Capítulo 8
- ¡Auch! -se quejó cuando la querubín la dejó caer al suelo.
Ladiel miró a su alrededor para discernir a qué clase de lugar la habían arrastrado, pero la falta de luz debido a las enormes copas de los árboles no le dejaba ver mucho de donde se encontraba.
Era húmedo y estaba habitado por gruesos robles cubiertos de moho y hongos, entre cuyas raíces una extraña capa compacta de lo que parecían hojas, setas y tierra húmeda cubría el suelo.
No se parecía en nada al verde y brillante bosque de antes.
- ¡Por última vez, Erilia, tengo pelo en los brazos! -gritó aquella existencia a la que a aquellas alturas ya consideraba la mayor molestia del mundo.
Ladiel suspiró ante la obvia mentira de Siora y se preguntó la razón por la que el vello es tan importante para los humanos. Los ángeles no tenían vello, es más, sus cabezas no tenían ni un pelo, pues estaban cubiertas por un especie de plumaje muy similar al pelo de los mamíferos, aunque también había quienes tenían una capa de pelusa blanquecina en parte de los brazos, piernas e incluso en la espalda. Eso tal vez podría llamarse vello, pero no era tan desagradable al tacto como las barbas de los machos humanos... ni tan extensa y abundante como su pelo, el cual parecía querer cubrir el cuerpo de su huésped por completo hasta convertirlo en una especie de oso.
En definitiva, el pelo era algo repulsivo.
- ¿Estás mal de la cabeza? Eso no es vello, son restos de barro. ¿Cuándo fue la última vez que te bañaste en condiciones? -respondió la segunda mayor molestia del mundo.
- ¡No es barro! ¡Es pelo! ¡Pelo! -exclamaba desesperado y al borde del llanto.
Ladiel decidió alejarse del par de dementes para inspeccionar el lugar. Su vista poco a poco se fue acostumbrando y con dificultad pudo vislumbrar una especie de edificio pequeño y puntiagudo, o algo que al menos intentaba serlo. Era bastante irregular, por no decir muy irregular, además no poseía ningún elemento con el cual pudiese deducir su función. Pero aun así, había algo en esa estructura que le hacía tener escalofríos. Como si la observasen.
O tal vez fuese el sentimiento de que estaba ante la mayor chapuza de la historia de la construcción...
Una de ambas.
- Bueno, ya hemos llegado. Vamos niña, que no tengo todo el día -dijo Erilia mientras se pasaba por su lado hacía la misteriosa construcción.
Ladiel giró su cabeza hacía Siora, quien se hallaba de rodillas y llorando. Supuso que él había sido el perdedor de la discusión.
Se lo merecía.
A esas alturas escapar era imposible. Y no solo porque no se sabía en qué dirección estaba la salida, sino también por las cosas extrañas que se podría encontrar. Sus opciones estaban muy limitadas, o bien seguía a una querubín aficionada al secuestro y quemar gente hacía un edificio siniestro y destartalado... o se quedaba sola en medio de la oscuridad con Siora.
Por supuesto escogió la primera.
Una vez se hubo acercado lo suficiente, la celestial se dio cuenta de que lo que creía que era un edificio en mal estado eran en realidad un montón de rocas redondeadas mal apiladas en forma de pirámide deforme, ni siquiera merecía ser calificado como edificio. Este estaba cubierto con lianas y musgo casi por completo, dándole un aspecto aún más decadente.
Siguió a Erilia a través de una cueva que había oculta tras una cortina de lianas, la cual se extendía hacía las entrañas de la tierra, cosa que la incomodó. El Cielo, su lugar de nacimiento, era un lugar abierto donde la luz eterna y los vientos sagrados le permitían volar por donde se le antojase. Pero ahí, en ese estrecho lugar, estaba oprimida, sujeta a las leyes de un mundo cambiante y extraño.
No estaba en su entorno natural.
- ¿Qué te pasa? Normalmente sueles sacar pecho e ir a la delantera -dijo de repente una voz desde su espalda.
- ¡Ah! -gritó, respondiendo a la sorpresa con una patada.
