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Aser Dylan


—No puedo quitármela de la cabeza —comienzo a quejarme en voz alta al notar que mis amigos ya están despiertos y preparándose lo que parece ser un desayuno—, es insoportable...

—Oh, ya lo creo —murmura Saul, abriendo una lata de cerveza.

—¿Cómo puedes desayunar una cerveza?

—¿A quién no puedes quitarte de la cabeza?

Vale.

Ninguno de los dos tiene ganas de responderle al otro.

—Seguramente a Sally —comenta Beck, jugando con una cuchara en el bol de leche con cereales.

—¡Oh, sí! ¿quién no podría pensar en ella con ese culo que tiene? —Noah esboza una pequeña sonrisa al terminar lo que dice.

—¡Eres un puto pervertido!

La chica hace una mueca de asco y luego lo amenaza con la cuchara, como un intento de defensa para la chica que es casi como su hermana.

—¡Pero aun así me amas, bomboncito! —Noah camina hacia ella y le roba un beso descaradamente.

—Si no fuera tu novia ya estarías muerto... —al terminar camina hacia la cocina y luego se voltea donde está su novio, estira su pierna, logra darle una patada en todo el culo y acto seguido sale corriendo.

Noah deja la cerveza que comparte con Saul a un lado y corre detrás de ella, desesperado por devolvérsela.

—¡Esta vez no voy a tener piedad contigo, Beck...!

Niego con la cabeza, divertido.

Casi siempre es así; me despierto, camino a la cocina del departamento y me rio al encontrarme a mis tres amigos discutiendo casi por cualquier cosa.

Conocí a Noah luego de despedirme de McKenzie, justo a tres calles de su residencia en Canadá. Desde adentro de un bar comenzaron a oírse gritos de una chica, y me acerqué un poco al lugar, curioso por saber quién era la dueña de los gritos.

Me quité los audífonos con cuidado y salí de mi mundo musical, alimentando así las ansias de mi curiosidad.

Fue cuando lo vi. Acorralado entre una mesa y una chica que le apuntaba directamente a la nariz con un cuchillo. Era Beck.

—No quiero payasos en mi bar, Noah. —Escuché que le decía un hombre alto y robusto.

—Esta vez no hice nada, Dean, te lo juro...

Su voz se escuchaba suplicante y ante esto la chica dejó a un lado el cuchillo.

—Aléjate de mi hija, ¿entendido? —Dean intentaba mostrarse sereno, pero su mirada transmitía rabia y desconfianza, como si ya hubiera pasado por situaciones similares con el chico que involucraban a su hija. Antes de seguir con lo suyo, se volteó hacia él para agregar—: Y para ti soy señor Miller.

La voz de Saul me hace distraerme de los recuerdos.

—Tierra llamando a Aser... —hace movimientos extraños en torno a mi rostro con sus manos al intentar llamar mi atención.

—Sigo aquí —carraspeo, sintiendo un ardor en la garganta.

—No era Sally, ¿verdad?

Mierda.

No quiere rendirse con el tema y yo desvío la mirada, avergonzado.

—No sé qué es lo que me pasa... ¡me desespera no poder dejar de soñar con McKenzie!, ¡es como una pesadilla de la que no puedo despertar...!

—O de la que no quieres hacerlo —me reprocha con la mirada y su tono de voz.

Camina hacia donde estoy y me da unas palmadas reconfortantes en los hombros.

—Brujería —concluye serio, mirándome a los ojos.

No. Estaba literalmente clavándome su mirada. A los pocos segundos nos contagiamos de una risa estúpida; la situación es estúpida. Y repetitiva.

—Debes dejar de pensar en ella. ¡Sally está realmente enamorada de ti y llevan saliendo unos meses!

—Estamos saliendo —recalco y agrego—: Está enamorada de mi físico, Saul, ella no me conoce como lo hace ell...

—¡Da igual! —comienzo a notar que pierde poco a poco la paciencia que le queda conmigo— ¡Deja de perder el tiempo pensando en alguien a quien tú mismo abandonaste!

Hace una pausa para calmarse, pero su tono de voz se vuelve lastimoso, como si sintiera que tiene como amigo al más estúpido de todos los chicos.

—Eso es de maricones, Aser...

Intento defenderme, a pesar de sentirme patético por dentro.

—No la aban...

—¡La abandonaste, carajo! —golpea la pared, enfurecido.

—Cálmate.

