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Magos anabetos

Walburga y Orión, alertados por el retrato de Phineas, los recibieron profundamente conmocionados. Dumbledore les detalló lo acontecido y los consoló en la medida de lo posible. En cuanto logró volver a ser dueña de sus actos, Walburga mostró su carácter firme y enérgico y se hizo cargo de la situación. Aseguró que cuidarían a sus sobrinas como si fuesen sus hijas y seguidamente mandó a su elfo Kreacher al Callejón Diagon.

-Cómprales ropa y pijamas, lo que haga falta... -murmuró dándole una bolsa repleta de galeones- Y necesitaremos una cuna para Narcissa...

-Del mobiliario podemos encargarnos nosotros –se ofreció Dumbledore-. Transfiguramos un par de muebles y solucionado.

-Perfecto entonces –murmuró Walburga sirviéndose un whisky para serenarse.

Ella, Dumbledore y Grindelwald subieron a las habitaciones y pusieron manos a la obra (Grindelwald únicamente colaboró para librarse de su nueva admiradora). Orión, que tenía buena mano con los niños, se quedó con las tres hermanas. Necesitaban un buen baño puesto que estaban cubiertas de humo y hollín. Empezó con la mayor, sabiendo que iba a ser lo más complejo. No se equivocaba.

-Bella, bonita, ¿puedes dejar la varita un rato?

-¡No! –exclamó la niña.

Había descubierto que podía usar su nueva arma para conjurar maremotos y géiseres en la bañera, era lo más divertido que le había sucedido desde el dagón de fuego. A su tío le costó casi una hora bañarla y terminó mucho más empapado que ella. Cuando acabó con Bellatrix, Kreacher ya había vuelto con todo lo solicitado. Así que tras dejar a Bellatrix con su vestido nuevo, suspiró aliviado y se centró en sus hermanas. La mayor salió sigilosamente del baño y aprovechó para investigar qué hacían los otros adultos.

Walburga estaba ultimando los dormitorios con los enseres que había comprado Kreacher. Dumbledore acomodó la hermosa cuna que había transfigurado junto a una pequeña cama para que Andrómeda y Narcissa pudieran dormir juntas. A Bellatrix le estaban preparando su propio cuarto libre de "hermanas llodonas" y eso le agradó mucho. Grindelwald trataba de escaquearse del trabajo, pero en una de las veces que salió al pasillo fue interceptado: su nueva amiga tenía más preguntas.

-¿Edes de Slythedin?

-Vuelve con tu tío –le espetó el mago.

-Vuelve tú con el señoz pesado –le retó Bellatrix con una sonrisa maliciosa.

Grindelwald la miró frunciendo el ceño. La enana molesta no solo se había dado cuenta de que trataba de escabullirse, sino que además le había encontrado a Dumbledore un mote perfecto. Y no iba a irse sin su respuesta:

-¿Edes de Slythedin o no? Yo lo sedé como toda mi familia.

-No estudié en Hogwarts.

-¿No estudiaste? ¿Edes ana... anabeto? –inquirió visiblemente preocupada.

-¡Por supuesto que no! –protestó airado- Estudié en Durmstrang.

-Dum... Duz... Duzta... -intentó pronunciar Bellatrix- ¡Eso no existe, te lo estás inventando! Ya notaba yo que hablabas drado...

-¡No hablo raro, es que soy húngaro!

-Huz... hun... -trató de repetir la pequeña- ¡Eso tampoco existe, deja de inventazte cosas!

En ese punto, Dumbledore salió de una de las habitaciones y los interrumpió:

-Gellert, ¿puedes echarme una mano con...?

-¡No! –le cortó Grindelwald airado- ¡Estoy ocupado discutiendo con una cría de cinco años!

-¡Drecién cumplidos! –se jactó Bellatrix y seguidamente le comunicó con seriedad al director- Gelly es anabeto, segudo que tú también. Ponen a cualquieda en los cromos de las danas...

-¿Qué somos qué? –inquirió el director desconcertado.

-¡Que no soy analfabeto! –bramó Grindelwald ignorando a su colega- Estudié en Durmstrang, el colegio mágico del norte de Europa especializado en Artes Oscuras, mucho mejor que el insulso Hogwarts. Fui el mejor alumno de su historia.

