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8: Desacuerdos.

Cuando dijeron que Milena estaba en el recibidor esperando por mí no pude creerlo hasta verla con mis propios ojos. Me abrazó hasta levantarme del suelo y reír cual maniática, diciendo que me extrañaba y teniendo un poco de tiempo libre no vio porque no venir a visitarme y sacarme del encierro que sabe que me vuelve como su risa. Y claro, conocer a Eliot —lo dijo suspirando de un modo grave, que alarmaría a cualquier muchacha si no conociera de lo que Milena es capaz y que me quiere provocar—. No me inquieta que lo conozca, hasta tiene chiste que los presente.

—¿Se te hizo difícil llegar? —le pregunto viendo su pequeña maleta abrirse sobre la cama y lo primero que saca es un bikini.

—No, ¿para qué existen los gorros? —ríe y rueda sus ojos. Lanza el bikini a mi lado—. ¿Te gusta?

—Es verde. Te encanta el verde, ¿no?

—Te quedaría fabuloso, Dina —toma las puntas del mismo y las agita—. Fabuloso —repite siendo una fabulosa fastidiosa.

—Si vas a usar uno igual, lo usaré.

—¿Y puedes invitar a tu caramelo?

Apreté mis dientes y mis labios reteniendo la risa.

—¡Ya sabes! —objeta ante mí respuesta silenciosa—. Wallace hijo, tu caramelo, tu peor es nada, ¡como quieras decirle, guapa!

—Que falta me hacías —digo aventándole su bikini odioso y me hace ojitos—. El caso es que me diga que sí.

—Pero no es inmune a los bikinis... es probable que acepte.

Me aventuré a enviarle un texto diciendo ‹‹vamos a un desfile de bikinis››, estando al tanto de que Eliot no es tonto. Envió de vuelta si pensaba ir a la playa y le di la dirección del club al que iríamos Milena y yo.

A Milena le encanta la atención que recibe, los autógrafos que firma, las fotos en las que posa y las preguntas que responde a medias; como por ejemplo si salió con x o cual chico. O qué espera estar haciendo en algunos años, cuando las modelos más jóvenes sean la tendencia y ella no tanto. Para ella no cohabitan ambas palabras que conjuguen no existir.

—Uf —Milena se abanica el rostro y me quita mi té helado tomando unos hielos y pasándolos por sus brazos.

—¿Me devuelves mi té, por favor?

—Te lo devolveré si ves sobre la sombrilla fucsia —asiento estirando mi mano por mi bebida—, ¡disimuladamente! —dice de pronto y el té brinca en mi mano.

—Que sí —modulo viéndole la gracia.

Di un trago largo al té viendo donde me indicó. Pasó un chico con toallas en la mano. Una muchacha de vestido largo azul coral. Entrecerré los ojos buscando qué era eso que propició su vena detectivesca y vi más atrás, en la entrada de esta área, a una altitud buena para la barra de bebidas y los camareros que atendían al público en la piscina. Unos hombres vestidos con pantaloncitos caquis, negros y blancos y franelas sueltas de colores claros tapaban cualquier cosa.

—Dina, por Dios. ¡Son ellos!

Ya lo sabía pero es tan divertido verla sofocarse por mi fingida indiferencia.

Por supuesto que vi a todos esos hombres, más si entre ellos está Eliot, riendo y recibiendo risas. Él era el de los pantaloncitos caquis cayéndole en las caderas, unas sandalias cerradas y franela blanca cuello redondo. Unos lindos lentes de sol azules.

—No hagas nada estúpido —le pido apartando la vista y viendo mi piel broncearse.

Ella no contestó. Ya sabía que igual lo hará, es parte de su naturaleza.

Doy unos pasos hasta la orilla de la piscina y salto al agua, sumergiéndome donde pude sin llegar al fondo. Tomé aire al sentir que no podía aguantar y volví a entrar, disfrutando lo ligero que mi cuerpo se siente.

Nadé a una de las esquinas en que había una escalera y subí mientas deslizaba mi cabello atrás. Milena y mis cosas se encontraban del otro lado, así que empecé a caminar donde ella. Curiosa, paseé la vista donde vi a Eliot la última vez pero no estaba, ni los hombres que le acompañaban. Insulté a mi paranoia y fui con Milena para encontrar lo que en la entrada no hallé.

—¡Dina! —dice ella sonriente y trato de imitarla, pero no me es tan efectivo.

—Hola Dina. —Percibo el tono guasón camuflado en educado.

—Eliot —asiento a él y su compañía. Veo a Milena—. Me muero de hambre, ¿vamos a comer o voy sola?

—O vamos todos —interviene un hombre al que no le reconozco el rostro. Parece que ha llegado a sus cuarentas y que no deja de ver los pechos de mi compañera. No lo culpo del todo.

Dispuse tomar mi ropa de cambio e ir a los vestidores. Milena era perfectamente capaz de arreglárselas y con ventaja.

