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14: La dicha y los tormentos

Convencí a Francesca de ir a una sesión de ejercicios para mujeres embarazadas. Leí que es recomendable hacerlo desde mitad de los meses de gestación pero ya que no le puso el cuidado y que aun así se puede ir, se lo ofrecí. Nunca es tarde y me impulsaba a ejercitarme también y salir de casa de quienes me acogieron.

Esperábamos con otras mujeres, embarazadas sobre todo a que llegara la entrenadora. Unas se estiraban y otras conversaban, como nosotras. Fran se notaba alegre de salir de la rutina.

—Necesito distraerme —le confío a Fran.

—¿Lo dices por Eliot? —Usa ese tono de picardía que su hermano suele usar, demasiado constante para mi gusto.

—Lo digo por él y por estar trabajando para él. ¿Sabías que uno de mis sueños era ser aunque sea una de las modelos de Wallace Place? Ser exclusiva me daba igual, solo quería una oportunidad porque admiraba sus diseños, su calidad, el prestigio. Nada más tener su nombre en mi currículo me abriría las puertas del cielo y... de otras partes también.

—Conseguiste todo eso tu sola, Dina —sonrió—. ¿No estás orgullosa?

—Lo estoy —digo con convicción—. Pero el que se esté dando este sueño no me deja pensar con claridad; no debería disfrutarlo.

—Al contrario —me urge a verla—. La idea es que lo disfrutes, pedazo de tonta. Eliot busca eso, retribuirte lo que pasaste.

De pronto, aquello tuvo mucho sentido. Todo ese empeño en que lo acompañe aunque aún no terminan los diseños para llevarlos a muestra, sesiones de fotos o simplemente para las pruebas y ajustes usuales. ¿Era porque se siente culpable y quiere que cumpla ese sueño que dejé enterrado? ¿Cómo se dio cuenta? Nunca se lo dije.

—Buenas días —dijo una muchacha en buena forma, morena, alta y de cabello oscuro con reflejos en las puntas atado a una coleta alta—. Mi nombre es Acristale, seré su entrenadora las próximas semanas entre tanto paguen sus cuotas —dijo con bastante seriedad pero captamos la broma y la mayoría reímos—. ¿Listas?

Al principio fue algo forzoso para Fran aprender la rutina, pero al poco tiempo todas íbamos sincronizándonos a lo que Acristale nos mostraba. Era divertido y relajante poder desfogar las frustraciones en esto, que hace bien y, por encima de todo, nos dejaba a ambas en buen estado.

La música dejó de sonar y aplaudimos, encantadas con el carisma de Acristale y con la rutina nada forzosa pero sí efectiva. Unas murmuraban lo excelentes que se sienten y otras, como Francesca, se recostaban en el suelo buscando aliento. No es recomendable hacerlo tan rápido pero en su condición la dejé en paz.

—Dina... —me llamó y doblé mis rodillas para escuchar—. Creo... creo que es... es hora.

—¿Hora de la ducha? —sintiendo tanto sudor, claro—. Estoy de acuerdo.

—No, no —medio sonríe, como si estuviese extasiada—. Es, hora, Nadina.

Fruncí el ceño sin entenderle. ¿Hora de qué? ¿De irnos, de movernos, de felicitar a la instructora?

—El bebé ya viene... —fue lo último que dijo antes de que me indujera en un estado de alarma.

—¡Caray!

Me puse en pie y giraba husmeando mi bolso. El modo en que Fran se quejaba alarmó a las mujeres y lo siguiente que pasó fue que estuvo rodeada de ellas que chocaban sus panzas y las que me rodearon trataron de ponerse de acuerdo en llamar al hospital al cuál ella va a sus chequeos. Una ambulancia vendría en unos minutos mientras localizaba a Eliot que hoy, precisamente hoy, está tan ocupado.

—Rose —dije antes de que repitiera el estúpido mantra de «el señor Wallace no está disponible...»—. ¡No tengo paciencia, comunícame con Eliot ya! ¡Ya mismo!

—Señorita...

—¡Es urgente, es urgente! —apretaba mi mano libre para no hacerlo con el celular—. ¡Ve a decirle que si no me contesta va a arrepentirse su vida entera!

