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Capítulo 12


El calor atravesaba el metal mientras se hundía en las profundidades de aquel mar escarlata, tornándose blando por el calor a medida que se derretía sobre su cuerpo. Su piel quemaba hasta deshacerse en ampollas, sus alas devastadas se caían a pedazos junto con su ropa y de su garganta solo salían pequeños suspiros apagados en vez de alaridos de dolor. Pero aun con todo ese sufrimiento devastando su alma y su mente, sus brazos y piernas extendidos se aferraban a las paredes interiores de la campana, las cuales empezaban a cubrirlos como un molde.

Ese había sido su único movimiento posible cuando la estructura cedió por el atacante, pues sin poder volar y con un destino peor que la muerte para quien tocase aquel líquido no tenía muchas opciones a su alcance.

Allí estaba Sitael, al borde de caer en un abismo de condena, sin esperanza a la vista y aun así negándose a rendirse.

Los dioses de la muerte querían atarla a su reino, despojarla de su cordura... Pero ella no se iba a dejar atrapar. Ella era una servidora de la luz, por lo que incluso habiendo fallado la prueba de Haniel, iba a volver al mundo de los vivos. No por el Cielo, no por los arcángeles, sino por ella misma.

¿Acaso luchó tanto para morir a manos de una caída? ¿Ascendió entre las filas de los cielos inferiores para que su puesto quedase en manos del traidor de Forkasiel? ¿Todo ese esfuerzo, todo ese dolor, todo ese sacrificio... iba a ser para nada?

- No... ¡NO! No pienso caer aquí, soy una guerrera, soy una superviviente... Soy de la noble raza de los serafines, una hija de la luz y del fuego. Me dan igual los dioses de Ekonne y sus maldiciones, me dan igual los jueces del inframundo y sus intentos de hacerme reflexionar... Maldita sea, me dan igual los arcángeles si eso significa que viviré un día más...

Sin saberlo algo estaba cambiando dentro de ella y la prueba de Haniel reveló por fin su verdadero cometido. Los Fomore observaron la determinación y la voluntad de esa alma, juzgando que si bien había fallado para cruzar la puerta de la vida, no lo había hecho para la de la muerte.

No intervinieron, la dejaron a su suerte a la espera de que las aguas del Fegetonte purgasen sus crímenes. Solo cuando de verdad estuviese pura sería llevada al Aqueronte para que la trasladasen a los Campos Asfódelos.

Y así la campana siguió hundiéndose con ella escondida dentro... Pasaron las semanas o quizás días, horas, años o siglos. Y ella soportó, soportó el calor, soportó las quemaduras, soportó el vapor que la despellejó, soportó quedarse ciega e insensible a cualquier estímulo e incluso el goteo de la sangre que se colaba desde una de las grietas en la campana desde justo encima de su cabeza.

Entonces un día o noche o momento en el tiempo en particular algo cambió para esa ánima tan obstinada, pues por primera vez en mucho tiempo dejó de sentir calor. En cambio una sensación helada la cubrió de pies a cabeza, recordándole cuando llegó al Inframundo.

No me equivocaba contigo, mi pequeño juguete... ¡Me sirves!

En su mente sonó esa voz tan familiar, seguida de una risa estridente que martilleó su cabeza. Pero no tuvo tiempo para pensar en la situación en la que estaba, ya que de un momento a otro la campana a la que se sujetaba se esfumó de improvisto y, en vez de sumirse en la sangre ardiente, calló de bruces sobre un suelo duro hecho de piedra.

- Pobrecita... Esta alma ha pasado por mucho... Andyety, sana sus heridas, me repugna ver las heridas del tiempo. Tal impureza me entristece... -una voz hermosa como ninguna otra, llena de pena y soberbia, llegó a sus abrasados oídos, ignorando su discapacidad de alguna manera.

Solo con escucharla todo el estrés que había acumulado desde su muerte, no, desde que fue relevada de sus funciones, desapareció como un sueño fugaz. Al menos hasta el momento en que dejó de hablar y el silencio devolvió esas emociones, dejándole con un deseo inconsciente de que siguiese hablando solo para aliviar su pesar.

Una extraña energía surgió a sus espaldas y Sitael recobró poco a poco los sentidos. Primero el tacto al regenerarse su piel, después el oído al volver a crecer sus orejas, más tarde el olfato y el gusto y por último la vista, descubriendo la tierra gris en donde se hallaba arrodillada.

