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3. Galletas de tristeza

Rachel

Mi teléfono suena repetidamente una y otra vez, y no soy capaz de levantarme del sofá para contestar la llamada.

Estoy cansada y siento que mi cabeza va a explotar en cualquier momento. Los rayos matutinos del sol colándose por la ventana molestan mi vista, y un fuerte mareo me invade en cuánto trato de sentarme.

El teléfono sobre la mesa en el centro de la sala sigue sonando una y otra vez, y el nombre de Cupido  y una foto de su bien esculpido rostro se muestran en la pantalla. La resaca me hace pensar en los perfectas que son sus facciones y que si de verdad existe el Olimpo, él definitivamente sería uno de los dioses que habitan ahí. Tal vez de su físico sacó la audacia de nombrarse a si mismo Cupido, el ángel del amor.

Pero sea cual sea la razón por la que vive una fantasía en donde es hijo de dioses griegos, no le da derecho a molestar a una simple humana tan temprano por la mañana, y menos cuando la resaca amenaza con acabar conmigo por una mala noche de copas.

Los recuerdos de hace unas horas llegan a mi mente como una lluvia de meteoritos. Ayer fui a ver a July a su estética, y una vez que salimos de ahí fuimos por unas bebidas a nuestro bar favorito. Recuerdo empezar con una ronda de tequilas y atravesar una fila extensa de margaritas en el transcurso de la velada para después terminar con una ronda de ron.  O quizá fueron dos, no estoy segura. A como estaba mi estado de ánimo puede que fueran tres rondas de cada cosa. Bailé y mucho, incluso traté de coquetear con algunos chicos, pero supongo que para ese punto ya estaba demasiado borracha como para iniciar una conversación entendible. La vergüenza se apodera de mí en cuánto las imágenes de una yo borracha cantando canciones de desamor en el karaoke llegan a mi mente. Podría jurar que me aventé yo sola un concierto de canciones de señora dolida frente a un gran número de personas. Entendería si fueran canciones actuales o esas que están en moda hoy en día, ¿pero de verdad tenía que sacar a mi señora interior en ese bar?

Mi vista se dirige ahora al anillo de compromiso que esta justo al lado del teléfono. Hasta apenas unas horas estaba segura de querer arrojarlo al fondo del río, pero al final July y yo consideramos que sería muy peligroso acercarnos ebrias a una corriente furiosa de agua. Aunque tengo que admitir que me sentí aliviada de que ese plan no se llevara a cabo, porque una parte de mi todavía quería conservar ese pedazo de oro que ahora no tiene ninguna utilidad.

Quiero volver a hundirme en el sofá para terminar empapada en lagrimas nuevamente, pero justo cuando estoy a punto de hacerlo, alguien toca la puerta. Suelto un suspiro molesto. No dudo que sea Cupido el que, al no contestar sus llamadas haya venido a buscarme directamente. No sé que es lo que quiere, pero ahora solo estoy de humor para seguir llorando desconsoladamente al son de música deprimente.

Los toques en la puerta no se detienen, así que me obligo a levantarme, aún si hacerlo le cuesta mucho trabajo tanto a mi cuerpo como a mi espíritu. Cuando la abro no veo por ningún lado el cabello rubio con el que esperaba encontrarme. En su lugar una larga y lacia cabellera cobriza oscura me recibe acompañada de una piel bronceada y una sonrisa atrevida.

—¿Qué tal la resaca? —pregunta July—. Traje algunos refuerzos por si la sigues pasando mal —dice, levantando en el aire un par de cajas con el sello de la pastelería de Cupido.

—Cierto, la inauguración era hoy, lo olvidé —digo, entendiendo por fin su insistencia al llamarme tantas veces.

—Lo suponía —responde July, entrando a mi casa como si fuera la suya—. Pero no te preocupes, me encargue de ser una de sus primeras clientas. De hecho ya había una larga fila de personas antes de que abrieran y siguieron llegando más personas cuando me fui.

Ella se dirige a la cocina y coloca las cajas en la mesa. Me acerco y puedo notar en el empaque rojo todo el empeño de mi amigo. Desde la estampa con el logo del lugar hasta el moño que mantiene cerrada la caja. Definitivamente todo fue arreglado cuidadosamente, y fui tan mala persona que no fui a verlo aún si se lo había prometido.

