtió Vayras con una superioridad que me hizo sonreír.
Desvié la atención a las butacas que se alzaban sobre mí y me topé con los rostros de algunos de los neis más importantes del reino. Me volví para recorrer la totalidad del hemiciclo, pues quería conocer las miradas de mis ejecutores. Negué con la misma derrota que se reflejaba en los ojos de mi padre, que sabía tan bien como yo que el Consejo ya había tomado una decisión. Los opositores continuarían discutiendo durante varias posiciones de los astros, quizá incluso toda una puesta de los soles, pero al final claudicarían, pues no había nada que pudiesen hacer para detener el crecimiento de un árbol que había echado raíces ciclos atrás.
—¿Y cuál es el lugar que me corresponde, Ixe Vayras?
La sorpresa tiñó la expresión del consejero, que no esperaba ni mi pregunta ni mi serenidad, y su rostro se transformó con torpeza.
—¿No lo sabe? —pregunté cuando no contestó—. ¿Alguien lo sabe? —dije mientras observaba a los neis que me miraban por encima del hombro—. Que extraño, porque fuisteis vosotros quienes determinasteis el curso de mi existencia. Los lugares en los que podía entrar, las zonas en las que debía ser vista, cómo debía recibir la educación y los trabajos a los que podía optar. Mi asistencia no os resultó perjudicial para vencer a Júpiter ni tampoco cuando defendí la ciudad y ayudé a tratar a los heridos. Cuando luchaba por vuestros intereses no pusisteis impedimento, pero ahora que no tenéis a nadie más en quien depositar vuestras sospechas, no dudáis en señalarme.
—¿Cómo osas dirigirte a nosotros de esa forma? ¿Quién crees que eres para-?
—¡Suficiente! —bramé con una furia que provocó que Vayras retrocediese conmocionado—. He acatado vuestras normas desde que tengo memoria; ha llegado el momento de que seáis vosotros quienes escuchéis mi voz. Esa que lleváis Helios ignorando. Esa a la que nunca le prestáis atención. ¿Que quién soy? ¿Quiénes sois vosotros para consideraros mejores que yo? ¿Para mirarme por encima del hombro y determinar el curso de mi vida sin escuchar lo que tengo que decir? Nací en este clan, al igual que la mayoría de vosotros. Respeté la tierra y me sumergí en el mar que baña nuestras costas. Acepté las normas del reino y me comporté como se esperaba de mí, pero mi poder nunca emergió. No fue una elección ni la consecuencia de un acto voluntario, fue algo que ocurrió sin más. Algo con lo que yo no tuve nada que ver, algo que no pedí y que no dependió de mí, e incluso así consideráis que tenéis derecho a limitar mi vida con vuestros juicios de valor. Creéis que ser diferente me hace menos merecedora de mi libertad, pero ¿puede alguien explicarme por qué querría ser como vosotros?
Nadie se atrevió a darme una respuesta y sonreí con amargura. El silencio se apoderó de la estancia y los rostros de los presentes, teñidos por la ira y la ofensa, se cargaron de una confusión para la que no estaban preparados.
—Durante soles creí que era yo, que eran mis carencias lo que provocaba que tuviese que vivir ajena al resto del mundo, pero no era cierto. Sois vosotros, siempre lo habéis sido. Es la superioridad que pensáis que tenéis sobre el resto de rangos. Es la forma en la que habláis, como si fueseis los dueños de Neibos, como si el mundo debiese responder ante vosotros. Es el miedo que sentís cuando me veis, porque soy el reflejo de todo lo que no sois, la prueba de que hay más formas de hacer las cosas que la que aceptáis como válida. Es el pánico que os corroe al pensar que estáis en peligro, porque si me ha ocurrido a mí, podría ocurriros a cualquiera de vosotros, a vuestros amigos, a vuestros hijos y a vuestras hermanas. Es el miedo a lo desconocido, pues mi vida siempre ha estado limitada por vuestras faltas, no por las mías.
»En esta sala, en esta Fortaleza, hay personas que conspiran en contra del reino. ¿Cómo si no se habrían producido los últimos ataques? El clan corre peligro, al igual que sus habitantes, y vosotros os dedicáis a juzgarme y a considerar pruebas estúpidas en lugar de trabajar para dar con los verdaderos enemigos de la ciudad. Sois unos necios, pero os resulta más gratificante demostrar vuestra superioridad sobre alguien a quien consideráis inferior que aceptar que no controláis lo que ocurre a vuestro alrededor.
»Os complacerá saber que me haré la prueba, pero no por mí ni por vosotros, sino por él —dije mientras señalaba a mi padre—, porque me ha educado para ser mejor que los miembros de este maldito Consejo.
El asombro tiñó los rostros de los presentes, que se miraron ultrajados.
