10: Ponernos un título.
Qué días tan cansados. Hubo una prueba de vestuario demasiado larga para mi gusto, y todo tiene que ver con que al señor director del comercial no le gustaban los vestidos porque dice que es común y que lo común no es su marca personal. La fragancia tiene una sutil percepción de cítrico en el fondo y quiere que mi vestimenta y la del modelo que me acompañará sean fresca y cómoda en cuestiones de movimiento. Terminó eligiendo unos pantalones cortos blancos, con unos tenis azul eléctrico, blusa gris sin mangas y arriba una chaqueta negra arremangada hasta los codos. El cabello suelto y planchado. Mi compañero usaría bermudas verdes como las hojas de primavera, una franela de dos tonos, negro y blanco desteñidos en la tela. Unos tenis negros con líneas a los lados entre verdes y plateadas. Su cabello lacio y rubio no necesitó ningún cambio.
Lo otro es que al terminar de hacernos cambiar muchas veces, el sitio donde se grabaría tuvo un pequeño accidente cercano. Están en restauración de un edificio antiguo a menos de una cuadra y cerraron toda la calle. Al menos esperamos al día siguiente y la grabación se retrasó día y medio.
Finalmente, grabamos en tiempo récord sin inconvenientes. No siempre se tiene un compañero con una ética profesional que te impulse a tener la misma talla, pero Jay se ganó mi respeto. Escuchamos las instrucciones del director y sus ayudantes, y procuramos no retrasar. Al ver los resultados la satisfacción calmó el mal humor que en un instante el director nos dio a conocer.
Hace unos dos años o más no pasé por lo mismo; casi fui incluida en una rabieta de una modelo de mucha trayectoria pero poca humildad. Quería fresas en su camerino, no las encontró donde quiso y por eso y solo eso no quiso hacer su parte. Me culparon y a un par más por ello, que nosotros invadimos su privacidad y nos llevamos sus inexistentes fresas. Muchas no teníamos camerino y ella que lo tenía, no le importó hacernos perder el tiempo y no me quiero acordar del chismorreo y el dinero que supe se perdió por su culpa. No la reemplazaron por falta de movilidad, pero no he escuchado su nombre como lo escuché seguido en esos tiempos.
En algunas semanas será la inauguración del comercial y a Vic, el director, le entusiasma tanto como verme y recordar en lo que me vinculan. No entiendo su amargura por lo que le pregunto a Jay.
—Es natural —me dice en secreto nuestro último día como pareja.
La calles están atestadas y el taxi en que vamos apenas se ha movido. Le he sugerido varias rutas pero no me ha hecho caso, así que lo di por perdido.
—¿Gruñir por la falta de café?
—Gruñir porque tu modelo estrella es la comidilla cuando tu comercial asombroso debería serlo.
—Creí ser un premio de consolación —digo con sorna y en broma, principalmente.
—Lo eres, solo hay que comprender. Nunca va a compararse.
—¿Qué hay de ti? —pregunto con una risita burlona—. No soy el único premio.
—¿Me dijiste cosa?
Golpeo su hombro ante su tono insultado y le pide al taxi que lo deje en la esquina de la siguiente calle, justamente donde hay un café. Ofrece que me quede con él y unos amigos a beber uno pero estoy justa de tiempo y si quería que me alcanzara mejor no desviarme.
—Está bien —dice al salir, cerrar la puerta y recostarse en la ventana—. Pero obtendré mi salida, si quieres invita a tu... presidente de una empresa billonaria.
—Señor, arranque —le digo al taxista teniendo muy presente el taxímetro. Jay se aparta despidiéndose.
Me entretengo mirando por la ventana que está a punto de anochecer y salgo del estupor de mis pensamientos por el sonido insistente de una llamada entrante. Contesto viendo que en el remitente dice ‹‹Eliot››.
—Hola —digo sabiendo cómo me he oído, como si bajara la voz para hacerme la interesante.
—Hola, ¿puedo saber dónde estás?
—Puedes, sí —le concedo y aguardo a que pregunte dónde estoy. Cuando lo hace, respondo—: un taxi.
—¿Te importaría pasar por el aeropuerto...? —no escucho lo que sigue para decirle al taxista que cambie de rumbo y él gustoso lo hace. Claro, pronto llegaré a los setenta.
—No voy a preguntar qué me espera, llegaré en veinte minutos.
El señor tiene una sonrisa cuando le entrego un billete de cien y no dejo que me regrese el cambio. Preparo a mis ojos para buscar y también llamo a Eliot subiendo y bajando la vista.