—Es bueno que tenga muchos clientes —digo, abriendo la caja. El aroma de las galletas recién horneadas llega a mi nariz y la vista de las chispas de chocolate sobresaliendo de la crujiente masa despiertan a mi apetito al instante.

July se me adelanta y toma una galleta. En cuanto da el primer bocado su rostro se ve mucho más relajado y muestra una sonrisa complacida.

—¡Esto esta realmente delicioso! —exclama, devorando la galleta al instante—. Ese chico realmente es bueno en la repostería.

—Si, lo es —admito, y en cuanto estoy a punto de tomar una de las galletas del amor, mi vista se fija en el reloj—. Espera, ¿ya es mediodía? ¿No dijiste que fuiste a la pastelería de Cupido en cuánto abrió?

—Eso hice —dice, tomando otra galleta—. Pero puede que me haya quedado dormida en las escaleras durante un buen rato. Yo también tengo resaca, ¿recuerdas?

—¿Te dormiste en las escaleras?

—En mi defensa solo iba a sentarme en los escalones y tomar un pequeño descanso —explica, terminándose la galleta—. Pero de pronto mi cabeza se sintió pesada y me recargue un momento en el suelo. Y solamente me levanté porque tu apuesto vecino de abajo me despertó.

—Eso suena como al inicio de una extraña historia de amor —digo, soltando una carcajada a la que mi amiga responde con gusto.

—Bueno, entonces si él termina rompiendo el corazón en algún punto, te voy a culpar a ti —dice, apuntándome con una galleta que después se lleva a la boca.

—¿Y por qué sería mi culpa?

—Por vivir en el quinto piso de un departamento sin ascensor y llamarlo una casa, como si lo fuera.

—No te atrevas a insultar a mi casa —digo, y aunque intento demostrar un enojo falso, solo me sale otra carcajada.

July intenta tomar la última galleta, pero esta vez yo la gano. A esta ritmo, me quedaré con las ganas de probar una de las delicias de Cupido.

—Tu ya comiste muchas —me quejo.

—Bueno, por algo traje otra caja —dice, abriendo el otro paquete.

Mi teléfono vuelve a sonar, interrumpiendo nuestra conversación.

—¿No vas a contestar? —pregunta.

—Si, supongo que debería hacerlo —digo con resignación, mientras camino hacia la sala—. Pero me llevo esto —comento, levantando la galleta. Estoy casi segura que cuando regrese de nuevo a la cocina ya no quedarán más.

Me acerco a la mesa y no puedo evitar hacer una mueca en cuanto veo el anillo. Trato de ignorarlo, y tomo el teléfono para después dirigirme a la ventana, dejando atrás el recuerdo de un amor fallido. El sol se siente cálido en mi rostro, y desde esta altura puedo ver a los carros y persona moviéndose por las calles de la ciudad. De alguna manera me parece una vista muy pacífica.

Contesto la llamada y antes de que la voz de Cupido me abrume le doy un gran bocado a la galleta. July tiene razón, esta deliciosa. No se parece a nada que haya probado antes. Su textura es crujiente pero a la vez tiene un sabor suave, y el chocolate combinando con la fragancia de la mantequilla son todo lo que necesito para despejar mi mente.

—Rachel, ¿estás bien? —pregunta, y su voz se escucha claramente preocupada—. ¿Dónde estás?

—En mi casa —respondo, dándole otro mordisco al bocadillo—. Sé que prometí ir a la inauguración de la pastelería, pero creo que ayer me pasé un poco con los tragos. Lo siento.

—No te disculpes —dice, y ahora su voz suena aliviada—. De hecho fue bueno que no vinieras. Todo aquí esta hecho un desastre y no logro saber la razón.

—¿Desastre? ¿De qué hablas? July dijo que tenías muchos clientes cuando fue a la pastelería.

—Espera, ¿ella compró galletas? —pregunta, y de nuevo su voz adquiere un tono de preocupación. Ahora mismo parece que su estado de ánimo es un como una montaña rusa, bajando y subiendo de una emoción a otra.