- ¡Me cago en-! ¡Joder, Ladiel! -exclamó Siora sujetándose la parte golpeada.
Ladiel vio que no se trataba de ningún peligro, solo de un grosero y malhablado Siora. Se dio cuenta de que estaba demasiado alerta a cualquier ataque como para no discernir entre una amenaza para su seguridad y un tonto incapaz de admitir que era imberbe.
- ¡Uy! Perdón, me sorprendis- Espera ¿Por qué me disculpo? Me dejaste tirada ¡Te lo mereces! Así aprenderás a apoyarme la próxima vez, capullo roñoso -le dijo cortante.
Ya había simpatizado demasiado con el humano, tenía que parar.
- No digas tonterías, Erilia no te haría nada, ella es así con todos los invitados... Es desconfiada por naturaleza y no le gusta dar explicaciones. Para ella llevarte a rastras es más sencillo que convencerte -dijo aún arrodillado del dolor.
- Entonces sí es una aficionada a los secuestros... ¿Por qué no me lo dijiste antes? Te habrías ahorrado la patada ¿Sabes? Y los insultos -comentó más calmada.
Por alguna razón sabía que le decía la verdad. Quizás porqué había dado suficientes patadas en la entrepierna de los hombres como para saber que se vuelven incapaces de mentir cuando su segundo cerebro queda incapacitado.
- No preguntaste y parecías muy poco receptiva a una conversación, además, a Erilia no le gusta que le echen en cara sus malas habilidades sociales y ya tengo muchos puntos negativos acumulados como para cabrearla más -explicó, haciendo que Ladiel se sintiese culpable por todos esos pensamientos maliciosos que había tenido hacía él.
- Vaya... Lamento haberte llamado capullo. Y haberte matado de formas tan horriblemente crueles dentro de mi cabeza. No estuvo bien -se disculpó con tristeza.
En verdad lo sentía por todos esos Sioras imaginarios que habían muerto en vano.
- Tranquila, no pasa na... ¡Espera! ¡¿Qué?! ¡¿Lo dices en serio?! ¡¿Estás mal?! ¡¿Eres una especie de maníaca o algo?! ¡Era obvio qué no íbamos a hacerte nada! ¡Pero vienes tú a fantasear con matar gente! ¡¿Acaso vas a partirme el cráneo como a tus congéneres?! ¡¿Es eso?! ¡¿Eres una desquiciada loca?! ¡Erilia, socorro, esta psicópata me va a matar! ¡Ayuda! -empezó a gritar como si su vida dependiera de ello. En su estado no podía ejercer toda su fuerza, estaba muy debilitado y, por alguna razón, intuía que sus habilidades para mentir habían sido anuladas de forma misteriosa.
- Ah, vamos, tampoco es como para comportarse así ¿sabes? -le quitó importancia al asunto.
- ¡Estabas planeando mi muerte! ¡Loca más que loca! -gritó señalándola con el dedo.
- ¿A quién estás llamando loca, llorica virgen sin pelo en el pecho? -respondió indignada, colmando a su vez la paciencia y el orgullo de Siora.
- ¡¡¡¡TENGO VELLO!!!! -Explotó en un ataque de locura y se abalanzó sobre su acompañante.
Al poco tiempo llegó Erilia, quien había vuelto para saber por qué esos dos se habían retrasado tanto y porqué armaban tanto griterío. Solo para encontrarse con una escena en la que Ladiel tenía a Siora inmovilizado con una llave mientras lo estrangulaba con el brazo.
Nada raro, era algo que tarde o temprano toda chica de Tyr Na n'Og hacía.
- ¡Retira eso de que soy una aspirante a anguila con piernas! ¡Y admite de paso que soy perfecta y la más hermosa del mundo! -gritó mientras hacía más fuerza en su agarre.
Su narcisismo hacía su aspecto era tan grande como el de un querubín. Si a eso se le sumaba su aura tan poderosa e intimidante como la de un principado, su agresividad equivalente a de un serafín y su físico idéntico al de un ángel común; el resultado era que la especie de Ladiel no podía ser adivinada. Al menos no a simple vista.
