La Parada Trece.
La calle casi siempre estaba vacía. Era una de esas carreteras de las cuales no estaban en todos los mapas y que los GPS pasaban de largo debido a su baja relevancia. De ella sólo sabían los viejos, o jóvenes guiados por viejos.
Todo alrededor de la parada trece era viejo. Su banca, su sombra y el basurero lleno de grafitis gastados. Sin embargo, la parada trece no era una parada abandonada. Un autobús pasaba por allí de vez en cuando.
Sallie siempre esperaba con ansias el autobús cada noche. Era todo lo que hacía sentada en esa banca húmeda. La oscuridad no le asustaba, los sonidos del bosque no le asustaban y mucho menos la desolada carretera que a los ojos, parecía eterna. Por un lado se mostraba sin fin en el este, y por el otro, se perdía entre los inmensos pinos del oeste.
Sallie era valiente y perseverante.
Sabía que cuando esas linternas iluminaban la parada, tal vez alguien bajaría del autobús y le haría compañía. Porque Sallie no se sentaba allí cada día a la espera del transporte que la llevara a algún destino. Sallie esperaba. Sallie estaba sola, y ella deseaba que alguien le hiciera compañía; que charlara con ella. ¿Por qué nadie lo hacía?
De vez en cuando el pesimismo hacía de la suyas y se metía de manera insistente en la mente de Sallie, diciéndole que nadie llegaría por ella. Que se quedará así; sola. Que el cielo nocturno sería su único techo y esa parada, la parada trece, sería su celda. Sallie lloraba y entre sollozos pedía con todas sus fuerzas que el autobús llegara y que la sacara de toda esa penumbra que la soledad le daba. Era triste que una jovencita como ella estuviera tan sola, sin nadie que le hable, que admire la belleza que siempre tenía, que le dijera algo. Era tal el desespero, que cualquiera cosa era aceptada.
Un anciano con anécdotas que contar, una divorciada con quejas de su anterior vida, o un estudiante contándole sobre su último examen. Lo que sea. De todas formas, era difícil que algo sorprenda a Sallie. Ella vio a todo tipo de gente bajar a esa parada, aunque haya sido en escasas situaciones, sí pasó. Sallie charló con algunas personas que habían bajado, oyó cada palabra de los ajenos con mucha atención y lo recordaba todo.
Recordaba al señor de mediana edad que le contó sobre cómo fue que cerraron su tienda en la ciudad y se estaba mudando con su hermano gemelo, también recuerda al joven que venía a visitar a su padre por el verano, a la mujer que secretamente huía para verse con su amante y al policía novato que le interrogó de porqué una jovencita estaba en una parada vacía en plena mañana. Todas esas conversaciones eran su tesoro, eran lo que la hacía regresar a diario a la parada trece.
Pero había un problema luego de que esas personas se iban, y ese era precisamente el problema; que se iban. Sallie no se iba y ellos lo hacían para nunca más aparecer. Porque Sallie no escuchó por segunda vez al pobre hombre que perdió su negocio, ni a la mujer aventurada y mucho menos al visitante ni el nuevo policía. A ninguno le volvió a ver luego de que subían al autobús. Y eso era tan triste para alguien que se la pasaba horas y horas en la parada trece. Que de hecho, Sallie pasaba la mayor parte del día allí y la mayoría de sus recuerdos allí.
Sallie siempre estaba en la parada trece a la espera de alguien. No sabía si esperaba a alguien en concreto, pero sí sabía que esperaba a alguien.
Una madrugada de invierno, Sallie estaba recostada sobre la banca mientras miraba las estrellas. Eran tantas, una tan cerca de la otra y siendo algo tan hermoso en la unidad; brillando juntas e iluminando sitios tan oscuros como lo era ese lugar. Sallie les pidió un deseo con los ojos cerrados y en un susurro silenciado por el viento.
Y como si todo el anhelo haya hecho que las estrellas actuasen, para que una nueva fuente de luz iluminara el rostro pálido de Sallie.
Sí. El autobús estaba llegando a la parada trece, luego de tanto tiempo que Sallie no contó pero aseguraba que era mucho.
Se levantó de la banca con la emoción siendo su mayor impulso, vio al vehículo detenerse frente a la parada y sentía que sus rodillas le fallarían en cualquier momento; la emoción le hacía flaquear. Cuando las puertas automáticas se abrieron, del autobús bajó, a la vez que el sol salía, una jovencita de cabello rizado y una expresión cansada en el rostro.
Sallie se sentó en la banca sin la misma emoción. Esa jovencita de ojos verdes se veía cansada, ¿charlaría con ella?
Ninguna decía nada. Era como si la joven de rizos ni siquiera la hubiera visto y eso que estaban sentadas la una al lado de la otra. Se mantenía con los ojos cansados hacía la calle que el autobús ya había abandonado.