Intentó levantar la mirada para saber quién era la propietaria de tan majestuosa voz, pero una fuerza invisible la mantuvo inmóvil. Era como estar ante los arcángeles solo que más intensamente. Con ellos la fuerza la aplastaba como a una hormiga indigna de su presencia, mientras que esta la mantenía quieta lo justo, pero sin posibilidad alguna de resistencia. Ni siquiera cuando recibió el título de protectora de los cielos inferiores de manos de Miguel se sintió tan insignificante.

Así pues, rompiendo con su momento de reflexión, una prenda de ropa que reconoció como una especie de capa cubrió su cuerpo desnudo con sumo cuidado y delicadeza. Era suave y cálida como el pelaje de una bestia celeste, pero también bastante pesada.

- ¡¿Cómo un trozo de tela tan fina puede pesarme tanto?! Odio la debilidad de mi alma.

Extrañada por el hecho de que alguien tuviese el pudor suficiente como para querer ocultar se desnudez miró de reojo al responsable, descubriendo a un hombre con un aspecto de unos treinta años, quien era sin lugar a dudas un ser más bello que cualquier celestial que ella hubiese conocido.

Su piel anaranjada estaba cubierta por heridas de guerra, su cuerpo musculoso estaba ataviado por pieles holgadas de laguna bestia salvaje y su melena rojiza caía hasta sus pies de forma enmarañada, ornamentada con plumas de avestruz atadas a sus mechones. Pero lo que más le atraía de él eran esos ojos avellanados de pupilas dobles

Cabe decir que su relación con Forkasiel había sido impuesta, un compañerismo casto entre individuos vinculados limitado a lo puramente platónico y emocional.

Pero aquello en cambio era completamente distinto... La serafín acababa de sufrir su primer cuelgue después de difunta y frente a dos diosas de la muerte.

- Mejor, mejor... Ya no da tanto asco... -comentó aquella enigmática voz tan calmante.

- Peor, peor... La prefería en su punto... -comentó aquella voz que reconoció como la de la catedral.

La restricción de movimiento se levantó y por fin pudo levantar la vista para descubrir quienes la habían invocado, encontrando delante suyo una enorme y ancha cascada cuyas aguas fluían silenciosamente sin salpicar ni producir niebla alguna. La catarata estaba partida por una enorme roca que dividía el afluente en dos arroyos que se separaban en direcciones opuestas, uno hacia su derecha a la vez que tomaba un tono blanquecino y el otro hacia su izquierda a la vez que tomaba un tono azulado.

Y en el interior de la cueva que se encontraba en la base de la roca divisoria habían dos entidades, ambas sentadas en sus respectivos tronos.

A la derecha la dueña del habla que parecía ahuyentar todos sus males estaba sentada sobre un trono hecho por gavilla acumulada que por alguna razón no se deshacía a pesar de la naturaleza del material. Su cuerpo era blanco y borroso, como un humo extraño adoptando una forma similar a la de una persona.

Los músculos de Sitael se calmaron con solo verla, pero al mismo tiempo su mente sintió una especie de alerta instintiva que la hizo percibirla como lo que era en realidad, una amenaza extremadamente peligrosa.

A la izquierda la que se le hacía tan familiar estaba sentada sobre un trono de acero que parecía estar derritiéndose y retomando su forma original de forma constante en una especie de tira y afloja donde el objeto luchaba contra su propia destrucción. Era una mujer desnuda de piel azulada con uñas y labios negros que contrastaban con su cabello pálido y descolorido. Sus cuencas estaban vacías, dejando entrever dos agujeros oscuros de los que surgían dos hilos de sangre que caían como lágrimas recorriendo sus mejillas, cuello, pechos, abdomen, piernas y pies hasta el suelo, donde se acumulaba un charco rojo. Pero a pesar de todo sonreía mirando en su dirección, mostrando sus afilados dientes de tiburón mientras se relamía vorazmente con su verdosa lengua bífida.

Solo con verla sintió como si le arrancasen el corazón, una tristeza comparable a cuando perdió su título a manos de su mayor aliado y mejor amigo. No, una tristeza incluso mayor, pues solo con mirarla revivía una y otra vez sus momentos más trágicos y dolorosos.

Una era dolorosamente insoportable, mientras que la otra siniestramente tranquilizadora. Eran como opuestos que se complementaban para que juntas su alma se viese envuelta en una tortura incluso peor que estar dentro de la campana, pues la tranquilidad mermaba su resistencia al dolor, el cual aumentaba el efecto de la tranquilidad en un círculo vicioso de alivio y agonía que parecía arrastrarla lejos de su cordura.

