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1. Ruptura

Rachel

—Lo siento, Rachel —dice Zack, tratando de darle un tono lastimero a su voz—. No eres tu, soy yo.

No puedo evitar soltar un carcajada ante su comentario, llamando la atención del resto de personas que intentan desayunar en la cafetería de poca monta en la que nos encontramos. Pero las miradas llenas de extrañeza de los desconocidos a mi alrededor no podrían importarme menos, no cuando el tipo frente a mí acaba de terminar conmigo con la frase más cliché de la historia.

—Creo que después de dos largos años de relación, merezco una mejor excusa —replico, y no me molesto en ocultar mi frustración.

Todo este tiempo no he hecho otra cosa más que ayudarlo. Gracias a mí, pasó de ser el chico de baja autoestima, con lentes de marco grueso, imperfecciones y corte de cabello maltrecho, al joven de pronunciada musculatura, con lentes de contacto que resaltan aún más sus ojos azules, y un cabello teñido de un fino rubio platino.

Yo fui la que lo convenció de inscribirnos al gimnasio la primavera después de que empezamos a salir. Yo lo lleve a la estética de July cuando no se sentía agusto consigo mismo, y pagué por completo su cambio de look, lo cual no salió nada barato, incluso considerando que recibí un descuento especial por ser la mejor amiga de la estilista. Lo animé a que saliera de su zona de confort, que intentara cosas nuevas. Lo llevé a terapia para que aumentara su confianza en sí mismo. Preparé escapadas románticas en cada oportunidad y me aseguré de darle todo el amor que yo creía que merecía. Incluso quise librarme de los estigmas impuestos por la sociedad de que el hombre debe ser quien de el primer paso, y compré un anillo de compromiso para proponerle matrimonio; mismo que ahora siento que se está haciendo añicos dentro de mi bolso, solo por escuchar la ridícula excusa que acaba de salir de los labios de la persona con la que creí que pasaría el resto de mi vida.

—¿Preferirías que te dijera que hay alguien más? —pregunta, esta vez, con tanto descaro que siento como mi corazón se hunde en mi pecho.

—¿Lo dices porque la hay? —cuestiono, aunque en el fondo, ya conozco la respuesta—. ¿Es esa chica pelirroja con la que tanto hablas después del entrenamiento? ¿Cómo se llamaba? ¿Ruby? ¿Rina?

—Rebeca.

—Ah si, Rebeca —digo, exagerando mis expresiones—. Como olvidarla. La chica con la que llevas coqueteando una semana, como si siete días fueran suficientes para enamorarte de alguien.

—Siento más amor por ella en siete días de conocerla, que lo que he llegado a sentir por ti en dos años.

Tengo que admitir dos cosas: primero, ese fue un golpe realmente bajo, un comentario que solo podría dirigirse hacia la persona por la que te sientes prisionero, como si el amor que yo le doy fueran cadenas que lo retienen; y segundo, lo que dice me duele tanto que siento como mi alma se pierde un poco más con cada palabra que sale de su boca.

—Yo te lo di todo —reclamo—. Estuve contigo cuando nadie más quiso estarlo. Te apoyé en tus locuras y en tus ideas bastante tontas de negocios que terminaron fracasando, justo como todos me advirtieron que lo harían. Y aún así, yo me quedé a tu lado.

—Nunca te pedí que lo hicieras —dice con total indiferencia.

—Se supone que de eso se trata el amor —recalco, obligando a mis lágrimas a permanecer dentro de mí, porque lo último que le quiero demostrar a este tipo, es que logró quebrarme—. Pero al final de cuentas solo fui la mujer del proceso. Y ahora vas a disfrutar de las recompensas con alguien que solo te vio cuando dejaste de ser un fracasado.

—No exageres —dice, y eso es suficientes para que la tristeza que siento pase a furia en tan solo unos segundos.