No presté atención a lo que dijo y menos musitándolo. El interés lo tengo divido en tres partes y la más fija está en Fran que no deja de apretar mi brazo y gruñendo que no me preocupe, que seguramente llegaremos pronto al hospital y que estaremos bien. Que confía en que Eliot responderá. En eso difería.

—Disculpe señor... —oigo a Rose y entre otros susurros, la voz de un Eliot no muy contento me recibe.

—¡Me da igual, Eliot!, ¿oyes bien? ¡Me da igual! —bufé—. Estoy con Francesca y dice que el bebé ya viene, pero...

—¿No es una broma?

—¡¿Por qué rrrrraaaayos bromearía con algo parecido? ¡Ve, ya! —respiré fuerte—. No sé cuánto tiempo vaya a tomarse la ambulancia... —nerviosa como estoy, admití—: tengo miedo...

—Voy para allá, muñequita. Toma aire, ¿sí? —Asentí pidiéndole que se dé prisa.

El asedio fue extremo. Intentaba comprenderlas; están angustiadas igual que yo, pero ninguna podía ayudarme o a ella, aunque lo hacían. Hablaban a la vez intentando que siguiera instrucciones de respiración, tomar agua o alguna distracción, solo que ¿cómo puedes concentrarte en algo más que no sea el dolor?

Y lo peor, es que ya había roto fuente.

—¡ah! —Fran grita y toco su frente sudorosa—. No puedo, no puedo... necesito a Edmund...

—Eliot va en camino.

—¡No quiero a Eliot! —exclama y enseguida su rostro muda y hace un puchero, como si quisiera llorar—. Lo siento Dina...

—Yo lo siento, no fue buena idea venir.

—¿Crees que hacer ejercicio indujo el parto? —preguntó una de las mujeres con una enorme barriga, rubia casi platinada y de piel blanca, traslucida—. Cada una venimos para sentirnos bien y si nos sentimos bien, el bebé también lo hará. No creas en fábulas, niña. Si hoy es el día, hoy es el día.

Otro grito de Fran que pone los pelos en punta.

Definitivamente, hoy es el día.

*

No se me daba bien esperar algo que no llegaba. Eliot no respondía, cuando tuve el celular de Fran en mano Edmund tampoco, ni siquiera los futuros abuelos. ¿Dónde se había metido todo mundo?

Sostuve la mano de Francesca hasta es hospital, ida a la habitación en donde esperaban a que estuviese la suficientemente lista para pujar, podría tardar horas y mientras esas horas pasaban me comunicaba de una u otra forma con sus familiares. No soy familia directa; ser novia de quien sea no me cualifica para estar con ella y eso es lo que me tiene nerviosa. Permitieron que la acompañe por ahora, pero en la sala de parto tiene que estar con ella un familiar.

—¿Dónde está? —le pregunto a Rose, quien ha sido víctima del temperamento de Eliot y mi ansiedad—. Hace horas que debía estar aquí —digo más para mí misma.

—He tratado de comunicarme pero tampoco me responde.

—Sigue intentando. Intenta con todos, por favor.

—Lo haré, trate de tranquilizarse.

—Que me digan que me tranquilice no me tranquiliza. Solo, por favor, mantente pegada al teléfono.

—Lo hago. Estamos en contacto.

Volví a la habitación, negando enseguida en que Fran me mira con la esperanza de darle buenas noticias.

—Imbécil, ¡es un imbacil! —Ni siquiera creí prudente corregirla—. Voy a matarlo cuando lo... —soltó un grito ahogado y estiró su brazo hacia mí. Enseguida tomé su mano—. Cuando lo vea-ah.

—Le pedí a Rose que si se lograba comunicar les dijera donde estamos.

—Dios, Dina —sus ojos me miran y caen lágrimas de ellos, partiendo mi alma—. Tengo miedo.

—Y yo, Fran. Pero no te voy a dejar sola —prometí—. No te dejaré.

—Si tú no estuvieras conmigo..., no sé qué habría sido de mí. Continuamente —aspira aire—, estoy sola... Habría estado...

—No pienses en eso —sosiego mi voz para calmarla—. Estoy yo, va a nacer tu hijo...

—Niña —me corrige y sonrío enseguida—. Es una niña.

—Pues va a nacer tu niña pronto y en eso debes enfocarte, ¿cierto? —le pido a la doctora que está viendo entre sus piernas que me eche una mano.