Dumbledore los contemplaba entre divertido y fascinado... y también ligeramente preocupado por lo que pudiera salir de ahí. Su compañero -que odiaba a los niños y prácticamente a todo el mundo- entendía a esa niña mejor que él, sabía descifrar hasta su vocabulario especial. Además parecía que le importaba verdaderamente su opinión. Quizá porque –por muy absurdo que resultase- estaban ante la dueña de la varita de sauco. Y ella, pese a su corta edad, probablemente era capaz de sentir el aura de magia oscura de Grindelwald que tan atrayente resultaba. Aún así Dumbledore optó por no darle importancia, ya tenía demasiados problemas entre manos. Viendo que le ignoraban por completo, prosiguió con su trabajo y los dejó con su discusión. La pareja ni siquiera se dio cuenta de su ausencia.

-¿Te diedon el pemio al final? –indagó Bellatrix con suspicacia.

-¿Qué premio?

-A mis padres y a mi tía les diedon un pemio cuando tezminadon el cole por sez los mejodes.

Grindelwald intentó mantener el rostro neutro y ocultar el fastidio. No, él no recibió el Premio a la Excelencia Estudiantil. Como tardó más de un segundo en responder, en el rostro de su interrogadora apareció una sonrisa triunfal. Le había pillado y no iba a poder engañarla. Solo le quedó la sinceridad:

-Soy tan buen mago que los profesores no satisfacían mi sed de conocimiento y me vi obligado a experimentar por mi cuenta. Me expulsaron por ello, era mejor que cualquiera en artes oscuras y me tenían miedo.

Eso borró la sonrisa de Bellatrix y despertó en ella interés y poco a poco admiración. Al final declaró:

-Yo también quiedo que me expulsen.

-Un objetivo encomiable, qué duda cabe... -ironizó Grindelwald- No dudo que lo conseguirás.

-¡Bella, ven! Ya hemos terminado tu dormitorio –la llamó Walburga.

La niña acudió corriendo. Le gustó el resultado: su propia habitación, en los tonos verdes y plateados de Slytherin, con una cama de buen tamaño y varios juguetes. Contaba incluso con un reloj mágico de serpientes que daban la hora. Estuvo examinándolo todo largos minutos hasta que Kreacher acudió para avisarla de que la cena estaba lista. El elfo la acompañó al sótano, donde se ubicaba la cocina.

El resto estaban ya acomodados en una larga mesa de madera. Andrómeda no se separaba de su tío, estaba sentada junto a él con la desolación patente en el rostro. Al otro lado de Orión, junto a la chimenea, había un canastillo en el que Narcissa dormía agotada tras tanto llorar. Walburga se sentó junto a Andrómeda y frente a ellos quedaron Grindelwald y Dumbledore.

-Ah, Bellatrix, ya estás aquí, siéntate –murmuró su tía señalándole el hueco junto a ella.

A la niña no le interesaba ese lugar. Se colocó al otro lado y miró a Dumbledore frunciendo el ceño: "Mi sitio" protestó. Grindelwald ahogó un gemido de desesperación al ver que exigía sentarse a su lado. Por supuesto el director le cedió el puesto. Bellatrix se acomodó satisfecha y comenzó a devorar la cena. Ambos magos la miraban de reojo, pues en la mano que le quedaba libre seguía blandiendo la varita de sauco. Walburga se dio cuenta:

-¡Anda, has conseguido una varita, Bella!

-¡Sí! –exclamó orgullosa- Ya puedo sez dulista.

-¿El qué quieres ser, cielo? –preguntó su tío.

-¡Dulista! –reiteró molesta porque se lo hicieran repetir.

Los Black y Dumbledore se miraron intentando descifrar sus palabras.

-Duelista, quiere ser duelista –masculló Grindelwald ahora fastidiado por ser el único que la entendía.

-¡Ah! Una profesión interesante, sin duda, los duelistas profesionales son muy aclamados –la animó Dumbledore-. ¿Y por qué te gustaría ser duelista?

-¡Pada que me paguen por mataz gente! –exclamó Bellatrix sin dudar.

