1: El trabajo y la vida
Me relajo y que Jim tome las fotos que necesite. Esta sesión en lo que va del año es una de mi favoritas, por el fotógrafo y por la compañía femenina; de las mejores con las que he trabajado.
Nos tomamos un break y aproveché de buscar mi teléfono, tanto como el resto fue a adoptar una postura natural o hidratarse. No hay imprevistos y eso me llenó de alivio. Se pusieron frente a mí, obligando a que bajara el aparato y me fijase en una de mis compañeras. Si no la conociera, creería que está nerviosa o que, en contra parte e inexplicablemente, esté nerviosa por mi causa.
—Así que...
Alcé mis cejas, esperando a que terminara de hablar. Pero la espera fue eterna. ¿Por qué luce medio apenada?
—¿Qué, Milena?
Ella gruñe con toda intención. Y es que Milena gruñe para dar ciertos énfasis a la hora de ser «coqueta», y si por casualidad lo está siendo conmigo no sabría cómo sentirme. O qué hacer.
—Esa amiga tuya —agita su mano como si fuese suficientemente clara. Le sigo sin entender igual y se lo hago saber—. La que tiene pinta de cantante de country... —sigue luchando.
Me río y asiento sabiendo de quién habla.
—Se llama Serena.
—Ah, mira tú. Tiene nombre de candidata a concurso de belleza.
No me permito reír aunque fuese divertido y la apremio:
—No seas antipática y dime qué hay con ella.
—Es su cumpleaños, ¿no? Pues verás —cruza sus brazos—. Me gustaría estar en él.
—¿Por qué? —pregunto con una sonrisa. Aquí hay uno o varios gatos encerrados y seguro Milena trae la llave para sacarlos de su prisión.
Ella descarta la importancia, de nuevo, con su mano.
—¿No se puede? Me lo vas diciendo rápidamente para no hacerme ilusiones, Dina.
Le doy una mirada de reojo, apenas siendo convencida.
—Eh, no sé si sabes que la manipulación es tu peor arma. Mejor sé directa y te ayudaré. Claro, si quiero.
Su sonrisa fue de espontánea gratificación. Hasta de orgullo.
—Te has ganado diez puntos como mi amiga.
—¿Somos amigas? —Mi duda no intenta ofenderla. Y Milena no se ofende, para mi tranquilidad.
—Veinte puntos.
—Aduladora.
—Podríamos serlo si me dejas participar del cumpleaños.
—Sigue sin ser buena idea —le recuerdo.
—Bueno... Si no hay remedio. —Se acerca y enlaza nuestros brazos, el suyo más angosto que el mío y camina lejos de los estilistas—. Jim va a querer repetir y yo no quiero.
Jim es el fotógrafo y le ha lanzado miraditas a Milena por varias horas de la sesión. No me extrañó puesto que es de conocimiento común dentro del set que ellos se entienden o entendieron alguna vez. Pero esto sí es raro.
—¿Y por qué no se lo dices?
—Porque será el fotógrafo en una campaña en la que estaré y no deseo que se forme... una incomodidad que perjudique a todos.
—Pero Milena...
—¿Por favor? —ruega y noto su desesperación.
No sabría decir cuál fue mi mayor impulso en aceptar tenerla en el cumpleaños de Serena. ¿Tener una amiga? ¿No ser una perra?
Planear verte con alguien cercano es un esfuerzo sobre esfuerzo que me tomo muy en serio, así que perra, lo que se dice perra, no soy. Pero esta vez sobrepasé mis límites organizando una fiesta. Una persona cualquiera no tendría que planear con semanas o meses de antelación un plan entre amigos, éste se daría espontáneamente, pero un plan seguía siendo eso para mí y tener una fiesta, según mi representante, es tener un plan para todo.
Escuché mi nombre por una de las maquilladoras y me acerqué corriendo con unos altos tacones de aguja y una gabardina cubriendo el precioso vestido de flores, porque las flores están de moda y es lo que vestimos casi todas. Es el alma de la revista. Algunas rieron por lo graciosa que me veo corriendo sin correr y nos piden relajarnos y dejarnos ir.