- Hermanas del olvido y el recuerdo, imploro clemencia hacia la mujer que obrará vuestra voluntad. Ella mostró dignidad para venir aquí, que no le sea arrebatada en su destino -el hombre dio un paso adelante, haciendo que la presencia de las mujeres fuese mucho más amena.

A Sitael le pareció escuchar murmullos entre su salvador y esas dos cosas horribles que casi seguro eran dioses, pero no pudo prestar atención debido a la confusión de su mente. Los oídos le pitaban y le costaba mucho controlar el pánico, aunque por suerte pudo tranquilizarse lo suficiente al poco que la conversación terminó, centrándose en las miradas que los tres fijaban en ella.

- Bien... alma de ángel. Como te habrás dado cuenta, somos diosas. Diosas de la muerte para ser más exactos... -habló la mujer azul con un tono estridente que le daba escalofríos

Ya no se sentía en la más absoluta desesperación por su presencia, aunque sí algo desanimada. De la misma manera ya no sentía un profundo alivio al observar a la diosa blanca, solo un poco de somnolencia.

Aun así podía percibir el increíble poder que poseían y el peligro que representaban para ella, por lo que no bajó la guardia en ningún momento.

- Yo soy Sokothyk, la diosa del río Cócito, quien porta las penas de los mortales -se presentó, dándole la palabra a su compañera.

- Y soy Helet, la diosa del río Lete, quien sana las heridas de las almas -se presentó con tranquilidad y cortesía, pero manteniendo un aire de repulsión en su voz. Se notaba que no le gustaba tener que hacer esas cosas.

Sitael por su parte estaba muy preocupada, pues reconocía esos nombres. Los ángeles de la muerte creaban sus guadañas a partir de los materiales del Inframundo, así que estaba algo familiarizada con ciertos conceptos del mismo.

Por lo que sabía el Cócito era un río de lágrimas que te hacía caer en la más absoluta tristeza solo con rozar sus aguas mientras que el Lete era un arroyo de leche que provocaba amnesia permanente a quienes bebían el líquido. Las armas que se creaban a partir de ellos no eran las más poderosas de entre su tipo, pero sí muy efectivas a la hora de combatir ciertas razas celestes. Ella misma reconocía haber estado a punto de ser decapitada más de una vez por una hoz forjada en los lamentos de las almas.

- Supongo que te preguntarás porque no estás siendo torturada como la sucia y repugnante sabandija que eres, mi querido juguete. Bueno, resulta que tenemos un pequeño trabajo para ti, jeje~ No es la gran cosa, solo tienes que matar a una humana irritante. No afecta negativamente a tu estúpida dimensión, te libras de caer de nuevo en el Flegetonte y como aderezo podrás volver a la vida con todos tus antiguos poderes intactos si completas el encargo. ¿Contenta con el trato? Seguro que sí, es lo mejor que va a recibir una criatura tan miserable como tú en toda la eternidad. Claro que puedes negarte, aunque no te prometo que salgas algún día de las profundidades del río~ -explicó Sokothyk con diversión y expectación.

Se libraría por fin de las quejas de su hermana, desecharía de una vez ese juguete tan viejo y de paso obtendría uno nuevo con el que desatar la miseria por Ekonne. Y lo mejor de todo es que ni los Dannan ni los Ourea podrían decirle nada por aquello, porque después de todo estaba haciéndolo por el orden... Además, ya era hora de encargarse de esas almas incompletas que tanto preocupaban a sus parientes.

Como le encantaba que todo saliese bien para ella y mal para los demás.

Sitael no dijo nada, incapaz de hablar por la sorpresa y por el miedo. La sola idea de acabar allí le aterrorizaba, pero el pensar en tener que relacionarse con esas dos "mujeres" se le hacía igual de aterrador. Aunque no era como si tuviera otra opción, la forma de hablar de la diosa del Cócito lo había dejado claro. No aceptaban negaciones ni negociaciones.

O estaba con ellas o era torturada por la eternidad.

Y, dado que casi se volvió loca tan solo con mirarlas fijamente, decidió asentir con la cabeza ante el irrefutable hecho de que en ningún momento tuvo libertad de elección. Casi se sentía como una especie de animal adiestrado.

