18: Mi amor
Me echo atrás y Cornald se impulsa intentando darme una patada antes de que me atreva a contarle las contrariedades que vivo con mi novio, que también es su amigo. Utilizo mis manos para esquivar sus golpes y doy la vuelta a su lado diestro haciendo fácil mi estate quieto en el hueco entre su hombro y cuello, desestabilizándolo hasta caer una de sus rodillas y haciendo con la mano libre presión en su brazo de cara a mí midiendo la fuerza de mis dedos. Oí un quejido pero no era fatal.
Lo solté para ir por mi botella de agua cuando estuve segura de que no me invadiría de nuevo.
—¿Al menos me oyes? —Despotriqué airada y casi sin aliento bebiendo un trago. Se sentó en el suelo tomando de su agua.
—Te oigo pero no podía no hacerte enojar. Te ves linda. —Musité un par de tonterías dando otro trago—. ¿Te sientes mal en Wallace Place?
—No, estoy muy bien —digo negando por completo que no me sienta a gusto en mi trabajo—. Le daba una semana antes de marcharme pero ha resultado tan bien que...
Cornald alza el lado izquierdo de sus labios, animándome a seguir confesando. Pero se equivoca, no es una confesión.
—Tan bien que no quiero irme, ni me iré.
—¿Y el problema es?
—Que ese hombre me hace sentir... —Cornald escupe el agua y se empieza a carcajear.
Estoy a punto de sacarle los ojos cuando vuelve a verme como un carcelero. Sostengo el envase de plástico y lo pongo del revés, mojando el cabello sedoso de mi nuevo amigo bueno para nada. Concordamos con que se lo merecía por rebasar mi límite de paciencia.
—Me hace sentir especial —continúo diciendo— y me gusta, me encanta él. Pero quiero que entienda que lo que pasó fue una tontería —digo como punto final sintiendo esa preocupación con más entusiasmo que ayer.
—No puedes pretender que todos los hombres actuemos iguales.
—Cornald —empujé su hombro desestabilizándolo a pesar de estar sentado—, esto es muy serio. ¿Crees que debería hablarle?
—Podrías, te recuerdo que eres su empleada más valiosa.
De pronto sonreí por esa forma de tranquilizarme. Ha estado constantemente recordándomelo, atrayendo mi atención a la realidad que oculto sin recordarlo sola y centrándome en hacer lo que sé hacer.
—Mejor nos vamos —dice poniéndose de pie y tomando su bolso—. Tengo que cambiarme.
Nos molestamos todo el camino hasta que nos dividimos, él a su apartamento y yo al mío.
***
—Algo no me convence —levanto mis brazos y siento incomodidad en una de las mangas—, sin ofender.
—No me ofende. —Tiffany toca ambas mangas y hace un recorrido de adelante atrás—. Creo saber a qué te refieres con no convencerte. Quítatelo.
La obedezco y me cubro con una bata.
—Las pruebas generales serán en unos días. En pocas semanas la preparación del desfile, los ensayos, la revista, y si nos va bien, las entregas y no dormir duplicando todo —suspira haciendo su magia con la blusa—. Maravilloso.
—Es bueno no sentir que vivo una locura sola.
Encoge un hombro y me pasa la prenda, pidiendo que la pruebe y sea honesta con como la siento.
—Por cierto, salí con Cornald ayer y me divertí. Mucho.
No creía que dijera la verdad, pero me ahorré el comentario.
—Felicidades —sonreí y alcé mis brazos, moviéndome de forma leve—. Se siente bien, ¿probarás el pantalón?
—No, ese ya quedó —le di la blusa y me puse la mía manga larga rojo intenso—. Estamos listas por hoy —pone sus manos en su cintura y me evalúa—. ¿Quieres que vayamos por helados? Un pajarito me dijo que te encantan y no soy fan del alcohol.
—Por ahora no me doy esos gustos, pero si lo hago te invitaré —me despido en la puerta y camino decidida a solo despedirme de Sebastián.
Me imaginé a mi misma dando la vuelta y escondiéndome y no me atrajo la imagen. Al Sebastián tomar su teléfono e intercambiar palabras con Eliot, me puse frente a su escritorio.
—Buenas tardes, nos vemos mañana.
—¿No hay un recado para mí? —pregunta y río diciendo que no—.Uf, que alivio.
—Solo es estrés pre eventos, ya se le pasará.
—Si usted dice —dice poco convencido—. Pase buenas tardes.
