6: Soy mi mejor compañía.
—¿Entonces, Wallace? —pregunté al llegar frente al hotel y me correspondió una sonrisa cargada de secretos y soberbia—. ¿Sabré de usted?
—Sabrás de mí, Mitchell.
—Lo veré cuando no trabaje —dije despidiéndome.
—Hablando de eso —intervino mi camino en abrir la puerta—. Puedes venir cuando quieras. —Fruncí el entrecejo—. Algún interés tiene, ¿no?
—¿Verte ser mandón? —toqué mi pecho haciéndome la teatral—. No, gracias.
—Y ver los próximos diseños, hablar en persona con Tiffany... —dice como quien no quiere conseguir lo que quiere—, ¿no se te hace interesante?
Iba a darle un golpe en el brazo, pero preferí lo que me satisficiera a mí también:
—No estoy segura de querer verte cariñoso con ella.
La malas fuentes y las confiables aseguran que Estefanía, o Tiffany como le gusta que la llamen, y Eliot son novios de hace mucho y que pretenden subir el nivel de la relación. Han guardado el secreto a voces en ese tiempo para tener una vida más llevadera, sin que los atosiguen —lo que no funcionaría, los chismes son un contenido más entretenido que las verdades—. Aún son una noticia a la que le sacan provecho, con o sin los testimonios de ambos negando que exista algo más que una relación laboral.
Eliot se queja tapando su cara.
—No hay manera de desmentirlo —murmura agobiado.
—Sí la hay —uno mis manos como si le fuese a contar un negocio—. Podemos salir, ahora mismo, ponernos en un buen sitio con luz y besarnos.
El silencio que vino de mi propuesta me dio mala espina.
—Era una broma —le digo ligeramente—. ¿Me oye? Una, broma.
Eleva sus hombros y abro mi boca.
—No va en serio con esto...
—De ser el caso tarde o temprano sabrán de nosotros y no quiero ocultarlo —pone su brazo cómodamente en el respaldo de mi lado—. Ya saben que estoy en Te Encontré pero no nos han fotografiado públicamente, podemos hacerlo adrede y festejar —le miro no cambiar su semblante ni sus ojos mirando directo a los míos—. O pensarlo, si quieres, o tener opciones.
Suponía que sería difícil resistirme a un chico como él pero no esperé que fuera con alguien que sonríe poco con lo que pudiera quedarme prendada y que no quisiera que dejase de sonreírme. La cercanía la debatía porque no hemos estado tan cerca, pero ahora estando en un auto, tomaba en cuenta que mi espacio era invadido cada vez más.
No contesté, pensando perseverantemente en él y en mí. Eliot se inclinó, susurrando:
—Y dime, Nadina Mitchell, ¿qué te dice eso acerca de mí?
—Me dice que debe irse o llegará tarde —le di unas palmadas a su hombro y salí del auto—. Gracias, Cristian —el chófer me hace una seña y el auto se une al carril común.
***_*_***
—Nena, ¿tus padres están bien?
Asentí a la cámara de mi celular y subí mis piernas a mi pecho. El que Milena me haya contactado pensando que me fui y no cumplí con los contratos que de cierta forma compartíamos me hace replantearme quiénes son mis verdaderos amigos, o si tengo, realmente.
—Pero tú no luces bien, ¿has dormido, comido como se debe? —resopla y su cabello hecha a volar—. Yo, la verdad no. Creo que me hace falta unos días libres. ¿Puedo acompañarte?
—Lo lamento, no es algo en lo que te gustaría estar presente.
—¿Y es cierto lo que me dijo Esmirna? —muerde sus labios y sonrío. Hace tiempo para no incomodarme—. ¿Conociste a Eliot Wallace?
—Te lo dijo... —pensé en voz alta.
—No la culpes, insistí demasiado porque estaba preocupada. Llevas semanas desaparecida, no contestas tu teléfono y si no es porque Lizbeth me dijo en qué lío te metiste no me habría enterado, ¿verdad? Ahora —amplió sus ojos—, ¡estoy peor! ¿Wallace? ¿En serio?
—Ni me lo digas.
