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Psicomago vagobundo

Esa tarde los visitó el psicomago de San Mungo, Remus Lupin, para certificar el bienestar mental de las niñas y aconsejar a sus tíos. Por indicación suya, acordaron posponer unos días el funeral para que les diese tiempo a procesarlo. Les detalló también cómo explicarle la situación a Narcissa cuando creciera, pues ella probablemente no recordaría nada. Con las otras dos la situación era diferente.

—Lo mejor será que hable con ellas de forma individual para ver cómo procesan la situación.

—Muy bien, use la salita del fondo, avise a Kreacher si necesita algo –indicó Walburga.

—Será mejor que venga uno de ustedes para que la niña esté más tranquila...

—Ya voy yo –se ofreció Orión—. Empecemos con Andrómeda, a Bella le he perdido la pista hace un rato...

—Se oían explosiones en el comedor –indicó Grindelwald con calma absoluta—. Creo que se ha propuesto encontrar el almacén del que surgen las tartas de chocolate.

El psicomago le miró sin tener claro si bromeaba, pero sonrió con amabilidad y se centró en Andrómeda. Tuvieron una sesión de casi dos horas. Al final, la niña terminó bastante llorosa, pero más tranquila; al menos comprendía lo que estaba sucediendo y sabía que sus tíos la iban a cuidar. Mientras, Walburga había ido a buscar a su sobrina mayor.

—Muy bien, ahora tú, Bella –le indicó Orión.

—No quiedo hablaz con ese señoz –protestó mirando al psicomago con desconfianza.

—No te preocupes, yo estaré contigo –la tranquilizó su tío—. Andy ya lo ha hecho y la ha ayudado, es por tu bien...

—¡No quiedo!

—Te sentirás mejor después de...

—¡NO QUIEDO! –repitió la niña generando con su varita una culebra de fuego que el psicomago esquivó de milagro.

—Si lo haces te doy una rana de chocolate –murmuró Grindelwald para evitar que siguiera gritando.

—¡Tato hecho! –exclamó Bellatrix con una enorme sonrisa extendiendo la mano— ¡Mi dana primedo!

Grindelwald suspiró y sacó de su bolsillo una rana de chocolate que la niña abrió y devoró con presteza. El resto de adultos se miraron entre sí desconcertados. Habían creído que Bellatrix sentía miedo o angustia de charlar con el psicomago, pero lo que sucedía era que quería algo a cambio; no trabajaba gratis. Al menos lo habían conseguido.

—¿Poz qué el pesado está en el cromo y tú no? –preguntó Bellatrix con tristeza.

Grindelwald comprobó que le había tocado el cromo de Albus Dumbledore. Él no supo qué responder, pero el director, tras un disimulado giro de varita, le preguntó a la niña:

—¿Estás segura de que soy yo?

Bellatrix le miró frunciendo el ceño, después volvió a mirar su cromo. El mago que aparecía ya no tenía el pelo rubio oscuro sino platino y sus ojos eran azules como el hielo. Sonreía altivo bajo el nombre "Gellert Grindelwald".

—¡Es Gelly! –exclamó Bellatrix emocionada.

—Entonces me lo debería quedar yo –comentó Grindelwald que nunca creyó que habría un cromo con su rostro.

—¡No! ¡Mío! Estate quieto, señoz ladrón. Y ahoda vamos a la tontedía esa –declaró atrapando su mano.

—Conmigo, Bellatrix –intervino Orión aliviado porque aceptara tener la sesión.

—¡Con Gelly! –repitió la niña sin soltar al rubio.

—No, con tu tío. En estas situaciones es mejor que te acompañe él, es tu familia –le explicó Grindelwald.

—¡No! Es mejoz que me acompañe alguien que pueda mataz a ese tonto si me molesta.

—Te prometo que no te voy a molestar –se adelantó a tranquilizarla Lupin con una sonrisa—. Sé que eres una niña muy especial y conmigo puedes hablar de tus padres y de lo que quieras.

Bellatrix le miró frunciendo el ceño y seguidamente se giró hacia Grindelwald: "¿Ves como ez tonto? Ya me está molestando". Nadie pudo rebatir aquello, así que de mala gana el rubio la acompañó a la sesión de terapia.

-Puedes soltarme –suspiró Grindelwald mientras ponían rumbo a la habitación-, no hace falta que me agarres siempre con tus manitas asesinas.

-Sí que hace falta –aseguró Bellatrix-. Edes anabeto y si no te doy la mano segudo que te piezdes.

-Disculpe, ¿qué dice la niña que es usted? –inquirió Lupin que caminaba tras ellos.

-El mago que le va a asesinar si se entromete en conversaciones privadas –respondió Grindelwald girándose hacia él.

Lupin tragó saliva y asintió de inmediato. Bellatrix se rio a carcajadas, le encantaba que Grindelwald amenazara a gente.