Sallie carraspeó.
—Es una bonita mañana —comentó con las manos en las rodillas y una sonrisa sin mostrar los dientes en el rostro.
La chica de al lado parpadeó un par de veces antes de mirarle.
—Disculpa, no te había visto —murmuró cansada.
¿Qué tenía cansada a alguien tan joven como ella? Sallie se lo preguntaba mientras movía sus zapatos de charol hacia adelante y atrás en la banca.
Sallie podía hasta adivinar que en esa expresión se ocultaba la tristeza e inevitablemente se sintió mal por ella. Sin embargo, hubo algo que dejó a la rubia sorprendida, puesto que desde que la chica de ojos cansados se había bajado en la parada, no había dicho nada aparte de su disculpa. Eso era raro, normalmente, las pocas personas que habían charlado con Sallie en la parada trece le hacían preguntas como qué hace una joven tanto tiempo en una parada y no toma ningún autobús, o que si no le asustaba ser una jovencita y estar sola tanto tiempo en un lugar tan vacío como lo era esa carretera que cruzaba un inmenso bosque.
Pero no. La chica parecía poco interesada en mantener una charla con ella. Sin embargo, Sallie debía intentarlo.
—¿Vienes de viaje? —preguntó amablemente, animándose a mirarle.
El sol ya iluminaba los pinos del bosque y la madrugada estaba dejando de ser tan oscura.
—Esta parada siempre está vacía —afirmó, aún sin mirar a Sallie al rostro.
Sallie rasco su cabeza confundida.
No. No estaba vacía, Sallie estaba allí.
Yo estoy aquí.
—Casi siempre —recalcó Sallie—. Ahora estoy yo, también estás tú —rió por lo bajo; quizás en busca de alivianar el ambiente sombrío—. Susie —pronunció luego de leer el nombre bordado en la mochila.
Confirmó que ese era su nombre cuando la chica le volteó a ver en cuanto lo dijo en voz alta.
No pareció agradarle.
—Desgraciadamente yo también estoy aquí, pero no por mucho. En cuanto vuelva el próximo autobús saldré de este jodido pozo.
Sallie llevó una mano a su pecho, ofendida. Sí, a ella tampoco le agradaba estar tanto tiempo en una parada de autobuses, pero era donde ella pasaba su tiempo; su lugar. No le gustaba que una desconocida viniera y hablara así de su lugar. Era la primera vez que algo que decía alguien más le molestaba.
Ella que siempre esperaba por alguien con quién conversar y le trataban así.
Y como nunca creyó, estaba de acuerdo en que el autobús llegara pronto y se llevara de allí a la tal Susie.
[...]
El tiempo había pasado. Un lapso indefinido en el que Sallie no hizo más que estar en la parada trece: esperando, como siempre. Porque claro, ella nunca tomaba el bus. Ella esperaba, y sabía que llegaría el día en el que su espera llegue su fin.
Sallie no contaba el tiempo, así que no supo cuánto había pasado hasta que una madrugada fría, el autobús se detuvo en la parada trece una vez más. La rubia se sentó en la banca y esperó a que alguien bajara del vehículo, deseando que su espera diaria llegara a su fin en ese momento.
Las ruedas frenaron y la puerta soltó un ligero pitido al abrirse. Una sola persona bajó de allí y el vehículo se perdió entre los árboles del bosque.
Sallie contuvo la respiración en cuanto supo de quién se trataba. Y sí, esa chica de seño fruncido estaba de vuelta ahí; todo lo contrario a sus últimas palabras dichas. "En cuanto vuelva el próximo autobús saldré de este jodido pozo." Sallie lo recordaba bien. Aunque en esta ocasión, su expresión no emanaba odio hacia todo lo que se moviera, más bien, pareció sorprenderse en cuanto divisó a la misma niña rubia sentada en la mohosa banca.
—¿Sigues aquí?
Aparentaba ser una pregunta, pero fue más una afirmación, porque sí, Sallie seguía allí.
—No seré amable contigo de nuevo —tajante, Sallie se cruzó de brazos y miró en otra dirección en cuanto Susie se sentó en la banca.
—No tienes que serlo. Tú sólo... respóndeme una pregunta —pidió en un tono bajo y con las manos hechas un nudo sobre sus muslos.
Sallie notó el nerviosismo extraño de Susie, así que decidió acceder.
—Una sola pregunta.
—¿Quién eres?
—Soy Sallie —respondió al instante y con completa seguridad.
—No. Quién eres. Tu familia, amigos, de dónde vienes. Quién eres —repitió mirando fijamente a Sallie.
Sallie separó los labios para hablar pero se quedó allí, totalmente anonadada por no saber qué contestar.
¿Su familia? Hace tiempo que no la veía.