—Cada vez estás más dilatada, Francesca. Todo va excelente.

—Todo va excelente —repito sus palabras—. Irá excelente.

No importa si yo no estaba segura de lo que afirmo, con tal y Fran sienta que es así, valía la pena mentir.

A la siguiente hora Francesca y sus nervios no se calmaban, pero hizo el tipo mientras esperábamos. Le preguntó varias veces a la doctora si podían sacarle a la niña ya, sin recordar que ese procedimiento es para otros tipos de embarazos y el suyo marcha muy bien. Su dilatación va viento en popa, es cuestión de esperar. Es duro pero no hay retorno.

—Ya pronto empezaremos, Francesca —dice la doctora con una sonrisa que incluso a mí me dio una nueva energía—. Iré a ver que todo esté listo, Olive se quedará con ustedes —vimos a Olive, una enfermera pelirroja, pecosa y de rostro adorable—. Están en manos expertas.

—Gracias —dije yo fijándome en mi celular. Fue como si lo deseé tan fuerte que se presentó una llamada y la contesté enseguida—. ¿Diga?

—¿Dónde están?

Fue todo lo que necesitó Fran para echarse a llorar y yo explicar la estructura del hospital a Eliot para que llegaran. No me dio tiempo de preguntar si venían todos, si su hermana continuaba solo conmigo íbamos a volvernos locas, por razones diferentes.

Edmund entró al cuarto hecho un desastre, despeinado, con la camisa por fuera y el saco en la mano —que quedó en alguna parte— y el rostro asustado. Se dirigió a su esposa y ella arrancó a llorar, esperaba que de emoción. Él tomó su rostro y le dio un beso, que estoy segura Olive y yo sentimos que decía todo lo que la mezcla de sentimientos y circunstancias no lo dejaban. Le hice unas señas de que saldría por té y los dejé solos, los que debieron estar desde el principio.

—Andy —la voz de Eliot me asustó y tranquilizó a la vez. Se puso de pie en las sillas para visitas y vino a mí—. Lo siento, no pude venir antes...

—Tranquilo —acuné su cara entre mis manos—. Llegaron, es lo que importa. Aunque admito que estaba muy nerviosa.

—Nosotros también —dice como si me entendiera perfectamente—. De haber podido llegar las habríamos buscado pero... todo sucedió muy deprisa.

—¿Qué sucedió? ¿De qué hablas?

Nos sentamos y escuché atenta al relato de las últimas horas.

Edmund lo acompañó a ciertos pendientes de este y al volver a la empresa, Jamie les pidió reunirse. Adiviné que era para hablar de lo pertinente, sus asuntos, como la lógica lo dicta. Sin embargo, me equivoqué. Ellos hablaron de mí y por poco Eliot discute fuertemente con su padre por mi causa.

Tal parece que, como esperábamos, no estaba de acuerdo con que fuese la imagen de su empresa, esté esta delegada o no a su hijo. Harían una excepción, no importaba si ya estaba anunciado y firmado mi contrato, prefería que lo disolviera porque Eliot está muy equivocado con mi ética de trabajo. Eliot no quiso ser demasiado explicativo con las palabras exactas que utilizó para describirme, lo dejó en que él ganó. No voy a irme a ninguna parte porque no quiere y Jamie no tiene acciones suficientes para tener peso. Sí, su opinión siempre será oída, pero Eliot es quien manda. Fin.

—¿Y por qué no está con su hija? —eso, en tal caso, es lo más importante—. ¿Y la señora Ofelia?

—Ella está en un viaje, vendrá lo antes posible. De él no quiero hablar, Andy.

Guardé mi respuesta para más tarde. Teníamos que calmarnos y esperar, pacientes. Y ninguno parece tener paciencia.

**

Eliot insistía sin inflexiones en que fuera a descansar, pero no podía. De cierta forma le tengo cariño a su hermana y no estaría calmada hasta que no supiera que tanto ella como su bebé estaban bien. Si era o no un parto natural e iba genial en mi mente hay posibilidades para todo y la seguridad es siempre lo óptimo, lo mejor.

Ahora, que alguien se lo haga entender a este hombre.

—¿Es que te molesta mi presencia? —pregunté pundonorosa, empezando a creer que lo que en verdad quiere es deshacerse de mí.

