Cucio
Cuando terminaron de desayunar, Dumbledore les hizo una visita guiada por unas cuantas estancias del castillo. McGonagall y Hooch los acompañaron. Andrómeda, de la mano de su tío, seguía contemplándolo todo fascinada, haciéndole preguntas al director y deseando crecer para poder asistir a la escuela. No así Bellatrix, que no tenía interés alguno en ver aulas vacías y subir escalones infinitos para alcanzar las torres. Tiró de la manga de Grindelwald y le preguntó con curiosidad:
—¿Son novias?
El mago abrió la boca sorprendido por la pregunta. McGonagall y Hooch la miraron y después se miraron entre ellas. Quedó claro que era algo que ambas mujeres no deseaban compartir con sus compañeros... Pero Bellatrix nunca soltaba una presa y Grindelwald lo sabía. Solo se le ocurrió una forma de distraerla:
—¡Mira lo que sabe hacer Minerva! –exclamó haciéndole un significativo gesto a su compañera.
Para desviar el tema, la subdirectora apoyó la estrategia de Grindelwald y se transformó. Bellatrix la contempló con los ojos muy abiertos.
—¡Por las ezcamas de Saiph, es un gato! –exclamó epatada.
Grindelwald se echó a reír al ver su sorpresa y al comprobar que había creado su propia expresión a partir del dragón de sus cuentos. Le explicó lo que era un animago y que de ellos, solo McGonagall era capaz de hacer aquello. Cuando la profesora volvió a su forma humana, Bellatrix murmuró:
—Poz fin una que no es anabeta... Las brujas somos mejodes, los magos son tontos.
Grindelwald puso los ojos en blanco, pero sonrió aliviado al ver que había olvidado la vida amorosa de las dos mujeres. McGonagall le dirigió a su compañero una mirada de gratitud y a él le vino bien. "Hace tres días no se fiaba de mí y ahora gracias a la enana molesta me está agradecida" pensó para sí mismo. Cuando salieron a los terrenos exteriores, visitaron el campo de quidditch y Hooch les preguntó si les gustaba ese deporte. Andrómeda asintió y Bellatrix respondió con desinterés:
—Solo cuando muede alguno.
—¿Perdón? –repitió Hooch.
—Ya os he advertido que Bellatrix tiene un sentido del humor peculiar –sonrió Dumbledore quitándole importancia—. ¿Habéis volado alguna vez? –les preguntó a las niñas que negaron con la cabeza— ¿Os gustaría que Rolanda os diera una primera clase?
Ambas asintieron, parecía divertido. La profesora había preparado dos escobas infantiles y les dio una a cada una. Bellatrix examinó la suya y dictaminó:
—¡Esto es de bebés, yo quiedo una de verdad!
—Una de verdad es demasiado grande para ti, no podrías ni sujetarla –le explicó la profesora.
Eso enfurruñó a Bellatrix, pero al final tuvo que conformarse. Hooch prosiguió:
—Sois muy jóvenes para que la escoba os obedezca, así que montaos bien y...
—¡Yo sé hacezlo!
—¿El qué? –inquirió la profesora.
—Lo que sea que haga la gente que no es muy joven –respondió Bellatrix altiva.
—Está bien. Déjala en el suelo y di "arriba". Si lo hicieras bien, subiría a tu mano.
—¿Eso eda tan difícil? ¿Deciz "adiba"? –inquirió Bellatrix.
—No, si lo dices así no funcionará. Se dice "arriba" –la corrigió la profesora.
—¡Adiba! –exclamó Bellatrix.
Al momento la escoba ascendió a su mano y ella miró burlona a Hooch.
—¿Cómo es posible? –preguntó perpleja mirando a sus compañeros— Un hechizo mal pronunciado jamás tiene efecto...
—Es capaz de usar magia no verbal –comentó Grindelwald—. Creo que podría decir "dana de chocolate" y la escoba subiría igual.
—¿Estáis hablando de danas? –inquirió Bellatrix, que sin que nadie le indicase cómo, había despegado y sobrevolaba las cabezas de los profesores.
—¡Cómo has subido ahí arriba! –exclamó Hooch.
La niña se partía de risa.
—Bendito Godric, no quiero pensar cómo será darle clase cuando tenga seis años más... —murmuró McGonagall pensando en jubilarse antes de cumplir los treinta.
Pese a que las escobas infantiles estaban encantadas para no ascender más de tres metros, Grindelwald no se fió. Creó barreras transparentes rodeando la zona para evitar que la enana se les escapara volando. Hooch se desentendió de ella y ayudó a Andrómeda a alzar el vuelo. La mediana no sabía ejecutar conjuros y tenía miedo a elevarse demasiado, pero con la ayuda de Hooch y Dumbledore fue cogiendo confianza y disfrutó de la experiencia.