Es más, ni siquiera se comportaba como el resto de caídos. Erilia se preguntaba de donde había sacado Siora a una celestial tan peculiar.
- ¡Nunca! ¡Eres una anguila gorda, plana y sociópata! ¡Además, las rubias sois lo peor! ¡Viva las morenas! -exclamó, dejando claro que priorizaba sus gustos sobre las mujeres por encima de todo lo demás.
- Ya estamos otra vez... -suspiró.
Definitivamente esa actitud que tomaba Siora hacía sus nuevos amigos no era la más correcta. El que los conservase a todos era aún un misterio.
- ¡¿Cómo que lo peor?! ¡Pero serás-! ¡Te voy a enseñar yo a menospreciar a la gente que come mucha carne! -dijo estrangulando a Siora hasta dejarlo semi-inconsciente.
Ante tal actuación lo único que pudo hacer Erilia fue suspirar, negar con la cabeza y lanzarles una gran bola de fuego para dejarlos fuera de combate. Después, con el mismo hechizo que utilizó antes los hizo levitar para llevárselos.
- ¿Por qué todos los adolescentes con poderes tienen un ego tan grande y un cerebro tan pequeño? -se preguntó a sí misma mientras caminaba de vuelta hacía la sala del santuario.
En el interior de una caverna iluminada por unas pocas antorchas Camila miraba con desprecio al humano inconsciente y churruscado que se encontraba en el suelo. Este no era otro que su compañero de trabajo, Siora, quien además, estaba junto a una celestial desconocida en las mismas condiciones.
Aquello la frustraba mucho, no solo el que se fuese tanto tiempo, dejándole una montaña de trabajo, sino que también se atreviese a traer a una desconocida al bosque sin consultárselo antes.
- Maldito idiota -murmuró con enojo.
- Camila, dices eso ahora, pero bien que estabas preocupada cuando dijeron que Siora había tenido un percance en la entrada -le increpó Fial, quien tuvo que detenerla de asesinar al par de harpías.
- ¡Pues claro que me preocupé! Es increíble que Siora sea tan estúpido que no pueda ni siquiera pasar por la frontera sin insultar a nadie y solo por un ligue pasajero. No tiene ni pizca de decencia -expresó enfadada.
Y encima le pedía que lo cubriese para irse de ligoteo... ¡A ella!
-Irónico que lo digas tú, que te las pasas "Los humanos son patéticos" o "Los humanos son una vergüenza para el resto de seres vivos" o "Los humanos son incapaces de hacer el acto más simple sin dañar a los demás", siendo tu mejor amigo un humano. Tal vez él sea un indecente, pero tú eres un poquito hipócrita ¿No? -expuso Erilia en defensa del joven.
Aquellas palabras la alteraron y avergonzaron, pues era cierto que su actitud despreciativa le hacía ver como alguien desconfiable a ojos de quienes simpatizaban más con Siora que con ella, entre los cuales estaba la querubín.
Aunque más que desconfiar, juraría que la odiaba.
- ¡Yo puedo ser despectiva con quien quiera! Además, Siora no es humano... No del todo.
Por no mencionar que si Siora no contaba como su primer beso, no había razón alguna para contarlo como un ser humano.
Era una lógica irrefutable.
- Te digo que no vas a conseguir nada con esa actitud, ni con Siora ni con tu posición -le aconsejó la querubín.
Dicha insinuación hizo que su vergüenza aumentase a niveles peligrosos, enrabietándola al ser incapaz de controlar sus emociones o de al menos admitir lo que todas las personas conscientes en esa habitación conocían.
- ¡Ca-cállate! ¡Tú no sabes nada! ¡Solo eres una vieja, gruñona y amargada! -gritó antes de recibir una bola de fuego en toda la cara que la dejó viendo estrellitas.
Al final tanto ella como Siora estaban hechos de la misma pasta. Solo entendían a razones si habían bolas de fuego de por medio.
- ¡Camila! -exclamó Fial preocupada.
- Tranquila, solo estoy disciplinando a una rebelde sobre-hormonada, no pasa nada~ -respondió con su mano aún en llamas.
