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2. La receta del desamor

Rachel

En cuánto llego a la pastelería de Cupido deseo no haberlo hecho. Una mueca se escapa de mis labios cuando me percato del tono rosado de las paredes y de las decoraciones de corazones e hilos rojos que se extienden por todo el lugar. Parece que alguien compró todos los artículos de San Valentín de un supermercado y los arrojó aquí. El sitio irradia tanto amor y felicidad que me empalago de solo verlo, y eso que aún no he probado las dichosas galletas del amor.

Tengo un debate interno entre irme a casa a acabar con todo el helado del refrigerador o entrar y ponerme a hornear galletas. Aún tengo tiempo de huir, de salir corriendo e inventarme una excusa para no estar en un lugar que me recuerda todo lo que acabo de perder: amor. Estoy a punto de dar un paso en dirección contraria cuando Cupido aparece en el mostrador y me saluda desde el ventanal, mostrándome una suave sonrisa.

Supongo que no fui lo suficientemente rápida. A regañadientes abro la puerta y me adentro a la pastelería, con el aroma de la mantequilla y el chocolate dándome la bienvenida. La inauguración es mañana, por lo que hay un gran número de personas moviéndose de un lado a otro, limpiando mesas, poniendo más adornos, y llevando los ingredientes hasta la cocina.

—La verdad no sé que estoy haciendo aquí —digo con sinceridad cuando me acerco al mostrador—. Parece que no necesitas mi ayuda, ya tienes a mucho personal aquí.

—Es cierto —dice Cupido. Lleva puesto un delantal rojo con franjas blancas, y de cierta forma se asemeja a un caramelo, lo que lo hace ver tanto tierno como apetecible—, pero ninguno de ellos es tú —dice, esbozando una sonrisa que muestra claramente sus hoyuelos.

Él siempre ha sido así, dando mensajes de amor a cualquiera que se le ponga enfrente, incluso parece que solo es capaz de ver lo bueno en las personas. Lo conozco bien y por lo mismo sus comentarios ya no son capaces de causar nerviosismo en mí.

—Créeme, no quieres tenerme cerca ahora. En este momento soy parte del equipo antiamor.

—Pues eso cambiará pronto —dice, mostrándome una hoja de papel de color rosa pastel—. No es muy factible ir por los cielos lanzando flechas a los demás. Si fallo podría ocasionar problemas muy serios —explica, y una parte de él parece creer que realmente es Cupido, el ángel del amor—, o peor aún, podría dispararme a mi mismo, y eso no terminó muy bien la última vez.

A mí eso me parece de lo más irreal, y aunque sé que es una metáfora o una forma ingeniosa de decir las cosas, le sigo el juego, simplemente porque es divertido, y ahora mismo necesito aferrarme a lo que sea que represente una curita para mi corazón roto.

—¿La última vez? —pregunto con curiosidad—. ¿Estás tratando de decirme que el ángel del amor ya se ha enamorado antes? ¿Qué tan malo podría ser eso?

—Fue muy malo en realidad —dice, y una parte de él parece decaer con esas palabras.

—Todos hemos tenido malas rupturas. Solo tienes que mirarme ahora —digo, haciendo una señal dramática hacia mi corazón.

Él muestra una sonrisa forzada, pero se que no se siente cómodo hablando de este tema. Ya no quiero abrumarlo más, así que no insistiré a menos que sea él mismo el que me lo quiera contar. Si esa ruptura fue capaz de borrar la sonrisa en el rostro de un chico que siempre está feliz, entonces debió ser mucho más dolorosa de lo que puedo imaginar.

—Así que las cambiaste por galletas —deduzco, cambiando de tema mientras tomo la hoja.

—Exacto, así son más fáciles de producir y distribuir sin ningún inconveniente —dice, y una parte de él parece regresar de nuevo a la normalidad.