- Andyety... Trae la mitad que tenemos -ordenó Helet, quien parecía querer irse de ahí en cualquier momento.

Estar frente a esa alma le repugnaba, tener que seguir manteniendo esas almas incompletas la repugnaba, tener que guardar esa mitad de existencia le repugnaba... Solo quería que todo volviese a ser como antes. Limpio, puro, sin imperfecciones, lo más cercano posible a Saudan que alguien podía ser.

Andyety obedeció acercándose al río blanco, del cual sacó una cadena oxidada con la que arrastró a una especie de bestia atada desde las profundidades de esas aguas. Era horrorosa, deforme, demacrada y fea, muy fea.

- Ni siquiera yo puedo regenerar una parte faltante... Lo que ves es lo que pasa cuando los seres como tú intentan desafiarnos. Esta... cosa patética hizo un sacrificio enorme a cambio de poder. Falló su objetivo, perdió su poder y pagó uno de los peores errores que un mortal puede llevar a cabo. Y tú ahora vas a ayudarnos a que esta criatura miserable vuelva a estar entera para que por fin reciba su merecido castigo. Ya te lo ha dicho mi hermana, mata a esa hechicera de Vlad. Ella está bajo la protección de uno se esos tres pajarracos con mal gusto.

Sitael asumió que se refería a los demonios nobles que controlaban el estado satanista, lo cual era un auténtico problema. Cada uno de esos tres córvidos tenía tanto poder como un arcángel y ejércitos enteros de engendros infernales dispuestos a exterminar a cualquiera que se les opusiera. Por algo estaban al mismo nivel que Baulis a pesar de que este estaba bajo la protección de los mismísimos Nathaniel y Ardamantiel.

Y la persona que tenía que matar estaba bajo el ala de uno de esos tres...

La torre del presidente Malphas era imposible de abordar, era la más protegida en toda Regona debido a que su señor era el mejor ilusionista de entre los señores demoníacos. Entrar sin autorización implicaba enloquecer y lo peor de todo es que si su objetivo pertenecía a dicha organización, a la fuerza tendría que entrar.

Porque los siervos de Malphas NUNCA salían de su torre, eran unos antisociales que odiaban el aire fresco y que al igual que su amo llenaban sus hogares con tantas protecciones que nadie en su sano juicio intentaría interrumpir su solitaria paz. Se decía que incuso se llegaba a tardar más de un siglo en descubrir que uno de sus miembros había muerto debido a que cada vez que llegaba un nuevo integrante no revisaban si habían habitaciones libres en la torre, creaban nuevas con magia y se olvidaban de las viejas.

Lo que le llevaba al siguiente problema, la maldita torre era tan grande tanto en altura como en anchura que aun habiendo ingresado podría pasarse años buscando a su objetivo sin encontrarla.

Y lo peor de todo es que la torre de Malphas era en teoría la más fácil de abordar, porque la torre del príncipe Stolas era el epicentro de la comunidad hechicera del estado, la sede donde se controlaban todos los contratos espirituales y donde se regulaban el clima y las cosechas en las tierras vladianas.

Entrar en la ciudad donde se hallaba la torre a hurtadillas sin que los demonios superiores se percatasen de quien era ella se trataba de una operación imposible, además de que cualquiera bajo la protección del mismísimo Stolas se volvía prácticamente intocable. Y eso suponiendo que esa mujer estaba en la torre, porque bien podría ser miembro de la corte imperial y vivir en el palacio de la capital de Ferna.

Aunque al menos en esos dos caos podría localizar donde estaría escondida, porque en caso de pertenecer a la torre de duque Raum, conocida por estar escondida bajo tierra, ya podía pasarse décadas intentando encontrar su guarida. Esos malditos demonios sigilosos eran tan indetectables que bien podrían colarse en la catedral de Baulis y salir sin que nadie lo supiese jamás.

- Miguel arcángel... Creo que estoy condenada.

El fuego de la hoguera alumbraba intensamente aquella noche fría, otorgándoles a los hombres allí reunidos una fuente de calor con la que relajarse después de haberse divertido hasta el hartazgo.

Estaban en la linde de las Tierras Decadentes, cerca de la frontera con el estado militarista de Martia, donde la maldición se volvía tenue y los bosques empezaban a crecer. La comida en aquel territorio aunque escasa era mucho más abundante que en esas praderas esteparias y las bestias que lo habitaban no eran nada en comparación con los salvajes que arrasaban cuanto veían.