Miro de reojo a Eliot decirse otras palabras con Sebastián y unirse conmigo en el ascensor. Toqué el botón de la planta.
—Hola —dice sin verme.
—Hola, Eliot.
—¿Podemos hablar?
—Podemos, no —digo elemental—. Más bien sería quieres hablar.
Llegamos a la planta y antes de que salga mi cuerpo entero se vuelve a meter en el ascensor y siento como se mueve.
—Quiero hablar —se aparta compungido—. ¿Tú quieres hablar?
—No hay mucho que decir.
—Sí, hay más —no quise verlo por ser así de descarado—. El que estoy arrepentido por lo que dije, que me dejé llevar por el enojo y no me medí —mi cuerpo, cómplice de él, le permitió acceder—. Perdóname, Nadina. Sé que no provocaste nada, y en parte me enojé porque alguien te daba lo que yo no te he dado.
Arrugué el entrecejo.
—¿Flores? —me carcajeé—. No quiero flores.
—¿Me perdonas entonces?
—Puedo perdonarte por la discusión tonta, Eliot, pero ve lo que hiciste —me empeciné—. No me interesaba ayer y hoy tampoco, y no escuchaste cuando te lo dije, ¿cómo voy a saber que, si de pronto estamos en un parque se acerquen y me halaguen no vas a repetir lo de ayer?
—Porque te estoy asegurando que con todas mis fuerzas no volveré a hacerlo. Mírame —mis manos por obra suya fueron a su pecho—, soy quien está contigo, soy el afortunado.
Analicé su modo de hablar y de verme, previniendo que fuese honesto.
—Te perdono por el insulto —veo sus ojos entre el gris y el azul—. Puedo soportar que discutamos por nuestras diferencias, no el que dudes de cómo me muestro, ante ti y ante todos.
—No dudaré de ti —dice formal—. Nunca más.
Lo abracé, poniéndome en puntas y gozando de esta comodidad que solo Eliot brinda.
—Ni yo de ti.
Alguien nos interrumpió y nos soltamos sin mucha prisa. Llevamos un buen rato en algún piso, y por lo visto era el que da a la oficina de Eliot.
—Lo siento, señor Eliot —dice Rose y me da una mirada de desconsuelo—. Pero tiene una reunión, no puedo postergarla más.
—Sí —el aludido la acompaña—, gracias Rose.
Sonrío orgullosa de que sea un poco flexible con su asistente y vuelvo a darle al botón de planta baja.
*
Usando la llave maestra abrí la puerta y tuve que toquetear por toda la pared para hallar el interruptor y dar luz a solo una parte de la sala, en la cocina hay otro y sucesivamente con el pasillo a las habitaciones posteriores. Poco a poco entiendo porque es necesaria tanta gente para limpiar este lugar, ni siquiera es una casa y es demasiado grande para una persona.
—Buenas noches señorita —dice Noria al salir del baño de invitados y una pregunta me invade.
—¿Cómo hace para ver en esta oscuridad?
—Costumbre —encoge sus hombros—. Ya me iba pero puedo quedarme si desea cualquier cosa.
Le hago señas de que me acompañe a sentarnos. Al estar cómodas, le suelto.
—La verdad es que tengo un poco de curiosidad y no me atrevo a preguntarle a Eliot porque dirá algo muy tipo ‹‹Si ya soy todo tuyo, lo demás no importa›› —imito su modo de hablar y Noria sonríe viéndome con un prisma que no entiendo—. Ah, pero bien que a él le gustaría saber.
—¿De qué se trata?
—Él... ¿ha estado con muchas chicas?
—¿Se refiere al sentido formal de la palabra o...?
—Depende si hay diferencia.
—La hay —me da unos toquecitos en la pierna como si me contara confidencias—. Eliot no ha estado con alguna por estarlo. Tuvo sus relaciones, no muy duraderas pero sí que se tomó con seriedad. Algunos fueron modelos, como usted —me sonríe con cariño y no oculto el que siento por ella—, otras que se hicieron pasar por amigas de su hermana, otras que deseaban entrar a la universidad gracias a él, o tener un buen empleo. Algunas lo consiguieron, con eficiencia y sin que se notara hasta el final, y también las que desde siempre lo supe pero Eliot no lo comprendió a tiempo, ni me hizo caso. Llegué a conversar con una que otra, persuadiendo para que no hirieran su corazón y no lo conseguí —levanta sus hombros en un suspiro largo—. No sabe los crueles que pueden ser las mujeres hasta que te topas con una de ese estilo, ¿sí me entiende?