Empiezo a leer la receta, y al principio se ve como cualquier instructivo de repostería, con ingredientes básicos que podrías conseguir en cualquier tienda, pero conforme voy avanzando, los ingredientes se vuelven cada vez más fantasiosos.

Galletas de amor romántico

Para 40 porciones

270 g de mantequilla
2 latas de leche condensada
2 cucharaditas de esencia de vainilla
2 huevos
5 tazas de harina de trigo
2 cucharaditas de polvo para hornear
2 tazas de chocolate en chispas
2 tazas de cariño
3 tazas de sonrisas
1 taza de buenos recuerdos
1 pizca de locura
1 ½ taza de pasión

Detengo mi lectura y volteo a ver a Cupido, quien me mira expectante mientras espera que termine.

—¿Qué es todo esto?

—La receta secreta de las galletas del amor.

—¿Y de donde vas a sacar exactamente los ingredientes? —pregunto, recalcando el hecho de que para empezar, no existen—. Aunque como estrategia de marketing es muy buena, queda con la esencia del lugar y no revelas a tus clientes más información de la que deberías.

—No es por el marketing —dice, y sus ojos se enfocan en los míos—. Esa es la receta secreta, tal cual.

—No, no lo es. Y aún si lo fuera, ¿por qué me la darías?

—Porque confío en ti.

—Hablo enserio.

Cupido suelta un leve suspiro mientras medita sus propias palabras.

—Tienes razón, tal vez no confíe mucho en ti, pero eso es solo porque eres muy despistada a veces —admite—. Simplemente creo que debo confiar en ti.

—Te creería si lo que me dijeras fueran los números ganadores de la lotería y no una receta con ingredientes inventados. Dime, ¿de dónde se supone que saques el cariño y la pasión?

Una sonrisa traviesa se muestra en sus labios, y me hace una señal para que lo acompañe del otro lado del mostrador. Nos adentramos a la cocina y el olor a pan recién horneado abruma mi nariz. En este momento lo que quedaría mejor con mi estado de ánimo sería el olor a pan quemado, pero en su lugar, solo hay una calidez que ahora me parece nauseabunda. Nos acercamos a un estante que Cupido abre con alegría. Hay muchos frascos colocados en cada una de las repisas, unos con liquido dentro, otros en polvo, y de todos los colores: rojo —por supuesto—, rosa, blanco, amarillo, azul, y hay unos cuantos más de tonos oscuros como el negro, el gris, y el azul marino. Todos tienen una etiqueta blanca con márgenes rojos en donde se indica el nombre del ingrediente.

De inmediato identifico el que dice Cariño. Lo tomo y me encuentro con un polvo muy similar a la azúcar glas, pero de un tono rosa palo. Lo dejo en su lugar y mi vista recorre el resto de los frascos para después tomar el que dice Tristeza, y que parece contener la misma azúcar glas, solo que de un colo azul marino.

—¿Y bien? ¿Qué opinas? —pregunta Cupido, expectante de mi respuesta.

—Que todos tus ingredientes secretos son azúcar pintada con diferentes colorantes —digo, y mi comentario parece hacerle gracia.

—No subestimes el poder de estas emociones —dice, cerrando el estante. De pronto su expresión se vuelve más decaída, y duda varias veces antes de encontrar las palabras para hablar conmigo—. ¿Tú estas bien? —pregunta, y el cambio de tema no me sorprende, porque de hecho esa es la principal razón por la que estoy aquí.

—No puedo creer que me haya dejado —admito, y siento como un nudo empieza a formarse en mi garganta—. Yo hice todo por él, ¿y así es como me paga? No es que pueda obligarlo a amarme, pero yo enserio merezco algo más que una patética ruptura de ese estilo.

—Negación —dice, encogiéndose de hombros—. La primera fase de una ruptura amorosa.

—¿Fases? ¿Ahora eres psicólogo?