Desde el primer momento se vio claro que aquello no iba a funcionar: Lupin le preguntó cómo se sentía y ella respondió que estupendamente porque tenía su palito y se acababa de comer una dana de chocolate. Su alegría sorprendió al psicomago, que optó por empezar por preguntas sencillas para conocerla mejor:

—Ah... Muy bien, me alegro –respondió algo descolocado—. Cuéntame más de ti, ¿qué cosas te gustan?

—A vez... —murmuró Bellatrix pensativa— Me gusta el chocolate... mi palito pada hacez magia... los dagones asesinos, los gatos y Gelly.

—¿Gelly? –repitió Lupin descolocado.

—Si me llama así, lo asesino –le advirtió Grindelwald.

—No, claro, disculpe. Me refería a... ¿cuánto hace que os conocéis?

—Desde ayer. Puedo decizte la hoda exacta si subo a miraz mi reloj de sezpientes.

—No será necesario –sonrió Lupin—. Pero, Bellatrix, casi no conoces a Grindelwald, ¿cómo puede ser que le tengas tanto aprecio?

—¡Pozque Gelly es el mejoz! ¿A ti no te gusta? –inquirió la niña frunciendo el ceño y sacando su varita.

—Sí, sí, por supuesto que me gusta –se apresuró a responder el psicomago.

—¡Otro que me lo quiede robaz! ¡Gelly mío! –exclamó Bellatrix apuntándole furiosa con su varita.

Mientras el afectado intentaba no partirse de risa con aquel absurdo, Lupin se apresuró a responder que por supuesto, que él no tenía interés en robarle a Grindelwald. La pequeña se tranquilizó, aunque no soltó su varita y le miraba con renovada desconfianza. El mago decidió ir al grano para evitar más discusiones:

—¿Podrías contarme qué pasó ayer?

—¿Ayer? –repitió la niña haciendo memoria— ¡Ayer cené tazta! Estaba muy buena, pedo aún no he encontado el escondite donde viven pada podez atacazlas...

—Ya... —murmuró Lupin cada vez más desconcertado— No te preguntaba por lo que cenaste sino por lo que sucedió con...

—¡Ah! –le interrumpió Bellatrix al recordar el otro suceso reseñable del día anterior— ¡Gelly me contó un cuento! Es de un dagón asesino, ¡se llama Saiph, yo elegí el nombre! Le encanta comezse a sange...

—No, enana –la interrumpió Grindelwald, que aunque se lo estaba pasando en grande sospechó que así no acabarían nunca—. Quiere que le cuentes el ataque que hubo en tu casa, con tus padres.

—¡Ah! Que lo hubieda dicho –le espetó la niña a Lupin—, tengo una vida muy ajetada, no puedo acordazme de todo.

El psicomago estuvo a punto de pedirle a Grindelwald que le descifrara el mensaje, pero entonces la pequeña dio por fin su resumen:

—Un hombre feo mató a mis padres y yo me quedé su palito.

Bellatrix miró a Grindelwald para asegurarse de que lo había explicado bien. El mago sonrió y asintió, así que ella se quedó mirando al psicomago completamente satisfecha. Lupin había esperado dificultades para contar lo sucedido, angustia, tristeza, dolor... desde luego no aquel resumen tan expeditivo. Creyó que, pese a lo que le habían comentado sus tíos, la niña –como era natural y como le sucedía a su hermana— no comprendía lo que significaba la muerte, así que trató de darle otro enfoque:

—¿Entiendes dónde han ido tus padres?

—¿¡Han ido a algún sitio!? –inquirió Bellatrix perpleja— ¿Son infedis?

—Es inferi en plural, sin ese, e inferius en singular –le aclaró Grindelwald—. Y se tarda varios días en reanimar un cadáver así que no, no lo son.

Bellatrix asintió con interés. El psicomago no entendió la acotación y con amabilidad reprendió a Grindelwald:

—Disculpe, esto no se trata de hablarle a la niña de criaturas siniestras, sino de que comprenda...

—Esto se trata de que la niña saque algo útil. Y me temo que de momento mi comentario ha sido lo único provechoso.

—Disculpe, pero soy muy buen...

—Sí, no lo dudo –le interrumpió de nuevo Grindelwald con desgana—, pero no le hable a la enana como si no se enterara, porque le aseguro que se entera.

Mientras los dos magos discutían, Bellatrix estaba intentando sacar algo positivo de aquello. Pero fracasó: "Vaya, es un vagobundo, no tiene ni un knut...". Se giraron hacia ella y Lupin revisó sus bolsillos sorprendido al ver que la niña tenía su monedero. Grindelwald ahogó una carcajada al ver el desprecio con el que lo miraba ahora que lo consideraba un vagabundo. Esa enana era demasiado divertida... El psicomago recuperó su monedero, dedicó unos segundos a serenarse y cambió de asunto. Le preguntó a Bellatrix si deseaba participar en el ritual del funeral mágico que celebrarían en unos días:

—Tu hermana quiere decir unas palabras de despedida. Tú también puedes preparar algo: hacer un dibujo, escribir un poema o...

