13. Lágrimas de luna
Escuché el característico sonido de dos espadas chocando y atravesé el corredor a toda prisa. El amanecer me recibió con su frío manto en cuanto me asomé al balcón y me revolví al notar la ausencia del calor de mi cuarto sobre los músculos. Escasos metros más abajo, sobre la hierba del color del mar que crecía en los jardines del castillo, descubrí a dos rubíes enzarzados en una pelea. Quentin lanzó un ataque de plasma mágico que Zeri esquivó con un escudo de luz granate, y Alis, que observaba la escena sin parpadear, estalló en aplausos. Los miembros de la Guardia Aylerix formaban un círculo alrededor de los combatientes y se unieron a los vítores de la aqua para animar al muchacho.
—¿No se supone que sois mis amigos? —les preguntó el soldado de largo cabello rubio.
—Solo si ganas, pero no parece que vaya a ser así —le dijo Mónica con malicia.
Reí mientras bajaba las escaleras para llegar a su altura y Zeri atacó al soldado con una espada antigua. Escuché silbidos de apoyo hacia el rubí y la niebla se acumuló en el límite de mi mente debido al poder elemental que flotaba en el aire.
—Yo también iría ganando si jugase sucio —protestó Quentin.
—Todo vale en el amor y en la guerra.
El soldado me buscó con la mirada y Zeri aprovechó la distracción para lanzarse sobre él, lo que provocó que ambos cayesen al suelo. Nuestras carcajadas resonaron en la tranquilidad del jardín, ya que los habitantes del castillo todavía no habían comenzado sus labores, y Quentin emitió un sonido de derrota que dibujó una sonrisa en el rostro del muchacho.
—Eres una traidora —me dijo el Aylerix cuando se incorporó.
—No lo sabes tú bien.
Zeri se rio y se acercó para chocarme el puño, lo que provocó que Quentin entrecerrase los ojos.
—No te preocupes, la próxima vez te dejaré ganar —le dijo mientras le posaba una mano en el hombro. Quentin revolvió el pelo del muchacho con cariño, una pequeña muestra de afecto que me llenó de calidez.
—Venga, tenéis que ir a clase —dijo Max con un entusiasmo que no llegó al rostro de Alis, que emitió un resoplido de protesta.
—¿Por qué no puedo estudiar en Slusonia como los demás? —preguntó con un dolor que no logró ocultar—. Siempre estoy en el castillo y mis clases son horrorosas.
—Qué dura es la vida de la gran heredera encerrada en su palacio... —le dijo Aidan mientras le posaba las manos sobre los hombros y le dedicaba una mueca burlona—. No te preocupes, princesa, tu pelo cada vez es más largo y pronto podrás descender de tu alta torre. —El aqua le guiñó un ojo y Alis le sacó la lengua con rebeldía.
—Me estoy perdiendo el mundo exterior, Aidan. En estos muros no hay espacio para aventuras.
—¿Debería regalarte otro camaleón?
La sonrisa de Aidan desapareció en cuanto Alis materializó un chorro de agua que le empapó la cara y la joven echó a correr entre carcajadas.
—No te quejes, que se le dan bien los adolescentes —le dije a Mónica en un susurro. La obsidiana me dio un codazo en las costillas mientras Aidan acompañaba a Zeri y a Alis a las escaleras.
—Con Alis es diferente —me dijo la joven de brillantes ojos color avellana—. El padre de Aidan era un soldado del reino y murió en combate cuando él era pequeño. Por desgracia, su madre falleció ciclos después. Aidan todavía era un muchacho y no tenía a dónde ir, así que el Ix Realix decidió hacerse cargo de él.
—¿Qué le pasó a su madre?
—Un experimento que salió mal —respondió con pesar—. Dana era una erudita muy querida en el clan y Odiel uno de los mejores amigos de Adaír, así que el jefe del clan se ocupó de Aidan y terminó criándolo junto a Alis y Killian.