—No, soy Cupido —dice, llevando su mano a su pecho para fingir una expresión ofendida—. Pero eso ya te lo he dicho varias veces.

—Si como no.

El suelta una risilla justo cuando su teléfono empieza a sonar. Al ver el identificador de llamadas su rostro se ensombrece, llevándose toda su alegría consigo.

—¿Puedo saber quién es? —pregunto, llamando su atención—. ¿Quizá una ex novia que te rompió el corazón justo como me lo acaban de romper a mí?

Él niega con la cabeza.

—Solo es mi madre.

—No me digas —comento, siguiéndole el juego nuevamente—. ¿Afrodita? La diosa del amor y la belleza.

—La misma —responde, completamente decaído—. Nuestra relación se volvió complicada desde hace un tiempo. Incluso ahora esta en contra de la apertura de esta pastelería.

El tono de llamada termina, pero eso no basta para que él vuelva a la normalidad.

—Bueno, ¿debería hablar con ella? —pregunto, y aunque sé que sería bastante raro conocer a la mamá de mi amigo, solo lo digo para tratar de animarlo un poco—. Aunque sea tu madre no tiene derecho a interponerse en tus sueños.

—No, jamás volvería a cometer el mismo error de hacer que te conozca.

—¿A qué te refieres con volver? ¿Acaso ya nos conocemos? —pregunto, y él parece notar la confusión en mi rostro, porque se retracta enseguida.

—¿Acaso dije volver? —pregunta, restándole importancia—. Solo es una expresión.

Su teléfono vuelve a sonar, y a pesar de que el cuelga la llamada, su madre vuelve a llamar de nuevo, una y otra vez.

—Parece que no esta dispuesta a aceptar un no por respuesta.

—Eso parece, pero tampoco creo que de lo quiera hablar pueda arreglarse con una simple llamada.

—¿Entonces?

—Iré a verla —dice, quitándose el delantal—. Lamento no estar aquí contigo, pero puedes quedarte todo el tiempo que quieras.

—Espera, ¿iras ahora? —pregunto—. Creí que habías mencionado que vivía muy lejos.

—Por supuesto, vive en el Olimpo. ¿En dónde más viviría una diosa como ella? —dice, recuperando poco a poco si vitalidad—. Pero no te preocupes, iré volando —dice, señalando su espalda, como si de ella fueran a salir un par de alas—, llegaré rápido.

—Claro, que gracioso.

—¿Exactamente que tengo que hacer para que creas que soy el único e inigualable Cupido? —pregunta, acortando la distancia entre nosotros.

—Sacar tus alas aquí y ahora —bromeo, fingiendo una expresión pensativa—. O al menos probar que tus galletas realmente funcionan.

—Entonces no tendrás que esperar mucho tiempo —dice, mostrando su habitual sonrisa coqueta. Me alegra que empiece a ser el mismo de nuevo.

Se despide para después salir de la pastelería, no sin antes darme completo permiso para quedarme a curiosear por el establecimiento y comer algo si es que estoy aburrida, que es lo que no tarda en suceder en cuanto se va.

Por un momento veo como todos trabajan arduamente, dando su mejor esfuerzo. Algunos empiezan a lavar los moldes, mientras que otros proceden a tomarse un descanso. Entre ellos veo a una linda pareja que de inmediato hace que me sienta mal. El chico juguetea con ella, mientras le da a probar uno de los brownies que prepararon de prueba. La chica lo acepta felizmente, y después besa tiernamente a su pareja, como si con eso pudiera pasarle el sabor del bocadillo. Cuando nos enamoramos hacemos cosas realmente ridículas, y no puedo creer que no noten lo empalagosos que se ven a los ojos de otros.