—Cerca del área de embalaje —es lo que dice y me encamino hacia allí.
—No veo nada, Eliot —gruño al sentir que empujan mi hombro y ni siquiera me ofrecen disculpas—. Más vale que sea importante —veo mi reloj y el retraso es inmenso. Esmirna va a reñirme—, voy tarde.
—¿A dónde?
Doy un brinco y me vuelvo hacia la voz que habla cerca y en mi oído. Le permito a mis emociones salir a flote y abrazo el cuello de Eliot, oliendo su cabello sin querer pero disfrutándolo. Entrega el mismo sentir hacia mí, abrazando mi cintura y recostando su barbilla en mi hombro.
Dependencia. Es la palabra clave, la que se acaba de cruzar por mi mente y tiene mucho que ver con lo que siento. Cuando empiezas a querer, y no solo querer de sentir, si no de querer estar, querer besar, querer abrazar, querer conversar, querer compartir, y el querer es consiguiente te acostumbras a que sea primordial y no te hayas sin tenerlo en ti. Extrañar es depender, y extrañé mucho a Eliot.
—Esmie me espera —me alejo acertadamente. Tengo conciencia de mis pretensiones, y seguramente van afinadas con las suyas.
—Si es importante voy contigo, así aprovecho de conocerla —se agacha por un maletín y hace que enganche mi brazo con el suyo—. Compré boletos para mañana en la mañana, ¿vendrás conmigo?
—No suena a que tenga alternativa, Eliot —le digo en reproche. Hace un minúsculo mohín y sin querer sonrío—. Volveré contigo —afirmo a sus deseos que también son los míos.
—Bien. Pensé que tendría que utilizar la persuasión.
Reí y estuve a punto de preguntar a qué se refiere con persuadir, exactamente.
***
Esmie y Nelly nos recibieron con una cena sencilla de lassaña y refrescos. Antes de ir a verlas fuimos a mi departamento por unas cosas que necesito y enseguida corrimos a casa de mi representante. Nelly no dejaba de verlo y preguntarle si sus ojos son de verdad, y a Eliot le parecía una historia interesante contarle cómo los tiene así. En pocos pasos le explicó la reproducción humana sin ser grotesco y al final el resultado de sus peculiares ojos. Ella le encanta ese hombre. No la culpo para nada.
Esperamos a que Esmirna lleve a Nelly a dormir en silencio y al regresar se sienta en el sillón a un costado de nosotros.
—Fue bueno que hablara tanto con usted —le dice a Eliot—. Se durmió mientras la cambiaba.
Intercambié miradas con él y seguí bebiendo mi café oscuro con una cucharadita de azúcar.
—Es una gran conversadora —la halaga dejando una pierna sobre su rodilla—. Ahora, es buen momento para hablarles de una propuesta que les tengo.
—¿Propuesta? —preguntamos a la vez, Esmie con desconfianza y curiosidad, yo con duda y espanto (este último escondido dentro).
—Sí —se torna serio—. He tenido muchas reuniones con accionista mayoritarios, entre ellos mi madre —amplía sus labios en una mueca no muy confortante—. Quieren una nueva imagen que aparezca en nuestra revista, el público lo solicita. Te solicitan, Nadina.
Cerré mi boca. Esmirna me miró analizando como siempre, pero yo... ¿Yo?, no siento mi cuerpo. No le puedo devolver el gesto. ¿Cómo es que esto se ha volcado a mí?
—Disculpe —dice Esmirna saliendo del sueño antes que yo—, no entiendo en qué podría contribuir Nadina, señor Wallace.
—Una modelo experimentada nunca está de más, y Nadina tiene una reputación que pocos pueden presumir.
—¿En qué sería esto justo para usted?
—Me fío de mis presentimientos y tengo uno muy bueno. No diré nada más si es lo que tiene en mente.
Toco mis parpados a la vez que cierro los ojos. Sigo despierta y si fuese un sueño no sería tan largo y nítido. Tengo una propuesta de trabajo, debería saltar y subrayar mi listado de metas y éxitos a alcanzar: obtener un trabajo a la vez que empleo otro.
—Es inusual, eso es lo que pasa por mi mente. —Muevo mis hombros y veo a la que moviliza mi vida profesional, que esperaba por mí—. ¿En qué piensas? ¿Has sacado tus conclusiones?
—Sí y no veo, hasta ahora, por qué no.
Frunce en entrecejo.
—Claro, si me llego a arrepentir quiero creer que podré renunciar, ¿o me equivoco?
—No te equivocas, lo último que quiero es retener en contra de tu voluntad.
