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Supezbatido

Ya fuera de la tienda de Ollivander, Dumbledore abordó el tema obvio: él y Grindelwald llevaban muchos años en pos de la varita de sauco, siempre habían dicho que la compartirían, pero obviamente eso no era sencillo. Una varita no podía obedecer a dos dueños. Y ambos deseaban quedársela. Grindelwald estaba pensando cómo argumentar la respuesta cuando Bellatrix tiró de su manga y le indicó: "Upi". Supo que eso significaba que quería que la cogiera en brazos. Una vez lo hubo logrado, la niña exclamó:

—¡Ahoda mi supezbatido!

—Lo prometido es deuda, madame –respondió Grindelwald con gentileza.

Internamente se sintió aliviado de que eso pospusiese la conversación. Con la pequeña en brazos cruzaron hasta la Heladería de Florean Fortescue. Durante todo el trayecto diversos pájaros y chispas de colores fueron emergiendo de la varita de Bellatrix, que no pensaba dejar de usarla nunca. Se sentaron en una mesa en la terraza y Grindelwald pidió el batido de chocolate más grande que tuvieran. En cuanto le trajeron uno descomunal con nata, dos bolas de helado, un brownie y galletas, Bellatrix se abalanzó sobre él. Los adultos retomaron el debate:

—Tú no la necesitas, Albus, ya eres el mago más respetado y temido por Voldemort, mejor la guardo yo.

—Si he de enfrentarme a él, toda ayuda será bienvenida.

—Sin duda creerá que la tienes tú –argumentó Grindelwald—, mejor que me la quede yo, así estamos seguros de que no la recupera. Estamos juntos en esto, Albus, es indiferente que la guardes tú o yo, somos un equipo... —murmuró con voz melosa.

—No sabemos lo que cree él... —rebatió Dumbledore empezando a dudar.

—Tienes razón. Enana, ¿puedes contarnos ahora cómo conseguiste la varita?

Bellatrix estaba tan eufórica atacando a su batido que confesó:

—Oí duidos en la planta de abajo y fui a vez qué pasaba. Había mucho fuego y humo. En la entrada había un hombre alto y muy feo... Estaba yéndose y entonces me vio –murmuró con la boca llena de nata.

—Muy bien, fuiste muy valiente. ¿Qué pasó cuando te vio? –la ayudó Grindelwald.

—Se me quedó midando y sondeía, tenía una sondrisa muy fea. Entonces levantó su palo mágico hacia mí.

Los dos la miraban conteniendo el aliento, pero Bellatrix tenía mucho más interés en su batido, así que se interrumpió ahí para masticar un pedazo de brownie. Intentando sonar suave y no nervioso, Grindelwald le preguntó de nuevo qué ocurrió entonces. Varios minutos después, cuando ambos magos se arañaban ya las palmas de las manos de la ansiedad, contestó:

—Pensé que me gustaba ese palo y lo quedía pada mí. Así que vino a mi mano y me lo quedé.

—¿La varita voló sola a tu mano? –inquirió Dumbledore.

Bellatrix miró a Grindelwald con gesto interrogativo, el mago asintió y solo entonces la niña respondió al director:

—Sí. No es la primeda, también me pasa con las de mis padres y mis tíos. Mis padres me castigaban cuando lo hacía.

—Tiene sentido... —murmuró Dumbledore— Los niños muestran los primeros síntomas de poseer magia de diferentes formas: unos se aparecen a pocos metros, otros levitan, otros atraen objetos... El caso de Bellatrix es el último: consigue atraer los objetos que le interesan, no es especialmente inusual... Solo que nunca había oído de ningún niño que lo hiciera con varitas.

—Tenía muchas ganas de tener una, será por eso –supuso Grindelwald.

—Eso será... Vaya golpe de suerte –comentó el director todavía maravillado.

—A veces también consigo danas de chocolate, mis padres nunca me compraban y se las drobaba a otos niños –confesó Bellatrix tan tranquila—. Siempe me castigaban sin cenaz por portazme mal...

—Solo te alimentas de chocolate, por eso te has quedado tan enana –murmuró Grindelwald.

Bellatrix, indignada, le apuntó con su varita pesando en algún maleficio adecuado.