Ese favorable cambio se sentía como una promesa de buena vida para ellos.

Ser mercenario en las Tierras Decadentes no era fácil a pesar de que se trataba de uno de los mejores trabajos a los que un simple miembro del populacho podía aspirar. Matar animales gigantes, enfrentar feroces salvajes, tratar con demonios y ángeles dependiendo de la afiliación religiosa de la ciudad o aldea en la que estuviesen y perseguir a los escurridizos paganos hacedores de maldiciones mortíferas... Todo para acabar recibiendo un pago mísero que se agotaba con unas pocas noches de borrachera.

Daban gracias al gobernador de Martia por iniciar una sesión masiva de reclutamiento a cualquier individuo interesado. El anuncio había llegado a todo rincón de Ferna y, aunque las malas lenguas hablaban sobre una alianza secreta con Baulis para iniciar una guerra civil, a ellos no les importaba.

Cualquier cosa era mejor que seguir viviendo en ese basurero.

Por eso ahorraron cuanto pudieron, incluso absteniéndose de ir a burdeles para reunir el suficiente dinero. Les costó mucho, pero al final valió la pena, pues tenían lo necesario como para cruzar la frontera correctamente y obtener la ciudadanía martiana sin problemas. Además, tampoco es como si no pudieran tomar pueblerinas por la fuerza y saquear aldeas en caso de necesidad para saciar sus deseos, obtener recursos gratis y acelerar la acumulación de riqueza.

Dos meses fue lo que tardaron a costa de esforzarse a diario, perder a tres de sus amigos en el camino y ganarse fama de bandidos en ciertas regiones... Pero daba igual, porque podían hacer borrón y cuenta nueva en Martia cambiando sus nombres y olvidando sus anteriores vidas.

Esa noche era la última que pasarían como mercenarios y la iban a aprovechar celebrándolo a lo grande después de cumplir su último encargo. Había sido uno de sus favoritos, fácil, con buenas recompensas y hasta con diversión al final.

El alcalde de un pueblo mediano les pidió eliminar a una familia de paganos que vivían en las afueras por a saber qué razón. La cosa fue coser y cantar, el padre murió decapitado sin saber que le había ocurrido, el hijo mayor murió protegiendo a los enanos que intentaron huir antes de ser acribillados por las flechas... Pero lo mejor de todo fueron la madre y la hija mayor, unas hermosas mujeres jóvenes de las que se encargaron de disfrutar durante mucho tiempo.

La madre murió desgarrada a las pocas horas, al final fue tan inútil como juguete como lo fue para proteger a su familia. La hija en cambio duró días, incluso después de partirle las extremidades para que dejase de intentar escapar y de cortarle la lengua para impedir que se la mordiera para suicidarse.

Fue divertido, aunque lo bueno no dura para siempre y al final acabó colapsando por el agotamiento. Por lo que, después de darle una digna despedida a su cadáver, la arrojaron al río que había al lado y se fueron a comer para recuperar fuerzas.

Allí yacía el cuerpo sin vida de una adolescente golpeada y destrozada, atorada en medio de dos rocas que impedían que se la llevase la corriente. Trista era su nombre, la que adoraba a los antiguos dioses de Ekonne.

Su muerte serían vengada con una plaga que arrasaría su pueblo natal por los Dannan y su sufrimiento sería calmado junto con su familia por los Fomore en el más allá. Pero Sokothyk consideró que no era suficiente y que podía hacer las cosas más divertidas.

Total, estaba muy cansada de que las almas de los pocos humanos buenos que quedaban siempre fuesen a parar a sus dominios.

Cuando la luz plateada del Tempus alumbró el río, las aguas empezaron a vibrar por la energía fría y ominosa que las poseyó. Las heridas de su cuerpo se curaron, sus articulaciones volvieron a sus posiciones originales, sus ropas rasgadas se arreglaron y todos los fluidos extraños fueron limpiados por dentro y por fuera.

Entonces abrió los ojos confundida, pero la que lo hizo no fue Trista, sino Sitael.

Intentó levantarse sin éxito, pues no tocaba fondo y estaba atrapada entre dos rocas, por lo que decidió liberarse del agarre mientras procuraba que el agua no le entrase en la boca. Le costó mucho, ya que el cuerpo de Trista era débil por pasarse días siendo violada constantemente y retenida contra su voluntad.

Y no ayudaba nada que el agua intentase invadir sus pulmones cada vez que estaba a punto de salir.