¿Por qué tengo que sentirme tan mal por ser rechazada por alguien tan egoísta como él? ¿Será por qué me cambió por una flacucha de cabello y labios carmesí tan rojos como el fuego? ¿No son lo suficientemente atractivos para él mi cabello oscuro y mis ojos en tonos ámbar? ¿O es por qué no tengo la piel de porcelana o la voz suave que ella tiene?

No, en primer lugar no tengo porque estarme comparando con nadie y tratando de entender las razones por las que él me esta dejando. Y aunque me cueste admitirlo, la respuesta es sencilla: Zack, el hombre que yo alguna vez tuve en un pedestal, nunca me amó, y podrían pasar otros dos o tres, incluso diez años más, y el jamás me amaría, simple y sencillamente, porque él no es capaz de amar a alguien que no sea el mismo.

Quizá sea instinto, o puede que sea un reflejo, pero mi mano se mueve rápidamente para tomar el vaso de agua que hay sobre la mesa y lanzar el líquido transparente sobre su rostro. Su expresión indiferente cambia en cuestión de segundos y ahora expresa más emociones que las que mostró al terminar conmigo.

—¡¿Qué es lo que te pasa?! —grita, sacudiéndose las gotas de agua que se escurren por su piel, y ahora que lo veo bien, no es tan guapo como alguna vez creí que era.

Zack continúa quejándose, diciendo que siempre supo que estaba loca y que solo estaba esperando el momento perfecto para alejarse de mí. Y por un momento, me consuela la idea de que ahora es a él a quien los demás comensales miran con extrañeza.

Mi teléfono suena y me sorprende poder escucharlo a pesar de los gritos que salen de mi ahora ex novio. Abro mi bolso, ignorando todos los insultos y reproches de la persona por la que estaba dispuesta a todo hace apenas unas horas, antes de que él decidiera tirar nuestra relación por la borda. Hago a un lado la caja de terciopelo negro en el que se encuentra la esperanza rota de un futuro juntos, y finalmente, saco mi teléfono y el nombre en el identificador de llamada me provoca una sensación agridulce.

Cupido.

Cuando conocí a mi mejor amigo hace algunos años me pareció extraño que se presentara con un nombre tan extravagante, y no es que no creyera que sus padres fueran capaces de ponerle semejante nombre a su único hijo, después de todo, las personas pueden ser autores de las más alocadas ideas. Lo que realmente me sigue sorprendiendo hasta ahora es que el porte ese nombre con tanto orgullo. Aunque debo admitir que le queda. Si tuviera que imaginar a alguien que se llame cupido, sería alguien de rizos rubios, piel clara, mejillas sonrojadas y ojos color canela, justo como luce él.

Zack vuelve a gritarme, haciéndose la víctima con una mesera amable que le ofrece servilletas para que pueda limpiarse. Pero lo que ella no sabe, es que necesitará todo el rollo de papel si quiere intentar secar todo el ego que emana de él.

—Adiós, ten una buena vida —digo, sin nada de sinceridad, y pidiendo para mis adentros que la vida le depare un sin fin de tragedias amorosas dolorosas, justo como la que me esta haciendo pasar ahora mismo.

Me apresuro a salir de la cafetería antes de que él pueda seguirme para volver aún más dramática nuestra ruptura. Si Zack ya me rompió el corazón, lo único que puedo reclamar a cambio es quedarme con la última palabra. Es nada en comparación con todo lo que me ha robado a lo largo de este tiempo, pero algo es algo.

Camino por las calles ajetreadas de la ciudad, mientras mi teléfono sigue sonando una y otra vez. Miro el identificador de nuevo, esperando que aparezca el nombre de Zack, listo para disculparse, aceptar que cometió un error y pedirme que le de otra oportunidad. Y aunque es más que obvio que eso no pasaría ni en mis sueños, la esperanza dentro de mí no muere. O al menos no lo hace hasta que veo que solo es Cupido marcando otra vez.