—Lo escuchaste —le comunico y Esmirna no deja de fruncir—. ¿Es mucho pedir un momento a solas?
—Conversen cuanto necesiten.
Sigo con la vista a Eliot salir por la puerta al jardín trasero y enfrento a Esmirna.
—No enloquecí —aviso.
—¿Estas segura? No te fuerces a aceptar porque te sientas en deuda, estarías sacrificando tu trabajo.
—Podré hacerlo, no te preocupes.
—Intento no hacerlo, Dina —me dio un pequeño abrazo y le avisamos a Eliot nuestra decisión.
Lo mejor es pensar y decidir después. No era necesario embargarnos en una platica donde digamos pros y contras. No iba a firmar nada con Wallace Place hasta que Eliot supiera mis razones.
—Una parte de mi contaba con que aceptarían, pero la otra advertía esto —se inclinó a la izquierda en donde estuvo sentado junto a mi y abrió el maletín, sacó una carpeta, extendiéndola a mi dirección—. Es el contrato, léanlo detenidamente.
Nos dio tiempo de leerlo y revisar ciertos detalles, pero basándose en líneas justas y a lo que me dedico, era un contrato excelente. Demasiado excelente para el sueldo.
—Están poniendo mucha fe en mí —comento paseando el lapicero entre mis dedos.
—Y yo pongo fe en el trabajo duro, el que has mostrado.
Mi representante, amiga y paño de lágrimas me sonríe y es el único indicativo que necesito para sentir que no la abandono al no firmar por ahora. Entrego mi contrato y los tres nos ponemos sobre nuestros pies.
—Ha sido un placer —dijo Esmie casi mofándose y extendiendo su mano.
—Al placer fue mío —vamos con ella hasta la puerta.
—Cualquier cosa, llama —me dice al oído al abrazarme y se despide de Eliot con un apretón—. Cuidado, señor Wallace —dice afiladamente—. Que no me entere de alguna cosa que lo perjudique, porque no me torceré de brazos con tal de protegerla.
***
En serio, me voy a volver loca. ¿Por qué cuando algo nos impacta no dejamos de pensar en ello? Ni siquiera puedo dormir, viendo el techo.
Eliot y yo preferimos cambiar los boletos para la madrugada y llegamos también en la madrugada. Me sentía tan cansada que al subir al auto aproveché que mi compañero abría sus brazos y recosté la mitad de mi cuerpo en el suyo para estar cómoda. Le pedí explícitamente que me despertara en mi hotel, pero él no lo hizo. En vez de atender a mi pedido hizo lo que quiso que fue dejarme en una habitación que desconocía, de la que al principio amilanó todo lo que me hace valiente y, pronto, al tener conocimiento irritó a mi paciencia y entré al que sabía es su cuarto para pedirle —otra vez— que me lleve al odioso hotel.
—Si te parece tan odioso, ¿por qué volver? —fue su contestación, adormilada, pero contestó—. A parte —medio bosteza—, lo de venirte aquí no me molesta, es más, hagámoslo.
—Te veo cansado —digo pareciendo comprensiva—, tu duerme y yo me voy sola.
No llegué a tocar el perno cuando soy atraída a la cama y ambos nos sentamos.
—Llevarte a las cuatro de la mañana a un hotel no es opcional, y si te parece tan odioso estar a unos pasos de mí, bien, ¿entonces qué?
—Tu apartamento no es odioso, tonto —niego revolviendo su cabello—. Es solo que siento que... es extraño. Nosotros somos extraños. No estoy acostumbrada a estar con alguien y vienes y me pides que me quede. Es apresurado.
—¿Quieres ponerle título?
Veo a los lados creyendo que me juega una broma.
—Título, ¿a qué?
—A nosotros —informa atrayéndome hacia él y se recuesta en la cama—. Novio, novia. Que cuando te coqueteen les digas «tengo novio y es Eliot Wallace», haría bastante gracia.
—Hasta ahora no le he dicho a nadie qué eres —salgo de debajo de su brazo y costado para verlo—. ¿Qué eres?
—Tu novio —eleva sus labios—, ¿y tú?
—Tu novia, por consiguiente —lo abrazo por la cintura—. Una novia que buscará un departamento.
Pero a Eliot no le parecía buena idea si tiene uno grande, que poco utiliza y todas las excusas que se la pasaron por la mente y se trasladaron a su boca. No supe hacerle entender que necesito mi espacio; estoy acostumbrada a tenerlo y no lo dejaré justo ahora. Simplemente gané.
Los títulos no me harían cambiar de opinión.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro