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3

Aser Dylan


"Te va a destruir de la manera
más bella. Y cuando se vaya,
finalmente entenderás por qué
los huracanes tienen nombres
de personas".

-Mario Benedetti.



Mis manos tomaron cuidadosamente el vaso de café que estaba sobre la mesa. Esperaba que fluyera algún tipo de conversación entre ambos, pero Saul no decía nada, y yo tampoco.

Sentí una angustia extraña en mi estómago cuando pensó en decirme algo, pero decidió callarlo.

¿En qué podría estar pensando? ¿En lo estúpido que era su mejor amigo?

—¿No crees que es triste dejar de estar en contacto con alguien que creías el amor de tu vida? —inquiero, intentando romper la tensión entre ambos.

—La gente va y viene, Aser. No sigas dándole más vueltas o vas a volverte loco con eso.

—No debería normalizarse dejar ir a las personas que amas —mi voz no ayudaba mucho, salía en un murmullo, como si estuviera intimidada por lo que Saul podría responderme.

—Las personas suelen olvidar muy rápido, eso es lo que debería preocuparte —en su voz no noto rabia, más bien algo de tristeza.

—¿Cómo lo hacen? —articulo.

El chico deja su bebida a un lado. A nuestro alrededor comenzaba a llegar gente que ocupaba mesas diferentes en la cafetería.

—¿Quiénes?

—Tú y la hermana de Mack —hago una pausa y agrego—: ¿Cómo logran mantenerse juntos a pesar de todo? ¿Por qué no podemos hacer lo mismo?

Me mira pensativo, como si no tuviese una respuesta clara para darme. Y es la primera vez que lo veo así, lo que me pone aún más triste. Es como... si ya no quedaran esperanzas, como si todo estuviera perdido entre nosotros.

—¿Por qué... no podemos ser como el resto de las parejas? —pregunto, esta vez en un susurro, evitando verlo directamente.

—El amor es algo... intenso. Es único, y creo que tiene sus partes dulces pero también algunas amargas. El amor por alguien es adictivo porque nunca resulta ser perfecto, y eso está bien así.

—¿La persona resulta adictiva?

—Y el sentimiento también.

Suspiro y me rasco la cabeza.

—No te arrepientas de enamorarte de McKenzie —suelta.

—¿Para qué? Si al final ni siquiera estamos juntos...

—Porque enamorarte de ella ha hecho que cambies —me recuerda—, lo sabes, ¿no? —asiento con la cabeza, sonriendo un poco al recordar a Mack—. ¿Te arrepientes de encontrar al amor de tu vida? ¿Es en serio, Aser? Había escuchado cosas estúpidas, pero ésta supera todas ellas...

Lo golpeo suavemente en el brazo, pero él solo está bromeando.

—¿Sabes que eres un idiota, verdad?

—Oh, créeme que me había dado cuenta —ríe luego de decirlo.

Saul mira a sus lados buscando su mochila, y cuando la encuentra se levanta decidido.

—Nos vemos en el departamento, tengo que pasar al supermercado a reponer los chocolates que alguien decidió comerse...

—¡Fue Allen! —me defiendo, levantando ambas manos.

El chico suspira, fingiendo que me cree, pero esta vez lo digo en serio. No he comido ni una gota de azúcar en todo el mes.

Lo veo alejarse por la cafetería, dejándome solo, sentado en medio de todos, con mi patética mochila y mi café, que por cierto se había enfiado. Y es justo ahí que me doy cuenta de que nada dura. La amistad con ese chico no va a durarme para siempre, el café nunca iba a mantenerse caliente por todo el día, las conversaciones de acaban y los amores se apagan. O eso quiero creer. No, eso me han hecho creer.

El amor es una llama que, una vez encendida, no se apaga nunca del todo. Puede disminuir, aumentar, cambiar de forma, pero siempre va a quedar una chispa, una ceniza, que espera el momento adecuado para volver a prenderla. Eso es lo que me mantiene de pie, esperar a la chica de mis sueños. Siento como si cada día valiese la pena solo por verla aunque sean unos instantes, poder admirar su belleza aunque sea de lejos, añorar su compañía y desear volver a su lado. Quiero que ella me vea como un chico que ha aprendido de sus errores, que ha recapacitado, pero por sobre todo, que ha cambiado.