Así fue como después de varios esfuerzos, una uña rota, las manos raspadas y su garganta irritada de tanto toser, pudo escapar de esa prisión. Todo para que la corriente la empujase de improvisto hasta el fondo del río.

Cabe decir que como un ser que antes pasaba el 99% de su tiempo levitando nunca antes había nadado... ni tocado el agua más de cinco segundos seguidos. Por lo que sus primeros intentos fueron como si intentase bailar bajo el agua sin tener la más mínima concepción de cómo se debería de bailar.

Solo los dioses saben cómo pudo llegar a la orilla de una pieza.

El suelo era incómodo y le hacía daño al contacto, el cuerpo entero le dolía, no dejaba de temblar y el castañeteo de sus dientes era definitivamente el sonido más insufrible que había escuchado nunca.

- Malditos dioses... ¡Atchú! ¡¿En qué clase de lugar me han resucitado?! ¡Atchú! -Si el frío de la muerte era escalofriante, este era repugnante.

Se sentía enferma, débil y mareada, aunque de alguna manera pudo reunir las fuerzas suficientes como para levantarse y adentrarse entre los árboles resecos y torcidos.

Desde ahí sentía el calor del fuego, el atrayente y dulce calor de las llamas que una vez se sometieron ante su voluntad. Así que sin pensarlo mucho fue hacía allí lo más rápido que pudo con sus temblorosas piernas con hipotermia y su falta de coordinación motora.

Andar era incluso más odioso de lo que recordaba en el cuerpo de un ser humano.

No tardó en llegar gracias a la falta de arbustos que obstaculizasen sus movimientos en esas tierras medio estériles y a que su nuevo cuerpo había sido dotado por habilidades de recuperación aceleradas, sorprendiendo enormemente a los mercenarios que bebían y comían felizmente.

Su ebriedad hizo que tardasen en reconocer a la muchacha y mucho más en recordar que la habían matado hacía menos de una hora. Pero una vez que lo hicieron, saltaron torpemente mientras sacaban sus puñales y espadas de sus vainas, preparándose para lo que sea que fuese esa cosa.

- ¡¿Qué coño es eso?! ¿No que se había muerto esa furcia? -exclamó el más despistado y borracho de todos ellos. Apenas se mantenía en pie y no dejaba de tambalearse de forma patética.

Sitael frunció el ceño al escuchar esa palabra, pues ella había sido pura toda si vida como celestial y que se refiriesen a ella por semejante palabra vulgar era como escupir en su celibato.

La cara de enojo de la muchacha hizo que el miedo se adueñase de los mercenarios por unos instantes, pues eran bien conocidas las leyendas sobre las repercusiones que tenía matar a paganos. Decían que los que los mataban acababan siendo perseguidos por los heraldos, seres extraños que miraban con furia a sus víctimas antes de llevarse sus almas.

Y ahí había un ser extraño que les miraba con furia asesina.

- ¡Demonio! ¡Seguro que es un demonio! ¡O eso o una de esas cosas que parasita cadáveres! -dijo el líder para calmar la confusión del grupo.

Luchar contra demonios y vetalas era el pan de cada día para estos hombres. El miedo hacía ellos era mínimo y después de confundir a Sitael con uno de ellos, ya no se encontraban tan alterados. No era una de esas leyendas supersticiosas sobre castigos divinos, solo una de las muchas criaturas que acostumbraban a matar.

Sitael al verlos acercarse amenazadoramente sintió como su cuerpo dejaba de temblar por la tensión de sus músculos. Al principio se frustró al pensar que el miedo la había vuelto a invadir como con el libro del Purgatorio, pero luego se dio cuenta que se trataba solamente de un acto reflejo por parte del cuerpo que ocupaba.

Miró a los hombres y, basándose en las palabras de esa escoria borracha, estaba más que claro cuál era la relación entre la difunta dueña del cuerpo y esa panda de excrementos humanos.

- No pienso lidiar con degenerados... Ya tuve suficiente con servir tratar con sacerdotes baulisinos -dijo en voz alta antes de invocar el poder que supuestamente le otorgaron las diosas.

Justo cuando completaron la formación de ataque e iban a proceder a acabar con la criatura que imitaba la identidad de la joven Trista, se dieron cuenta de que no podían respirar. Intentaron correr hacía ella para matarla o herirla lo suficiente como para que el influjo sobre ellos desapareciese, pero Sitael saltó a un lado, dejando que el grupo de hombres en pánico chocase entre sí por mal trabajo en equipo.