Por algo fue la maestra de lucha del último druida. Su experiencia solo era superada por su exigencia, su dureza y su afición a lanzar bols de fuego a los demás.
- No es culpa suya, ha trabajado mucho últimamente y está bastante estresada. Sobre todo con ese encantado... Cuando lo encontró... Bueno, digamos que no ha tenido un día fácil -excusó a su amiga.
En verdad, solo pensar en ese humano le provocaba escalofríos.
- Pues yo llevo media hora con ese par de brutos gritando y peleándose como niños pequeños. Créeme, lo mío ha sido mucho peor. Al menos con los encantados hay protocolos -dijo secamente.
- Aun así...
- Me crié en la vieja escuela, allí estas cosas eran normales. Es mi forma de ser -se explicó.
Ese tema cerró por completo a conversación, pues era bien sabido el origen de Erilia y muy pocos se atrevían a desear curiosear sobre su pasado.
Las dos decidieron esperar a que se despertasen, pues sabían que él no vendría hasta que estuviesen listos. Él nunca llegaría antes que los demás, por muy urgente que fuese el asunto.
La caverna tenía forma de cúpula, excavada en la tierra y con dibujos antiguos escritos en las paredes. Era un lugar antiguo, de antes de que el bosque consumiese esas tierras en nombre de Dannan como castigo hacía los mortales. Por eso mismo era el lugar idóneo para traer a una caído, ahí su magia quedaba incapacitada por el rencor de los dioses hacía su pueblo.
- Tardan mucho ¿No? -comentó la espíritu.
- Si~ Casi mejor les vuelvo a quemar los traseros a los dos -dijo mirando a la espíritu.
-Sí, hazlo, que tengo plan esta noche -respondió.
Por una vez que tenía una cita con algo que tenía una cara tangible, no iba a desaprovechar esa oportunidad.
- Cael sagnis ardet.
Y, como la vez anterior, los dos salieron disparados hacía arriba mientras gritaban de dolor, intentaron apagar el fuego de sus respectivos pompis a base de golpearse con las manos y Ladiel acabó levitando por intentar atacar de forma imprudente a Erilia.
- ¡Te voy a matar! ¡Te mato! ¡Voy a arrancarte las piernas, maldita pirómana! -gritaba mientras pataleaba en el aire.
- ¡Ja! ¡Te faltan siglos de experiencia para poder tocarme un pelo, pequeña! ¡Jujujuju! -se reía arrogante cual malvada villana.
Por otra parte Siora aún se sobaba el trasero. Intentaba no involucrarse en la pelea de las dos celestes, pues no quería ser derrotado de forma humillante de nuevo. Entonces vio a la chica que yacía inconsciente de forma despatarrada. Al reconocerla rápidamente corrió hacía ella con cara de preocupación para ver su estado.
Ante este hecho, Fial, que ya veía venir la catástrofe, procuró alejarse de Erilia por sea acaso la zona de peligro fuese más alta que la última vez.
- 3, 2, 1 y... -contó la espíritu.
- Erilia -dijo Siora con una voz fría y helada.
Al escuchar su nombre, el cuerpo de la querubín quedó paralizado por instinto y dejó caer a Ladiel, quien estaba a punto de aprovechar esa oportunidad para contraatacar, pero se dio cuenta de que el aire se había vuelto más pesado, además de la expresión de puro terror de su rival.
Al instante pudo sentir una enorme cantidad de intención asesina proveniente de Siora, quien permanecía arrodillado frente a una... criatura desconocida. Una imagen que a ella se le antojaba bastante siniestra.
- Erilia... ¿Me puedes decir por qué Camila está en este estado? -dijo Siora sin levantar la vista del suelo.
- ¿E-eh? Y-y-yo n-no s-se d-de qu-que me ha-hablas, e-ella ya e-estaba así cuando llegué -dijo Erilia mientras temblaba y miraba hacia otro lado.
Una celestial capaz de dejarlos fuera de combate sin esfuerzo alguno estaba temblando como un cordero frente a un lobo. Además, Ladiel pudo ver como el espíritu que antes les observaba en silencio se mantenía lo más pegado posible a la pared.