—Como no tiene idea —dije lamentada por Eliot.
—Mi tranquilidad estuvo puesta a prueba, Nadina. Aun así, aprendí un aspecto de él que no vi antes.
Mi curiosidad y miedo mezclados era como estar corriendo y sentir que el corazón se maneja solo.
—No creo en absoluto que no se diera cuenta de que jugaban con él —siguió—. Hubo un porque dejarlas conseguir lo que querían.
—¿Diversión? —dije por decir.
—Pocas cosas le divierten, puede ser.
—¿Habla en serio con que le pareció divertido que lo trataran como un colador? —Asiente y recuesto mi espalda en los cojines del sofá—. ¿Por qué sería divertido?
—¿Por qué no se lo pregunta?
—Como le digo, no me lo dirá...
—No se convenza de ello —sugiere con afecto—. Usted me gusta y si yo estoy encantada, imagino que el señor está muchísimo peor.
No me pasó desapercibido que al contarme las cosillas de Eliot le dijo por su nombre y ahora lo vuelve a llamar señor.
—Quizá no le guste que averigüe de su vida, aunque —pongo los ojos—, él ya lo hizo.
—Lo que es igual no es trampa, dicen por allí. ¿Quiere que le enseñe a preparar los panqueques?
—Quiero que me llame Dina —vi sus labios moverse para contraatacar, pero no se lo iba a dejar hacer—. Repita conmigo, Di-na.
—Di-na —me reproduce y hace que la siga a la cocina—. ¿No se cansa de hablar conmigo?
—¿Por qué me cansaría de una montaña de sabiduría? —sonrío dándole un beso en la mejilla haciéndola reír—. Si la llegan a despedir por mi culpa, ya sabe, tiene empleo.
—Como ya dije, usted es un caso serio.
Nos pusimos manos a la mezcla e hicimos unos panqueques de prueba, a ver qué tal me quedaban. El desastre fue excepcional pero lo limpiamos, paso a paso y con un poco de tiempo quedaron mejores los últimos. La invité a comer conmigo, a limpiar de nuevo y dejar listo unos panqueques que Eliot podría calentar después con una notita en la nevera.
Noria se fue certificando que me acomodara, y al calcular que no merodeara en el edificio, me puse mi chaqueta porque usé una blusa sin mangas cuello tortuga que no ayudaba con el clima frío de afuera, apagué todas las luces y la puerta principal se abrió.
—Hola. Me estoy yendo, te dejé...
Mi boca no pudo modular nada. Fui rodeada y mi lengua fue empujada por la de Eliot, quien se quería adueñar de todo; de mi espacio, mi equilibrio, mi norte, mi cuerpo que no se hallaba yéndose a su departamento, sino que le pareció buena idea los arrebatos de él.
—... dejé unos panqueques... —no sé cómo hablé sin suplicar, si bien el que continuase o que me dejara irme.
—Panqueques —gruñó él y la puerta se cerró de golpe. Eso me dio el chance de alejarme y decir lo que sea.
—En serio, ¿cómo se puede ver aquí? Cualquiera se hiciera chichones...
—¿Dónde estás? ¿Jugaremos al corre, corre que te atrapo? —Escucho sus pasos arrastrarse para que no lo oiga, pero sí que sé dónde viene—. No quiero que te tranquilices, sé que es eso lo que buscas, no estoy tranquilo, para nada.
—¿De veras? —digo sardónica riendo—. Si no lo dices no me lo creo.
—Andy —está muy cerca y mi apodo tenía indicaciones de precauciones—. Me gustan los juegos, no deberías estar haciendo esto.
Juegos. ¿Eran juegos? ¿Pudo ser? Pero si lo fueron no tiene cabida que ellas consiguieran beneficios que les ofreció sin hacerlo directamente...
—¡Ah! —grité y sostuve los brazos que me rodean, reconociéndolos—. No dejas que piense.
—Tú tampoco dejas que lo haga pero no me estoy quejando.
—Porque seguro lo disfrutas —abrí sus brazos volviéndome a él y acoplándome.
Nos condujo en la completa oscuridad en que estamos y la parte de atrás de mis rodillas sintieron el colchón y las sabanas. Iba a felicitarlo por tremenda proeza, pero se esfumó en mi mente al ocuparme de desvestir a un muy vestido Eliot. Él se pensaba que esto iba a ser equitativo pero no, yo no quería ni de cerca ponérselo en bandeja.