No muchos supieron que rechacé un contrato con Wallace Place ni a qué se debió, y con el pasar de los años se olvidó. Entonces, cuando salga a la luz un yo más Eliot las especulaciones comenzarán. Como el que en ese entonces tuviésemos algo y Te Encontré es una excusa, o que necesito su posición para hacerme más fama, o yo qué sé. Nunca se debe descartar nada cuando de vida personal se refiere.
—Al menos, ¿es tan guapo como en las noticias? ¿Besa bien? O no, ¿más que bien?
Perdí los tiempos al entender a lo que se refería.
—Sólo he tenido conversaciones con él —hago negaciones a su curiosidad morbosa—. Y es complicado, Milena, no sabes.
—Supongo que hablas del hecho de que eres rubia.
—Ese está resuelto, pero ¿qué pasará cuando tenga que ver a ese hombre?
—¿A su papá? ¿Es que lo das por sentado? —pregunta acercándose a la cámara y la veo muy cerca—. Mitchell..., Eliot te gusta.
A ella sí que podía sonreírle como llevo aguantando desde que él me dijo que le gusto y no solo por ser hermosa; que soy un tentador capricho. Eliot también lo es. Soy caprichosa al seguir insistiendo en tenerlo, pude rechazarlo, no lo hice y no tiene que ver con ganar o perder, tiene que ver con él. Me gusta su compañía.
—¡Te gusta, te gusta, te gusta! —grita y grita. Emerjo de mis pensamientos y le digo que sí—. Estoy tan —dice extendiendo la a— feliz. Mi niña, ha crecido. ¡Mi niña creció!
—No quiero hablar de mi crecimiento, Milena.
—Yo quiero hablar de que aún no lo has besado. No tiene ningún sentido, dudo que te rechace, porque ¡mírate!
—¿Te dije que las noticias no le hacen justicia? —pregunté para variar de tema. Lo que haga o deje de hacer con mis labios bien era asunto mío.
No supe que necesitaba alguien a quien comentarle lo que me sucedía estos días que no fuese Esmirna. La adoraba, pero sigue siendo mi representante y el serlo tanto tiempo la ha convertido en mi segunda madre. Con Milena pude hablar con tranquilidad, no con suma confianza porque esa la tuvo otra y requería tiempo el tener de vuelta esa soltura para ser yo con una amiga. Empero, Milena es una candidata particular y enérgica que no dudaré en tener en cuenta.
Se despidió diciendo que me llamaría en cuanto esté disponible y le dije que nos veríamos en unos cuantos días.
Tampoco es que tengo permiso de darme ese lujo. No, desde que al señor Eliot se le ocurrió que lo más prudente para ambos —él, habla de él—, es que no salga sin su compañía ya que, pese a mi negativa, sí que nos han fotografiado juntos y sí que se ha corrido la voz (como si n corrió desde que el primer episodio fue emitido hace unos días). Le dejé en claro que no me interesaba que nos viesen, si agilizaba el proceso de chismes y se afirman en realidades, ¿no es un trato equitativo? Pues no pensó eso. No, lo que pensó es que es un riesgo que a esta altura en que está tomando las riendas de Wallace Place lo infravaloren por estar en ese programa.
No entendí nada. Si lo saben, ¿cuál es la diferencia de que esté incluida? He empezado a sospechar que entre nosotros no habrá algo verdadero estando en el centro lo que digan los demás, lo que diga su padre —que tiene que ver, lo diga o no en voz alta—, lo que piense él y lo que yo piense. Lo que piensa, además, Te Encontré, que se creen con el derecho de opinar por haberse vuelto nuestra hada madrina o lo que sea.
No complacemos a todos; no es aceptable vivir así. Debes escoger lo que quieres.
—No es sano que solo le tenga a usted para entretenerme, Eliot —digo al contestar su llamada y notar que llevamos hablando más de una hora.
—Me conviene que no hables con nadie. Siendo franco, estoy sorprendido.
—¿Existe algo que pueda sorprenderle?
Ríe varias veces.
—Estoy sorprendido de que no hayas entablado amistad con nadie, siendo como eres.
—No suelen decirme cómo soy y usted no ayuda cuando solo dice que soy atrayente. Quiere decir que lo soy para cualquier hombre.