—Eso sonó tan... —dijo Milena, quien forzó una sonrisa pícara. Le di un piquete en la espalda; nadie quiere saber cómo suena.
Milena es una morena de rizos grandes, labios voluptuosos, ojos ambarinos y contextura delgada casi rayando a flaca como un palo. Porque sí que es flaca. Los medios la bautizaron como la más pícara de todas. Atrae a cualquiera como la miel a las abejas, no sólo como una agradable compañía femenina sino como amiga aunque la molestara con que no lo somos. No lo somos como quisiéramos por lo mismo del tiempo, pero no pude pedir una compañera tan excepcional como ella. También existen otras igual de buenas y agradables, pero tendemos a la cordialidad e indiferencia. ¿Compartimos mucha experiencia y tiempo? Sí, pero no nos comportamos como la fruta y el agua en una licuadora.
Elizabeth, apodada Lizbeth, es una de tres que se unió a la sesión. Rubia cabello abundante domado gracias a los productos, tostada de ojos chicos y marrones. Una figura delgada y llena de curvas, las curvas más pronunciadas de las cinco presentes.
—Era un decir —me aclara Milena al no tener al fotógrafo encima y bajar nuestros hombros—. Pero no puedes no creer que tenga un doble sentido.
—Aun soy un alma inocente —le respondió Lizbeth y me guiñó el ojo.
—¿Ser un alma inocente a estas alturas? —preguntó incrédula—. Sí, como no.
—Yo ya no soy inocente —les informo—. Dejé de serlo a los quince cuando supe lo que eran los tampones.
—¿A los quince? —Milena se sorprende—. Yo lo supe a los once.
—Etapas diferentes —digo con intenciones.
—¡Tenemos la misma edad, Dina!
Choqué cinco con Lizbeth y nos reímos a costillas de la ofendida. La menor es Lizbeth y tiene dieciocho. El resto vagamos entre un año más que ella y los veintitrés.
Supongo que esa es la razón por la que Serena quiere que tenga un novio y los beneficios subyacentes de tener uno. Por aquello de la "edad".
—Lo decía porque lo vivimos en diferentes edades —le doy una caricia en la mejilla antes de una cachetada leve—. Cálmate. Y fulminarme no me hará disculparme.
—¡Terminamos! —nos dijo Jim. Todas dimos vítores—. Lo hicieron excelente, chicas. Un placer.
—El placer es nuestro, Jim —dije a nombre de todas.
No acababa de sacar los zapatos de mis pies cuando recibí una alerta del organizador de la fiesta y seguidamente de Esmirna, mi representante. Con premura, Milena se ofreció a compartir su vehículo conmigo y que no tome un taxi a solas. Le pedí estacionar frente a un edificio y esperar a que Serena saliera.
La personificación de lo que llamarían una chica de campo se nos unió dentro del auto, saludando vagamente a Milena que tampoco se encontraba en su momento amigable. Rubia por completo, cabello en rizos y peinado cayendo en su espalda y hombros. Piel blanca y bronceada en ciertas áreas, como los brazos y el cuello por el sol. Botas negras resistentes a la lluvia y el lodo, picudas en su punta delantera. Jeans un poco sueltos y camisa azul cielo de largo moderado. La sonrisa linda y los ojos claros, tan claros como el agua. Se me vino encima y de allí no salió, hasta que reaccionó.
—¡Oh! —dijo y sonrió con candor—. Con que aquí estás.
—Feliz cumpleaños, rubita bonita.
—Síííí, mi cumpleañooos... —ríe tonta y poco animada—, lo he oído.
—Porque lo es, risueña.
—Lo que sea —toma un respiro extra largo—. Solo toma algo conmigo, o... —le da una hojeada a Milena, abstraída del mundo al suyo propio—, ¿tomemos?
—¿Sabes quién es ella? —pregunté con una sonrisa sabelotodo.
Serena niega y me encargo de que vea a Milena como debe ser. Chilla emocionada y me da un abrazo extraño pero que recibo con gusto.
