Las semanas pasaban con la misma duda enclaustrada en la mente de Alzina. ¿Qué pasará? No tenía dudas sobre Aritz, él se estaba encargando de demostrarle que estaba comprometido con lo que tenían, pero, ¿qué tenían? Aritz no dejaba de repetir que ardía en deseos de volver a verla, incluso hablaba sobre los planes que podrían hacer y reiteraba sus intenciones de seguir conociéndose. Él no tenía problemas en decirle que ella era importante para él, que había disfrutado mucho de su estancia en los Valles y que le hacía feliz pensar en que pronto podrían volver a compartir días y noches en Kolnoa. Y no es que Alzina se mostrasee insegura al respecto, le había confirmado que regresaría en un par de semanas y que ella también anhelaba verlo de nuevo, que lo extrañaba y que quería aprovechar la oportunidad para verse y pasar tiempo juntos. Sin embargo, en su interior se repetía aquella pregunta. ¿Qué pasará?

A medida que el otoño se asentaba y el invierno cada vez estaba más cerca, el clima y las horas de sol diarias iban alternándose. Siendo invierno y verano las estaciones por excelencia en el Istmo, la primavera y el otoño se percibían más bien como momentos de transición, ya que en pocos lugares del Istmo podrían apreciarse estas estaciones en todo su esplendor. La festividad más importante del otoño era el culto a los muertos, no únicamente en el Istmo, sino en muchas regiones del mundo. Por supuesto, los diferentes territorios que conformaban el Istmo celebraban fiestas diferentes, pero el caso es que las celebraban en el mismo periodo de tiempo y eso permitiría a Alzina poder regresar a los Valles en unas semanas. Habían estado buscando un lugar en el que hospedarse y ya habían planificado prácticamente todos los días que pasarían juntos, así que solo les quedaba esperar y Alzina no acababa de encontrar la mejor forma de sobrellevarlo. A medida que pasaba el tiempo, en lugar de calmarse ante el inminente viaje, se sentía más insegura y ansiosa. La pregunta sacudía con más fuerza su mente y venía acompañada de otras muchas preguntas que comenzaban a suponer una fuente de sufrimiento que Alzina se empeñaba en ocultar y mantener en secreto. ¿Y si Aritz en realidad solo estaba conformándose con ella porque no había nadie más? Sentirse tan insegura le provocaba un gran sentimiento de culpa, pues Aritz había intentado hacerla sentir segura a través de palabras bonitas y gestos sinceros y ella realmente creía en él, pero las dudas persistían. Si confiaba en él, ¿por qué seguía sintiendo esa ansiedad en su interior? Si solamente eran sus inseguridades, se mostraban con la fuerza suficiente como para que la pelinegra tuviese miedo a estropearlo todo.

Llegó finalmente la última semana. Alzina había estado centrada en su trabajo en el Gran Oráculo y en intentar gestionar sus emociones, ambas tareas que la mantuvieron ocupada gran parte de los días, pero ni así consiguió despejar su cabeza. Solo había una cosa que podría tranquilizarla. Regresar a los Valles, regresar a él. Justo en los últimos días antes de coger el ferrocarril que la llevaría hasta allí, algo inesperado sucedió y lo alteró todo drásticamente, una carta que Alzina no esperaba recibir. Marfisa había reaparecido.

Marfisa había vuelto. Y con ella, el caos que Alzina creía estar dejando atrás.