Dagón de fuego
Nota: He alterado edades de personajes y acontecimientos del canon para que encajen, lo único importante es que Bella sea pequeñita y adorable. Quería titularlo "Itty bitty baby Bella", pero va en contra de mis principios poner títulos en inglés. No sé cuándo actualizaré, es una historia corta y la tengo escrita, pero se me ocurren cosas que añadir continuamente, así que no quiero apresurarme. ¡Ojalá os guste!
* * *
-¡ES ÉL, ESTÁ EN LA MANSIÓN BLACK!
Dumbledore se levantó de su escritorio de un salto. Con solo treinta años, era el director más joven de la historia de Hogwarts; no obstante, sus méritos estaban más que reconocidos. Se giró con rapidez hacia el retrato de Phineas Nigellus Black y le interrogó:
-¿Cómo dices, Nigellus? ¿Voldemort?
-¡Sí, sí! –exclamó el mago agitado dentro de su cuadro- ¡Druella y Cygnus se están enfrentando a él, pero no sé si van a poder!
El director no escuchó más. Salió de su despacho a toda velocidad y corrió al del profesor de Defensa contra las Artes Oscuras. Era la última semana de agosto, estaban preparando el nuevo curso y el castillo estaba desierto. Irrumpió a toda velocidad:
-¡Gellert!
En absoluto afectado por su ímpetu, Grindelwald levantó la vista. Era cinco años más joven que él y no compartía su entusiasmo por la profesión.
-Dime, Albus –respondió desganado.
-¡Voldemort! ¡En la mansión Black!
El nombre obró un cambio en el profesor de Defensa que se levantó de inmediato. Voldemort poseía la varita de sauco y ellos necesitaban arrebatársela para frenarlo. No obstante, el Señor Oscuro había mostrado ser muy escurridizo y siempre rehuía el enfrentamiento con ambos. "Maldita sea tu idea de no poder aparecerse en el castillo" masculló Grindelwald mientras corrían por los pasillos. Por suerte estaban en forma. Cogieron sendas escobas y en pocos minutos llegaron a Hogsmeade. Una vez ahí, Dumbledore los apareció en la Mansión Black.
Se trataba de una antigua edificación de piedra de casi dos mil metros cuadrados con dos plantas y varios sótanos. Se veía antigua, algo decadente y siniestra, pero lo que más preocupó a los magos fue el fuego que se asomaba tras las ventanas. Para no perder tiempo, abrieron las verjas con una explosión. Eso alertó a Voldemort dentro de la casa, que en cuanto los distinguió, escapó por la salida trasera y desapareció.
-¡Maldita sea, condenado cobarde! –maldijo Grindelwald- ¡Otra vez hemos llegado tarde!
Dumbledore apenas le escuchó. Entró a la mansión corriendo y lanzando hechizos para esquivar las llamas. En el salón encontró los cuerpos de Druella y Cygnus Black. Debían haber presentado una buena pelea porque por todas partes había signos de lucha: sangre, cristales rotos, muebles destrozados... Pero aún así Voldemort los había derrotado.
-Ha querido mandar un mensaje –murmuró Dumbledore-, esto es lo que les sucede a quienes se niegan a unirse a él.
-Qué bien –masculló su compañero de mala gana luchando también contra el fuego-. Vámonos, esto se va a desmoronar en cualquier momento.
-¡No! ¡Tienen tres hijas, tenemos que encontrarlas!
-Albus, no creo que...
Viendo la expresión de dolor de Dumbledore, Grindelwald se ahorró sus negros presagios. Espalda con espalda fueron abriéndose camino entre las llamas, intentando alcanzar las escaleras.
-Estarán bien, seguro –murmuró el director ejecutando conjuros protectores sin parar-. No creo que Voldemort haya subido a la planta de arriba, estarán ahí.
-Esto es fuego maldito, Albus –respondió Grindelwald arrojando un hechizo tras otro-, y toda la casa está ya en llamas.
-Somos los mejores magos del mundo, tómatelo como un reto.
Era evidente que a Grindelwald no le apetecía el reto, no obstante, no osó protestar. Unos minutos después, alcanzaron la planta de arriba. La humareda ahí era menos densa, pero aún así el fuego empezaba a ascender por las escaleras y la madera a crujir de forma inquietante. Dumbledore ejecutó un homenum revelio y exclamó: "¡En ese cuarto!". Sin duda se trataba de la habitación de las niñas, con la pared en tonos pastel y varios juguetes desparramados por el suelo. Dumbledore corrió a la cuna que presidía el cuarto. Una bebé lloraba desconsoladamente, pero salvo eso estaba perfectamente.
-Tú debes ser la pequeña Narcissa –murmuró Albus cogiéndola en brazos.