—Ser atractivo no es proporcional al sexo opuesto. Atraes a las personas, Nadina —acerqué el auricular a mi oído creyendo que no oigo bien—. Es extraño que no te des cuenta.
—Noto que cambia de tema y hablábamos de que usa pretextos para que no salga de este hotel y no van a funcionar.
—Te ofrecí venir a mi trabajo...
—Quizá lo haga, mientras tanto no vuelva a repetir la frase ''es lo mejor''.
Pero Eliot no dijo que no lo haría, solo se excusó con que estaba a punto de entrar a una reunión de ciertos proveedores y que hablaríamos en la noche en una cena que, por cierto, rechacé.
Porque sé a dónde nos dirigimos. Es ese tipo de conversación que tiene como título ‹‹hablemos del tema sin hablarlo. Yo tengo el favor del tema y te hago creer que lo tienes y no es así. Yo gano››. La he tenido un millón de veces y para ganar se requiere sagacidad, ¿la astucia serviría con Eliot? No lo creo y no quiero averiguarlo, sin embargo igual a como estoy segura de que no va a durar tanto sin intentarlo, lo estoy para impedirla. No conozco mi temperamento en una situación irritante y me gusta la paz, no es fácil conservarla cuando sientes que constantemente te prueban, como él hace.
Es probable que errara en esta decisión, pero no podía no mirar los pisos.
Había visitado este gran edificio en mis dieciocho años, en que me familiarizaba con el lenguaje donde me convertí en alguien importante. Creía que trataban disfraces con poca tela, o lencería fina con piedras preciosas, incluso que era un camuflaje para llevar a los clientes a tener sesiones íntimas con chicas menores a mí. Al entrar te encuentras con hermosos mobiliarios de cuero y gamuza, personas vestidas con trajes blancos, grises o azules que sabían mejor que yo lo que hacían; ni siquiera estaba segura de si quería dedicarme por largas temporadas al modelaje; este mundo de bocetos, borradores, lápices de muchos tipos, dedicación y nada de sueño se presentó a mi vida de forma especial. Las sucursales que mostraban los maniquíes que cubrían lo necesario y llevaban antifaces harían pensar a cualquiera que venden ropa interior. Mis compañeras también lo pensaban y nos la pasamos todo el camino hasta aquí creyendo fielmente que nos burlaríamos de esto, pero también una parte de mí necesitaba entender el sentido de venir siendo como estudiantes. Todas éramos muy jóvenes. El coordinador de la visita y los representantes no quisieron explicarnos nada porque tendríamos a alguien que nos recibiría y explicara lo que todos queríamos saber.
Y fue lo que hicieron.
El recibidor estaba ocupado por una chica bajita a la que le calculo no más de veintiséis, piel de un rico moreno, cabello ondulado sostenido en horquillas para hacer ver por completo su rostro, una blusa de botones roja bajo un chaleco azul marino, distintivo broche en la parte inferior del bolsillo del chaleco en forma de orquídea, nada de adornos excepto un reloj negro que podía ser pulsera, aretes pequeños, mirada seria hasta encontrarse con la mía y ampliarla tanto que vi cuán linda es y cuánto brillaba al hacerlo. ¿Dónde estaba la antipática vestida de gris de la otra vez?
—Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla? —Ya imaginaba qué diría, pero escucharlo se hace escalofriante.
Me presenté y fue suficiente. Su cara era para ser tomada en una fotografía.
—¿Usted es...? —se acerca. De ser otra no se lo habría permitido porque daba miedo pero entendía que estudiara mi cara. Se recompone con presteza y pregunta—. ¿Tiene cita?
—No la tengo, pero el señor Wallace me espera.
—Si me deja que la comunique —ofrece tomando el teléfono en su escritorio sin apartar sus ojos de mí.
Le deseé un buen día y el ascensor cerró y me vi reflejada en los espejos traseros. Llevaba una gabardina negra sobre un vestido corte tuvo gris y tacones T strap rojos de siete centímetros. Bolso en conjunto de los zapatos. Un poco de rubor, brillo labial y pestañas estilizadas.