Allí había algo que no cuadraba.
- ¿En serio? Entonces ¿Que son estas quemaduras que hay en su cara?- dijo con una voz aún más oscura.
Siora levantó la vista y dejó ver sus dos ojos azules brillando de forma sobrenatural, tal y como había pasado en la montaña. Ladiel sintió como si estuviese ante la muerte misma y eso que no era a ella a quién dirigía la mirada, sino hacia la querubín, quién había perdido por completo todo el color de su cara.
- B-bueno, veras... fue un... ¿Accidente? -se excusó mientras hacía gestos nerviosos y daba marcha atrás con precaución.
- ¿Un... accidente? ¡Ah, claro! Un... accidente -dijo mientras se levantaba con lentitud.
Se avecinaban problemas.
- S-Siora ¿Qu-Qué haces? -preguntó alterada al ver como se le acercaba- Siora, basta, no hagas nada de lo que te puedas arrepentir ¡Siora!
Pronto la presencia del joven aumentó en magnitud, como si ese lugar potenciase su poder a niveles extraordinariamente altos.
- ¿Qué pasa Erilia? ¿De qué me voy a arrepentir? Los accidentes no son culpa de nadie ¿No es así? Entonces no tiene sentido arrepentirse por ellos ¿Verdad? -dijo con una sonrisa amable que no llegaba a sus ojos.
- Si-Siora -suplicó al borde del llanto.
- Prepárate para tener un accidente -dijo con voz de ultratumba.
Después de eso, Siora se dedicó a perseguir a Erilia por la enorme caverna mientras invocaba rayos y lanzas hechas de fuego azul mientras Ladiel y Fial los miraban a una distancia prudente.
- Tranquila, tu solo no te interpongas en su camino y no pasará nada -la espíritu aconsejó a Ladiel, quien veía asombrada el cambio de actitud de Siora.
- ¿Por qué él...? ¿Qué le pasa? -preguntó confusa.
Nunca había visto a Siora de esa forma, es más, sus batallas contra los celestiales habrían acabado antes si se hubiese comportado así en ese entonces.
- Los druidas son mucho más poderosos en lugares sagrados y si eso se le suma Camila... -respondió suspirando.
- ¿Camila? -preguntó y la espíritu señaló a la criatura que yacía tranquilamente en el suelo.
Era una chica con pequeñas astas en la cabeza, piel trigueña y pelo negro en dos trenzas que le llegaban hasta la cintura, una cintura que además acababa en un cuerpo enorme de cuatro patas, el cual estaba cubierto de pelaje negro con pequeñas motas blancas.
Sus patas eran robustas pero versátiles, acabadas en garras y su cola era larga y esponjosa con mechones oscuros y claros repartidos a través del apéndice. Sus brazos, por otra parte, acababan en dos grandes alas de plumas negras con las puntas blanquecinas.
Su parte humana se hallaba cubierta nada más que por un trozo de tela que le tapaba la parte superior del torso, dejando el vientre al aire y denotando una gran belleza propia de una de las rumoreadas razas del bosque.
- ¿Qué...? -preguntó anonadada por su aspecto.
Ella presenció auténticas hermosuras tanto de celestiales como de infernales, pero nunca había visto una tan atrayente y misteriosa como la que tenía delante.
- Es una quilín -respondió la espíritu- Al menos en parte.
- Quilín...-repitió con asombro.
Era el nombre de una supuesta criatura mítica, extinta mucho antes de haber nacido.
- ¡Deja de lanzarme cosas, Siora! -gritó histérica la mujer que huía por las paredes esquivando innumerables proyectiles de fuego y luz.
Estaba claro que a los Ourea no les había hecho gracia que trajera por la fuerza ni al druida ni a su invitada, razón por la cual la castigaban a través del furioso Siora, quién gustoso aceptó el trato.
Potenciado por la tierra que pisaba y por los dioses que le favorecían podía derrotar fácilmente a su mentora.
- Con gusto lo haría, Erilia, pero no quiero mancharme de sangre al arrancarte las tripas ¿sabes? Así que mantente quietecita y deja que de abrase hasta morir ¿Sí? -comentó tranquilamente con una inocente sonrisa.