—Y luego se convirtió en uno de los mejores soldados de su reino.
—De los seis reinos —puntualizó Mónica con orgullo.
—Tú, yo, combate, ahora —me dijo Quentin mientras me señalaba con el dedo—. Vas a pagar por tu traición.
—Pensaba que ibais a volver al bosque.
—Tenemos que esperar a que Killian termine la reunión con los sanadores y los grandes maestros —me explicó Max mientras se preparaba para comenzar el entrenamiento.
—¡Ola va! —exclamó Aidan antes de lanzarme una espada que cogí al vuelo—. Oooh —canturreó mientras se acercaba para deslizar el brazo sobre mis hombros—. Mi pequeña se hace mayor.
—¡Tu pequeña va a terminar hecha trizas! —exclamó Quentin antes de abalanzarse sobre mí.
El entrenamiento fue tan divertido como agotador. Disfrutaba mucho de aquellos momentos porque los soldados estaban tan ocupados que ya casi no pasaba tiempo con ellos, pero cada vez me atacaban con menos piedad debido a mi evolución, lo que me dejaba sin fuerzas entre ronda y ronda.
Les había pedido que utilizasen la magia además del combate cuerpo a cuerpo, ya que en una batalla real, mis adversarios no dudarían en emplear la gran ventaja que tenían sobre mí. En consecuencia, me veía obligada a esquivar sus ataques mientras neutralizaba los golpes y lidiaba con la debilidad y el dolor de cabeza que sentía cada vez que alguien utilizaba el poder elemental a mi alrededor.
Contuve un suspiro de alivio cuando dieron por terminada la sesión y me dejé caer en la hierba para recibir el cálido abrazo de los soles. La brisa del mar me refrescó la piel y cerré los ojos en un intento por apreciar el sonido que generaban las olas que chocaban contra el acantilado. El olor a salitre me envolvió en una burbuja de paz y dejé que mi respiración imitase al calmado ritmo del océano.
—Moira.
—¿Mmm?
—Levántate —pidió Aidan con voz suave.
—No quiero.
—Venga, tenemos que irnos —me dijo Quentin con dulzura.
Abrí un ojo para descubrir a ambos soldados junto a mí, uno a cada lado, mientras Mónica y Max observaban la escena desde la distancia.
—¿Irnos nosotros?
—Sí, tienes que acompañarnos.
—Pero no me apetece moverme... —protesté mientras volvía a cerrar los ojos y me acomodaba sobre la hierba.
—¿Ha dicho lo que creo que ha dicho? —preguntó Quentin con aquel tono de voz que solo traía problemas.
—Eso me ha parecido oír —le respondió Aidan, lo que inició la danza ancestral que los convertía en niños pequeños con cuerpos de adultos.
Abrí los ojos alarmada, pero el mundo se volvió borroso a mi alrededor. Una sensación de vértigo me removió el estómago y necesité varios latidos para comprender que Aidan me había cargado sobre sus hombros como si fuese una nube de algodón.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le pregunté antes de darle un golpe en la espalda que provocó que emitiese un aullido de dolor antes de reírse.
—Oh, Moira, ¿no te lo hemos dicho? —me preguntó Quentin con malicia.
—Un error abismal por nuestra parte —dijo Aidan divertido.
—¿Cómo hemos podido olvidarnos?
—Resulta que tienes que acompañarnos.
Me topé con los ojos de Max y su intensa mirada del color de la menta me observó con una diversión que se reflejó en su rostro y en el de Mónica, que caminaba tras nosotros disfrutando del espectáculo.
—No me caéis bien —dije resignada.
—¿Quieres que les parta la crisma? —me preguntó Trasno. El duende se posó sobre la cabeza de Mónica con los puños apretados y preparado para atacar. La carcajada que brotó de mi pecho al ver que le daba golpes al aire consiguió que los demás intercambiasen miradas confundidas.
—Aidan, cámbiala de lado que no le llega la sangre al cerebro.