Intentaron meter aire en sus pulmones abriendo la boca, pero nada entró por su tráquea. Su cuerpo no se movía según sus necesidades y ellos no sabían cómo moverlo de forma manual, habían olvidado como se respiraba.

La joven se levantó lo más rápido que pudo y salió corriendo entre los árboles, moviéndose en círculos alrededor del campamento torpemente. Los mercenarios la perseguían y eran más rápidos y ejercitados que ella, pero estando borrachos y asfixiados poco podían hacer para atrapar a esa escurridiza moza.

Por un momento uno de ellos la agarró del brazo, pero ella solo tuvo que moverse un poco para liberarse y dejar que él tropezase con una raíz. Cerca del fuego su recuperación se aceleraba y ya podía moverse sin sentir pinchazos por todo el cuerpo, lo que la volvió más rápida por segundos, cerrando la brecha de ventaja que los mercenarios tenían.

El pánico les dominó y eso les hizo marearse aún más, por lo que pronto estuvieron demasiado débiles como para correr detrás suyo. Su pecho les dolía, su cabeza les palpitaba, sus ojos estaban descentrados y todo su cuerpo parecía volverse pesado como el plomo. Así eventualmente fueron cayendo uno a uno, con las caras cianosas y los ojos en blanco hasta que solo el líder quedó consciente.

Intentó dar un par de pasos hasta la chica que se encontraba en frente suyo, pero ella ni siquiera le consideró una amenaza y simplemente le golpeó con el pie para que cayese. La patada le hizo caer la espada y perder el poco aire que mantenía almacenado en sus pulmones, aunque no sintió dolor por ello. El hormigueo ya había invadido todo su cuerpo y el adormecimiento le impedía pensar con claridad.

Pronto todo empezó a oscurecerse y lo único que sintió antes de que su alma abandonase su cuerpo fue a Sitael hurgando en el bolsillo de su chaleco.

Ese fue el poder del olvido, la capacidad de borrar algo de la memoria de una persona temporal o permanentemente. El don había sido otorgado por Helet al ser Sokothyk la que se encargó de darle un "cuerpo de calidad" y de reformarlo para que fuese lo suficientemente fuerte para su cometido.

Claro que contra magos ni su habilidad ni su regeneración harían mucho la diferencia como con humanos corrientes. El poder del olvido seguro estaba limitado, ya que a pesar de poder hacer olvidar a esos hombres como respirar, no pudo hacerles olvidar el cómo andar. Aun no entendía cómo funcionaba, pero estaba claro que no era una habilidad omnipotente.

Respecto a la capacidad de recuperación el problema era el mismo, estaba muy limitada. Si solo para curar una hipotermia le costó varios minutos, a saber lo que tardaría con heridas de gravedad.

- Y luego se preguntan por qué los humanos los dejaron de adorar... -escupió mientras leía el pergamino que le había robado al anciano.

Era un aviso gastado, arrugado y manchado cuyas letras estaban borrosas y difuminadas por el trato que había recibido el manuscrito a manos de esa panda de humanos estúpidos. Pero aún era legible y gracias a su contenido Sitael pudo trazar la primera parte de su plan.

Martia reclutaba gente, muy probablemente por alguna jugada política en conjunto con Baulis, ya que el gobernador del estado y gran parte de los altos mandos martianos eran seguidores de la luz. Ella solo tenía que apuntarse, destacar, ganar influencia y hacer uso de la posición que le sea otorgada para encontrar a la bruja inmortal.

Entonces solo tendría que hacer uso de la habilidad que le dio la diosa del Lete para escabullirse en donde sea que estuviese esa condenada hechicera y matarla.

Por suerte la misión no tenía un límite claro de tiempo y ella podía dedicarse a curtir ese enclenque cuerpo suyo haciendo uso de su experiencia antes de ir a los reclutamientos. Así que, con la determinación de volver a la vida como un serafín y vengarse del miserable de Forkasiel se sentó junto al fuego para calentarse, comer las sobras que quedaban de un estofado mal cocinado y prepararse para irse a dormir para poder soñar con un Andyety descamisado.

Y a su alrededor los cuerpos sin vida de los mercenarios con expresiones de horror en sus caras... No hace falta mencionar lo mucho que Sokothyk disfrutó con su nueva fuente de entretenimiento.

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