—¡No! Dios..., no es eso —Noto su cabello estar más largo y más despeinado—. Quiero que descanses.

—Yo quiero lo mismo pero no me harás caso.

—¿Así como no lo haces conmigo?

—No es lo mismo —crucé mis piernas y vi que aun llevo puesta la ropa deportiva. No he tomado un baño desde la mañana.

—Es exactamente lo mismo.

—No voy a irme, Eliot —zanjé—. Carga con ello —saco un par de billetes y paso a su lado—. Iré por un té, ¿quieres algo?

—Si lo que quiero no se cumple, voy contigo por lo que quiero.

Habría sonado tan romántico de ser otro contexto y otra la intención.

Bajamos a la cafetería, tomamos un muy mal café y al regresar, saliendo del ascensor Edmund salía a la vez, sudando, con una bata encima de la ropa color verde y una malla cubriendo su cabeza.

—¿Ed? —le premura Eliot y nos ve a los dos, sonriendo.

—Ha nacido.

Sonrío anchamente y toco a Eliot por la espalda, empujándolo a que se una a la felicidad de su cuñado. Se abrazan con fuerza y escucho, a ese hombre que creí ser tan serio, llorar. Busco dentro de mi bolso un pañuelo y se lo tiendo al separarse.

—Gracias, Nadina —aprieta mi mano con el pañuelo de por medio—. Y gracias por estar con ella.

—Lo hice con gusto, ya no me agradezcan —dije con naturalidad pero sintiéndome incómoda.

—Aun así —insiste y suspira, recobrando el sentido—. La llevarán pronto a su cuna, Fran debe descansar y ustedes también. No tienen que esperar.

—Pero... —dijimos Eliot y yo a la vez. Edmund niega.

—Váyanse —ordenó—. Mañana será otro día.

Le pedimos que también descansara y fui con Eliot al estacionamiento del hospital. Esperaba encontrarme con la camioneta que siempre lleva y a un Cris un poco harto de esperar; y no, no fue así. No me sorprendió el auto en sí, sino el que no tuviese a su chófer.

Voy a abrir la puerta de acompañante cuando veo a un hombre caminar hacia nosotros. Vi a Eliot y su calma trajo la mía. Un robo en estos momentos sería demasiado.

Reconocí ese rostro y el modo de vestir. Quería abrir la odiosa puerta pero Eliot no quitaba el seguro y debió hacerlo adrede.

—Ven aquí —pidió sin separar demasiado sus labios. Obedecí dándole crédito y tomó mi mano, como si supiera lo que va a pasar y que no estoy sola, ni él.

Jamie Wallace, con toda su seguridad, postura en sí y arrogancia saludó a su hijo con un beso. Eliot apretó mi mano y usé la restante para acariciar su brazo, duro como piedra. Nunca lo vi tan tenso.

—Buenas noches, señorita —si dirigió a mí y le contesté igual—. ¿Cómo está Francesca?

—¿Es que no lo has visto por ti mismo? —cuestionó Eliot y estuve a punto de abrir mis ojos. Casi fue sarcástico.

—No, acabo de llegar.

—Claro —sonríe y pone una mano en su hombro—. Siempre todo es más importante que ella, ¿no?

—No es así —refuta sin aspavientos—. Y te recomendaría no ventilar nuestros asuntos, por muy novia que ella sea.

—Nuestros asuntos, como tú los llamas, se ventilaron desde el preciso momento en que decidiste cobijar tu... —apretó su mandíbula y se rió. Una risa hueca—. Tu pene.

Esta vez sí abrí mis ojos y Jamie hizo lo mismo.

—¡Cállate, Eliot! —le rugió y Eliot, sonriendo con sapiencia, se acercó un paso a su muy encrespado padre.

—¿O qué?

—Eliot —le musité y pareció cambiar su semblante para conmigo.

—No voy a hablar contigo, papá. Me tienes harto.

Me negaba a entender lo que presencié. Con los seguros libres y sentados en los cómodos asientos de un porche plateado, esperé a que llegáramos a su edificio y poner orden.

—Eliot, ¿qué fue lo que pasó? ¿Qué es lo que no me cuentas?

Negó como diciendo ‹‹Tengo los testículos bien puestos, no te apures››.