—Si, y me trajo algunas —digo, terminando de comer tan delicioso postre, y de inmediato deseo probar más.

—Por favor dime que no las comiste.

—¡Claro que lo hice! —exclamo con voz alegre—. Y de verdad están increíblemente deliciosas. Tienes que pasarme esa receta, y decirme que clase de azúcar tienen esos frascos secretos.

—Cierto, la receta. Tengo revisarla —dice seriamente—. Rachel escúchame, necesito que vengas a la pastelería y trae a July contigo.

—¿Por qué...?

Mi pregunta se ve interrumpida por unos fuertes sollozos provenientes de la cocina. La incertidumbre me comienza a invadir cuando pienso en todas las razones por las que una persona tan fuerte como July estaría haciendo eso, así que rápidamente me dirijo hacia ella.

—¿Qué es lo pasa? —pregunto.

Mi amiga esta sentada frente a la mesa, escondiendo su rostro entre sus manos. Pero no necesito verle toda la cara para saber que está llorando y mucho.

—Cometí un error —dice, dándose pequeños golpes contra la mesa.

—¿De qué estás hablando?

—Ese no fue el inicio de una historia de amor —dice entre sollozos, levantando de nuevo el rostro para echarse a llorar—. Debe pensar que soy una loca.

—¿Rachel? —pregunta Cupido al otro lado de la línea.

—Espera —le contesto y me apresuro a pasarle unos pañuelos a July.

Nunca la había visto tan mal, ni siquiera ayer que tomamos hasta que no pudimos más, y mucho menos cuando tuvo una ruptura con su anterior novio o cuando la cita con un chico nuevo salió mal. Ella siempre ha sido fuerte y se ha mantenido tan firme ante las adversidades que llegue a pensar que no tenía sentimientos.

—Tu vecino guapo debe pensar que soy una loca —repite, sonando su nariz fuertemente—. ¿Quién en su sano juicio se quedaría dormida en unas escaleras?

—Te estabas riendo de eso hace un momento —comento, y no me molesto en ocultar mi confusión.

—Ese sin duda sería el inicio de una película de terror —se queja, y son tantas sus lagrimas que todo su rimel se corre alrededor de sus ojos.

—¿Acaso tomaste algo que no deberías? —pregunto, porque en este momento es la única explicación lógica que encuentro.

—¡Son las galletas! —exclama Cupido, haciendo que vuelva mi atención al teléfono—. Ya revisé la receta que siguieron los reposteros. Todo está mal.

—Solo son galletas.

—Galletas de desamor —aclara—. ¿Quién habrá cambiado la receta?

—¿Hablas de la receta que me enseñaste ayer?

—Rachel, ¿qué fue lo que hiciste? —pregunta, y la dureza de sus palabras y los sollozos de July me hacen sentir una punzada en el pecho.

De pronto y sin entender la razón, yo también comienzo a llorar. Los recuerdos tristes de mi reciente ruptura hacen que mi corazón duela y todo el tiempo perdido en una relación fallida cae sobre mí como un peso que no soy capaz de soportar. El arrepentimiento y la culpa se apoderan de mi mente cuando pienso que pude haber hecho más para nuestro amor funcionara. Sin embargo dejé y a Zack y posiblemente perdí toda oportunidad para recuperarlo de nuevo.

—Zack termino conmigo —digo entre sollozos, mientras siento que paso otra vez por la negación y la ira, aún cuando creí que ya había pasado por esas etapas del duelo amoroso—. Me cambió por otra y la receta yo...

—Ay no —dice Cupido, suavizando su voz—. Rachel necesito que te calmes. Todo estará bien, solo necesito que me digas que fue lo que pasó.

Me siento frente a la mesa junto a July y me uno a ella en un concierto de sollozos. Me sorprende como es que aún soy capaz de sostener el teléfono.

—Esa receta me representa —digo, antes de mi nariz se congestione por completo—, la del desamor.

—Rachel, necesito que July y tú vengan a la pastelería, por favor —insiste—. Iría a buscarlas, pero en este momento no puedo controlar la situación aquí.

