43: El Desfile
Nada es tan sencillo. Eliot y yo bien sabemos de esto.
Como también lo sabe el país entero, aunque son pocos los que se pronuncian disconformes. Sentí incomodidad en su momento al ver los resultados de un pleito que no acabó en juicio, porque continuaron siendo recuerdos desagradables.
Sin embargo, lo extraño es que se unen a mis recuerdos más bellos. Hasta los irritantes, los más dolorosos que pasé... La mayoría fueron grabados por Te Encontré. Tenerlos siempre allí sí, fue humillante a veces, como una mosca irrumpiendo en la hora de la comida cuando más hambre tienes. Como el cansancio en un día de sesión de fotos que debe sacarse en pocas horas.
Hay fealdad en la belleza.
No hay recompensa sin lucha.
Y no existen cierres si antes no se abrieron costuras y heridas.
Tener que obviar lo que no tenía mucho tiempo de acontecer no es fácil, pero me aferré a todo lo que pudiera. Mis pendientes, mi relación, mi hermana viniendo a vivir conmigo, y una novedad: Milena con un novio. ¡Quién lo diría!
Al conocer a Alejandro, pude comprender a Milena tantísimo. ¡Ese hombre ocupaba todo el espacio en la mesa! Y lo que más me hacía ponerme en sus zapatos es que no veía en ella ningún indicio de locura extrema —ella se llama loca por sentirse como se siente. Hay que dejar que se habitúe—. No dejaba de ser ella por él ser tan estilizado y de brazos gigantes, rubio platinado de rostro ruborizado al natural. Tampoco se excedía, como tomando el lugar de modelo muy solicitada que no necesita a un hombre a su lado. Todo, todo lo contrario. Él la tenía en las nubes, dando vueltas, dejándose llevar pero regresando cuando es el momento. Ella lo nombraba en diferentes ocasiones, contándome cómo se conocieron.
Paradoja: los presentó Jim en una reunión donde Milena hablaría de una próxima sección donde será la imagen de una marca de ropa interior. Alejandro es socio de dicha marca y los socios quisieron reunirse con el fotógrafo y la imagen.
—¿Y…? —Alargué, sonriendo con todos mis dientes— ¿cuándo es la boda? —pregunté declarándome su fan. ¿Esto es lo que siente Serena al ver a las parejas del programa cuyo nombre es una maldición? Es adictivo.
Mi linda amiga risada y Alejando, ojos de encanto color marrón, se echaron a reír. Y él se puso más rojo si es posible.
—Dina —siseó Milena y soltó un suspiro—. Nadie va a casarse. Ni siquiera tú.
—Es que se ven tan… lindos —digo y al escucharme sueno como mi hermana con sus músicos mega grandiosos—. ¿Recuerdas que eres fiel seguidora de Eliot y de mí?
—Lo soy —porfía.
—Lo seré de ustedes.
—Por Dios, Nadina —niega pero sonríe. Alejandro no hace más que observar con un semblante tranquilo.
¿Cuándo vi así a esta mujer? Al tomar su jugo de toronja o comer helado de tres sabores en uno. Intento pensar en un momento y nada se compara.
—¿Podemos hablar seriamente, un segundo? —pregunta arreglando sus ondas. Asiento esperando sus palabras—. Ustedes son más lindos.
—Te lo agradezco —sonreí contenta por ellos y me incliné cerca de mi plato—. Ahora yo les tengo noticias, o más bien una invitación.
—¿De qué se trata? —dice Alejandro y me alegra que participe activamente en la charla.
—El desfile es este fin de semana y me gustaría que fuesen. Tú, en calidad de invitado —me refiero a Alejandro—, y tú también —ahora con Milena.
—¿Invitada? —asiento entregándoles sus invitaciones. Ella las ve con adoración—. Oh, es un sueño —chilló no sin razones.
—Lo sé —la comprendí tanto.
Wallace Place es, después de todo, Wallace Place. Había calidad, belleza y secretos. Una modelo sueña con la alta costura, lo mejor de lo mejor. Que esta esté creada bellamente y no pueda suplantarse. Y el que se usen siempre antifaces de todo tipo, con todo lo que te puedas imaginar y hasta lo que no, te atrae.
—Pensé que tu sueño era modelar y lo cumpliste —le habla su acompañante.
—Y me habría encantado haber usado una de sus lencerías, o de las increíbles chaquetas de la temporada anterior, en probadores, en ensayos, ¡en vivo! —Enumera y parece narrar poesía—. No hay ninguna que no lo sueñe.
—Sabes que me habría encantado que participaras pero a estas alturas no creo que sea posible —apenada, tomo su mano con la invitación.
—Dina, ¿eres idiota? —Palmea con fuerza el dorso de mi mano y queda un ardor—. ¡Voy a ver el desfile! Esto es más de lo que pudiera desear y ya sé —nos señala—, ya sé que acabo de decirles mis deseos pero han entendido a lo que quiero llegar.
—¿Vendrán entonces?
