Capítulo 9
El otoño había teñido los Valles de un color extremadamente especial, pero ningún lugar de la región podía compararse a la ciudad de Karka. Las calles húmedas cubiertas por un manto de hojas marrones, granates y amarillas se extendían sin fin por el trazado urbano de la principal urbe de los Valles, una ciudad exuberante y viva, mucho más que la supuesta capital vallense. Paseaban de la mano por Kasildea con el frío viento del noroeste azotando su cara sin piedad. El corazón de Alzina latía acelerado, los sueños a los que había recurrido de manera recurrente en los últimos meses se estaban cumpliendo aceleradamente. Dos meses atrás, Alzina se encontraba en un profundo duelo emocional ante la ausencia insuperable de Aritz; un mes atrás, Aritz reaparecía en su vida como un milagro, despertando tanto esperanzas como inseguridades; ahora eran una pareja oficialmente. De esta manera, el ansiado momento de conocer a la madre de Aritz finalmente tuvo lugar la mañana antes de su partida.
Fánede era una mujer especial, eso podía verse sin necesidad de miradas, bastaba con escucharla un par de minutos. De una estatura similar a la de su hijo, la mujer se caracterizaba por una larga y abundante melena rubia, pero todo su rostro, su voz y sus maneras eran idénticas a las de Aritz, más incluso de lo que Alzina esperaba en un buen principio. Fue un encuentro fortuito en una de las bellas calles de Kolnoa, cerca de la céntrica plaza junto a la que vivían Fánede y Aritz. Alzina sabía ya tantas cosas de ella que tuvo la sensación de que ya la conocía. Se despidieron pronto porque la pareja tenía planes de visitar la ciudad de Karka una vez más antes de volver a separarse, pero se prometieron reunirse pronto para charlar y pasar tiempo juntas. Habiendo visto a Fánede en persona, Alzina corroboraba finalmente su hipótesis sobre Aritz. Él era obra maestra de aquella artista, una escultura casi perfecta de los valores y las energías de una mujer a la que Aritz se sentía profundamente apegado.
Aquella misma noche, tras volver de Karka, pasaron por la casa. Fue la primera vez que Alzina ponía sus pies allí, pero la conocía, la había visto en fotografías a través de la tablilla. Había tantas emociones en su pecho que le era difícil identificar ni siquiera una, pero se sentía bien, eso seguro. Fánede cumplió con todas las expectativas que el efímero encuentro de la mañana había producido en Alzina, era una mujer mística, muy vinculada a los Valles y a la cultura autóctona, igual que su hijo. El parecido entre ambos era imposible de obviar. Sentadas frente a la pared blanca sobre la que impactaba el halo de luz del proyector, ambas mujeres aguardaban la llegada del muchacho, que estaba en su dormitorio. Él era el encargado de escoger la película que verían aquella noche. Cuando apareció, se sentó junto a Alzina, portando un cordel dorado en la mano. Alzina lo miró a través de los cristales algo sucios de sus gafas.
—Esto es un cabello de Vavara —expuso sentándose junto a ella en el sofá—. Dame tu muñeca.
—¿Un cabello de Vavara? Creía que se quemaba para cerrar las fiestas del pueblo.
—Así es, Vavara se quema todos los años, pero la gente del pueblo cogemos un cabello para atarlo a nuestras muñecas, de manera que estemos protegidos hasta la quema de la próxima Vavara al año siguiente. Si me dejas, quiero ponerte uno a ti también.
Alzina asintió emocionada, cediéndole el brazo para que pudiera colocarle el cordel con comodidad. Lo hizo con mimo, atándolo fuerte para que no se desatase pero procurando en todo momento no hacerle daño. La pelinegra lo observaba fascinada.
—No lo desates —le dijo— y no te lo quites por ningún motivo, ni siquiera cuando te bañes. El cabello debe caer por sí mismo.
—¿Y pasa algo si lo hace?
—No, es natural que caiga con el tiempo, solo quitártelo tu misma u otra persona es algo que se debe evitar a toda costa. De todas maneras, el año que viene volveremos a tener cabellos de Vavara y, si es que este se te cae, volverás a tener otro.
Alzina sonrió, deslumbrada por la cultura de los Valles y por la forma en que Aritz la miraba, la dulzura con la que hablaba, el cuidado y mimo que ponía en cada interacción. Se recostó sobre el sofá para ver la película con mayor comodidad y durante una hora y poco más, reinó en el modesto hogar de Fánede una paz que a Alzina le resultó desconocida, la cálida quietud de un hogar que había estado buscando desesperada durante años. Tras despedirse de la mujer, Alzina y Aritz regresaron a la casa para compartir su última noche juntos viendo películas, abrazados en el sofá y degustando algún tentempié.
Aritz estaba tumbado en el sofá mientras Alzina recogía algunas cosas por aquí y ordenaba algunas otras por allá, angustiada ante su inminente despedida. Cuando por fin bajó la guardia, caminó hacia él y se acurrucó en su pecho, abrazándose fuerte como si el adiós fuese a ser para siempre. El olor que desprendía su cuerpo era atractivo, no le avergonzaba reconocer que disfrutaba hundiendo su rostro en el cuello de él para respirar profundamente su esencia, la magia de un hombre único en todo el mundo que había regresado a Alzina como un milagro cósmico del Universo. Aritz intentó que la muchacha se mantuviera despierta, estaba obsesionado con disfrutar aquella noche al máximo aunque tuvieran que pasarla desvelados, eran sus últimas horas juntos. Alzina, metódica y rutinaria como era, no pudo aguantar mucho tiempo a pesar de intentarlo y desearlo con todas sus fuerzas. No era solo que ella también quisiera apurar aquel tramo final de su escapada, es que se sentía culpable por la mirada entristecida que Aritz le dedicaba cuando se percataba de que se estaba quedando dormida. Mucho antes de lo planeado, la pareja se quedó dormida en el sofá con el proyector en marcha y la película, condenada al olvido, reproduciéndose una y otra vez hasta que la máquina se apagó por sí sola.
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