La envolvió en una mantita en torno a la que creó una burbuja de oxígeno para protegerla del humo y la pegó a su cuerpo. Mientras, Grindelwald había abierto un enorme armario al fondo de la habitación. Dentro se escondía una niña de unos cuatro años. Estaba acurrucada, temblando, con la melena castaña cayéndole por la cara y gruesas lágrimas que intentaba que fueran silenciosas. Sabiendo que a su colega no le gustaban los niños ni se le daba bien tratar con ellos, Dumbledore se agachó ante ella con una sonrisa amable.
-Hola, pequeña, yo soy Albus Dumbledore, el director de Hogwarts, y mi amigo es el profesor Grindelwald. ¿Tú cómo te llamas?
La niña dudó, seguía temblando del terror, pero reconoció al mago de los cromos de las ranas de chocolate. Así que entre hipidos susurró:
-An... Andrómeda.
-Muy bien, Andrómeda, ven con nosotros, ven aquí con tu hermana.
Emanaba tal aura de poder y bondad, que la pequeña con mucho esfuerzo venció la parálisis y se levantó. Parecía incapaz de dar un paso más. Con el brazo que le quedaba libre, Dumbledore la alzó en brazos y ella hundió la cabeza en su cuello deseando no ver nada más.
-Estupendo, vámonos –murmuró Grindelwald.
-Falta una. ¿Tienes una hermana mayor, verdad? –le preguntó a la mediana.
-Be... Bella –susurró.
-¿Sabes dónde está?
Andrómeda negó con la cabeza. Grindelwald puso los ojos en blanco mientras alejaba las llamas que empezaban a asediarlos. Más despacio porque ahora llevaba a las dos niñas, Dumbledore le apremió a seguir:
-¡Vamos, estará en otro cuarto! Se habrá escondido, estará asustada y paralizada del miedo.
Su compañero no estaba tan seguro de que siguiese viva, pero de nuevo, obedeció y salió en su busca. El director murmuró varios conjuros para mantener el oxígeno, para apaciguar el fuego y para evitar que los suelos se desmoronaran. Pero se oían explosiones por todas partes y el humo impedía ver nada. Un par de minutos después, escuchó a Grindelwald llamarle. Siguió el sonido de su voz despejando el camino y protegiendo a las niñas con sumo cuidado. Entró en una pequeña biblioteca con dos sillones y varias estanterías al fondo.
-Creo que la he encontrado –murmuró Grindelwald de brazos cruzados.
Frente a él, sentada en el suelo, estaba una niña de cinco años con una larga melena oscura, piel pálida y ojos casi negros. Se parecía a su hermana Andrómeda: pese a ser un año mayor, no había crecido mucho y hubieran podido pasar por gemelas. Pero algo la diferenciaba notablemente. Para desconcierto de ambos, lucía una inmensa sonrisa y en su mano blandía una varita más larga que su brazo. Estaba rodeada de un círculo de llamas que no llegaban a tocarla pues las repelía con su arma.
-Tiene... tiene la varita de sauco –susurró Dumbledore incrédulo.
Grindelwald asintió igual de sorprendido. El director se acercó a ella y con voz dulce se presentó:
-Soy Albus Dumbledore, el director de Hogwarts, venimos a sacaros de aquí a ti y a tus hermanas. Tú eres Bellatrix, ¿verdad?
La niña le miraba con desconfianza. Ignorando su pregunta, respondió con otra:
-¿Tú quién edes? –inquirió apuntando a Grindelwald con la varita.
-Mi amigo Gellert, también es profesor –aclaró el director puesto que su colega no tenía ganas de hablar.
-Guell... Gelld... Gell... -balbuceó la pequeña intentando pronunciar el nombre- ¡Gelly! –decidió finalmente, aplaudiéndose a sí misma por decirlo bien.
-Ni se te ocurra llamarme así, enana –le espetó él.
-Edes muy guapo –aseguró ella ignorando su mal humor.
Dumbledore sonrió divertido. Le ofreció su mano y le dijo que tenían que irse de ahí.
-Toy bien aquí, ¡mida lo que sé hacez! –le dijo a Grindelwald.
Con un par de movimientos de la varita de sauco, logró que del fuego que la rodeaba emergieran pequeñas serpientes ígneas. Cuando lo consiguió, rio divertida de su propia hazaña.
-¡Vaya, es impresionante! –reconoció Dumbledore- ¡Eres muy buena bruja! Salgamos de aquí y nos enseñas qué más conjuros conoces.
-¡No te acezques! –advirtió la pequeña frunciendo el ceño y apuntándole con la varita.
Era una niña de cinco años contra el invicto Albus Dumbledore. Pero esa niña tenía la varita de sauco y la combinación resultaba demasiado impredecible... El director se giró hacia su compañero con desesperación.
-Le gustas tú, inténtalo.
-¡Ni de broma! Odio a los críos.