No me preocupé cuando en verdad tuve hambre al terminar de arreglarme. Aunque, si soy honesta, arreglar suena a que hubo una hora de esmero en que estoy oliendo a maravillas, mi cabello son rizos perfectos e ir derecha es un sueño. Huelo a jabón, muy rico en tacto e insípido en olor. Mi cabello es un moño mal hecho al que las puntas necesitan ser cortadas. E ir derecha es solo costumbre; la espalda me duele por el sol que la quemó.

Contesté las llamadas de Milena para no preocuparla y que calmara su alma chismosa; de ambas, ella tiende a abrirse más con desconocidos de lo que yo podré hacer jamás. Solo le pedí que si va a pasarlo bien, lo haga en grande.

—Disculpe —me habla un muchacho con la misma camisa que traía puesta el camarero. Deben trabajar los dos aquí—. El señor Wallace la espera en el comedor.

—¿Eliot Wallace? —pregunto por si acaso. Dice que es él así que le sonrío cortes—. Bien, gracias —me deja sola y camino acomodando mi cabello.

Me condujeron a una mesa para dos y colgué mi bolso en el espaldar de la silla, sin afincarme del todo en ella por el ardor. Eliot me mira con gesto pícaro.

—Te veías bien en...

—Disculpa —le digo al escuchar mi celular sonar y ver que es Esmirna—. Contesto y vuelvo —aviso descolgando la llamada y tomando distancia.

Suponía que esta plática se daría al tener varias anteriores coordinando mi próximo viaje. Me contenta saber que tendré un poco de rutina. No lo dije a viva voz pero me estaba convirtiendo en una amargada encerrada en ese hotel y no lo aguantaría por mucho tiempo. Si Esmie no me pide volver, yo seguro que salía gastando el suelo.

Nos despedimos con cariño y volví con una sonrisa que no podía ni quería borrar.

—¿Ya pediste?

—Esperaba por ti —contesta Eliot quedamente señalando la mesa vacía a excepción del agua.

—Entonces pidamos, me muero de hambre.

—No se nota —junta sus cejas—. Antes no parecías querer verme y ahora no dejas de sonreír. ¿Debo preocuparme?

—No creo que debas —refiero segura en absoluto—. Vas a alegrarte, como yo.

—Pasó algo bueno —deduce.

—Algo asombroso, Eliot —corroboro carraspeando seguidamente mi garganta para ser dramática—. Tengo una propuesta y si sale bien, como dice Esmie, apareceré en la imagen comercial de un perfume, y eso no es lo mejor.

—¿Puede mejorar?

—¡Sí! —me escucho chillar y trato de serenarme—. Me iré mañana, así que no me extrañes.

—Buenas tardes —se anuncia una mesera y le correspondo—. ¿Han decidido lo que quieren?

—El especial está bien por mí —digo y vemos a Eliot, pero este ve más allá de mí y la muchacha, por lo que le digo que nos traiga lo mismo.

No estoy en mi zona de confort. No sé qué hacer con un hombre frente a mí que no habla y está concentrado en ver un punto del que no soy parte. Doy golpecitos a la mesa con mis uñas, demandando su atención que niega darme. Por un segundo fue casi profético el que lo comparara con su inútil empeño en encerrarme. Porque por más que lo pinte de otras coloraciones estuve encerrada en un aborrecible hotel.

—Avísame si estarás así el resto de la comida, me ahorrará saliva.

Eliot arruga su frente de un modo muy extraño, no solo se arruga esa parte si no también me ve enojosamente. Por más que entre en su mente, si no abre la boca no sabré si está planeando o si está considerando. O considerando planear lo que va a decir.

—Por si lo dudabas —prosigo, sintiendo la incomodidad como el primer día—, en algún momento iba a cumplir con mi trabajo. No es opcional ni discutible.

Ríe sin ganas.

—¿Y por qué me avisas? —Empiezo a enfadarme, por lo que callo—. Lo único que escucho es que te vas, es lo que oigo. ¿Lo tomo con gran algarabía?

—O podemos ser un dúo de enojados.

—No es para bromear, Nadina —dice con una autoridad que puede ser muy suya pero no causa lo que pretende. Lo sigo mirando; esperando—. No bromees.

—No bromeo. Me enojo, que es peor.

—Ahora tú estás enojada —dice con una seriedad que provoca a mis puños.

—Me ofendes, Eliot —si íbamos a competir con rostros falsificados, yo ganaría—. Estoy lo siguiente a enojada y te sugiero, si eres tan gentil, de pensar bien lo que vas a contestar.

—¿Respecto a ti, yéndote?

—Respeto a ti encerrándome, ¿o crees que no me he dado cuenta?

—No te encierro —acentúa enajenado—. Puedes hacer lo que quieras —aporta para agrandar mi enojo.

Antes de que la mesera traiga nuestra orden tomo mis cosas.

—No comeré, señorita —le digo a ella—. Llévese mi parte y disculpe.

—Andy...

Fuerzo una sonrisa para la muchacha que nos mira a ambos alternativamente, sin saber qué decir.

—Gracias, el señor sí comerá.

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