Grindelwald soltó una carcajada mientras su compañero la contemplaba sorprendido. Walburga y Orión se miraron ligeramente incómodos: aquello no era inusual en una Black, pero no resultaba muy adecuado soltarlo ante el presidente de todos los organismos mundiales de magia... Optaron por impostar una risita y quitarle importancia. Dumbledore le explicó a la niña que el duelo debía ser siempre limpio y siguiendo las normas, pero a ella eso no le interesaba, así que dejó de escuchar.

Los Black cambiaron de tema y comentaron que ellos siempre habían querido tener hijos (para perpetuar su estirpe), pero pensaban esperar un par de años. Ahora tenían a sus sobrinas para practicar. No iba a ser fácil. Para empezar, Andrómeda apenas cenó, solo picoteó la tarta de chocolate del postre. Ese fue el plato favorito de Bellatrix, puesto que sus padres solían castigarla sin postre. Devoró su pedazo y, sospechando que su estricta tía no le permitiría una segunda porción, buscó otras opciones. Aprovechó que los adultos estaban distraídos y deslizó su manita al plato de Grindelwald. Había logrado robar ya tres pedazos cuando el mago se dio cuenta:

-¡Lo que faltaba, ahora mete sus zarpas en mi plato! –protestó Grindelwald.

-¡Yo no he sido! –mintió Bellatrix con las manos y la boca manchadas de chocolate.

-Ni siquiera te gusta el chocolate, Gellert, ¿qué más da? –comentó Dumbledore.

-Es una cuestión de principios, Albus: le permitimos ahora que robe tarta y dentro de unos años estará robando...

No supo cómo terminar la frase: la niña ya llevaba en su otra mano la varita de sauco, ¿qué más podía desear? Una vez más, Bellatrix se salió con la suya porque el mago ya no quiso tocar su tarta manoseada. Cuando la pequeña terminó de cenar, se escabulló del comedor y subió a la biblioteca. Dumbledore y Grindelwald se ofrecieron a quedarse con ellos esa noche por seguridad (el primero lo hizo por seguridad; el segundo porque no quería alejarse de la varita de sauco). Walburga aceptó con gratitud. Normalmente aborrecía las visitas no programadas, pero los dos magos habían salvado a sus sobrinas y se sentía más protegida con ellos.

-Mida, Gelly –murmuró Bellatrix que había regresado con un pesado volumen entre sus brazos-, es un libro con muchos animales mágicos.

-Vaya –comentó Walburga sorprendida-, debe caerle muy bien si comparte sus cosas con usted...

-No es eso –masculló Grindelwald-. Quiere enseñarme las criaturas porque piensa que no tengo estudios.

-Chss... –le indicó Bellatrix en tono confidencial- Si se entedan de que edes anabeto no les caedás bien. Mida, te enseño los animales pada que los conozcas.

-Conozco cualquier animal mejor que tú, enana.

El resto de adultos junto con Andrómeda contemplaban intrigados el duelo dialéctico. Bellatrix frunció el ceño y abrió el libro. Pasó varias páginas sin permitir que Grindelwald las mirara y decidió examinarle:

-A vez, ¿qué es un edumpent?

-Un erumpent es esto –contestó Grindelwald con calma.

Con una virguería de su varita, la mesa de madera que presidía el comedor se transformó en una enorme bestia gris. Era similar a un rinoceronte, con una piel muy gruesa y un cuerno dorado. El animal barritó alzándose sobre sus patas traseras todo lo que el espacio le permitía y Andrómeda se echó a llorar del horror. Orión por su parte se había alejado chillando y Walburga lo vigilaba intranquila pensando que la mesa era más práctica que aquel bicho. Hasta Dumbledore dio un respingo sobresaltado.

-¡Haalaaaaa! –exclamó Bellatrix fascinada pues nunca había visto nada similar- ¡Es más bonito que el del libro!

No pudo observarlo mucho tiempo porque el director lo devolvió a su forma original. Salvo Bellatrix, todos lo agradecieron. No obstante, eso la convenció finalmente de que su nuevo amigo era buen mago (pese a su dudosa formación escolar).