Me moví para darle un manotazo a Quentin, pero su amigo me zarandeó y terminé abofeteando su delicado cabello rubio, que flotó en el aire para evidenciar mi ridiculez. Aidan me depositó sobre el suelo de golpe, y cuando logré enderezarme, me topé con la divertida expresión de Killian.
—¿Todo bien? —me preguntó con una sonrisa arrogante.
—Oh, cállate ya.
—Adelante, señorita —dijo Mónica mientras hacía un gesto para cederme el paso.
—¿Por qué estáis de tan buen humor? Es irritante.
Quentin se posicionó detrás de mí y me tapó los ojos. Su cercanía me llenó de la calidez rubí y dejé que me guiase al interior de la sala a la que nos habíamos dirigido sin oponer resistencia.
—¿Me habéis comprado un poni esmeralda? —pregunté con voz dulce.
—Si te lo compramos, ¿prometes portarte bien?
—Nunca.
El ambiente cambió y dejé de sentir la brisa del exterior para percibir los poderes de la Guardia con mayor intensidad. Noté la calidez de la tierra bajo los pies, y el olor a hierba recién cortada llegó a mí acompañado por el frescor del mar.
—¿Vais a sacrificarme a los antiguos dioses?
—¡Quentin! ¿Ves como nos faltaba algo? —se lamentó Aidan.
—A mí no me culpes —respondió el rubí—. Lo de la cabra de sangre púrpura era cosa tuya.
Mi cuerpo vibró contra el pecho de Quentin y el joven me liberó en cuanto rocé una superficie de piedra. Necesité unos latidos para acostumbrarme a la luz y descubrir que los soldados me observaban desde el otro lado de una mesa. Sobre ella descansaba un pequeño cofre con ornamentos azules y no pude resistirme a deslizar los dedos por sus delicados cristales.
—¡Ey! —exclamó Aidan mientras me daba un manotazo—. Todavía no.
—¿Vamos a jugar a encontrar el tesoro?
—Ya lo hemos encontrado —me dijo Quentin antes de guiñarme un ojo.
—Queremos pedirte perdón. —La voz de Max provocó que frunciese el ceño.
—¿Perdón por qué?
—Por juzgarte sin conocerte —dijo Mónica con una sonrisa triste—. Por no haberte ayudado cuando lo necesitabas y por no impedir que la gente te trate mal constantemente.
La sinceridad de sus palabras despertó el huracán que vivía en mi interior y apreté los dientes para contener el nudo que se me formó en la garganta.
—Y por no ver más allá de las leyes de la Autoridad y no utilizar nuestra posición para mejorar las cosas —confesó Aidan con la voz cargada de culpa.
—También queremos darte las gracias —dijo Quentin con una sonrisa dulce—. Hemos aprendido mucho en las últimas lunas y nos has ayudado a ver el mundo con otro color. A partir de ahora haremos las cosas bien.
—Estábamos equivocados y aceptamos cosas que no deberían ser permisibles —dijo Killian con los ojos clavados en mi rostro—. Quizá si alguien hubiese tenido el valor de actuar hace soles, tu vida habría sido diferente.
—Nos asustamos cuando te atacó el jabalí de fuego —dijo Max con voz grave.
—Has luchado a nuestro lado, guardado nuestros secretos y siempre nos has defendido.
—Aunque no lleves el emblema, para nosotros eres una más de la Guardia Aylerix —dijo Quentin con una sonrisa que me llenó los ojos de lágrimas.
—Nos preocupaba que estuvieses indefensa ante la magia, así que decidimos hacer algo al respecto.
Los miré sin saber qué decir y Killian me hizo una seña para que abriese la caja que había sobre la mesa. Acaricié la superficie del cofre, y en cuanto levanté la tapa fui recibida por un arcoíris de luz que me deslumbró. La estancia se iluminó con brillos de todos los colores y sentí que me envolvía el olor del mar, que la hierba de los bosques me hacía cosquillas en la piel y que mi interior brillaba con la emoción de abrazar a un amigo al que hacía lunas que no veía. El cofre estaba repleto de esferas de colores diminutas que parecían tener vida propia. En su interior brillaban luces que se proyectaban en todas las direcciones, y cuando me centré en su fulgor, descubrí que contenían diferentes símbolos mágicos.