¿Amigos? No sabe si los tuvo alguna vez.
¿Y qué había sobre su origen? ¿Su casa?
—Yo...
—Déjame ayudarte. Si te cuento porqué regresé, tal vez recuerdes algo.
Susie pasó saliva y trató de resumir todas las cosas que había hecho mientras no estaba, dejando al final la parte por la cuál regresó. Sallie escuchó cada palabra con sigilo y sentía que a cada oración, su mente entraba en una crisis que era interrumpida por el habla de Susie.
—¡Basta! —exclamó llevando sus manos a los costados de su cabeza. No quería seguir escuchando.
—Cálmate. Piénsalo, tiene sentido... Tú... tú llevas años desaparecida. ¿Cómo es que sobreviviste todo este tiempo aquí?
Sallie se alejó de Susie corriendo hasta la carretera, calló lastimando sus rodillas desnudas.
Todo lo que le dijo Susie era demasiado irreal, pero a la vez, tenía lógica. Dijo que la primera vez que estuvo allí, fue porque su tío, quién tenía una mansión en el bosque, había fallecido y ella se convirtió en su única heredera. Aunque cualquier persona promedio festejaría a sus anchas, para Susie era repugnante que una basura como ese hombre lo era pretendiera que su sobrina se encargara de guardar todo sus turbios secretos. Como lo eran sus asesinatos. A penas el viejo murió, Susie, segura de que no le haría ningún daño, confesó cada uno de sus delitos.
Su primer víctima fue una niña que regresaba de la escuela, que leyó en un libro sobre los árboles del bosque y estaba saciando su curiosidad. Pero sus amarillos rizos, ojos celestes y vestido violeta, exactamente como Susie, no fueron suficientes para él.
La segunda, su propio hermano gemelo a quien invitó a vivir cuando éste perdió su negocio, la siguiente víctima fue una mujer a la que le había jurado amor eterno y toda su fortuna, le siguió un estudiante que había tomado es autobús equivocado, la última fue un oficial que estaba en busca de su hijo: el estudiante. ¿Cómo Susie sabía todo esto?
Ella presenció cada una de las muertes.
Amenazada con perder a su familia, fue obligada a callar. ¿Por qué regresó? Porque le pareció muy extraño que una niña como Sallie estuviera sola, porque ese cabello junto con esos ojos claros, le fueron demasiado conocidos. Y ella nunca supo qué había sido de esa desafortunada niña que calló en las garras de su tío.
Hasta el día que tuvo que ir a la casa de su tío a cerrar la venta de las tierras.
Hasta que vio a Sallie, y mientras estaba en su hogar, pensó que tal vez había escapado de las garras de esa bestia.
Ahora era tiempo de que Sallie regresara a casa, y Susie lo veía como su responsabilidad.
—¿Estás diciendo que... puedo irme de aquí? ¿Qué hay personas buscándome?
Susie reprimió las ganas de llorar, se sentía demasiado culpable.
—Por supuesto —Susie extendió su mano hacia Sallie, quien seguía en el suelo—. Déjame llevarte a él. A tu hogar.
[...]
El autobús se movía, provocando algunos movimientos en el autobús vacío. Su conductor estaba sumido en su ruta ignorando por completo a sus únicas dos pasajeras.
Fue complicado para Sallie subir al autobús, puesto que no era su costumbre. Antes de hacerlo, regresó corriendo a la parada trece y tomó un pañuelo detrás de la banca. Era celeste.
—Se te cayó la última vez que estuviste aquí —le dijo a Susie extendiendo el trozo de tela.
Ahora estaban ahí. Susie con la mente clara en que su primer parada sería la comisaría. En cambio Sallie, ella estaba con la vista en la ventana perdida en los recuerdos que veía en el cristal. Ella sí tenía familia, una madre amorosa, un pequeño hermano menor y una gata llamada Sophy. Sonrió con nostalgia y tristeza. La revelación no sólo había vuelto con su pasado, también trajo algo que sentía, y que sabía, que pasaría. Una realidad.
Soltó una lágrima y agradeció ser encontrada.
En cuanto el autobús se detuvo, Susie miró hacía el asiento de al lado y lo único que vió, fue el pañuelo que Sallie le había entregado. Bajó del autobús por insistencia del conductor y se halló frente a la comisaría de la ciudad, mirando fijamente el pañuelo en su mano abierta.
De repente, el viento se hizo más fuerte y una ráfaga fue la que hizo volar el pañuelo en su mano, Susie corrió por recuperarlo pero fue en vano.
Se fue en el aire, y el viento le sopló un secreto al oído, allí dejó de correr y lo entendió.
Entendió que Sallie había sido encontrada.
Entendió que Sallie ya no esperaría en la parada trece.
Porque ya estaba en casa.
Y no en lugar que tenía su alma presa.
Fin.
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