-Vamos a dormir ya, niñas –comentó Orión que no deseaba más sobresaltos.

Así pues, con el estómago lleno su tío las subió a acostar. Mientras, Walburga guió a los dos magos al salón y les sirvió un vaso de whisky a cada uno; ella se quedó la botella.

-Se lo advertí a mi hermano... -murmuró dando un trago largo- Esa mansión era demasiado llamativa, imposible de ocultar... Mientras que esta casa... Sí, está en un repugnante barrio muggle, pero ni en cien años la encontrará nadie. La seguridad es lo primordial en esta sociedad tan corrupta.

-Estoy de acuerdo, querida –aseguró Dumbledore-. Aún así Cygnus y Druella plantaron un combate digno, nadie ha podido hasta el momento con Lord Voldemort.

-Voldemort... -repitió Walburga- Si necesitas coaccionar y amenazar a la gente para que se unan a ti no sé qué futuro te espera... Merecemos un líder mejor.

Ninguno de los dos magos supo bien cómo responder a eso: no le gustaba el líder supremacista que tenían, prefería a otro más carismático. Y así lo manifestaba, sin ambages. Por suerte regresó Orión. Su mujer le preguntó si sus sobrinas ya dormían. El respondió que las dos pequeñas sí, pero...

-Bella dice que no se duerme si no sube usted... –le comunicó a Grindelwald en tono de disculpa- Lo he intentado, pero ha sido imposible.

-No digas tonterías, Orión, es solo una niña de cinco años –le reprochó su mujer-. ¡No puede ser tan difícil!

-Es Bellatrix –respondió él sin achantarse-. Ya nos destrozaba el mobiliario antes, ahora que tiene una varita yo no pienso contradecirla. Sube tú si quieres.

-No será necesario –intervino Dumbledore para evitar la disputa-, seguro que a Gellert no le importa, ¿verdad?

Por supuesto que le importaba. Mucho. Y era evidente. Pero la mirada suplicante de Dumbledore, la angustiada de Orión y la beoda de Walburga acallaron la protesta que ya desfilaba en su lengua. Se terminó el whisky de un trago y de muy mal talante se levantó y subió. Bellatrix estaba en la habitación que le habían preparado, en concreto dentro del armario: había tirado todos los vestidos nuevos y se divertía trepando por la barra donde antes colgaban con la varita sujeta entre los dientes.

-A la cama ahora mismo –le ordenó con tono autoritario.

La niña bajó de un salto y corrió a la cama. Con un gesto desganado del mago, el armario se ordenó solo. Bellatrix se metió bajo las sábanas con su nuevo pijama verde de escarbatos y le miró con ojos brillantes. Obviamente no logró marcharse sin más:

-Tienes que contazme un cuento antes de dozmir.

-Dudo mucho que tus padres lo hicieran.

-Sí lo hacían –replicó ella desviando la vista.

-Tienes que aprender a mentir.

-¡Pregúntales a ellos! –le incitó Bellatrix con cierto brillo burlón en la mirada.

Grindelwald la contempló totalmente desconcertado por lo que sentiría esa niña, que ya era capaz de usar a sus difuntos padres para chantajearlo. Al final suspiró y murmuró:

-No me sé ninguno.

Era cierto. Solo conocía la fábula de las reliquias de la muerte, pero lo que le faltaba a ese monstruito era ser consciente de lo que tenía entre manos...

-Pues invéntatelo.

-Tampoco sé hacer eso.

-¡Sí que sabes! –protestó- ¡Cuéntamelo y me duezmo!

Grindelwald calibró sus opciones: si se marchaba, la pequeña manipuladora se escabulliría y le culparían a él. No quería culpas, quería la varita. Así que se resignó y se sentó al borde de la cama. Intentó pensar qué clase de historia le gustaría a una bruja de cinco años y se aventuró: "Érase una vez un bosque...". Bellatrix le miraba con suma atención, con sus grandes ojos oscuros clavados en sus pupilas azules. Hasta que continuó improvisando:

-En el que vivía un hada...

-No me gustan las hadas –refunfuñó.

-¿Qué te gusta? –preguntó él exasperado.

-¡Los dagones asesinos!