—¿Cómo quieres que me calme si tengo viviendo en mi departamento a alguien tan imbécil como tú? Diciéndote idiota en esta situación me queda corto, ¿sabes?

Asiento despacio, comprendiendo sus palabras. En cierto modo tiene la razón; él fue el que me llevó a vivir allí luego de ver el desastre en el que comenzaba a convertirse mi vida. Mi padre llegaba borracho a mi casa buscando un pretexto para discutir con sus hijos, exigiéndonos respuestas a preguntas que solo él continuaba haciéndose: ¿cómo y por qué murió su madre en realidad?

No teníamos respuestas, pero él continuaba necio con ello, llevándonos a Iker y a mí a situaciones tensas y desagradables.

No te preocupes, seguro sana en unos pocos días... —su voz en mi mente comienza a carcomerme, llevándome a recordar el día en el que nuestro padre lo golpeó innecesariamente con el cinturón que poseía una hebilla de metal.

De la herida brotaba un pequeño y fino hilo de sangre que tiñó de rojo el suelo de mi habitación, cerrada con pestillo

Voy a llevarte al hospital.

Ni lo pienses —me detuvo a tiempo, con lágrimas en los ojos, evitando que cometiera una estupidez más.

Ya no aguantaba seguir en lo mismo y mi hermano tampoco podía más. Verlo en ese estado fue lo más humillante que pude haber vivido, porque todo era mi culpa. Y eso continuaba persiguiéndome.

—Déjalo, hablamos después. Vete o llegarás tarde.

Hace una mueca, toma su cerveza y camina hacia su habitación, cerrando la puerta detrás de él. Imitando su acción, camino hacia la mía y me cambio de ropa, aferrándome a la idea de que después de la primera clase tendré tiempo de volver a ducharme y regresar a la universidad.

Caminando con la mochila al hombro, un cuaderno y mi teléfono en mis manos, recuerdo lo poco que me agradaba la idea de compartir piso con mi mejor amigo, a pesar de mi desesperación por sacar a mi hermano de ahí y salir yo también.

Oh, vamos, será divertido... —solía decirme Saul.

Todo me parecía divertido con él, puedo reconocerlo, pero lo que no lo eran, eran las constantes discusiones que siempre llevaban a lo mismo: a McKenzie Elder. La chica a la que le rompí el corazón, según Allen.

Mira Aser, soy tu amiga, y mi deber es consolarte cuando lloriquees por una chica, pero esto ya pasó definitivamente su límite. ¿Con qué cara quieres que ella vuelva? Te lo digo en serio. Es muy egoísta de tu parte si pensaste que abandonándola la olvidarías. ¿Por qué no piensas un poco en lo que ella sufrió, al menos? ¿Acaso sabes cuánto le costó levantarse de este golpe y volver a salir de su habitación? No, por supuesto que no lo sabes. Solo piensas en lo que más quieres tú, y eso no es justo para ella.

Que ella me dijera todo eso fue como una bofetada que hizo que me replanteara qué era lo que de verdad quería, o lo que era mejor para ambos. Para ella. Porque nunca me había preocupado tan poco por ella como en esos momentos.


***


—A veces odio tanto tener novia.

Noah coge otro cigarrillo.

—Te estas matando así —objeto al verlo fumando.

Él asiente sin hablar, llenando su boca de humo para luego expulsarlo con suavidad.

—¿Por qué dijiste eso?

—Beck es buena novia —contesta a los pocos segundos—, pero los problemas cada vez se hacen más grandes al estar juntos. Su padre me odia... ¡y su madre también! —repite el proceso con la colilla, hasta que se cansa y la apaga, tirándola al piso y presionando su pie derecho contra esta.

—No la dejes ir, esos son detalles —lo aconsejo.

—No tengo tiempo para tus lecciones de padre, Aser.

—¿Tienes prisa, acaso?

—Quiero llegar temprano a clase. No se me da bien cálculo y tengo un par de dudas para el profesor.

Nunca fue el alumno más aplicado en el instituto, siempre tuvo claro que debía destacarse sobre su hermano Alex, él tenía que estudiar. Por eso decidió ingeniárselas para entrar a la carrera de ingeniería. Sabía que no tenía oportunidades en su pueblo natal, por lo que decidió mudarse. Le iba bien en la carrera, pero su relación comenzaba a desgastarlo. Lo sentía en el aire. Todos lo presentíamos, incluso la propia Beck, quien se negaba a pedirle un tiempo.