Cinco trajeados esperaban en mi piso. Dieron un paso al costado y caminé con la mirada fija en la chica a un costado izquierdo de una doble puerta. Es la misma que nos recibió a Esmie y a mi, por lo visto olvidé que ella es la asistente. Dijo buenos días, mi nombre, me esperan, pase por aquí y respiraba hondamente antes de dar un pie en la oficina.
—Gracias, Rose —le dice Eliot a la muchacha y cierra la puerta a mis espaldas—. ¿Quieres sentarte?
—Pero si aún no me recibe.
La comisura de su labio se elevó y abrochó su chaqueta negra al salir de su silla. Dejé mis manos sujetas metidas en los bolsillos de la gabardina y esperé por él, a que estuviese cerca y me saludara como se debe después de no vernos por varios días. Y lo que hizo fue acercarse y decir algo ridículo.
—¿No tienes calor?
Simplemente se me ocurrió empujar su hombro e ir a sentarme, mientras que de camino me quitaba la gabardina. No tardó en sentarse junto a mí, dándole el hombro al respaldo y con los codos en las rodillas. Muy cómodo para mi gusto.
—¿Qué piensas? —me pregunta y opto por ponerme frente a él.
—Pienso en su comodidad.
—Qué extraño —se cruza de brazos—, ¿quieres que esté cómodo?
Imité su estilo para sentarse y eso nos envolvió en cercanía.
—Hay algo que no quiero, y no quiero trabajar para usted.
—No imaginé que dirías algo así —dice viéndome con buenos ojos—, ¿y puedo saber por qué no trabajarías para mí?
—Porque existe la ética laboral —chasqueé mis dedos—, y verlo todos los días no lo haría sencillo.
De pronto suena un pitido y Eliot se mueve a la silla de su escritorio, toca un botón en el teléfono y escucho la voz de la misma muchacha que me hizo pasar.
—¿Podrías pasar todo para mañana? —le pregunta en medio de una explicación de su siguiente cita—. Y avísale a Tiffany que voy a su oficina.
Eliot tomó su puesto como lo que es, terminando de abrochar el resto de los botones de su saco y yendo a la puerta. Recibió mi mirada que necesita que se dé a entender. Al fin, solté un grave suspiro. Me puse en pie a la vez que tomaba mi bolso. No creo que necesite la gabardina, solo salir si tanto le apetece.
*
Que fuese todo tan grande y con tantas personas daba un poco de terror y también te hacía querer ser parte, como una vez quise. No pude ver con detenimiento los diseños y cómo llegaban a transformarse, Tifany tiene un tipo de ritual y no lo va a disolver para que Eliot cumpla su capricho, pero fuimos hasta las oficinas, entendí que el proceso de envío es un gran lío, que los clientes a los que más les interesa este producto son gentes de mucho dinero, y que la responsabilidad inmensa de todo esto recaía en una jefa o un jefe muy inteligente y astuto. Salí renovada. Nunca iba a dudar de la veracidad de este edificio de veintitrés pisos de ventanas en colores azules, grises y blancos. Unos desean trabajar aquí y otros están espantados, tanto que eso no les permite conseguirlo.
Estaba en una de las áreas que guardan las telas y Eliot fue a hacer quién sabe qué y volvería rápidamente —aun creo en los milagros—. Tocaba cada una sintiendo su grosor y textura. Era un mundo soñado para cualquiera que sepa lo que hace.
—... no, no lo entiendo...
—... las mismas o parecidas, cualquiera estaría bien...
—... están en el muestrario, busca allí...
Todas las conversaciones empezaban a medias y se cortaban con la presencia del jefe, regresaba a su cauce a los cinco segundos, mínimo, y por otros segundos se fijaban en quien le seguía desde atrás. No me esforcé porque no me reconocieran, más bien até mi cabello en un moño alto y les sonreí, asintiendo como si valorara su trabajo bien hecho.
—... ¿Es...?
—... no. ¿O sí? Se parece...
—Pero si no lo es, es idéntica.
Eso me animaba a una sonrisa más ancha. Mecí mis dedos en dirección a sus empleados y me lo regresaron, lo que lo hizo simpático.
—Te veo, Andy —dijo Eliot sin mover demasiado sus labios, frunciendo a su celular. Qué raro, creí que no miraba nada salvo su mejor amigo el Señor Táctil.