- ¡Estás loco si piensas que voy a hacerte caso! ¡No vas a atraparme jamás! -gritó en respuesta.
Pero, por desgracia para la querubín, Siora consiguió alcanzarle a su pie, haciéndola caer al suelo, y la inmovilizó haciendo que saliesen raíces del suelo y la atasen. Entonces el hechicero juntó sus manos y empezó a formar una bola de energía pura.
Al ver su inminente muerte, Erilia empezó a patalear y suplicar desesperadamente.
- ¡No, no, no! ¡Aleja eso! ¡No quería! ¡¿Vale?! ¡Lo siento! ¡Empezó ella! ¡No es culpa mía que se pusiese insufrible al verte con la caída! -gritó sin pensar.
Esas palabras provocaron que las raíces se aflojaran y la bola de energía se extinguiera a la vez que su mente adolescente se confundía a más no poder.
- ¿Qué? ¿Verme con ella? ¿Ella y yo? ¿Se... enfadó? -murmuró antes de que su cara se tiñese de rojo.
Acto seguido se tapó el rostro con las manos y empezó a andar de un lado por el nerviosismo producido por su imaginación volátil y exagerada, la cual empezó a sacar conclusiones precipitadas en base a las fantasías de Siora.
- ¿Me... me explicas exactamente lo que acaba de pasar? -le pidió Ladiel.
Aunque más o menos se lo imaginaba... Y en parte hasta le comprendía, pues más de una vez se vio perdiendo las formas por culpa de no controlar sus propios sentimientos.
- Es... lo que pasa cuando alguien se mete en sus dramas. Para lo que sea, da igual el porqué, tú solo observa desde lejos -le advirtió la espíritu con absoluta seriedad.
- Me preocupa que esto parezca usual por aquí... -decía hasta que el despertar de Camila la interrumpió.
La quilín se sobó la cabeza con una de sus alas y miró extrañada a las personas a su alrededor, pero al ver a Siora se olvidó de todo lo demás y rápidamente se puso de pie mientras se arreglaba el cabello despeinado. Acto seguido preparo su cara inexpresiva y se acercó a su compañero con dignidad y calma.
- Por fin llegas, llevas cuatro días de retraso ¡¿Sabes?! ¡Soy tu superior y aun así me has hecho trabajar hasta el agotamiento! -inquirió con seriedad.
Su repentina aparición trastocó por completo a Siora, quién aún seguía bajo los efectos de sus delirios adolescentes.
- ¿Eh? ¡C-Camila! ¡E-eh! Y-yo, pues... verás... Deiche me dejó tirado y... ya sabes... empezaron a perseguirme y tuve que dar un rodeo... -dijo nervioso mientras sudaba a mares.
- Ya, claro, seguro que ha sido eso. Seguro que no ha tenido nada que ver con cierta chica que te has traído al bosque -le reclamó enfadada.
Al escucharla, Siora palideció como si hubiera perdido toda la sangre y empezó a sudar del desespero.
-¡N-no es lo que piensas! ¡Ella solo es una amiga! ¡La traje porque no tenía adonde ir y me daba lástima! ¡Nada más! ¡Te lo juro! -empezó a excusarse como si la vida le fuera en ello.
Ladiel solo podía mirar como Siora suplicaba perdón a la quilín mientras esta no paraba de replicarle por su incompetencia, haciéndole sufrir aún más.
- Vaya, que... patético -murmuró Ladiel inconscientemente.
Básicamente Siora mendigaba la atención de una chica que no era consciente de sus sentimientos y a cada poco acababa metiendo la pata por su torpeza, recibiendo una reprimenda de la chica, la cual además era su jefa. Definitivamente o había caído en un nido de locos o en una comedia teatral.
En algún momento Camila se giró para ver a Ladiel después de dejar a Siora en un estado incluso más lamentable que cuando perdió contra Erilia y le lanzó una mirada penetrante. Después, volvió a mirar a Siora, se le acercó y le susurró unas palabras al oído, haciendo que se sonrojase y asintiese avergonzado. Habiendo hecho esto, la miró con desconfianza y se dirigió lentamente a la salida mientras Siora la miraba babeante.