-Pues morimos aquí los cinco, Gellert, si eso te parece mejor opción.
Con evidente fastidio, Grindelwald chasqueó la lengua y se agachó frente a la niña. Extendió un brazo y le ordenó con sequedad:
-Ven.
Bellatrix pareció pensárselo mientras escrutaba sus ojos azules, pero finalmente se levantó. Con un gesto de su varita, practicó una abertura en el anillo de fuego que la rodeaba y posó su otra mano sobre la de Grindelwald. De un tirón, el mago la tomó en brazos y emprendieron el camino de vuelta. No podían aparecerse dentro de la casa, los maleficios lo impedían, así que tenían que salir. Pero ya no era tan sencillo pues el fuego iba ganando terreno. Dumbledore abrió la marcha: creó una especie de ave del trueno traslúcida que sobrevolaba el camino provocando una lluvia plateada que aplacaba las llamas. No obstante, avanzaba despacio porque llevaba a dos niñas llorando y temblando. Grindelwald ni siquiera pudo admirar el complicado conjuro de su compañero, tenía otro problema:
-¡Mida, mida lo que hago! –repetía Bellatrix divertida transformando las llamas en pequeñas serpientes- ¡Hazme caso, Gelly, mídame! –protestaba cuando él la ignoraba.
-¡Que no me llames así! ¿Y de dónde has sacado esa varita?
-¡Ahoda es mía! –exclamó la niña protegiéndola contra su pecho- ¡Mida lo que sé hacez!
Harto ya de sus demostraciones y enfadado con Albus por aquella encerrona, en lugar de ayudar a abrir camino, Grindelwald respondió: "Eso es ridículo. Mira lo que sé hacer yo". Con un gesto de su varita, las llamas se convirtieron en un impresionante dragón ígneo que abrió las fauces liberando un atronador rugido. Narcissa y Andrómeda lloraron más fuerte mientras Dumbledore le echaba la bronca a su compañero por su falta de cooperación. Bellatrix miró al animal con los ojos como bludgers y al poco empezó a reír y a aplaudir:
-¡Ota vez, ota vez! –pidió entre carcajadas.
El resto del trayecto lo pasó riendo y canturreando: "¡Dagón de fuego, da-gón de fue-go!". Grindelwald chasqueó la lengua con fastidio y dio esa batalla por perdida. Intentó quitarle la varita, pero al momento la niña la agarró con más fuerza y le advirtió: "¡Eh, nada de dobos, Gelly!". "Aprende a pronunciar la erre" replicó él con fastidio. No consiguió borrar la sonrisa de Bellatrix y se sintió muy frustrado de que le venciera una criatura tan insignificante. Cuando lograron alcanzar por fin el exterior de la mansión, un ala de la casa ya se había derrumbado. Ambos magos jadearon con agotamiento respirando por fin aire puro.
Dumbledore depositó a Andrómeda en el suelo y Grindelwald intentó hacer lo mismo con la suya. Fracasó. Bellatrix se había agarrado a su cuello como un escarbato a un galeón.
-Mami... Quiero ir con mamá... -empezó de nuevo a llorar Andrómeda.
Se unió a Narcissa, que no había cesado el llanto en ningún momento. Dumbledore se agachó junto a ellas e intentó tranquilizarlas. Grindelwald rezó por no tener que hacer lo mismo con la suya, no sabía tratar con niños. Se echó a temblar cuando Bellatrix miró a sus hermanas y abrió la boca, pero lo que salió de ella no fue un lamento:
-¿Quiedes sez mi novio?
-¿Disculpa?
-Que si quiedes sez mi novio –repitió ella-. Edes guapo y tu pelo es diveztido –explicó entre risas mientras intentaba atrapar su cabello rubio platino perfectamente peinado.
-¡Estate quieta! ¿No entiendes que tus padres han muerto? –preguntó airado.
Y aunque Dumbledore no le escuchó, se arrepintió de su brusquedad. Por mucho que no le gustasen los niños, había sido terriblemente cruel decirle eso a una cría de cinco años que acababa de quedarse huérfana. Iba a disculparse, pero ella se encogió de hombros y murmuró:
-Me pegaban. Y no me quedían compraz un palito mágico. ¡Ahoda ya tengo uno!
Grindelwald abrió la boca sorprendido sin saber si creerla. Mientras Bellatrix se entretenía con su pelo, el mago le subió con suavidad las mangas del vestido. Después le bajó un poco el cuello para echarle una ojeada a su espalda. "Cabrones malnacidos...", masculló con rabia, "Hace falta ser cobarde...". Con sumo esfuerzo, logró separar a la niña de su cuello y bajarla al suelo. Se arrodilló junto a ella y le preguntó:
-¿Por qué te pegaban?
-Me gusta destruiz cosas –contestó con tranquilidad- y no me gusta obedecez a nadie.