Retiro mi vista de ellos y concentro de nuevo mi atención en la receta. El simple hecho de ver todos esos ingredientes del amor solo hacen que me deprima más. No puedo evitar recordar la vez que me enamoré de Zack. Era un chico tan tímido que la más mínima muestra de afecto era capaz de mover mi corazón, aún si solo estaba haciendo lo básico como pareja. Recuerdo todas las citas que tuvimos y el enojo llega a mí en cuanto me doy cuenta de que yo era la única que se esforzaba por mantener esa relación a flote. Yo era la de la iniciativa, la de los planes e ideas que él solo se dedicaba a seguir cuando tenía ganas de hacerlo.

Estoy enojada. Con él, conmigo misma, con todos. Debí de haberme dado cuenta de que él no sentía amor por mí. Debí haber escuchado los consejos de Cupido y de July diciéndome que Zack no era el indicado. Aunque tal vez pudieron haber sido más insistentes y tratar de abrirme los ojos a una relación ante la que me mantenía ciega. Me duele pensar que me hubiera ahorrado tanto dolor si mi ex novio hubiera cortado nuestra relación desde el inicio. O si simplemente que el ángel del amor realmente existiera y me lanzara una flecha que evite que me enamore de un sinvergüenza como él otra vez.

Esa idea llega a mi mente y se instala posiblemente más de lo que debería. Si hubiera una flecha, o incluso una galleta que mostrara la verdadera cara de las personas sin la fase tan embarazosa del enamoramiento, definitivamente sería la primera en probarlo.

En lugar de una galleta del amor, sería una de desamor.

Tomo una pluma del estante y rayo en la receta aquellos irreales ingredientes como el cariño, las sonrisas y todo lo que tenga que ver en lo más mínimo con el amor, y en su lugar, coloco a un lado nuevos ingredientes que recuerdo haber visto en la estantería secreta. Si después de todo es azúcar con colorante, no creo que afecte el sabor de las galletas.

Galletas de (des)amor romántico

Para 40 porciones

270 g de mantequilla
2 latas de leche condensada
2 cucharaditas de esencia de vainilla
2 huevos
5 tazas de harina de trigo
2 cucharaditas de polvo para hornear
2 tazas de chocolate en chispas
2 tazas de ~cariño~ tristeza
3 tazas de ~sonrisas~ dolor
1 taza de ~buenos recuerdos~ malos recuerdos
1 pizca de ~locura~ arrepentimiento
1 ½ taza de ~pasión~ desinterés

Cuando termino me siento realmente satisfecha, pero ese sentimiento rápidamente desaparece cuando escucho a lo lejos las sonrisas de la feliz pareja que aún no ha regresado al trabajo.

Suelto un pesado suspiro y dejo la receta en el mostrador. Después de echarle un último vistazo al lugar, salgo por la puerta mientras llamo a July.

—¿Qué te parece la idea de salir a pasear? —pregunto en cuánto contesta la llamada—. Incluso podríamos deprimirnos en helado y aprovechar el tiempo para, no sé... —digo mientras finjo pensar—, tirar un anillo de compromiso a los caudales del río.

Lo único que puedo escuchar es una risa al otro lado de la linea.

—Lamento decirte esto, pero tengo que hacerlo —dice entre risas—. Te lo dije.

—Si que hiciste —respondo con pesar, mientras me dirijo a la estética de mi amiga mucho antes de que me haya dado una respuesta, porque de hecho, sé muy bien lo que me va a responder—. ¿Entonces aceptas?

—No me lo perdería —responde.

Colgamos la llamada y mientras avanzo por la calle parece que más parejas se pusieron de acuerdo para fastidiarme el día, aunque quizá siempre han estado ahí y yo no lo había notado, y si lo habían hecho me daba igual, porque en ese momento yo estaba igual de enamorada que ellos.

Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos mucho antes de que pueda hacer algo para controlarlas. Las personas a mi alrededor se me quedan viendo, pero no podría importarme en lo más mínimo. Una mezcla de enojo se junta con mi tristeza y las palabras de Cupido llegan a mi mente otra vez.

La ira es la segunda fase de una ruptura amorosa.

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