—¡Mida, Gelly, mida lo que hago! –exclamaba Bellatrix haciendo piruetas— ¡Gelly, mídame!
—¡Te estoy mirando, enana molesta! –protestaba el mago— ¡Suelta la varita o te caerás! Tienes que agarrarte a la escoba con las dos manos.
—¡Nunca soltadé a mi palito! –exclamó la niña— ¡Y si me caigo me atrapas!
—Dejaré que te estampes contra el suelo.
Para su desgracia, Bellatrix se lo tomó como un reto:
—¡Geeellyyyy! ¡Vooooy!
Lo siguiente fue que Bellatrix se tiró de la escoba en marcha. En un acto reflejo, Grindelwald la atrapó y la niña rio y aplaudió satisfecha de que hubiese salido bien. Pese a que fueron dos metros escasos, al resto de adultos casi se les paró el corazón del susto. Todos le echaron la bronca por su temeridad, pero a ella le dio igual.
—Vaya confianza ciega tiene en ti... —comentó McGonagall.
—Lo que tiene es una preocupante tendencia al caos –respondió Grindelwald mirando a la niña que colgaba de su cuello.
Así era. Bellatrix tenía una querencia por el peligro, por el riesgo, que resultaba altamente preocupante. Pero Grindelwald ya se había acostumbrado. Él lo comprendía: la necesidad de emociones fuertes, la adrenalina durante la caída, el saber que todo podía acabar en cualquier momento... Se identificaba con esa pequeña bruja mucho más de lo que reconocería.
Tras la clase de vuelo, visitaron el lago Negro. Bellatrix no tardó ni dos segundos en tirarse para que el calamar gigante la recogiera con sus tentáculos. Enseguida se hicieron amigos. Estaba ocupada con eso cuando la profesora de astronomía, Aurora Sinistra, acudió junto al grupo. Alegó que se aburría sola en su despacho, pero quedó claro quién era el motivo de su visita:
—¿Qué tal ha ido el verano, Gellert? –le preguntó con mirada coqueta.
—Iba bien hasta que Albus decidió fastidiarlo obligándome a casi adoptar a esa enana suicida –comentó observando a Bellatrix chapotear junto al kraken.
Pronto el mago apartó la vista de la niña, le mostró su sonrisa encantadora a su compañera y se alejaron dando un paseo. Dumbledore los vigiló discretamente y no perdió detalle: Aurora reía cada poco y le tocaba el brazo con afecto y Grindelwald le prestaba toda su atención. Pese a ser el director, no era tan noble como para soportar a su ex coqueteando con otra. No obstante, no podía ir e interrumpirlos, quedaría claro que hablaban los celos. Debía jugar bien sus cartas y conseguir que alguien lo hiciera en su lugar... Por suerte, a Dumbledore eso siempre se le dio bien.
Se acercó a Bellatrix, a quien McGonagall había secado con un conjuro. Estaba sentada al borde del lago creando serpientes de agua con su varita. La ayudó en su labor hasta generar un basilisco de hielo. Eso alegró mucho a la pequeña, que aplaudió al grito de: "¡Sizpiente de hielo, sizpiente de hielo!". El director aprovechó el momento de euforia para comentar afablemente:
—Gellert se está perdiendo a tu serpiente de hielo, deberías avisarle.
La niña comprobó que era cierto y estuvo a punto de salir corriendo a por Grindelwald. Pero entonces se dio cuenta de que era el señor pesado quien hablaba... y no se fiaba de él. Le miró con suspicacia y comentó:
—Ya vendrá, eztá hablando con su novia.
—No es su novia –respondió Dumbledore demasiado rápido.
Bellatrix sonrió satisfecha, sabiendo que lo había pillado.
—Tú tampoco edes su novia.
—Cierto, pero... —Dumbledore se interrumpió y odiándose a sí mismo por aquello comentó— No es buena compañía para Gellert.
—¿Poz qué no?
—Es... hija de muggles –murmuró Dumbledore en voz casi inaudible.
—¿Qué es eso? –inquirió Bellatrix frunciendo el ceño.
El director maldijo a Salazar cuando se dio cuenta de que la niña manejaba otra terminología. Él nunca lo había dicho en voz alta y preferiría que hubiera seguido así... Pero entonces vio a Sinistra tocando la parte baja de la espalda de Grindelwald. "Sangre sucia" susurró el director con gran desprecio hacia sí mismo. Eso sí que provocó una reacción en Bellatrix, que abrió mucho los ojos y salió corriendo hacia Grindelwald.