Así que reí con ese semblante de Eliot reflejado en el espejo de ascensor, pero estando a mis espaldas no me notó. Se me había ocurrido una idea para que su molestia se disolviera, y cuando las puertas se abrieron en su piso fui la primera en salir, esperando por él. Se tardó lo que me tardo en hacerme un tratamiento completo en el rostro y al tenerlo parado mi lado, lo jalé hacia mí y lo besé.

En su momento apretó los labios sin querer ceder, y fue mi ocasión de presionar su cuello a mi dirección y que nos niveláramos, no solo en tamaño sino en propósito e iniciativa. Me pegué a él, con un brazo en su hombro y tocando su espalda y la otra debajo, dando caricias a su espalda baja, como si le calmara. Quería que dejara de pensar tanto en lo que le pasa y se centre en él, por una vez. En lo que quiere. Que puede devolverme el beso con las mismas ganas sin que eso signifique que es egoísta.

No obstante, no podía cambiar la realidad por mucho tiempo más. Nos alejamos gracias a su fuerza de voluntad y le sonreí, sin tener las mejores disposiciones. Le libero por completo de mi prisión hecha brazos y al darme vuelta, me encuentro con un rostro.

—Hola, ¿qué tal? —me saluda el chico con mucha confianza.

—Hola, todo bien, ¿y tú? —le sigo el juego a ver a dónde llegamos.

Oigo a Eliot suspirar a mis espaldas, y para que se oiga hay que hacer un gran esfuerzo.

—Sólo preséntate —dice la persona cuya consciencia de la nueva no tenía idea de esta. Hasta que la segunda habla.

—Cornald —me saluda y sostengo su mano—. Su vecino y amigo latoso.

—Nadina —menciono mi nombre cuidando ver sus facciones que me transmitían suma inteligencia, quizá como la de Eliot pero en diferente categoría.

—¿Solo Nadina?

—¿Y tú solo Cornald?

Sonríe. Perfecto; otro con una sonrisa linda. ¿Voy a seguir encontrándome chicos así? ¿No pueden ser de sonrisas forzadas que parecen sinceras? Es un rubio de cabello corto y ojos verdes, que debe estar cruzando los treintas y poco más. Se le hacen unas peculiares arruguitas bajo los párpados al sonreír, adorables. Es mas alto que Eliot y usa ropa que le sienta bien a su complexión, parece fibroso y estilizado.

—¿Puedes decirme cómo acabaste con...? —eleva sus cejas camino a Eliot—, ¿...él?

Enseguida le guiñé un ojo y me quise divertir un poco. Habíamos pasado del mal humor e impermeabilidad de Eliot a un poco de picardía y diversión de Cornald.

—Es lo suficiente guapo para tenerme así —encogí mis hombros con chulería—, es lo que puedo decir.

—Además de que se enlistó en Te Encontré, ese programa extraño al que le lanza dardos.

—Supe de su odio —acomodo mis brazos cruzándolos unos con otros—. ¿Es nuevo o desde que empezó?

—Desde que empezó, linda. Y no va a terminar nunca, ¿sabías que sus amigos nos pusimos de acuerdo para obligarlo a entrar? Pero tal vez —Me ve de arriba abajo en apreciación—, lo hiciste cambiar de opinión.

—Siempre creí que era mala persuadiendo. ¿Me das consejos?

—También puedo darte un tour por mi departamento, eso, claro, si Eliot está de acuerdo —se reclina a un lado y me quedo justo como estoy leyendo la reacción de Cornald, según sea la reacción de Eliot.

—Ella está con unos amigos —es lo que dice.

—¿Eres huésped? —pregunta y asiento. Comienza a hacer negaciones y caminar lejos de mí—. Al menos, puedo ofrecerte una comida casera...

—Smith —le advierte.

Doy un largo bostezo antes de ver mi reloj de muñeca y levantar la mano como quien pide permiso para hablar.

—Andy se va, pueden comer juntos esa comida casera.

—Espera —Eliot se atraviesa entre Cornald y yo y de un segundo al otro tengo mi mano entre las suyas, mientras baja la vista—. No te vayas.

—Creo que estar solo te hará bien. —No hizo esfuerzo en que no lo soltara y le di un rápido beso en la mejilla—. Buenas noches, y fue un gusto Cornald.

—Entre rubios nos entendemos, linda.

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