—¿Qué son?
—Lágrimas de luna —me dijo Killian con una sonrisa—, una de las estructuras naturales más potentes del planeta. Se forman en las hojas de helecho de roca azul en las noches de rocío, cuando la humedad se condensa sobre ellas y las lunas las iluminan con su luz. Tienen la capacidad de guardar los secretos del universo y, una vez halladas, solo obedecen los deseos de su dueño.
—Nos ha resultado un poco difícil aprender a hechizarlas para que funcionasen como queríamos, por eso hemos estado tan ausentes últimamente —me explicó Aidan con culpabilidad.
—Hemos conjurado el cofre para que podamos reponerlas desde donde sea que nos encontremos, así que lo iremos rellenando poco a poco —me dijo Mónica.
—Con las blancas puedes crear portales y las negras son bloqueos y antiportales. Las demás se corresponden con los poderes elementales del clan al que representan.
—Nosotros representamos cuatro de las seis gemas y tu padre nos ayudará con el Ámbar.
—Nos falta el clan Diamante, pero estamos trabajando en ello —dijo Quentin con una sonrisa.
—Hemos intentado capturar la magia que nos parece más útil, aunque iremos añadiendo más hechizos con las lunas.
—Y si se te acaban no tienes más que decírnoslo.
La conmoción me ralentizó los pensamientos y me quedé sin palabras durante varios latidos. Cerré los ojos en un intento por controlar el torrente de emociones que fluían en mi interior, pero por mucho que lo intenté, no pude hacer contra ellas.
—¿Me estáis regalando vuestra magia? —pregunté con voz débil.
—Estamos juntos en esto —me dijo Max con cariño.
—¿No vas a probarlas?
Me reí entre dientes, emocionada y conmovida a partes iguales, y deslicé una mano en el interior del cofre. Cerré los ojos, maravillada por las sensaciones que experimenté cuando toqué las diferentes lágrimas de luna, y me detuve al sentir la humedad de la lluvia sobre la piel. Atrapé una esfera que contenía nubes de tormenta en su interior. Killian abrió la boca para explicarme cómo utilizarlas, pero no fue lo bastante rápido y la lágrima colisionó contra el pecho de Aidan antes de que pudiese pronunciar palabra.
Un estallido de partículas azules iluminó la estancia y me obligó a cerrar los ojos. Cuando los abrí descubrí a Aidan empapado y desorientado. Los soldados me observaron asombrados y yo me llevé una mano a la boca, sorprendida por el poder que albergaban aquellas esferas diminutas.
—Eso es por lo de antes —dije con malicia, lo que provocó que Aidan soltase una carcajada que me alegró el corazón.
—Has tenido suerte, hermano —le dijo Quentin mientras le deslizaba un brazo sobre los hombros—. Podría haber cogido una lágrima que te dejase como un pírsalo asado.
—¿Ah, sí? —dije mientras buscaba otra esfera en el interior del cofre.
El rostro de Quentin se transformó, pero yo ya había encontrado una lágrima que contenía una flor y que lancé en su dirección. Un estallido de chispas verdes iluminó nuestros rostros, y cuando la luz desapareció, vi que sobre la cabeza del rubí se había formado una montaña de tierra de la que brotaba una margarita de cristal. Los soldados se echaron a reír y Quentin me miró con una malicia que me puso en alerta. Sus amigos avanzaron hacia mí con disimulo, así que apreté el cofre contra el pecho y eché a correr.
—¡Esto es la guerra!
Espero que hayáis disfrutado de estos capítulos de idilio... 😈😈
🏁 : 160 👀, 62🌟 y 72✍
Un besiñoooooo 😘
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