Salimos por una puerta lateral de esta área y entramos a una más angosta y vacía de personas. Del otro lado un cuarto lleno de cajas cerradas con cinta adhesiva, maniquíes, mesas, muebles cubiertos por sabanas y atuendos en percheros resguardados con bolsas de plástico.
En un momento estaba sonriendo por recordar la cara de Tiffany cuando Eliot nos presentó y en otro, asían mi mano y jalaban mi cuerpo hasta tropezar mis manos en puños sobre un pecho, en autodefensa. Aflojé mis hombros relajándome al conocer que al que le dio un espontáneo instante de imprudencia era al señor cabello perfecto. Reí al vernos, porque teníamos una tregua no firmada ni hablada en que no nos acercábamos más de lo normal y él ha sido quien la ha quebrantado, quitando la vez en que besé su mejilla. Pero no me separé; no quise. Había algo que quería hacer y si ambos estamos en la misma sintonía, lo haría.
Se fue el aire que guardé y retuve los hombros de Eliot al tener sus labios entre los míos, presionándome a presionar de venida. Una sacudida a mis sentidos, la piel se erizó y el calor me llenaba la cara. Costaba concentrarse en besar a alguien que no deja de apretar la tela de tu vestido, cuando lo que quería era que fuese más deprisa y no que se volviera tan concienzudo y agónico y se tomaba la tarea de ser las dos en serio. Mi espalda se encontró con una caja y el estallido de las cosas golpeando el suelo nos separó una nimiedad.
—¿Lo ve? —dije en voz baja. Eliot sacó una de sus manos de mi cintura y la posicionó en mi mejilla.
—Dime.
—Es una asombrosa entretención. —Rió afincando su frente en la mía y le seguí—. Pero no entiendo, ¿escogió este lugar para besarme?
—Te aseguro que también te besaré en público, lo de ahora ha sido instinto.
—Entonces no quería besarme de verdad.
Me besó cortamente y ese fue mi respuesta.
—Por cierto —me soltó de a poco, primero mi mejilla y luego mi espalda, caminando sin ver sus espaldas—, ¿nunca dejarás de llamarme de usted?
—Puedo hacer un esfuerzo.
—Gracias. Te tengo un regalo.
—No me tienes un regalo —digo sonriendo mientras aprieto mis dientes.
—Sí te tengo uno.
—No, no tienes. —Dejó de caminar.
—Muy bien —aflojó el cordón de su corbata—. Puedo tratar de ser solícito y permitir que ganes esta discusión, o podrías explicar porque no aceptarías un regalo que sé que amarás. Tú decides.
Suspiré mínimamente neutralizando mis ganas de cortar la distancia y paseé cerca de él entreteniendo mi mente.
—¿Cómo sabes?
—No eres precisamente una cajita de sorpresas en cuanto a tus gustos. —Hago un gesto aceptando que no lo soy y se fue girando a donde iba—. ¿No quieres un regalo?
—No me mal interpretes, Eliot. —Me detengo al lado de un maniquí—. Considero si es bueno que me des algo, si es así como quieres lanzar la casa por la ventana y si eres tú quien quiere tirarla.
—¿A qué te refieres con que si soy yo quien lo quiere?
—¡A esto! —profiero mostrándole lo que nos rodea y acabo llevando mis manos a mi cabello—. Eliot, no te puedo entender.
—Estamos a mano.
Sonreí y me cercioro de seguir estando cuerda. Al menos logro apartar la vista, tener equilibrio en zapatos de tacón y hablar a la perfección.
—¿Dónde está?
Creo que está conociéndome más aprisa de lo que llevo conociéndolo porque antes de que me pusiera a preguntar lo que era tenía una caja de zapatos blanca, sin marca o logo en ella, en mis manos. La agité y di un empujón a su mensajero. Me conmoví enormemente al ver mi obsequio: las fabulosas botas de combate azul rey que vi en el desfile. Mostré una apreciando su tacón y sollocé un poco.
—Serás la envidia —dijo agudizando su voz como una niñita y me carcajeé—. Sabía que te encantarían. —Puse la caja bajo mi brazo y lo besé con ganas—. De nada.
—No los uso porque no quedarían bien con este atuendo —le aviso.