—¡Las galletas son las culpables! —grita July, hundiendo en su asiento.

—Si, lo son. Por eso necesito que vengan.

No sé que esta pasando, pero mi corazón duele mucho más que cuando Zack me dejó en esa cafetería, o cuando mi primer novio me rompió el corazón porque según él no estaba listo para formalizar lo nuestro, o justo como aquella vez que fui rechazada en la universidad por el chico que me gustaba. Es como si el dolor de todas esas decepciones amorosas se hubiera unido para hacer un ataque directo a mi estabilidad emocional, y siento que lo mismo pasa con July. A este paso, realmente terminaremos con el corazón roto, y esta vez no será un simple metáfora.

Cuelgo el teléfono porque en este momento la voz de Cupido junto con el dolor en mi pecho y los rastros de resaca están a punto de acabar conmigo.

No entiendo el porque continúo llorando como una bebé, pero sé que esto no puede continuar así.

—Vamos —le digo a July, levantándome del asiento—. Hay que irnos.

Ella no responde, ni siquiera se mueve. Solo sigue quejándose mientras abraza sus piernas y esconde su rostro en ellas. La tomo del brazo y hago que se apoye en mí para poder salir de la cocina.

Ambas caminamos hasta llegar a la puerta del departamento, y una vez que salimos me percato que llevo la misma ropa de ayer: una blusa de manga larga morada y una falda negra hasta las rodillas. Estoy segura de que sigue apestando a alcohol y el hecho de no llevar zapatos solo lo hace peor. Pero por alguna razón suelto una risa ahogada en sollozos cuando hago una relación entre mi vestimenta y mi estado de ánimo, y de alguna manera me parece graciosamente triste lo mucho que se parecen.

—Esto no puede estar pasando —dice July, tratando de controlar su respiración sin éxito.

No entiendo a lo que se refiere hasta que veo que nos encontramos a mi vecino mientras bajamos las escaleras.

—¿Están bien? —pregunta, con un rostro severamente preocupado—. ¿Qué es lo que pasó?

July tiene razón, es un chico guapo. Tiene un lindo cabello castaño claro que hace sincronía perfecta con sus ojos marrones y su piel morena. No dudo que sea todo un galán, pero a su vez me parece un rompecorazones.

—Son las galletas —responde mi amiga antes pasar al chico guapo y salir corriendo por las escaleras. Me sorprende su velocidad y aún más el hecho de que no se haya caído en ese estado.

El chico me devuelve la mirada con confusión e incluso podría jurar que está más pálido.

—Si me preguntas a mí —digo, sintiéndome mucho más borracha que con alcohol recorriendo mis venas —, creo que es la muerte del amor.

—¿Lloran por la muerte del amor? —pregunta, y su rostro muestra una incredulidad confusa.

—Así es —asiento, pasando a su lado—. Es el funeral del amor —digo, y mi voz se quiebra más con cada palabra que sale de mi boca.

Termino siendo un mar de lágrimas nuevamente, pero me las arreglo para mover la mano desenfrenadamente a modo de despedida mientras bajo las escaleras.

—Adiós chico guapo —me despido llamándolo por el apodo por el que suele llamarlo July a escondidas, porque ahora que lo pienso ni siquiera sé su nombre y tampoco es que me interese saberlo ahora.

Aunque no puedo verlo, me imagino lo confundido que debe estar su rostro ahora. Pasó de encontrarse a mi amiga durmiendo cómodamente en las escaleras a verla llorando desconsoladamente antes de salir huyendo.

Pero si es un día raro para él, le puedo asegurar que el nuestro esta siendo mucho peor.

Alcanzo a July antes de que salga del edificio, y una vez que estamos juntas de nuevo, avanzamos por las calles de la ciudad.

Seguimos llorando, pero extrañamente no somos las únicas que lo hacen. Al contrario de ayer, que parecía estar repleto de personas tontamente enamoradas, ahora todos se encuentran sumergidos en un intenso llanto. Hay parejas pelando y gritándose cosas que no me esfuerzo por entender. Otros lloran mientras comen galletas de forma casi desenfrenada, y puedo notar cajas de la pastelería de Cupido destrozadas por los demás en un intento de sacar su ira. Incluso el clima, que hasta hace unos momentos estaba soleado, fue opacado por unas grandes nubes grises. Ni siquiera me sorprende cuando empieza a llover. De alguna manera el ambiente empieza a adecuarse al estado de ánimo de todos y una gran parte de mi se siente culpable, como si el hecho de cambiar una receta falsa realmente fuera la fuente de todos estos problemas.