A veces me encuentro solo en la noche, mirando en mi galería las fotos que solía tomarle cuando estaba distraída, preguntándome si ella también hace lo mismo o si ella también me extraña de esa manera tan enferma en la que lo hago. En las noches mis pensamientos se vuelven calabozos, y en el silencio de estos puedo escuchar su risa, las veces que me decía que me quería, veo su rostro, sus ojitos tan delicados como su corazón. Siento su presencia como un eco en mi corazón. Sigo aferrado a la idea de que el destino quiere volver a cruzarnos, que tiene algo más para nosotros, un final donde podamos ser felices.

Me pregunto si tan solo me estoy aferrando a una ilusión, pero la verdad no me importa, porque prefiero idealizar un mundo en donde esté ella que vivir en uno en donde no la encuentre en ningún lado. Porque recuerdo nuestras miradas cómplices, las caricias, los abrazos que deseaba eternos... todos los besos que compartíamos.

Pero Saul tenía razón.

¿Cómo podía arrepentirme de amar a alguien que me había hecho sentir vivo?

Y en ese efímero momento donde pensaba en ella, sus ojos claros chocaron con los míos.

Caminaba desganada, como si hubiera tenido un mal día, y lo único que hacía era mirarme. Como si quisiera acercarse, como si quisiera hablarme, pero no parecía atreverse. El problema era que yo tampoco podía dejar de mirarla. No podía y sabía que si no apartaba la mirada ella tampoco lo haría. Pero tenía miedo. Pero ese miedo no me detenía a admirarla, porque por muy extraño que pudiera parecer, me gustaba hacerlo. Me gustaba ver sus reacciones, analizarlas; la conocía tan bien que viendo esos ojos tristes sabía que había ocurrido algo malo, y que pronto se derrumbaría sola.

Pero no quería dejarla sola de nuevo.

Noto como deja de caminar, pero no despega su vista de mí. Noto también como baja una lágrima lentamente por su mejilla, casi rozando su barbilla.

Y decido levantarme hacia donde estaba, porque eso debí haber hecho hace mucho.

Mis brazos rodearon sus hombros y los de ella mi cintura, y aquella sensación de protección que le daba regresó, se hizo tan intensa que incluso yo tuve ganas de llorar por ello.

Después la llevé afuera de la cafetería, quedando sumidos en un silencio incómodo, pero aún abrazados. No quería soltarla, necesitaba seguir sintiendo su cuerpo diminuto entre mis brazos, la sensación de calor que me daba al tenerla cerca. La necesitaba a ella en ese momento.

Miré a nuestro alrededor y decidí llevarla hasta las gradas más cercanas, cerca de una de las canchas de la universidad. Me invadió un poco la nostalgia al recordar cómo era lo que teníamos antes, lo que hizo que soltara un sollozo de mis labios.

—Una vez dije que siempre estría para ti —se separa de mí y me siento vacío por un instante, pero agrego—: Quiero cumplir eso.

Siento mi garganta seca y toso un poco para disimularlo.

—¿No crees que ya es un poco tarde? —su voz se asemeja a un susurro, pero sé que se está haciendo un poco de rogar, aunque por muy extraño que suene, me gusta eso.

Solté una risa sarcástica y ella sonrió genuinamente.

—He echado tanto de menos tu sonrisa, joder —jadeo.

La miré sonriendo. En realidad hacía tiempo que no admiraba de cerca su sonrisa, el cómo se curvaban sus labios o los gestos que hacía cuando le contaba algo. ¿Cuándo fue la última vez que hice todo aquello? ¿Casi un par de años? Sin importar el tiempo, seguía recordándola cada maldita vez que podía.

—¿Por qué, Aser?

Encaro una ceja.

—¿Por qué lo hiciste? —veo como se borra la sonrisa en su rostro y se reemplaza con lágrimas. Pone sus manos en mi pecho delicadamente y bajo la mirada hacia ellas, luego vuelvo a mirar sus ojos, que comienzan a volverse rojizos por el llanto.