Descubrí que sus puntos débiles eran rozarme accidental o al propósito con su pecho y pelvis, besar el área de la clavícula, el cuello y las orejas. Así que me centraba en quitar lo que estorbara, besar, rozar y sentirme todopoderosa al escuchar sus quejidos de gusto. A veces también lo acompañaba en las sensaciones que las tengo presentes, tanto o más que él.
Pero por un segundo, vino a mi lo que dijo Noria.
Eliot es un hombre muy inteligente. ¿Qué me dice a mí que esto no es como una comparación? ¿Qué me dice que él no finge darme el control y es él, siempre él, quien lo tiene y lo tendrá?
Mi espalda dio un golpe un tanto brusco contra la cama y cerré sin conciencia mis piernas, aguantando el ardor que me recorría entera y que Eliot se encargaba de subir a otras escalas, provocando y luciéndose en tocar justamente donde quería que tocara. Me estaba haciendo adicta a sus manos y a tocarlo para apaciguarme, contradictoria, porque no es posible. Le pedía uniendo su cadera a la mía que se diera prisa y no jugara si yo no juego a la par. Evaluó esa posibilidad y me interesé de ella para que se quedara conmigo.
No veía con claridad lo que nos rodeaba, pero sus ojos los veía claros. Así que me acerqué y besé sus parpados. Su frente que nunca había besado, sus mejillas, su barbilla y sus labios que me dieron todas las facilidades y se computaron con los míos.
—¿Qué voy a hacer...? —dijo y me acerqué lo más que pude a la realidad para redundar la pregunta.
—¿Con qué, Eliot?
Volteó la cara como un niño que no quiere decir la verdad y me impacienté. Le di un mimo con mis labios en su mejilla, repitiendo la pregunta.
—Con estas..., ganas de decirte mi amor —dijo abarcando las palabras con inquietud.
Las emociones atraparon mis manos, poniéndolas tiesas.
—¿Quieres hacer algo por cambiarlas, porque desaparezcan? —Ni me reconocía tan despejada.
—Ellas no van a desaparecer —dice con una gracia que él no parece sentir—, para que eso pase tendrías que desaparecer y el solo imaginarlo me mortifica, me pone en alerta todo el tiempo. ¿Sabes lo frustrante que es vivir en alerta?
—N-no, no lo sé y me confundes.
—Que sigues acumulando motivos para que deje de odiar Te Encontré y te ame a ti, Nadina.
Mis brazos cayeron, mis manos cubrieron mi boca y no pude evitar sollozar. De un segundo al otro pasé de sentirme deseada, rechazada a ahora... ¿amada?
—¿No bromeas?
—¿Por qué rayos bromearía con eso? —solo le faltó estirar las erres y las as para imitarme.
—No bromees aun, Eliot —amenazo.
—Exactamente —sus rodillas presionan a los lados de mis piernas, poniendo gran parte de su peso en ellas y ahueca mi cara en sus manos—. No lo puedo asegurar hoy, pero puedo decirte con total franqueza que empiezo a amarte y nunca había estado tan feliz de tenerte.
Negué, con pánico. No el de no poder creerle, sino el de estar montada en una gran burbuja que va a estallar al decirme que la cámara escondida está en su frente. Que estoy rodeada de unos brazos fuertes que me mienten.
—No llores, mi amor —pasó sus pulgares por mis mejillas y me sorprendí de estar llorando y hacerlo más con su mote—. ¿Por qué lloras?
—Porque —sorbí—, porque quiero creerte.
—Créeme —unió su frente con la mía—. Por favor, créeme —farfulló cerrando sus ojos y yo hice lo mismo.
Necesité abrazar su espalda y acurrucarme tan cerca como fuese concebible.
—Lo creeré si no me sueltas —solté un hipo sin querer.
Eliot alzó mi cuerpo y me sostuve desde su cuello temiendo dar con el suelo, sacando las colchas de debajo y nos metió dentro. Que maniobra interesante y difícil.
—¿Cómo eres tan fuerte? —pregunté viéndome tentada a tocarlo pero sin necesitarlo tanto como el abrazar.
—Porque soy un tanto obsesivo, como una señorita que conozco.
Bostecé en medio de una risa y besé cerca de una de sus tetillas.
—Esto, por si me quedo dormida y no logro decirte buenas noches.
Rió besando mi cabello.
—Buenas noches, mi amor.
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