-¿A tus hermanas también?
-No. Ellas se poztan bien, aunque Cissy es solo un bebé llodón.
-De acuerdo. Extiende los brazos.
Ella dudó y él explicó que la iba a curar. Bellatrix asintió y obedeció, pero le advirtió que no intentara robarle su palito. Su sonrisa se hizo enorme cuando vio como de la varita de Grindelwald emergía una luz dorada y todas las marcas desaparecían.
-¡Edes el mejoz! –exclamó cuando terminó, enganchándose de un salto a su cuello.
-Veo que ya sois amigos –sonrió Dumbledore acercándose.
-No ez mi amigo, ez mi novio –aclaró Bellatrix para martirio de Grindelwald.
-¿Tu novio? –repitió el director divertido- Tiene veinte años más que tú.
-¿Y qué? Me compradá muchos batidos y danas de chocolate, ¿a que sí?
-No –atajó Grindelwald.
Su mal humor le hacía mucha gracia a la niña, que rio de nuevo. Mientras discutían, Dumbledore envió un patronus a Ojoloco Moody, el jefe de aurores, para que acudieran a sofocar el incendio.
-Edes de sangue puda, ¿verdad? –le preguntó Bellatrix a Grindelwald.
-Por supuesto –replicó él con desprecio-, más pura que la tuya.
-¡Mentida! ¡Nadie es más pudo que un Black y yo soy la mejoz Black! –replicó Bellatrix altiva.
-A hablar no, pero lo importante te lo han enseñado... –masculló Grindelwald- ¡Quieta, deja de despeinarme!
La niña seguía riendo y revolviéndole el pelo. Entonces se dio cuenta de que el cabello no era el único rasgo que le gustaba de su nuevo amigo:
-Me gustan tus ojos. Quiedo arrancáztelos y quedázmelos.
-Como me metas el dedo en el ojo te asesino –le advirtió Grindelwald apartando sus manitas.
-¡Asesinar sangue sucias! –exclamó la niña divertida.
-Tienes una forma peculiar de asociar conceptos... -murmuró el mago preguntándose si todos los críos de cinco años eran así.
Dumbledore terminó de enviar mensajes de ayuda y se dirigió a Grindelwald en alemán para que las niñas no le entendieran. Le dijo que no podían quedarse a esperar a los aurores pues para ellas sería traumático ver cómo recuperaban los cuerpos de los padres. Las llevarían a casa de sus tíos. Walburga y Orion eran un matrimonio joven y sin hijos, así que podrían cuidar de sus sobrinas. Seguramente Phineas ya les habría advertido desde su retrato en Grimmauld Place. Pese a que intentaba mantenerse fuerte, Dumbledore se sentía profundamente abatido por no haber podido ayudar a Druella y Cygnus. Grindelwald intentó animarlo:
-Hemos hecho todo lo posible, Albus, y hemos salvado a las niñas, es lo más importante. Además eran unos cabrones que les pegaban, al menos a esta –comentó mirando a la pequeña en sus brazos que seguía despeinándole a su antojo.
Dumbledore la observó sorprendido y comentó que Andrómeda y Narcissa estaban intactas. Comprendieron que solo habían maltratado a Bellatrix, probablemente porque era la más rebelde. "En cualquier caso ya ha terminado" murmuró Dumbledore agotado, pasando su brazo sobre el hombro de Grindelwald. De inmediato, notó como una pequeña manita apartaba su brazo. "Mío" le advirtió Bellatrix. El director rio y el profesor puso los ojos en blanco.
-Está bien, está bien, Gellert es tuyo, comprendido. ¿Podrías contarnos cómo has conseguido esa varita?
-Es mía –aseguró la niña desviando la mirada.
-Eres una mentirosa –le respondió Grindelwald.
Bellatrix rio otra vez. Intentaron negociar con ella, pero no hubo manera: se negó a entregar el arma. Debían recuperarla y averiguar cómo la había obtenido de Voldemort, pero podían posponerlo unas horas; sobre todo porque las otras dos niñas seguían llorando desconsoladas. Mientras Dumbledore se agachaba a recoger a la mediana, Bellatrix susurró al oído de Grindelwald: "Podíamos habezlas dejado en casa, son muy llodonas". El mago la miró con asombro y no supo qué responder. Al final murmuró:
-Si no hubiese visto a Voldemort con mis propios ojos, diría que todo esto lo has provocado tú, enana molesta.
-¡Séñame a hacezlo! –pidió blandiendo su varita- ¿Cómo hago fuego diveztido?
-Si me dejas la varita te lo enseño.
-Buen intento, señoz ladrón –respondió Bellatrix altiva protegiendo su arma.
Grindelwald no había tratado con ninguna criatura de esa edad, pero estaba bastante seguro de que le había tocado la más insolente, arrogante e inteligente de todo el país.
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