Sé perfectamente de lo que habla, y enfrentarme a ella de ese modo me está costando bastante. Me siento un imbécil por haberme alejado así de ella, pero en mi mente no cabían más que dudas sin respuestas en esos momentos.

—Dijiste... —pero no termina la frase.

—¿Cuál de todas las tonterías que te dije? —intento que sonría, pero solo logro que continue el llanto, por lo que me limito a quitar suavemente sus lágrimas con mis dedos.

—Dijiste que me amabas.

—Nunca mentí —respondo sin dejar de mirarla a los ojos—, solo me alejé por tu bien...

Me odié en ese instante por no decirle de verdad por qué lo había hecho. Porque era un inmaduro, porque no sabía como llevar una relación sana, porque no dejaba de cometer los mismo errores. Me odié por no decirle que me arrepentía profundamente de haberlo hecho, pero no quise sonar débil, no me lo permitía.

—Entonces tu manera de amar da asco —espeta impidiendo que termine—. Si me hubieras amado como decías... no me hubieras destruido, ni me hubieras abandonado así, sin razones válidas.

Trago saliva, ansioso.

Porque tiene razón.

Mi manera de amar era un puto asco.

—Sabes que nunca quise hacerlo...

—Claro, pero sé también que te dio igual dejarme ahí.

Siento sus palabras como cuchillos en mi pecho.

—No lo digas así, por favor —pido, intentando no mirarla directamente a los ojos.

Veo como nuevamente resbalan lágrimas en su rostro, pero esta vez ya no es por dolor. Es por rencor. La forma en la que me mira hace que me sienta culpable, también inseguro.

—No tienes idea el daño que me hace verte así —admito en un murmuro—. Siento que contigo soy demasiado frágil, Mack...

Antes de siquiera dejarla responder, tomo su cintura con ambas manos, acercándola a mí, y la beso. La beso porque sé que quizás es la última vez que pueda hacerlo, y tengo miedo de perder más tiempo sin ella. Casi dos jodidos años pasé sin besarla y las ganas no dejaban de insistirme para que lo hiciera.

No fue un beso apresurado, era más bien uno lento, donde nuestros labios cálidos se rozaban sin parar. No había desesperación entre ambos, simplemente disfrutábamos el momento, o de eso intenté convencerme. McKenzie no se apartaba y yo tampoco quería hacerlo. Disfrutaba tenerla nuevamente entre mis brazos, sentir el sabor a cereza de sus labios y sus manos acariciándome el pecho suavemente. Siempre pensé que nuestros besos fueron únicos, lentos, pero de esos que podían hacerte sentir vivo.

Hasta que se aparta bruscamente de mí. Y eso me asusta cuando la veo bien. Está nuevamente por echarse a llorar.

—¿Por qué, Aser? —insiste mientras me mira fijamente.

—Mack, estás temblando.

Baja la mirada y se queda impactada cuando ve cómo le tiemblan las manos, es ahí cuando es consciente de la reacción que tiene su cuerpo y esta vez sí comienza a llorar.

—No puede ser... ¿es un...?—se le quiebra la voz.

Enseguida le tomo ambas manos con cariño.

—Tranquila, no pasa nada —quiero ayudarla y le indico que se siente en una de las gradas.

Al hacerme caso noto como sus piernas también comienzan a temblar. No me suelta de las manos pero echa su cabeza hacia atrás. Quiere tomar aire pero lo hace de manera brusca. Me arrodillo ante ella y me suelta una mano para llevársela al pecho; con la mano libre cubro como puedo ambas rodillas para mantenerlas quietas. Necesita respirar bien.

—No pasa nada —repito, intentando que mantenga la calma—. Toma aire por la nariz y suéltalo lentamente por la boca —le indico.

Niega con la cabeza, soltando muchas lágrimas.

—No puedo... no...

—Sí puedes. Lo haremos juntos, ¿está bien?

Logro que me mire por unos instantes a los ojos y me quiebro cuando los veo.

Noto su pulso descontrolado en su muñeca y me esfuerzo en hinchar el pecho para que pueda seguirme fácilmente. Acaricio con la yema de mis dedos su mano y ella aprieta la mía sutilmente. Me hace caso mientras el llanto va cesando con el paso de los segundos. Su respiración comienza a controlarse y ella también empieza a hacerlo.