Se va a olvidar de mí. Tengo miedo de que eso ocurra —me confesó un día, luego de unas copas de más.

¿Prefieres que tu relación termine para siempre por la toxicidad? —inquirí, confundido.

Cállate Aser. Eres el peor en todo lo referido al amor.

No me quejé nunca de ello. Tenía razón.

Había dejado a la chica que más amaba por no saber cómo lidiar con lo que sentía. Y eso era una puta mierda. Me esforzaba para que mis amigos no cometieran el mismo error, pero a veces lo sentía muy inútil. Nunca me prestaban atención, para ellos siempre sería el chico que abandonó a la chica que lo amaba de verdad.

Nunca me lo perdonaron. Yo tampoco lo hice.

—¿Hasta qué hora vas a trabajar hoy?

—No creo que vuelva antes de la noche.

—Ya...

Sus ojos se desvían detrás de mí. Estamos sentados en una banca, al interior del establecimiento, por lo que no me queda más opción que estudiarlo. Su boca se abre al igual que sus ojos como respuesta de asombro ante algo que ha visto.

—Parece que el destino quiere ponerla en todos lados... —murmura, mirando aun por detrás de mí.

Es ahí cuando volteo y logro comprender a qué se refiere.

—No me creo que esté aquí.

Dejo la botella de agua en el piso y abro la mochila para asegurarme de que llevo conmigo mi billetera y el cargador del celular. Mi evidente mal humor logra captar la atención de Noah, que me reprocha con la mirada, como si estuviera pensando: «Esto iba a pasar en algún momento y lo sabías».

Su intercambio era por un año, recuerdo, ¿Por qué regresó dos años después? ¿Por qué volvió...?

—Sabías que iba a pasar —argumenta con tranquilidad, diciendo exactamente lo que me imaginaba.

—No quiero verla.

—Sí que quieres.

Cierro la mochila de mala gana y guardo la botella de agua en el bolsillo exterior.

—Ya aprendí. No sigas, por favor.

—No te cierres al destino. La vida es muy corta y te vas a arrepentir de no hablar con ella..., ¡ya no son unos críos! Entablen algo sano, o váyanse al carajo. Me da igual...

Me mira de reojo, queriendo que le lleve la contraria, pero simplemente no puedo. Porque sé que tiene razón. Ya no somos unos adolescentes indecisos y hormonales. Somos adultos, teóricamente. Se supone que sabemos qué es lo correcto y cómo tener una relación sana de pareja. Por desgracia tiene razón; sí que quiero volver a estar junto a ella, volver a sentir su cabello, su piel y sus labios con sabor a fresa sobre los míos. El único problema es que llevé todo a un extremo. Y que me odia.

—Ya te dije, haz lo que quieras, pero la vas a ver todo el semestre, al menos.

—No quiero distraerme.

—¿De qué, Aser? —patea mi botella de agua con fuerza y esta cae unos metros más allá.

Frunzo el ceño.

—Dejaste el boxeo cuando te enteraste de que andaba con otro, tienes pésimas calificaciones en tu carrera, ¡y no te decides de una vez por todas a salir con otra chica!

—No conoces a Sally.

—¡Y tú tampoco! —golpea exageradamente el piso con su pie izquierdo—. Nunca te has dado el tiempo de rehacer tu vida..., te estás perdiendo de una de las mejores etapas de tu vida, Aser...

Al final parece lamentarse, pero no logro ponerme en su lugar como amigo.

—Las drogas y alcohol no son diversión para mí. Estoy fuera...

La cafetería del campus comienza a llenarse de gente, y con ella veo como la chica de la cual estoy perdidamente enamorado comienza a hacer fila afuera de esta para pedirse algo de comer. Volteo al ver a mi amigo y el asiente, leyendo inmediatamente mis pensamientos. Debo ir a hablarle. Tengo que aclarar la situación, aunque eso signifique noches en vela mirando al techo, preguntándome si fue lo mejor. No quiero quedarme con la duda.

Con el corazón latiendo a mil por hora, me echo la mochila al hombro y camino hacia ella. El aroma del pan con queso invade mis fosas nasales y me provoca cierto malestar, traducido a náuseas. Una oleada de pánico recorrió todo mi cuerpo al recordar todas las noches que me pasaba despierto mirando su perfil de Instagram, las fotos que teníamos juntos o recordando lo felices que habíamos sido esos meses. Me sentía extraño; había fantaseado con ese momento tantas veces que, al cumplirse, parecía irreal. Ficticio. Lejano. Absurdo.