—¡UPI! –gritó enfurecida en cuanto lo alcanzó.
Sorprendido por su vehemencia, Grindelwald la cogió en brazos. Cuando Bellatrix quedó a la altura de los ojos de Sinistra, la miró desafiante y exclamó:
—¡Gelly mío!
—Qué mona es –comentó la profesora divertida.
—¡Gelly mío, no tuyo! –insistió Bellatrix alzando su varita.
Sinistra rio haciéndose la tonta. Grindelwald murmuró que mejor volvían con los demás, pero la mujer no se lo permitió.
—Es como una hadita del bosque que... —añadió la profesora.
—¡ODIO A LAS HADAS! ¡NO SOY UN HADA! ¡CUCIO!
Aquello sí que no lo vio venir nadie: de la varita de Bellatrix salió un rayo rojo que impactó contra la bruja y la lanzó volando varios metros. Tuvo el efecto de un conjuro aturdidor, pero aún así fue la primera vez que Bellatrix ejecutó un crucio que causó dolor a su víctima. Y disfrutó y sonrió como nunca antes en su vida.
—¿Qué... qué...? –balbuceó Grindelwald.
Se giró hacia el resto de profesores: McGonagall y Hooch se habían alejado para hablar en privado, Orión le contaba a Andrómeda anécdotas de su etapa escolar de espaldas a ellos y Dumbledore estaba convenientemente mirando en dirección contraria. Grindelwald actuó con rapidez: reanimó a Sinistra, alteró su memoria haciéndola creer que se había mareado por el calor y avisó a un elfo para que la acompañase a sus habitaciones. La profesora estaba tan aturdida que ni replicó. Cuando se alejó lo suficiente, Grindelwald se agachó para mirar a Bellatrix a los ojos.
—¿Eres consciente de que acabas de usar una maldición imperdonable en una profesora en un lugar lleno de gente que venera la ley? –le preguntó con gravedad.
—No sé qué ez eso del veneno de la ley –refunfuñó Bellatrix—, pedo esa señoda te quedía engañar, ¡es una sangue sucia!
—Ya lo sé.
—¡Entonces poz qué le hablas como si fuese una persona nozmal! –exclamó Bellatrix furiosa.
—¿Te acuerdas lo que te conté de que tengo súbditos... como esclavos humanos?
La niña asintió, seguía deseando tener muchos de esos.
—Para ganarlos, debes engañarlos y hacerles creer que los aprecias. Consigues mucho más siendo amable que usando la violencia.
Bellatrix frunció el ceño, no acababa de comprender su razonamiento. Para ella la violencia siempre era la opción más eficaz. Grindelwald buscó un ejemplo práctico:
—Si yo quisiera robarte uno de tus peluches, no te torturaría para lograrlo, sino que te regalaría ranas de chocolate. Así me tomarías confianza y cuando menos lo esperaras, te lo robaría. Si te tratase mal, no me dejarías ni acercarme a tus cosas. ¿Lo comprendes?
Bellatrix abrió los ojos con horror:
—¡Me quiedes drobar a Saiph y a Raspy! ¡Por eso me compras danas!
Pese a su furia y horror, Grindelwald también distinguió en sus ojos una ligera tristeza por sentirse traicionada.
—No, no, ¡era un ejemplo! Lo que sí quise robarte fue la varita de sauco, lo reconozco. Pero tú no me lo permitiste, eres muy buena detectando a los ladrones... supongo que porque os reconocéis entre vosotros –sonrió Grindelwald.
Bellatrix lo meditó durante largos segundos. Finalmente, decidió que era sincero y comprendió cuál era su método de tratar a la gente. Aún así tomó nota mental de no dejarlo a solas con sus peluches, mejor prevenir.
—Bueno, eztá bien –respondió al fin.
—Comprendido eso, has hecho muy mal en usar la maldición cruciatus ante tantos testigos que podrían haberte visto.
—Solo quedía protegezte de la sangue sucia... —murmuró Bellatrix con la cabeza gacha.
Grindelwald no supo si la tristeza era real o impostada, pero lo que le quedó claro fue que esa enana no necesitaba lecciones sobre cómo manipular a la gente. Chasqueó la lengua con fastidio y susurró en su oído:
—Has usado crucio como una asesina experta.
Eso alegró mucho a Bellatrix, que recuperó la felicidad al momento y salió corriendo y gritando eufórica por su gran victoria.
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