—Tenemos tiempo, más despacio —le aseguro, queriendo mantenerla calmada.

Recuerdo a mi madre en esa situación. El temor, la inquietud que sentía, las ganas de vivir... recuerdo cómo la ansiedad parecía consumirla, como la invadían las ganas de vomitar, los temblores en sus manos o en sus pierna. Recuerdo como la mirada, tomando sus dos manos y llevándolas a mi pecho, diciéndole que todo estaría bien. Recuerdo cada maldita vez en la que me quedaba acompañándola hasta que pudiera tranquilizarse por las noches.

Ver como a McKenzie le ocurría lo mismo solo hacía que me entraran náuseas por recordar a mi madre.

Noto como parece respirar tranquilamente, pero sus piernas no dejan de temblar, probablemente por la ansiedad.

—Tranquila —intento consolarla y decido atraerla a mí para abrazarla cálidamente— Está bien, todo está bien... —repito mientras acaricio delicadamente su espalda.

Decido sentarme con ella en el pasto cercano. Mack queda sentada entre mis piernas y deja que la rodee con mis brazos mientras juega con mis dedos, distraída y recostada también en mi pecho. Noto como su cuerpo pequeño sigue temblando ante lo ocurrido, pero no menciona el tema. Sé que en ese momento prefiere mantenerse en silencio y respeto eso.

Al acariciar su rostro con las yemas de mis dedos noto que una lágrima las humedece. Saber que está llorando ante mí me parte el corazón, pero sé que lo necesita.

Yo puedo estar acostumbrado a reprimir lo que siento, pero ella no es así. Necesita expresar lo que siente, por eso pinta, por eso llora y escribe. Por eso hace esas cosas, no puede guardarse sus sentimientos y eso está bien, pero no logro acostumbrarme después de tanto tiempo de verla así. Para McKenzie las emociones siempre han sido algo así como su motor, y eso es lo que me encanta de ella, porque la hacen ver más sincera. Simplemente la hacen ser ella.

Ahora mis caricias van hacia su cabello o sus brazos. Cada vez que estábamos juntos sentía una necesitad inexplicable de tocarla, de sentirla cerca de mí, y esta vez no era una excepción.

—¿Eso fue un ataque de ansiedad? —pregunta luego de varios minutos en silencio.

—Sí.

—Pero...

—Has reprimido tus emociones este tiempo, ¿me equivoco?

Noto como la pregunta la deja sin palabras, como si hubiera acertado en el blanco. Como si realmente desde mi llegada ella hubiera estado ocultando todo lo que siente.

—Cuando haces eso, es como si sobrecargaras el sistema —intento explicarle—. El cuerpo es sabio y también habla, tarde o temprano va a salir si lo guardas. Es como ir en un bosque caminando, solo basta un paso en falso para activar una trampa de oso.

Ella suspira lentamente y se acurruca un poco más cerca de mi pecho.

—¿Crees que todo esto fue por...?

—Claro —respondo antes de que termine, porque sé muy bien a lo que se refiere.

Luego de unos segundos se aparte de mí y se sienta enfrente mío, mirándome a los ojos y dedicándome una sonrisa. De repente siento como si el tiempo se detuviera mientras me interno en el color de sus ojos.

—Gracias por cuidarme.

Cuando lo dice, el ambiente se carga de emociones que me hacen sonreír a mí también.

—No lo agradezcas, después de todo, es lo mínimo que puedo hacer.

—¿Por qué lo dices?

—Porque nunca dejé de esperarte, tu nombre fue lo único que hizo que mi corazón no dejara de latir.

Al escucharlo se levanta energéticamente, deseando escapar de las palabras que le he dicho, porque parecen clavarse en el fondo de su ser. Esa es precisamente una de las maneras en las que reprime lo que siente, porque ni siquiera se da el tiempo de procesarlo.

—¡Mack, espera! —le grito, siguiéndola, pero ella intenta huir.

—¡No me sigas! —responde.

Ella comienza a caminar más rápido, evitando así que me acerque más a ella.

—¡¿Por qué huyes de mí?! —le reclamo cuando tomo su brazo y la detengo, haciendo que voltee a verme a los ojos.