Me posicioné detrás de ella y carraspeé. Al notar a alguien detrás de ella, se volteó y la vi de cerca. Mi cuerpo se relajó y mi mente dejó de reproducir recuerdos. Éramos solo ella y yo, como en los viejos tiempos. Ella era mi paz.

—Estás muy hermosa —solté con dificultad. No sabía cómo iniciar la conversación, y un cumplido de ese tipo fue lo peor que pude haber dicho, por lo que agregué—: Te vi a lo lejos... No esperaba encontrarte aquí, la verdad.

Llevaba unos jeans bastante ajustados y un top del mismo estilo, este último era color rosa y sin mangas, lo que me permitió observar cómo tensaba los músculos de sus hombros y brazos al escucharme hablar. Me miraba... callada. No noté ningún signo de odio ni rencor en su mirada, simplemente no decía nada ni transmitía nada de emoción. Era como si hubiera estado vacía.

Sentí una punzada de dolor en el pecho. ¿Remordimiento? Lo más probable.

—No me busques.

La frialdad de sus palabras me toma por sorpresa.

—¿Estás de broma?

—¿Tengo que repetírtelo? —no se altera, pero tampoco quiere hablarme.

Lo peor de la situación es que lo entendía perfectamente.

No añadió nada más a la conversación y se volteó, pero entendí que no podía dejar las cosas así entre nosotros. Había tomado la decisión de cambiar, de volver a hablar con ella, no para que me rechazara de esa manera tan... fría.

—¿Por qué me evitas, McKenzie...? —susurré, llevando mi rostro junto a su oreja izquierda.

Sentí como ella tragaba saliva, tensa por la situación.

—No puedes cambiar lo que pasó hace casi dos años, ni puedes venir a hablarme como si nada —responde sin mirarme.

Alejo mi rostro del suyo y lo siento. Siento esa angustia penetrante en mi pecho. Siento también la mirada de Noah clavada en mi espalda y siento también muchísimas ganas de salir corriendo en su dirección. Me dio tristeza recordar por qué nos habíamos alejado del otro. Ahora era ella la que evitaba tener una relación conmigo, ya no era al revés.

Supongo que a eso se le llama karma, pienso luego de unos instantes.

—¿Sigues con Aaron...? —sentí una comezón en mi garganta al pronunciar el nombre de ese tipo.

—Estoy saliendo con alguien más.

No parece querer darme más detalles, pero tampoco insisto.

Ella está de espalda frente a mí. Noto cada uno de sus músculos tensarse aún más. Si no la conociera, podría pensar que se debe a mencionar a su pareja, pero realmente es por el hecho de tener que estar cerca de mí, fingiendo que no ha pasado nada entre nosotros, fingiendo que ya no hay nada que se pueda hacer. Y eso me duele. Porque todo está al revés.

Temía que pudiera sentir lo ansioso que estaba por lo que iba a preguntarle.

—¿Cuánto tiempo estudiarás aquí?

—Lo dejo en manos del destino —fue lo único que respondió y se limitó a irse de la fila.

Vi como se alejaba del lugar y se dirigía al establecimiento. Supuse que debería haberme regresado junto a mi amigo o al menos intentar seguirla, pero no lo hice. Me quedé ahí, quieto, en silencio, observando cómo el amor de mi vida caminaba ignorando mi existencia. Eso me dolía. Me quemaba. No sentía ganas de besarla, pero joder, no sabía cuánto necesitaba uno de esos abrazos que ella me daba. Necesitaba sentirla. Ojalá hubiera podido fingir que no me afectaba, o que ya no sentía nada por ella, o que me podía recuperar de ese golpe. Pero no podía. No podía permitírmelo de esa manera.

Volví al departamento unas horas después. Abracé a Saul inesperadamente cuando lo vi, y él supo lo que había ocurrido. Me dio unas palmadas reconfortante en la espalda y me invitó una cerveza. Nos sentamos en el sillón de la sala de estar y me miró fijamente.

Mis ojos ardían. Necesitaba llorar, quitarme toda la impotencia que cargaba sobre mis hombros.

—¿Me vas a contar los detalles?

—¿Vale la pena si sabes el final?



"Marcar las distancias para no ser herido equivale a marcar las distancias para no ser amado. Y al final, ¿de qué sirve morir ileso?".

-Malcolm Liepke

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