—Es mejor así –se apresuró a añadir Grindelwald—. Cuanto más pequeña eres, más fácil es escabullirte después de asesinar a alguien.

—¡Asesinar sange sucias! –exclamó Bellatrix al momento.

Con una sonrisa de satisfacción retomó el ataque a su batido. Dumbledore dirigió a su colega una mirada acusatoria. No aprobaba sus técnicas de argumentación...

—¿Qué? –le espetó Grindelwald— Hemos recuperado la varita gracias a mí, Albus, no es culpa mía que tú no tengas mi facilidad para tratar con los niños. Te falta carisma y dulzura.

Sin darle tiempo al director a replicar, retomó el asunto que los había llevado ahí. Mientras Bellatrix sorbía su batido, le preguntó:

—¿Qué hizo el hombre feo cuando le quitaste la varita?

—Me midó con los ojos como huevos –recordó divertida—. Padecía asustado y fudioso. Vi que iba a veniz a pod mí y subí corriendo ota vez. Pero no vino. Oí otra explosión fueda de casa y me fui a la bibioteca a practicaz con mi palito.

"No intentó huir ni se preocupó por sus hermanas...", meditó internamente Grindelwald, "Lo que hizo fue centrarse en practicar magia". Aquella niña —probablemente fruto de la nefasta influencia de sus padres— estaba cerca de la sociopatía o quizá de la obsesión por la excelencia. En cualquier caso, él comprendía y respetaba profundamente sus aspiraciones.

—Fue cuando llegamos nosotros... —murmuró Dumbledore ajeno a las cavilaciones de su compañero— Ahuyentamos a Voldemort...

—Al vernos no se atrevió a quedarse –apostilló Grindelwald— y menos estando desarmado. No le quedó otro remedio que huir.

El director asintió pensativo. Bellatrix ya se había terminado su batido y se arrepintió de haber incluido solo uno en el trato. Miró a Grindelwald con inocencia y preguntó:

—Gelly... ¿Tú no te pides un supezbatido? Están muy buenos...

—¿Para que puedas robármelo, enana molesta? –inquirió él alzando una ceja.

—¡Yo no drobo nada! –protestó Bellatrix.

—Acabas de contarnos que robas varitas y ranas de chocolate. Te tengo dicho que aprendas a mentir.

—Gellert, no creo que sea lo más adecuado...

—Albus, por favor, esto es entre la enana ladrona y yo. Que por cierto... ¿dónde está?

Dumbledore abrió los ojos con horror al ver vacía la silla de Bellatrix. De inmediato pensó en Voldemort y en un secuestro. Sacó su varita, pero Grindelwald le frenó: "La he encontrado de nuevo" comentó señalando el interior de la heladería. La pequeña había aprovechado la distracción entre ambos para entrar en la tienda y conseguir un enorme helado de chocolate. Pronto salió lamiéndolo visiblemente satisfecha.

—¿Cómo has robado eso? –inquirió Grindelwald que la veía capaz de torturar al dependiente.

—Te he dicho que yo no drobo –respondió Bellatrix entre lametones—, lo he comprado.

—¿Con qué dinero?

—Con el mío –suspiró Dumbledore al comprobar en su bolsillo que le faltaba el monedero.

Con un discreto movimiento de varita, Bellatrix levitó el monedero oculto en su abrigo al regazo de Grindelwald. Antes de que al afectado le diera tiempo a reaccionar, exclamó:

—¡Lo tiene Gelly! Vaya, vaya... tanto acusazme a mí y edes tú el señoz ladrón...

Lo dijo con total seriedad mientras seguía devorando su helado, pero al final se echó a reír de su propia broma. Ambos magos la miraban estupefactos: por su descaro, su habilidad como bruja... y su alegría y buen humor pese a que sus padres habían muerto la tarde anterior.

—Esta niña no es normal –murmuró Grindelwald en alemán mientras le devolvía el monedero a Dumbledore.

—Los Black nunca lo son, demasiados matrimonios entre primos... –respondió el director en el mismo idioma.

—Hablaz más bajo, por favoz –les pidió Bellatrix—. Me avezgüenza que me vean con dos magos viejos y anabetos que no saben hablar y se inventan las palabras.