—¡Obvio! —levanta los brazos y se recuesta en el costado de Alejandro—. Y estoy casi segura de que él dirá que sí. ¿Habrá lencería, verdad?
Asentí. Era de lo que mejor le salía a Estefanía. Se le conocía por ser, luego de Ofelia, quien mejor representó la marca de Wallace Place. Y su marca siempre fueron las máscaras con ropa interior femenina de diseños complejos y materiales poco usados.
Entre tanto, como no queríamos que se fuera el aire de las últimas colecciones, nos fijamos como meta crear una que se asemejara al conjunto que vi con Ofelia. Una mezcla entre los años setenta y noventa. Y creo que hicimos un buen trabajo que ni el propio Eliot ha visto.
—Los veré abajo —digo pícaramente, sacando mis aires de modelo que no suelo requerir, pero con quienes lo entienden, lo hago.
*
A mis diecinueve, logré caminar en una pasarela en Milán. Tan ingenua, me dije que esa sensación no la volvería a tener conmigo. Que lo mejor de lo mejor —entre los que dicen y afirman que lo es—, al vivirlo, el resto es superfluo.
Mostrar el trabajo de uno de los mejores diseñadores del mundo es un sentimiento espectacular. No quieres que se acabe y los dos, quizá dos y medio minutos con segundos en que caminas pasan en su tiempo en cámara rápida, cámara lenta, flashes consecutivos, y los pequeños accidentes en blanco que negamos. Nosotros no somos diferentes, solo tenemos la capacidad, innata o ensayada de recuperarnos más rápido de lo que el promedio haría. Y a la vez disfrutarlo, sentirnos bien, saber que lo que ven puede considerarse un arte.
Ahora… si tú eres el que diseña lo que llevas puesto, ¿cuál es la sensación a definir?
—¿Cómo se encuentra?
Abrí los ojos —que mantenía cerrados para relajarme— y le tendí la mano a Jeremy ‘a secas’.
—Muy bien, ¿y usted? ¿Le ha gustado el nombre de la colección?
—Me ha gustado —dice afirmando con su cabeza y devolviendo mi mano que previamente besó—. Aunque el mío fue mejor.
Reí. El suyo fue muy teatral, pero él es de esa manera y la impresión del diseñador siempre quedará grabada, hasta en el nombre.
La nuestra se llamó Ensambles Rutilantes. Fueron partes diferentes que no parecen combinar pero llega un punto en que lo hacen, se compenetran tan bien que no hay lugar a las dudas. Hubo muchas discusiones por el nombre pero acabamos entendiéndonos. Trabajar tantas cabezas en un solo plan puede ser difícil y complicado.
—Dejando el juego a un lado, hicieron un trabajo de admirar —dice y me impresiona.
—Señor, es un halago el solo hecho de tenerlo aquí. Pero —muevo mi cabeza a un lado y encuentro a Estefanía con Ofelia atendiendo a otros invitados—, no entiendo por qué se acerca a mí. Fui una de las modelos, de muchas.
—¿Recuerdas que te dije que tu rostro es inconfundible? —Asentí esperando a que prosiguiera—. Como es un rostro es la huella de un diseñador. ¿Crees que no me di cuenta de que hubo varias manos tocando lo que vi?
—Ofelia Wallace y Estefanía Ramírez, claro.
—No suelo equivocarme en mis deducciones. He sacado algunas cuentas, ¡no te espantes! —Su reacción hace que ría—. No fue un trabajo de todo un año, es fácil adivinar que alguien más puso sus manos allí y creo que esas manos son tuyas.
—Me ha descubierto por segunda vez —pensé en voz alta y reí algo tosca—. ¿No va a delatarme? —pregunto como aquella vez.
—No —me pide las manos mostrando las suyas y se las doy—. Disfruté el trabajo de las tres, me doy por satisfecho —besa mis dedos y se despide para unirse a un grupo cerca nuestro.
Estuve quieta, analizando esta conversación y pronto sentí que asían mi cintura y me daba una vuelta dejándome casi en el inicio.
—Estás hermosa —me susurran apartando el cabello que cubre mi oído—. Hermosísima.
Nos alejé presionando mi mano en su hombro y admiré lo bien que se puede ver un hombre en un traje formal gris obscuro pero con la diferencia de que usa una camisa cuello tortuga vino tinto y una bufanda negra.
—Traté de ir acorde con mi pareja… —dijo con sugerencia.
Yo iba en un vestido cuello v, sin hombros, de media campana del mismo color que su camisa con pequeños toques dorados en la falda, como pincelada.
—¿Qué han dicho?
—Todo marcha bien —asegura y me tranquiliza solo al ver ese brillo de triunfador—. Muy, muy bien, Andy.
—¡Sí! —Le abracé y dejé que me volviese a cargar mientras levanto mis pantorrillas—. Estoy feliz por ti, mi amor.
—Debes estarlo —dice con firmeza y me baja—. Es tu deber.
—Creí que mi deber era estar de tu brazo y que me presumas. Con lo mucho que te encanta.