—¡Porque me caes pésimo, Aser Dylan!

—¡Perfecto, McKenzie Elder!, ¡Nunca intenté caerte bien!

—¡Eres un odioso y mentiroso! —escupe, y siento como esas palabras se clavan poco a poco en mi pecho como dagas.

—Al menos sigo estando en tu corazón —me limito a responder, encogiéndome de hombros, como si no me importara, sabiendo en realidad que me está matando poco a poco el amor que le tengo a esa mujer.

Ella guarda silencio, porque sabe que tengo razón, lo que a la vez me tranquiliza bastante. Ella podía decirme que no, que había ahora otro chico más, pero no lo hace. Solo me observa en silencio sin decir nada más.

Doy dos pasos hacia atrás.

—¿Quieres que me vaya de nuevo? —pensar eso me destruye a pedazos, pero creo que ella no tiene idea de cuánto.

—Quédate —responde casi al instante, con los ojos vidriosos.

—Lo único que demuestras es que mi presencia te parece desagradable desde que vol...

—Es mucho peor cuando no estás aquí —me interrumpe antes de terminar la frase.

Cuando lo dice siento como se aprieta suavemente mi pecho, como si me emocionara aquello, porque era lo único que necesitaba escuchar: que aún me quería.

—Lo siento —digo cuando me acerco lo suficiente a ella como para sentir su respiración alterada en mi cuello—. Sé que fui un idiota al alejarme, pero necesito que me creas de que estoy arrepentido. Todo lo que dije...

—Aser —coloca su mano en mi mejilla derecha y la acaricia con la yema de su dedo pulgar sutilmente— Estabas asustado igual que yo, no tienes de qué disculparte realmente, la culpa fue de ambos.

—Creía... creía que alejándome de ti todo sería más fácil, pero resultó ser horrible —le confieso, con un poco de vergüenza— Solo soy un egoísta que no pensó en ti...

—Cariño —vuelve a interrumpirme—, aunque no lo quiera, siempre voy a amarte, en esta vida o en otras cien más...

Fue ella esta vez quien se acercó para abrazarme y llenarme de calor. Al tener su cintura entre mis manos, sentí sus costillas; podía ver cómo había perdido bastante peso y no pude evitar sentir bastante culpa por ello.

Sus manos, que reposaban en mi espalda, me abrazaron aun más fuerte, como si no quisiera despegarse de mí. Después de unos instantes nos alejamos del otro, sin soltarla de la cintura; y acariciando mi pelo con delicadeza, enredando sus dedos en él.

—¿Recuerdas la vez que me dijiste que no te gustaba que te tocara el pelo?

Sonrío de lado, con nostalgia.

—Uh-huh, recuerdo que fue antes de que empezáramos a entrenar hace...

—... casi dos años —termina por mí.

Aprieto un poco su cintura, pegando su cuerpo con él mío.

—¿Sigues queriéndome? —me pregunta ella a mí, con una sonrisa pícara en el rostro.

—¿Qué mierda acabas de preguntarme? —le pregunto como respuesta—. Te amo McKenzie, ¿me entiendes? Te amo, joder... Si no lo hiciera entonces no me la habría jugado de nuevo por ti.

Bajé la mirada hacia sus labios y con una mano tomé el costado de su cabeza, atrayéndola hacia la mía para besarla. Fue un beso seguro, apasionado, no como el anterior. No había dudas de lo que sentíamos, porque siempre había sido así: entre nosotros todo seguía intacto, y me mataba pensar en los años a su lado que había perdido por estar dudando.

Siento como una de sus manos baja hacia mi pecho y la otra continúa enredada en mi pelo. Besa la comisura de mis labios, ladeó su cabeza procurando que tuviera más acceso a ella y envió pequeñas sensaciones a mi sistema nervioso, dio un jadeo y se detuvo. No se apartó pero no siguió, solamente se quedó quieta.

—Qué bueno saber que me sigues queriendo —susurra contra mis labios.

—Te sigo amando —la corrijo.

Luego besé delicadamente sus labios y la abracé, buscando esa sensación de tranquilidad que deseaba. Quería que supiera que era mi culpa, pero que también la amaba demasiado. Y eso no me hacía tan bien.

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