—No servirá de nada, tan solo probará lo que ya sabéis: que soy la Sin Magia y no tengo un poder elemental con el que controlar a un jabalí de fuego. Y cuando vuelva a ocurrir algo para lo que no tengáis explicación y decidáis culparme, me presentaré aquí y soportaré vuestras insinuaciones y todos los castigos que queráis imponerme por ser diferente a vosotros; porque cuando aplicáis el dominio que creéis tener sobre mí, cuando me sometéis y ejercéis ese poder que permite que os sintáis invencibles, os olvidáis, durante unos latidos, de lo pobre que es vuestra esencia.
»Tenéis la responsabilidad de proteger a los habitantes del reino, y sin embargo dejáis que la soberbia y el orgullo dictaminen nuestro futuro. Este hombre —dije mientras señalaba a mi padre—, es mil veces mejor nei que la mayoría de los que estáis aquí reunidos y no hay nadie en todo el reino que tenga argumentos para rebatirlo. Todos sabemos que sus logros le tendrían que haber asegurado una plaza en el Consejo hace Helios, y también que si no ha sido así, es porque yo soy su hija. Su relación conmigo empobrece la opinión que tenéis de él y ese es uno de los muchos hechos que prueban que es un mejor Ixe de lo que vosotros seréis jamás. ¿Vais a expulsarlo por ser mi padre? Adelante —dije mientras miraba a la consejera que lo había acusado—. Os invito a que prescindáis de su ayuda y de su conocimiento, a que comprobéis todo lo que hace por los habitantes de este clan y a que probéis, una vez más, que este Consejo da pena y vergüenza.
Sonreí al ver las expresiones de desconcierto que reinaron en el hemiciclo y negué airada.
—Me acusáis de ser la culpable de los ataques de la Fortaleza. No argumentaré los motivos por los que vuestras sospechas son infundadas porque sé que ante vosotros no tengo defensa, pero sí os recordaré que Catnia y Júpiter vivieron en este castillo durante soles y en vuestra compañía. No es mi esencia la que debe ser investigada en busca de la energía del jabalí de fuego.
El silencio se apoderó de la estancia y me tragué el nudo que se me formó en la garganta antes de volverme hacia el cálido hormigueo que flotaba en el aire. Un hombre y una mujer del clan Ámbar me miraron con atención. Ambos mostraban una juventud que me sorprendió y avancé hacia ellos con una seguridad que llenó el rostro de mi padre de orgullo. El cabello de la mujer era tan anaranjado como las hogueras del Hrath, y junto a sus ojos del color de los soles y su piel tostada, dejaba claro cuál era su poder elemental. El aspecto del joven, sin embargo, no estaba tan determinado por la gema. Su piel de carbón y su corto cabello negro pasarían desapercibidos en el clan Obsidiana, y no fue hasta que llegué a su altura y vi las llamas que escondían sus ojos que comprendí el gran poder que albergaba.
Reprimí un gemido de sorpresa cuando me agarraron por la muñeca para detenerme.
—Moira, no tienes que hacer esto —susurró Killian con la voz contenida.
—Mira a tu alrededor —le dije antes de deshacerme de la presión de sus dedos.
Los grandes maestros me saludaron con un asentimiento y la tensión de la sala me cayó como una losa sobre los músculos. La mujer materializó una camilla de plasma anaranjado frente a nosotros y el uso de su magia, junto con el poder elemental que se acumulaba en la estancia, me debilitó al instante. El ámbar me sujetó con suavidad y sus ojos se encontraron con los míos. La calidez que me transmitieron las llamas alivió el miedo que me invadía y Trasno se sentó a mi lado para infundirme ánimos. La mujer creó un enlace que brilló sobre nosotros, pero se detuvo en cuanto recordó que no podía hechizarme. Ella y su compañero intercambiaron una mirada de temor.
—Esto le va a doler como nada que haya experimentado jamás —me dijo el ámbar en un susurro—. ¿Está segura?
Asentí, pues era incapaz de hablar debido al pánico que me inundaba las venas, y solté el aire con lentitud.
—Ahora entiendo por qué no se te da bien tomar decisiones acertadas —dijo Trasno con una sonrisa que me calmó los nervios.
El duende posó su diminuta mano sobre la mía y tuve que luchar contra el temor que amenazó con humedecerme los ojos. La magia cobró vida y mi pensamiento se ralentizó. La mujer generó varias runas que brillaron a mi alrededor y el poder elemental me acuchilló las sienes. Las llamas que fulguraban en los iris del joven me observaron con lástima y se iluminaron antes de que hundiese las manos en mi interior. Fue entonces cuando comprendí su silencio, pues nada de lo que hubiesen dicho me habría preparado para el dolor que experimenté cuando el fuego me quemó los huesos y se abrió paso entre mis entrañas.
Si es que Vayras no se podía quedar tranquilo tras la humillación de la Guardia...
🏁 : 160 👀, 63🌟 y 74✍
Mil gracias por leerme ❤
Un besiñooooooo😘
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