—Oh, pero si quieres lo hacemos —pasó mi brazo bajo el suyo y nos llevó al otro lado de la sala con mis risas siguiéndonos.
Saludamos y saludamos. Charlamos con quienes pudimos y con quienes solo quisieron felicitar, recibimos la felicitaciones. No me interesaba que se supiera que contribuí directamente en la colección y cuando quisieron saber lo que probablemente solo yo sabría, Ofelia abría su boca y no dejaba alternativas a que el trabajo es suyo.
La gran sala, dividida en varias áreas adornaba sus paredes con fotografías en tamaño grande, cubriendo el total, de los rostros de las modelos usando un atuendo como los que se mostraron; caras repetidas en cuatro o cinco sucesiones en diferentes posturas o expresiones; una linda y curvilínea Lizbeth con una Suzanne de complexión delgada y esos ojos característicos asiáticos, abrazadas y midiéndose en altura, pues Lizbeth es más alta. En otra imagen aparecemos cinco con distintos antifaces, los que se adhieren al cabello, los de cordón, lo que se sostienen con una mano, los de medio rostro y los que lo cubren entero.
Dosis pequeñas de lo que ya se vio para que no lo logren olvidar.
Me quejé de la nada al sentirme atraída hacia atrás y no poder evitar dar pasos. Eliot me soltó y siguió conversando con un señor que decía no haber… pero no logré oír el resto.
—Ou —le di un jalón de pelos a Seleste, y se sobó, aunque no fue fuerte—. Pudiste pedir permiso.
—Lo siento pero es urgente. Ya me disculparé luego.
—¿Con Eliot? No volverá a permitir que vengas a otro evento. Anda —le apresuro con mi mano agitándola—, habla.
—Me invitaron a salir —mueve el iris de lado a lado y me toca al hombro con un dedo para señalar a mis espaldas. Roto para ver a un muchacho hablar con Milena y señalar lo que lleva puesto Lizbeth, y no sé bien cómo reaccionar.
—¿Quién es?
—Es primo de Alejandro, el novio de Milena.
—Sé quién es Alejandro, Seleste. Pregunto su nombre, cómo pasó esto y al menos si está trabajando —Y no añado más para que mi actuación de hermana preocupada sea creíble.
—Se llama Stevenson, tiene veintitrés, nos presentó Milena y recuerda que me senté junto a ella y al lado estaba él. Hablamos casi toda la noche y trabaja con su hermano pero está en su último semestre de mercadotecnia y quiere trabajar en una compañía publicitaria. ¿Puedo salir con él sin que me hagas miles de preguntas, al menos hoy?
No pude dejar de reír con eso. ¿En serio parezco ser la mala o ella simplemente quiere salir victoriosa? Definitivo: lo segundo.
—Puedes salir con él, Sel —le puse de cara a su dirección y di un leve empuje, haciendo que cediera, mirándome de reojo—. Que te vaya bien.
Dio unos pasos cortos y al dejar por fin de verme, con su soltura y admirable forma de llevar unos tocones de diez centímetros, vi cómo el tal Stevenson la vio de lejos, le sonrió y enseguida unió a la conversación con dos jóvenes y una chica.
—¿Sabes…? —Oí a Estefanía hablarme a mis espaldas y estarse luego a mi lado, mirando aquella pantalla de mi hermana con un hombre—. Pronto tendrá novio, acabará una carrera o no, se casará, pasará por malos ratos como el que se le rompa un tacón, tendrá su propio hogar, o será una soltera feliz… todo llegará a su tiempo. No te preocupes.
—No estoy preocupada.
—¿Entonces por qué la miras como si está a punto de llegar al altar?
Encogí mis hombros y le fui honesta, como siempre:
—Porque estoy feliz, Tiffany.
Me miró de manera extraña y entrecerró sus ojos, sospechando. Cuando cambió de semblante y suspiró, como si estuviese satisfecha, se acercó a mi costado y pasó su brazo por mi cintura, diciendo:
—También lo estoy.
Me sentía tan alegre de que esté conmigo y se vea como dice estar, compartiendo este día que podría señalar como el del cumplimiento de un sueño, como hablaba con Milena. Era un sueño tener todo lo que siempre quise y lo que no deseé tener, pero tengo y necesito permanente en mí vivir para poder vivir.
Porque Caminar por la Vida tiene muchas definiciones, similitudes entre ellas y las que son particulares vienen acompañadas de oficios o muestras de que lo que hago o lo que soy hacen de mi vida algo diferente.
Pero imaginemos.
Sólo imagina que tu vida es una pasarela y que los que están sentados juzgan lo que llevas puesto, tu maquillaje, tus accesorios, tu peinado y hasta si eres de piel morena o blanca. Que no hay parte de ti que no vean. Imagina que lo haces todos los días. Imagina que eres malo en ello, ¿no te gustaría ser del promedio para sobrevivir? Pues de eso se trata: de que pueden ser botas de combate, pueden ser zapatos con tacón, pueden ser zapatillas, no importa lo que sean, sigues caminando como si fueses la top model del año y, te salga mal o no, continuas andando
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