—¡Te amo, Milena! —dice con euforia, pero sin gritos.
La aludida asiente y hace el favor de darle una sonrisa.
—¿Me dejas acompañarte en tu cumpleaños, Miss Country?
—¿Es una pregunta seria? —me susurra. Asiento—. Te dejo —dice mas alto.
Pero no se lo voy a poner fácil.
—Si no vas a ser el alma de la fiesta —digo a Milena—, como prometiste, estás despedida. ¿Sí me doy a entender, no?
Milena se endereza en los asientos del auto y me guiña un ojo, recolocando esa expresión de la que estoy familiarizada entre la guasa y el buen rato con coquetería incluida. La dirección la tiene el chófer y lo que queda es distraer a Serena, fácil asunto con su modelo proferida, después de mí, sentada a su lado. Milena se enfrasca en responder a las preguntas que Serena le expone y mis nervios por cuál será su expresión al ver su fiesta incrementan.
Serena fue esa amiga que logré hacer al llegar a un país distinto al mío. Lo hice joven y el cambio no supuso un tsunami para mí, pero entonces, con la edad de quince años y conociendo a una Serena de mi misma edad creyendo que el modelaje podría ser lo suyo, entablé esta amistad que nos confortó a ambas en nuestras decisiones: la mía de ser modelo y la suya de jamás volver a un casting.
Una fiesta es mas que merecida y no me importó invertir mi tiempo libre en ella. Los invitados son algunos amigos que hizo en la universidad a los que les solicité que invitaran a otros que no excediera el par y a conocidos míos de distintas partes que no se pierden una juerga. Y fue necesario alquilar un sitio porque mi diminuto hogar no habría funcionado para albergar a tantísima gente y uno que otro ego por allí.
Empezando por el mío.
Miré hacia la ventanilla y sonreí, sabedora de que mi amiga mas cercana va a enloquecer.
Y sí que me lucí. Es mas: me pasé.
Era la tercera o cuarta vez que me fijaba detrás de la barra que colocaron en el jardín trasero de la gigantesca casa y cómo varios están mirando hacia acá. No tiene sentido cubrirme con mi cabello, lo había recogido tan alto que se notaba más mi rostro y que parezco una niñera cuidando de que nadie salga herido (o mas). Miré a Serena tocar el licor como una niña y me preocupé de que estuviese peor de lo que creí.
De Milena no tengo de qué preocuparme. Ella está despierta después de beber lo mismo que Serena y se reía de aquellos que le pedían bailar, porque muchos creían que diría que sí a la primera y sus caras rebotaban de la impresión al ser rechazados. No creía que Milena fuese vanidosa, era más como no sentirse bien. De aquello sí me preocupo.
—Gracias, son suficientes —digo a la bartender refiriéndome a nuestros vasos llenos. Ella se despide y atiende a lo lejos—. Nena...
—No, no, no —Serena me quita ambos vasos y se ríe—, no. Tú ve y dales lo que quieren, que siempre quieren algo.
¿De quiénes está hablando?
—¿Darles qué? —cuestiona Milena lista para el chisme.
—Una probada de sus talentos ocultos.
—¿Tiene otros talentos además de una mirada intrigante y hacer grandes fiestas?
—Bailar.
—No está en sus cinco sentidos —digo, pero sé que no me escuchan.
—Jamás la he visto bailar.
Serena ríe por un rato mas largo de lo normal.
—Es para no dejar a nadie en ridículo.
—¿Sabes qué? Mejor vámonos.
—Vinimos por mi cumpleaños, así que felicítame.
Vi a qué hora estamos. Falta poco para que se acabe su día y tomé de un trago mi parte.
—Feliz cumpleaños —digo con ganas y la sostengo fuerte del brazo—, y he decidido que nos iremos.
—¡Dijiste que este sería mi día, Dina! —La mando a callar antes de que luego sí grite. Ella insiste—. Lo prometiste.
—¿Qué quieres decir?
—Tú me entendiste.
—Yo no entiendo pero me quedaré a ver —dijo Milena.