Una vez acabada la escenita, Erilia, que ya estaba harta de las estupideces relacionadas con Siora, se le acercó y lo llevó cogido del pescuezo hasta Ladiel sin reparo en las protestas del mismo.
- ¡Ayaayayayayay! ¡Suelta! ¡Duele! -exclamó de dolor.
- Te aguantas, ya hemos perdido mucho tiempo -respondió molesta como si no hubiese estado a punto de morir calcinada por la persona a la que reprendía.
Ese espectáculo ya habría sido suficiente como para que los dioses se calmaran.
Fue entonces cuando desde uno de los túneles se empezó a escuchar el sonido de pasos y, desde las sombras, emergió una escuálida figura. Era un anciano pálido, de cabellos blancos y largos, carente de barba y vestido con una túnica larga y desgastada. De su cabeza salían dos cuernos negros que se curvaban hacía atrás y sus ojos, del mismo color onyx, eran grandes y brillantes. Asimismo, en sus alargadas manos acabadas en afiladas uñas habían un bastón tallado en madera vieja y una extraña daga con grabados.
- Por fin estáis listos. Por fin... el invitado y el anfitrión -dijo mientras se acercaba.
- Sumo sacerdote, bienvenido -dijo Erilia mientras se inclinaba, junto a Siora y la espíritu.
Ladiel imitó el gestó por mera cortesía, pero cuando levantó la mirada se encontró de frente con el rostro del anciano. Por alguna razón, no se asustó como con Siora, aquel hombre le transmitía confianza, como si instintivamente supiese que no estaba ahí para hacerle daño.
El hombre le extendió la mano que contenía la daga. Ladiel dudó al principió pero las miradas de los demás la impulsaron a cogerla. Al momento en que sus dedos tocaron el metal del objeto una fuerza ató su mano al mismo.
Fue entonces que los ojos del anciano se volvieron completamente blancos y el fuego de las antorchas se atenuó, dejando la gruta casi a oscuras. Por otra parte los dibujos y símbolos empezaron a brillar y a moverse. Escenas de rituales con cánticos, personas bailando al son de las flautas, bestias rugiendo y extrañas criaturas que volaban por el techo cobraron vida. Del suelo empezaron a alzarse sombras con formas extrañas, algunas de personas, otras de animales y otras amorfas. Observaban a medida que se movían lentamente alrededor de Ladiel y el sacerdote.
Pero de esto la celestial no sabía nada de lo que pasaba a su alrededor, estaba en trance, al igual que el sacerdote. No tenía idea de las criaturas que le acechaban ni de cuál era su objetivo. Y para cuando despertó, se encontró con que el anciano la miraba con una extraña sonrisa.
- Ya veo, ya veo, una extraña y curiosa criatura -dijo mientras se acariciaba la barbilla- Te llaman hermana de dos mitades cuando no eres sino una hija de una obsesión... También te llaman vergüenza por amar y odiar, y traidora por honrar a los que no están... Muchos murieron por tu mano, muchos a quienes llamaste camaradas, pero no veo el arrepentimiento en ti. Puedo ver el odio hacia ti misma, hacia tu mundo, pero sobre todo hacia aquel de veinte alas... Buscas venganza no contra un individuo, sino contra todo un imperio... Quieres verlo arder, como ardió aquella a quien amabas. Quieres matar a lo que te creó, a sus subordinados y a todo aquel que se interponga en tu camino... Pero no ansías la muerte humana, no ansías poder, ni gloria. No codicias y no buscas consuelo en el placer. Solo te mueves por un propósito y por ese propósito es por lo que vives -todas sus palabras eran ciertas, incluso aquellas que decían cosas que no sabía de sí misma o que se negaba a aceptar.
- Entonces ¿No es peligrosa? -preguntó Siora, llevándose la atención del sacerdote.
- No... No es un peligro para la tierra de la vida. Pero tampoco puede ser habitante... Ella es como tú, necesita guerra y sangre para saciar el vacío en su corazón. Aquí no puede quedarse, no para siempre. Debe cumplir su propósito o morir intentándolo. Es la voluntad de Libertas -respondió con calma.