-Por qué no me sorprende... -suspiró el mago- Está bien. Érase una vez un bosque en el que vivía un dragón asesino.

-¿Cómo se llamaba?

-¿Cómo quieres que se llame?

Bellatrix frunció el ceño meditándolo seriamente. Al final exclamó satisfecha por haber encontrado un gran nombre: "¡Saiph!". El mago asintió distraído sin dejar de vigilar la varita que la pequeña protegía en la mano más alejada de él.

-Al dragón Saiph le gustaba... volar y comer... Un día, unos aventureros cometieron el error de entrar en su bosque a la hora de cenar y el hambriento dragón se los zampó.

-¿Edan sangue sucias? –inquirió Bellatrix muy emocionada.

-Eh... ¿Sí?

-¡Bieeen! –exclamó dando palmaditas- ¡Sigue, sigue!

Siguió. Siguió durante mucho más tiempo del que le hubiera gustado. Su espectadora no se dormía, todo lo contrario: le miraba con más atención de la que nunca le había mirado nadie. Cuando a Saiph ya no le quedaba un solo sangre sucia, muggle ni traidor por matar, tuvo que terminar el cuento:

-Y el dragón conquistó el mundo. Fin. Ahora duérmete, enana molesta, me has prometido que te dormirías.

-¡Como me voy a dozmiz con una histodia tan intedesante! –exclamó Bellatrix embelesada.

-Hay una segunda parte. Si me dejas tu varita, te la cuento.

-Está bien... -suspiró ella- Me duezmo.

Grindelwald iba a protestar, pero mejor eso que nada. Ya conseguiría la varita al día siguiente. Arropó a Bellatrix y ella murmuró: "Dame beso de buenas noches". El mago se negó rotundamente. Tras otra ardua negociación, se inclinó sobre ella y la niña le dio un beso en la mejilla. Satisfecha, Bellatrix cerró los ojos con expresión pacífica.

"Fíjate, así parece hasta normal" pensó Grindelwald contemplándola. Aún así, sospechó que tendría un sueño ligero y ante el menor intento de robo se despertaría. Por tanto apagó la luz y bajó al salón habiendo cumplido la misión. Los Black le dieron las gracias. Estaban acordando con Dumbledore la visita de un psicomago experto en niños que les explicara cómo gestionar el duelo de sus sobrinas.

-Que venga mañana por la tarde y así nos lo quitamos de encima –sentenció Walburga diligente-. Pero que sea de confianza, ¿eh? Nadie conoce la ubicación de esta casa.

-Por supuesto, así será. A primera hora avisaré a San Mungo –respondió Dumbledore.

Tras ese acuerdo, los Black se retiraron a sus aposentos, probablemente para debatir lo sucedido en la intimidad. Grindelwald y Dumbledore se quedaron en el salón, insonorizando la puerta para estar seguros de no ser escuchados.

-Le he preguntado antes a Andrómeda –comentó el director-, ella no vio nada. Estaba en su cuarto echando la siesta cuando escuchó una explosión en el piso de abajo. Oyó gritos y amenazas, se asustó mucho y se escondió en el armario.

-Bellatrix ha de saber algo... -elucubró Grindelwald- Ella tuvo que ver a Voldemort para conseguir la varita.

-Quizá no es la original...

-No lo sabremos hasta que no se la quitemos... pero estoy seguro de que lo es. Ejecuta hechizos muy avanzados con total tranquilidad.

-También es porque, pese a su corta edad, es buena bruja –argumentó Dumbledore.

-¿Entonces qué? ¿Le conseguimos la capa y la piedra y así será la Niña de la Muerte?

Dumbledore rio ante su burla y le tranquilizó:

-Mañana la recuperaremos, no te preocupes. No sé cómo sucedería, pero tengo claro que Voldemort estará rabiando y deseando recobrarla. Y probablemente sabrá quién se la quitó...

-No la va a tocar –aseguró Grindelwald con frialdad.

-¡No me digas que le has cogido cariño a la pequeña! –exclamó su compañero divertido.

-Hablaba de la varita.

Tras discutir un par de minutos más, subieron a acostarse y terminó aquella jornada que cambiaría sus vidas.  

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