—¡Que me ha llamado viejo! ¡Tengo veinticinco años! ¡Esto es el colmo! ¡La mato, Albus, que me despejen una celda en Azkaban porque la mato! –exclamó Grindelwald.

—¡Matar sangue sucias! –repitió la niña como cada vez que oía ese verbo.

Le entró un ataque de risa y se manchó de chocolate toda la cara. Cuando logró calmarse, siguió disfrutando de su helado ante los dos atónitos magos. No fueron capaces de comentar nada más en ningún idioma. Solo al terminar, Grindelwald le indicó de mala gana:

—Límpiate la cara, llevas chocolate por todas partes. Tu tío va a pensar que te hemos llevado a revolcarte a una ciénaga.

—¿Dónde hay chocolate? –preguntó Bellatrix que en lugar de usar una servilleta intentó lamerse el rostro.

Grindelwald suspiró. Sacó su varita y ejecutó un hechizo limpiador. Bellatrix examinó su imagen en el reflejo del servilletero y dictaminó:

—Aunque seas anabeto edes buen mago.

—Ahora retira lo de que soy viejo –exigió Grindelwald.

—No retido nada –replicó ella altiva.

—Retíralo. Reconoce que me adoras.

—Naaah.

—¿Y lo de querer casarte conmigo nada más conocerme? –recordó Grindelwald burlón.

—¿Ahoda quiedes casazte? –inquirió Bellatrix— Bueno, pero tienes que comprazme oto batido, si no no quiedo.

—¡Pero qué dices! ¡El que no quiere soy yo! Me refería a que...

—Creo que deberíamos volver ya –intervino Dumbledore—, no queremos preocupar a Orión.

—Yo creo que estás celoso porque también quiedes casazte con Gelly –comentó Bellatrix con tono acusatorio.

—Eso es una tontería –replicó Dumbledore con una sonrisa tensa—, no...

—Yo creo que la enana tiene razón –se sumó Grindelwald burlón.

—Es mío –le recordó Bellatrix apuntándole con su varita.

—La verdad, Albus, entre la enana y tú... ella es menos molesta. Y eso que me hace contarle cuentos de dragones asesinos...

Ese comentario hizo que el director sacudiera la cabeza, murmurara que necesitaba un libro de Flourish y Blotts y se marchase. Grindelwald y Bellatrix chocaron los cinco satisfechos.

—No hay fozma de librazse de ese pesado... —murmuró Bellatrix.

—Dímelo a mí –masculló Grindelwald.

—¿Ez tu novio?

—No, ya no. Lo fue hace unos años, ahora somos... amigos.

—¿Poz qué ya no?

—Porque ya ves lo pesado que es y lo que le gusta hacer "el bien"...

Bellatrix asintió totalmente de acuerdo y dio el tema por cerrado.

—Bueno, hablemos ahoda del batido que me debes.

Ahí empezó otra extensa discusión que, como ya era habitual, ganó la niña. Media hora después Dumbledore se reunió con ellos como si nada hubiese sucedido y regresaron por fin a casa.

Sabiendo que Voldemort vio a Bellatrix robarle la varita, sintieron la necesidad de extremar la seguridad. Así que en cuanto volvieron a Grimmauld Place, ambos magos añadieron a las protecciones ya existentes varias más específicas. No sabían si Voldemort buscaría a la niña, posiblemente deduciría que le entregó la varita a Dumbledore, pero aún así no iban a correr riesgos. Cada vez que el director trataba de sacar el tema de la varita, Bellatrix aparecía reclamando la atención de Grindelwald. El mago la atendía encantado.

Grindelwald empezaba a sospechar que la pequeña se enteraba de mucho más de lo que parecía, que trataba de echarle una mano para evitarle la entrega de la varita. Y le estaba muy agradecido. Sobre todo porque esa tarde los pilló discutiendo y dio el argumento que provocó la redición de Dumbledore:

—Se la di a Gelly –arguyó Bellatrix con el ceño fruncido y su varita curva humeante en la mano.

El director claudicó y permitió que, de momento, Grindelwald se adueñara de la varita de sauco.

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