Haciendo honor a su nombre, resulta ser muy bueno dando consejos románticos, e incluso más de una vez me dijo que me alejara de Zack antes de que terminara herida, insistió en que él no era mi media naranja ni mi pareja predestinada y que esta relación solo podría terminar conmigo con el corazón roto. Y ahora me doy cuenta de cuanta razón tenía. Debí de hacerle caso antes. Lastimar antes de ser lastimada suena mejor que terminar con un hueco vacío en donde debería estar el corazón. Y sé que suena egoísta, pero prefiero enojarme y culpar que llorar desconsoladamente por una herida que va a tardar una eternidad en sanar.

No tengo ánimos de hablar con nadie, y menos con alguien que se considera a si mismo un experto en esa falsedad llamada amor. Pero sé que él no dejara de insistir, así que a regañadientes, termino contestando el teléfono.

—¿Qué tal ese corazón roto? —pregunta una voz familiar al otro lado de la línea.

—¿Y tu cómo sabes eso?

—Soy cupido —responde con total seguridad—. Puedo sentir una decepción amorosa a kilómetros.

—Solo es un nombre —recalco—. Eso no va a hacer que te salgan alas y que obtengas un arco mágico capaz de juntar almas gemelas.

—Bueno, nunca se sabe.

Suelto un fuerte suspiro, no solo por las palabras acarameladas de mi amigo, sino también por el gran número de parejas que me voy encontrando a mi paso. Algunas comparten un helado juntos, otras pasean tranquilamente de la mano y unas más se ríen como adolescentes enamorados. Por un momento me gustaría que cayera una gran lluvia torrencial sobre ellos.

—¿Para que llamaste?

—No me digas que lo olvidaste —dice Cupido, fingiendo dolor—. Prometiste que me ayudarías con la apertura de mi pastelería. La inauguración es mañana.

—¿Acaso vas a preparar flechas de amor para dar de cortesía a tus clientes?

—Flechas no —aclara, y casi puedo sentir la sonrisa formándose en sus labios—. Galletas. Serán galletas de amor.

—¿No pueden ser de desamor? Honestamente, me gustaría que las personas sufrieran tanto como yo.

Cupido suelta una leve risa, cargada de nada más que una divertida inocencia.

—Todo mal amor pasa, Rachel. Y como muchas veces te he dicho, el amor de tu vida llegará algún día.

—No me va a servir para nada si llega cuando mi piel se arrugue y me cabello se llene de canas —comento, y cada vez más, la posibilidad de morir sola con diez gatos a mi alrededor se vuelve más fuerte—. ¿Acaso no te importa el corazón roto de tu amiga?

—Es por eso que intentaré solucionarlo con unas deliciosas galletas que harán que recuperes tu esperanza en el amor.

No me convence su idea, principalmente porque sé que algo así sería imposible. Pero mis dos únicas opciones ahora son volver a casa y llorar a mares viendo películas románticas que jamás viviré en la vida real, con la pijama puesta, una caja de pañuelos frente al televisor y un gran tazón de palomitas con extra mantequilla, que comeré mientras se me corre el rimel al ver como los protagonistas se declaran su amor; o bien, despejar mi mente ayudando a mi romántico y optimista amigo a preparar galletas supuestamente mágicas, con el aroma del horneado, la mantequilla y el azúcar rodeando el ambiente.

Y haciendo un balance de beneficios y pérdidas, al menos con la segunda opción tendré compañía y comida gratis, que es más de lo que puedo pedir ahora.

—Dame la dirección —digo con resignación—. Y no me hago responsable si te faltan muchas galletas al final del día.

—Entonces que bueno que contraté personal extra —dice con un ligero toque de atrevimiento.

Cuando colgamos, un mensaje con su dirección llega inmediatamente a mi teléfono. Me planteo de nuevo la idea de regresar a casa y hundirme en mi propia miseria, pero yo no soy de las personas que abandonan a los que quieren. Así que, aunque no estoy muy convencida, me dirijo hacia la pastelería de cupido.

Historia escrita para los ONC 2024
Categoría: Romance
Disparador: 32

Portada hecha por str4wygr_ de la @EditorialHistorias

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