No hubo tercera opción, lo del poema fue lo último que aguantó Bellatrix. Nunca había ejecutado un hechizo aturdidor, pero había leído sobre ellos y resultó que sabía ejecutarlo. Grindelwald se levantó y examinó al psicomago que descansaba desparramado en el sofá.

—No está mal para ser el primero... Pero despertará en un minuto.

—¡Señame a hacezlo bien!

Sin ningún reparo moral, Grindelwald le explicó y mostró cómo prolongar el aturdimiento de su víctima. Una hora después Bellatrix lo manejaba mucho mejor. Así que quiso aprender algo nuevo:

—¡Ahoda lo matamos! –exclamó entusiasmada.

—Tentador... —murmuró Grindelwald— Pero soy demasiado joven para ir a la cárcel.

—¡Tenemos que matazlo! Si no les contadá a mis tíos que no lo he hecho bien y nos castigadán sin postre.

—En todo caso les contará que eres una sociópata y no creo que eso les sorprenda...

—¡No quiedo quedazme sin postre! –insistió Bellatrix, pues era lo único que le importaba.

—¿Has leído algo sobre conjuros para modificar la memoria?

La niña negó con la cabeza con los ojos brillantes de la emoción de aprender algo nuevo. Y así sucedió. Comprobó lo bueno que era su nuevo amigo con las artes mentales. Cuando abandonaron la salita y se reunieron con el resto, Lupin les aseguró a los Black que Bellatrix estaba gestionando muy bien la situación y no necesitaría ninguna terapia. Cuando Lupin se marchó, Dumbledore y Grindelwald se despidieron también. Al momento Bellatrix se escabulló corriendo hacia la puerta:

—¡No te vayas! –pidió aferrándose a las piernas de Grindelwald.

—Tengo que irme, soy profesor en Hogwarts... porque el idiota de Albus me obliga para tenerme vigilado, no se fía de mí –susurró en voz baja mientas la niña le escuchaba con atención—. Vendré a verte esta semana, ¿vale? Mientras, tienes que practicar con tu varita para demostrarme lo buena bruja que eres.

La joven bruja asintió más animada y dispuesta a cumplir con su parte. Grindelwald también cumplió con la suya: volvió al día siguiente y pasó la mañana con Bellatrix, seleccionando en la biblioteca los manuales de magia que mejor le vendrían. Al día siguiente le llevó otros que él mismo sustrajo de la biblioteca de Hogwarts.

—¡Séñame duelo!

—Muy bien, alza tu varita. Lo primero es el saludo.

—¡Hola, buenas tazdes! –exclamó Bellatrix agitando su mano.

El mago rio sin poder evitarlo.

—No, así no. Es una reverencia, una muestra de respeto hacia tu oponente, de este modo.

Grindelwald lo hizo y Bellatrix le imitó. Le enseñó las normas básicas del duelo y comprobó que tenía una habilidad innata, era mejor que muchos alumnos de los primeros cursos. Y además disfrutaba de ello como nunca había visto disfrutar a nadie. Estuvieron entretenidos con eso varias horas.

Walburga esos días apenas estaba en casa: se estaba encargando de gestionar la herencia y todo el papeleo tras la muerte de su hermano y su mujer, no tenía tiempo para nada más.

—Voy a ponerlo todo a nombre de Bellatrix, sus hermanas parecen mucho más atontadas. A ellas les bastará con hacer buenos matrimonios –barruntaba—. Siempre he tenido muy buen ojo para calar a los magos y brujas...

—¡Wally no digas eso! –la reprendió Orión— Aunque sea la primogénita y tu ahijada, sus hermanas también serán...

—Usted que es buen mago –le interrumpió Walburga involucrando a Grindelwald en la conversación—, ¿cree que las dos pequeñas alcanzarán el nivel mágico de Bella?

El aludido contempló a Bellatrix a lo lejos. Había encantado los libros de la biblioteca formando con ellos un dragón gigante con el que desfilaba por el pasillo persiguiendo a Kreacher que huía despavorido. Se la veía orgullosa, satisfecha y absolutamente feliz.

—Dudo mucho que nadie se asemeje nunca a Bellatrix –sentenció Grindelwald.

—Lo que yo decía –respondió Walburga satisfecha—, ¡todo para Bella!

Orión no discutió, pues sabía que no la haría cambiar de opinión. Observó cómo su esposa recogía los pergaminos pertinentes y se marchaba a tramitarlo. Él se encargaba de cuidar las niñas, pero también estaba sobrepasado. Narcissa no paraba de llorar, se despertaba a todas horas y nada parecía calmarla; Andrómeda estaba completamente hundida, inapetente e incapaz de hacer nada y Bellatrix... Bellatrix se pasaba el día preguntando: "¿Cuándo viene Gelly a enseñazme a mataz gente?". 

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