Ella no entendía nada, no sabía de lo que hablaban, pero de alguna manera la espíritu y Erilia miraban con tristeza a Siora, quién parecía pensativo. Las palabras del anciano no debían referirse solo a ella cuando mencionaba el hecho de que debía ir y luchar a muerte contra el Cielo por voluntad de algún dios.
Aunque la posibilidad de que estuviese a merced de una divinidad le molestaba. Sus dioses abandonaron a su pueblo y lo dejaron a merced de Metatrón. No confiaba en las deidades ni confiaba en aquellos que las seguían. Ella no era una marioneta de los dioses, por mucho que dijesen, ella decidía su propio destino.
Los cuatro salieron de la estructura después de la profecía del sacerdote, en silencio.
La espíritu desapareció sin decir nada y Erilia los acompañó hasta llegar a una zona más iluminada del bosque. Allí Siora les explicó que debía atender unos asuntos y se fue rápidamente sin disimular que iba a ver a la quilín.
La querubín le guió a un lugar donde debía quedarse por el momento y ella, ya sin voluntad de tener más problemas, obedeció.
Llegó hasta un claro que se encontraba en la parte baja de un precipicio. Ahí había preparada una bandeja con frutas y una jarra de agua. Ladiel se acercó y sin muchas ganas bebió de la jarra y se comió un extraño pero delicioso fruto mientras se sentaba en una roca.
Había sido un día de locos, es más, había sido el día más extraño de toda su vida. Un bosque mágico, espíritus, sacerdotes, dioses, lugares sagrados... Se suponía que solo iba a estar de descanso hasta que se calmasen las cosas con las antorchas. Pero había sido secuestrada, profetizada y abandonada por Siora para ver a una chica. Cosa que no le recriminaba, porque, quitando sus partes animales, la chica era posiblemente la segunda criatura más hermosa con la que se había topado en la vida.
El cielo comenzaba a oscurecerse desde el horizonte a medida que el Tempus, en lo más alto del cielo, se atenuaba hasta convertirse en un orbe blanquecino y de resplandor suave que dejaba paso a la luz de las estrellas.
Ese orbe que cambiaba de una luz dorada e intensa a una perlada y débil fue de lo que más le sorprendió al llegar al mundo humano. En el Cielo no había nada como aquello, pero aun así le gustó, sobre todo el periodo en que la oscuridad gobernaba.
La noche de ese mundo le recordaba al primer cielo, tan etéreo se podían ver las estrellas. Siempre tan hermoso y silencioso. Le gustaba más que el segundo cielo, su antiguo hogar, donde todo era blanco y brillante hasta el aburrimiento.
No le agradaba, era todo monótono, la vida, la ropa, la comida, la gente... Sin diversión, sin dolor, sin sentimientos... En ese sentido Ekonne era más divertido, allí podía sonreír, reír, gritar, pelear.
Era un mundo inmensamente más libre.
Y justo cuando comenzaba a olvidar sus problemas, un individuo cayó gritando desde la cima del precipicio en dirección a Ladiel, la cual se apartó de un salto lo suficientemente lejos como para no salpicarse con el montón de sangre y tripas en las que se convirtió la persona al estrellarse contra la roca a toda velocidad.
La celestial estaba a punto de maldecir al ver que la sangre había cubierto su comida, cuando una luz envolvió el cadáver y todas las piezas del cuerpo esparcidas se desvanecieron, dejando un joven humano intacto y con cara de fastidio.
- ¡Ah! ¡Venga ya! ¡¿En serio?! ¡Malditos dioses! ¡Quiero morir! ¡Quiero morir! -empezó a gritar mientras pataleaba infantilmente.
Ladiel se quedó aún más impactada. Eso era con absoluta certeza lo más extraño que le había pasado en ese extraño día de locos. Entonces el joven se fijó en ella y sin que Ladiel pudiese reaccionar, le agarró de las manos mientras este la miraba con ojos expectantes.
- Por favor... ¡Por favor, mátame! -pidió con una enorme sonrisa.
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