Al tener la bebida fosforecente en la mesa la acerqué a mi boca y dije con vergüenza y dolor:
—Voy a hacerlo, pero ni se te ocurra mencionar que no cumplo, ¿escuchaste?
Asintió y antes de que fuera en contra de mis principios, ella le susurró a Milena y ésta nos acompañó hasta el medio del jardín. Porque en el medio estaba lo bueno: las buenas vistas, la buena música y los buenos bailarines.
No me considero una bailarina experta. De hecho es de lo que peor hago y hacerme espacio, mover la pelvis y encararme con un muchacho bonachón es una proeza. Le di una sonrisa juguetona a uno y me atreví a moverme como creía que se mueve una mujer que sabe moverse; él contempló mi hacer y deslizó sus manos por mi cintura, atrayéndome a su cuerpo y balanceándonos lado a lado hasta conseguir que llevemos el mismo ritmo.
Él sonreía y no era un chico tocón, lo que se agradece y fue fácil excusarme, puesto que no la paso bien. Me dió ternura que no respondiera deprisa a mi huida, no se lo merecía y me aproveché de eso para abrirme paso y entrar en la casa, encontrando a Serena con una sonrisa.
—Ya estarás feliz, ¿no? —dije interrumpiendo su admirable forma de mantenerse en pie.
—Muuuuuuy feliiiiiz...
Tomé un bocado de aire, pero me dio gusto de que fuese sincera.
—Era la intención. ¿Puedes quedarte quieta mientras...?
—¿Pero terminó la fiestecita?
Asentí y ella se puso a llorar sin derramar una lágrima.
—¡Son las cuatro de la mañana! —dije estoica. No me creía su tristeza.
—Aún celebramos mi cumpleaños —lloriquea.
—Serena, pero si apenas te puedes mantener derecha. Vamos a casa...
La halé y logré, con muchísimo esfuerzo, tenerla dentro de un auto rumbo a mi apartamento. La fiesta estaba por terminar y alargarla solo traería conflictos. El sitio se alquiló hasta el mediodía y conociendo a los invitados no se irían hasta el amanecer todos, pero la seguridad hizo lo suyo y antes de ver el sol pude descansar mi mente. Volver a mi casa fue más fácil pero igual de agotador que el día anterior. Tener privacidad es exhausto.
La privacidad no tiene que ver con la libertad. Decidí desde el primer segundo en que supe a donde me dirigía que la privacidad es algo que me gusta llamar mío, y no de otro, u otros. ¿Es complicado? Cada día se hace más complicado, pero cierta fama que entre Esmirna y yo creamos es eso: en que soy una de las pocas modelos que se presentan a todas sus pasarelas, sus sesiones, sus contratos editoriales, su trabajo en general y no necesita estar de boca en boca para ser solicitada; me he esforzado lo suficiente y extra suficiente para tener una buena resonancia de responsabilidad. Claro, a veces tengo mis momentos; pero soy inteligente y necesito utilizar esa inteligencia en algo útil.
Esmirna se despidió al entrar a mi apartamento. No quería que se preocupara y era suficiente el trabajo que le di para la celebración que el tener que ponerme un GPS. Dejé mis cosas por ahí y fui por una botella de agua. Necesitaba cambiarme e ir a dormir.
—¿Llegaste a tu casa?
Milena hace un sonido parecido a un resoplo.
—Sí. Linda fiesta.
—Gracias. Voy a ducharme.
—Te veo pronto. Gracias a ti por salvarme. Miss Country en divertida.
En lo que pisamos mi apartamento Serena se había ido, supuse que a mi habitación a dormir. Me fui quitando los zapatos mientras llegaba y mas me habría valido no haber llegado nunca.
Nunca.
—Dina... —intenta hablarme con ese entusiasmo que odio.
—No —dije con una sonrisa antes de ponerme la toalla alrededor del cuerpo. Ella podía insistir cuanto quisiera, mi respuesta seguía siendo no.
¿A quién se le ocurre? Llego y no solo la encuentro bien despierta, sino que está viendo una reposición de un programa fatal que le fascina. Está bien, la conozco y esto era posible, pero no en mi mundo. En mi mundo tengo estrés pre-tiempo y hago lo posible por pasarla bien con ella, no aquejándola con lo que llevo en mis hombros.