Nos acercamos cada vez más a la pastelería justo cuando un cabello rubio aparece frente a nosotras, acercándose rápidamente. Debió de haberse preocupado cuando colgué el teléfono sin avisar, y me siento aún más triste cuando me doy cuenta que el vino a buscarnos enseguida.

—¡Chicas! ¿Están bien? —pregunta Cupido, examinando cada parte de nosotras en busca de heridas, pero lo que tal vez no pueda ver es que la herida más grande que tenemos esta dentro de nuestros corazones—. No puede ser —exclama en cuánto se da cuenta que voy descalza.

Ni siquiera el dolor físico de mis pies llenos de rasguños por la dureza del asfalto es un poco comparable con el dolor emocional que se está arremolinando dentro de mi ser.

Cupido se quita rápidamente los zapatos y se agacha para colocarlos en mis pies. Su tacto es muy cuidadoso, como si fuera a romperme si no tiene cuidado. Y aunque me quedan grandes, ese simple acto es capaz de conmover a mis angustiados sentimientos.

—¿Por qué harías algo como eso? —pregunto, con mis ojos ardiendo de tantas lagrimas—. Yo ni siquiera merezco algo así.

—Claro que sí —confirma, tomando mi rostro entre sus manos—. Tu mereces todas las cosas buenas del mundo —dice, fijando su vista en la mía, y por un momento me siento cautivada por sus dulces ojos canela—. Ahora vamos.

Él toma mi mano y a su vez yo tomo la de July, dejándonos llevar hacia la pastelería.

La culpa al ver que va descalzo debido a un descuido mio crece y eso solo hace que mis lágrimas aumenten tanto como mi dolor.

Cuando entramos al establecimiento lo primero que noto es a más personas sumidas en la tristeza y la desesperación dispersas por todas las mesas del lugar. Y por un momento podría jurar que incluso los adornos han perdido todo su color.

Cupido coloca con cuidado a July en una de las sillas y le dice a uno de sus empleados que cuide de ella. El chico aunque parece joven es rápido y no tarda en acercarle unos pañuelos para que pueda limpiar su rostro.

Sigo confundida e increíblemente triste, pero aún así me dejo llevar por el toque de mi amigo. Pasamos juntos el mostrador y la cocina, en donde veo a la pareja que hasta ayer se mostraba exageradamente acaramelada, peleando y llorando por quien va a comerse la última galleta de la caja. Seguimos caminando hasta llegar a un despacho al final del pasillo. Este cuarto es el más serio que he visto en toda la pastelería. Aquí no hay adornos ni colores alegres, solo un escritorio de madera oscura frente a la ventana y varios estantes del mismo color repletos de libros. Y de alguna forma me parece el mejor lugar para continuar llorando.

—Está bien, no te preocupes —dice Cupido, tomando mis hombros en un intento por tranquilizarme, sin éxito.

Sus manos vuelven a tomar mi rostro y usa sus pulgares para limpiar con ternura mis mejillas manchadas de lágrimas.

—Puedo arreglar esto —dice, volviendo a fijar su mirada en la mía. Veo la preocupación en sus ojos y una sonrisa llena de dolor se forma en sus labios. Por un momento siento que él también esta a punto de llorar—. Hay una manera más rápida de lograrlo pero solo lo haré si tu lo quieres —dice, en un tono completamente comprensivo que me llena de calidez.

—Ya no quiero sufrir así —digo, y su rostro se ve invadido por la tristeza, como si él también pudiera sentir mi dolor.

Cupido se acerca a mí, acortando la distancia entre nosotros al punto de que puedo sentir su respiración sobre la mía. Cierro los ojos por instinto y siento como sus labios se unen a los míos en un suave beso, y poco a poco noto como mi mente se va aclarando.

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