—Claro, fingiré que entiendo.
—Sí entiendes pero eres tonto a veces. —Cerré la caja y la puse en sentido horizontal bajo mi axila—, Gracias.
*
Tiffany se ofreció a ser mi escolta entre que Eliot se ocupaba de una emergencia. Le enseñé los zapatos y ella me mostró uno de sus diseños.
Estefanía Ramírez ha sido la diseñadora principal por cuatro años y los elogios han permanecido, tanto para ella como para Wallace Place. Se creía que su juventud y originalidad pasarían a la historia en poco tiempo pero los críticos se equivocaron en sus predicciones y ella está decidida a no dejar esto por largos años. Nadie duda de su capacidad y estudio; se duda de si el motivo por el que entró a esta industria tiene que ver con el mérito propio o el comprado. Para ninguno es un secreto que vivimos en un mundo de canjeo, me das y te doy, beneficios por beneficios, e incluso beneficios y maleficios.
En mi opinión personal ella es una mezcla entre buena en su trabajo y contrato por amistad o beneplácito familiar. Es triste tenerla en una clasificación pero es el precio por ser un poco reconocido en lo que haces y Tiffany lo es.
—¿Y, qué te parecen? —pregunta inclinándose a mi lado con una tableta con el diseño en color negro.
—¿Deseas saber que pienso?
—Sí, por supuesto. Has usado alta costura, sabes de lo que hablo.
No siempre hablarle a un profesional de su trabajo termina bien, y menos si lo corriges. No quería tener algún lío con su jefe por meter mis curiosos ojos en los diseños de su próxima colección.
—Preferiría no opinar, Estefanía —dije amablemente.
—No se lo diré a Eliot —sonríe en complicidad, una que no tengo ni siento con ella—. Lo prometo.
Que mentira tan grande.
—Y yo prometo esperarlo afuera y aprovechar de hacer una llamada. Disculpa.
En cuanto tuve a mi persona fuera de esa oficina vi que no había nadie en el pasillo hacia el ascensor y me dirigí allí.
Este edificio tiene una rareza, y es que en cada piso hay distintivos modelos de años anteriores, hasta de los que no se vendieron con la eficacia que les gustaría, en un maniquí hecho con alambres gruesos, en todo, en la figura de una mujer y el rostro de una. El de este piso es un vestido blanco hasta los pies en una cascada desde la cintura y antes de ella un laso negro apretando en los sitios adecuados e imitando a un moño al llegar al cuello, sin mangas.
El fraude al abrirse las puertas del ascensor y que Eliot no apareciera se repitió varias veces. Una era un muchacho que no se fijó en nada más que caminar en zancadas. Otra un conserje.
—Iré a comer sola si no aparece —pensé y como los niños subrayé «que pase, que pase» decenas de veces.
Él no llegó. Y yo no lo esperé otra media hora más.
Puse en pie en el recibidor de Wallace Place y me topé con la jauría. A los que evité parte de mi día.
Lisa se aproximó antes que el resto con sus indumentarias.
—¿Dónde está Eliot? —Voy a responderle pero continúa haciendo preguntas—. ¿Piensan escaparse otra vez?
—¿Alguien se escapó?
Lisa arquea sus cejas y hace toda esa pose de cruzar sus brazos, descansar su peso en una pierna y la otra extenderla, como si esperara. Le sonrío. Fue un buen momento para fotografiar.
—¿Te estás burlando?
—No.
—Luces burlona.
—Luzco molesta.
Ella ríe y mantiene la mueca que queda después de una risa tonta.
—¿Dónde está Eliot Wallace? —pregunta de nuevo. Y me está empezando a hartar, por lo que cierro mi boca—. ¿No vas a responder? Hemos sido mas que permisivos, Nadina, al dejarles a sus anchas. Apenas les perseguimos y ¿nos pagan con mentiras?
—No sé dónde está Eliot, pero si quieren grabarme a solas comiendo helado, tienen mi permiso.
Giré un poco para despedirme de la recepcionista, ignorando a Lisa, y aproveché que un señor se bajaba de un taxi para subirme y decirle la dirección de una heladería que pensaba visitar con Eliot.
No importa. Soy mi mejor compañía.
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