—¡Pero si aún no digo nada! —exclama sentándose con las piernas cruzadas sobre la cama.
—Sé lo que dirás y no.
—¡Nadina! —grita lanzándome una pantufla y con mala puntería que acabó lejos.
¿Es que ella pensaba que iba a acceder a esa estupidez? Te Encontré es lo peor que hay luego de levantarse temprano.
Te Encontré, dos puntos, un programa televisado que tiene como objetivo encontrar a tu pareja ideal a base de opciones, conjeturas de ti mismo, tu personalidad, lo que aspiras en la vida, lo trasladan a un computador y este computador hace lo que debe; según sus estadísticas y a base de trato-error te dirá quién es con quién debes estar, quien se asemeja a ser tu ideal de por vida, quien va a soportarte y quererte; esas cosas similares. Lo crearon una pareja que vivió algo muy parecido y hoy llevan quince años juntos, eso significa —los fanáticos dicen— que es real y tiene efectividad si le pones el empeño adecuado. Un sorteo es el primer paso a conocer a esa persona en un sitio alejado, un clima apropiado para centrarte en esa persona y él/ella en ti, conocerse mejor y determinar el fin. Normalmente lo hacen quienes no creen poder encontrar a nadie como lo hicieron nuestros padres: citas, amistades, decir hola, porque es muy difícil tener la certeza. ¿No es genial tener que enviar tus datos, simplemente esperar a ser uno de los seleccionados e ir con la expectativa de...? ¿De qué?
No sabía esto porque quisiera. Serena es una gran fan y no duda en hacérmelo saber. ¡Y quiere que entre a esa... locura!
No necesito pareja. Necesito una nueva mejor amiga que corra en la caminadora conmigo y me inste a comer mejor.
Quizá en parte puedo comprender su ansiedad por mí, por la única razón de que en este mundo, en mí mundo, tener citas es muy complicado.
Hace algunos meses tuvimos una cita doble. Ella conoció un chico que parecía ser genial; habían tenido ya varias citas y le comentó de mi, como amiga y que deseaba verme feliz en una relación. El chico muy agradable le ofreció presentarme a un amigo suyo que estaba por terminar la universidad, y se dice que esos tipos tienden a querer algo más serio. Serena aceptó sin consultarme y no me considero una persona vengativa, aunque pude haber dejado al chico plantado por ese hecho, así que me presenté y la conmoción fue... interesante. O más bien alarmante e incómoda, de mi parte. Ese chico intentó hacerme sentir bien pero no lo consiguió; no por sí mismo.
—¿Ya lo pensaste? —pregunta al verme salir del baño. Me senté con ella en la cama.
—He pensado que necesito una nueva mejor amiga.
Abre su boca con indignación y hace ruidos exasperantes. No para ella, para mí.
—¿Qué te cuesta darle una oportunidad?
—Me cuesta mi paciencia —mofé una sonrisa—. ¿Te das cuenta que los que van a eso son personas desesperadas?
—Son cercanos a nuestra edad, y no están desesperados pero se hartaron de que en un mundo común y corriente no pueden encontrar a quien se amolde a ellos.
—Es triste, ¿escuchas lo triste que es? —Hice como si mis brazos temblasen—. Y suponiendo que fuera, que lo hiciera, ¿cómo podré dejar todo de lado? No es tan fácil.
—Sí lo es, yo podría hablar con Esmirna y hacer un trato.
—El único trato que vamos a hacer es dormir mientras se puede. Y que conste —le señalo el reloj en la pared detrás de ella—, ya no es tu cumpleaños.
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Holaaaaa
Feliz año nuevo!
Estoy muy MUY contenta de re publicar esta historia. Tendrá sus diferencias ya que hice varios cambios, algunos significativos respecto a los acontecimientos y otros leves que ayudan a darle continuidad a la trama, además de permitir que los personajes evolucionen.
¡Muchas gracias por leer!
Liana
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